Triage social, el nuevo panóptico

El triage social es el mecanismo por el cual el sistema ordena y jerarquiza quiénes deben salvarse y quienes deben morir: si no hay respiradores suficientes, «alguien» decide quiénes tienen prioridad. Lo mismo respecto a las camas hospitalarias y a todos los servicios saturados.



Triage social, el nuevo panóptico

 

Raúl Zibechi

Ecuador Today

Las ciencias deberían ser un servicio a los pueblos, sobre todo los más castigados y que luchan por su sobrevivencia. Sabemos que están al servicio de la acumulación de capital y de poder, por eso debemos congratularnos de un trabajo que echa luz sobre los nuevos mecanismos de dominación.

Me refiero al trabajo «La pandemia, el Estado y la normalización de la pesadilla» (https://bit.ly/338XwWK), de Tamara San Miguel, estudiante de maestría de sociología jurídica, y Eduardo Almeida, estudiante del doctorado en sociología y antropología. Ambos mexicanos de Puebla.

A mi modo de ver, el aspecto más interesante del trabajo es el que hace referencia al triage social, el mecanismo por el cual el sistema ordena y jerarquiza quiénes deben salvarse y quienes deben morir: si no hay respiradores suficientes, «alguien» decide quiénes tienen prioridad. Lo mismo respecto a las camas hospitalarias y a todos los servicios saturados.

Ese «alguien» son los algoritmos, definidos en este trabajo como «un sistema al que se ingresa información y del que se obtienen respuestas», en formato de instrucciones que se siguen de manera mecánica para obtener ciertos resultados. También son «una nueva ideología científica para enfrentar la incertidumbre», y a la vez reforzar la dominación.

El problema es que los algoritmos se están utilizando para enfrentar problemas y dilemas sociales y éticos, para tomar decisiones a partir de una lógica «que implica ordenar, clasificar y en última instancia discriminar lo que sirve de lo que no sirve». Cuando se abordan cuestiones éticas, el algoritmo supone «aplicar rutas mecanizadas para tomar decisiones que afectan la vida en todos sus aspectos».

No es ninguna casualidad que el triage surgiera en el seno de las fuerzas armadas, al igual que el panóptico como explicara Jeremías Bentham y desarrollara Michel Foucault. Con tanto éxito que no sólo se aplicó en el diseño de cárceles, sino en las fábricas, hospitales, escuelas y en todos los espacios donde la sociedad capitalista necesitaba disciplinar a la clase trabajadora.

En efecto, el concepto de triage (de la palabra francesa trier, clasificar o separar) fue aplicado por vez primera por el jefe de la Guardia Imperial de Napoleón para «evaluar y clasificar la atención de los soldados heridos en batalla». Décadas después fue adaptado por el cirujano de la Armada británica, para «la clasificación de aquellos que no recibirían atención por no tener posibilidades de sobrevivir, aún con tratamiento». De ahí se trasladó al plano de lo social y al conjunto de la sociedad.

Ahora que los poderosos decidieron gestionar la escasez, provocada artificialmente como sucede en los hospitales por la privatización o la falta de inversiones en buena parte del sistema sanitario, el triage social que ya se venía aplicando cobra una dimensión nueva.

San Miguel y Almeida sostienen que así como las burocracias gestionaron quiénes eran descartables por irrecuperables durante las guerras napoleónicas, “en el triage social, a los descartables, las burocracias les sacrifican las posibilidades de acceder a los recursos; si continúan viviendo o mueren resulta irrelevante y se vuelve invisible para el ‘bien mayor’”.

Ese bien mayor puede ser, como hemos visto estos meses, considerar ciertas actividades económicas como «esenciales», decidir «qué sectores favorecer con programas públicos, es decir qué partes de la población aprovecharán mejor los recursos del Estado para favorecer los propósitos del Estado, algo muy similar a la situación pre-pandemia».

Decidir a quiénes se deja morir y qué sectores de la economía se deben sostener, no es ni más ni menos que lo que estamos viendo ante nosotros. La pandemia permitió hacer más visible, o inocultable, este sistema de muerte que determina “quienes tienen la calidad de ciudadanos acreedores de derechos, quienes se convierten en refugiados merecedores de ayuda humanitaria, y quienes quedan como zombies, muertos vivientes, condenados a las formas más precarias de supervivencia o a morir en el olvido”.

El trabajo que comento y cito tiene otras virtudes sobre las que no puedo explayarme, como los derechos humanos durante la crisis en curso, que merecen comentarios más detallados. Por ahora basta con mostrar cómo el triage social conlleva un algoritmo, que permite a los Estados «justificar moral y técnicamente las consecuencias de decisiones éticas complejas» que hacen a la vida, la muerte y la supervivencia de las poblaciones.

Recomiendo la lectura de un trabajo que nace de la indignación militante, ética y política, y que busca desnudar los nuevos mecanismos de opresión y control de poblaciones y pueblos, parar mejor luchar contra ellos.

En América Latina, la acción paramilitar y el narco, que estos días despliega el terror desde Chiapas hasta el Cauca colombiano, la sostienen algoritmos que, en algún momento, debemos develar. Un trabajo al que Tamara y Eduardo, como otros adherentes de la Sexta, podrán contribuir.