La normalización de relaciones con Israel significa la muerte del derecho internacional
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La noticia de que Bahréin ha seguido a los Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Egipto en el criminal abrazo a Israel no fue una sorpresa; tampoco podría sorprendernos saber que Arabia Saudí se dispone a hacer lo mismo, que es casi seguro que lo hará. El izamiento de la bandera israelí en Riad ocurrirá antes que después. La base para llegar a ese punto ya ha sido preparada por el que pasa por ser un gobierno en la capital saudí, con el jeque Abdul Rahman Al-Sudais, un imán de La Meca controlado por el Estado, dando un giro de 180 grados sobre la paz con Israel en un reciente sermón.
Estos acuerdos se han escrito con la sangre del pueblo de la Palestina ocupada. El reconocimiento del Estado colonial de Israel es la aceptación de la limpieza étnica de 750.000 palestinos perpetrada por el Estado naciente y sus milicias terroristas en y alrededor de 1948, y la posterior muerte y destrucción que las “Fuerzas de Defensa de Israel” han derramado desde entonces sobre los palestinos. También es la aceptación de la muerte del derecho internacional, que seguramente no encuentra un lugar donde esconderse si el mundo acepta lo que está sucediendo en nombre de la “paz” en Oriente Medio.
Una vez más, los palestinos son los chivos expiatorios de todo esto, pero ¿qué deberían hacer? ¿Qué pueden hacer? Es tentador pensar que han sido arrinconados y ahora se esperará que se rindan y mueran, metafórica o literalmente; o posiblemente ambas cosas. Sin embargo, el hecho es que todavía tienen algunas cartas que jugar, pero va a resultar necesario llevar a cabo un cambio importante en la estrategia que ha dominado la política palestina durante más de un cuarto de siglo.
La podredumbre comenzó cuando la Organización de Liberación de Palestina bajo Yasser Arafat renunció a la “liberación” como objetivo y firmó los Acuerdos de Oslo. Palestina y su pueblo han pagado un alto precio desde entonces, con sus líderes haciendo concesión tras concesión mientras que Israel no concedía nada. Bien al contrario, la ocupación se ha afianzado aún más durante la farsa de las “negociaciones”, que han estado paralizadas durante años.
¿Existe algún otro lugar en el mundo donde se les haya dicho a las víctimas de actividades delictivas que negocien con los delincuentes para que se haga justicia? ¿O dónde la justicia nunca haya estado en la agenda de tales conversaciones porque dejaría al descubierto a los criminales y a sus aliados como lo que realmente son?
¿Existe algún otro conflicto en el mundo donde los agresores reivindiquen “autodefensa” cada vez que bombardean a civiles hasta enviarles “de regreso a la edad de piedra”, y donde la comunidad internacional acepte estos hechos a pesar de que un Estado ocupante no dispone de ese reclamo legítimo bajo la ley internacional? ¿O donde el derecho legítimo a resistir la ocupación militar por todos los medios a su disposición se considera “terrorismo”, como sucede cuando se trata de un palestino que se resiste a la brutal ocupación israelí de su tierra?
Podemos y debemos argumentar que la Autoridad Palestina no tiene una pierna en la que apoyarse, en las quejas sobre los Emiratos Árabes Unidos y ahora que Bahréin ha llegado a un acuerdo con Israel, por la sencilla razón de que no solo no le ha importado nada contar con el apoyo de Egipto y Jordania durante décadas, dos países con tratados de paz con el Estado sionista, sino que también ha continuado protegiendo a Israel y a los israelíes a través de su “cooperación de seguridad” con Tel Aviv. Esta cooperación -un eufemismo de colaboración- se ha tildado de “sagrada” por el presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas, probablemente porque sabe que su No Autoridad Palestina, o lo que quiera que sea, se creó para servir a los intereses de Israel, no a los intereses del pueblo de la Palestina ocupada, y así es en consecuencia financiada. Si no hay colaboración no hay fondos.
Abbas y sus compinches de la OLP-Fatah-AP pueden quejarse tanto como quieran de la “normalización”, pero saben que sus palabras solo pueden servir como retórica a menos que (y hasta que) se hagan cambios reales. Como escribió esta semana mi colega de MEMO Motasem Dalloul, todas esas quejas son para consumo de los medios.
Seguramente es hora ya de que la Autoridad Palestina se dé por terminada y se disuelva. Abbas debería hacerse a un lado; sus “ministros” deberían limpiar sus escritorios; y el “aparato de seguridad palestino” disolverse. La anexión se va a producir sin que importe lo que la Autoridad Palestina o cualquier otra persona diga o haga, así que dejemos que Israel declare su soberanía sobre la totalidad de los territorios palestinos ocupados. Tal medida seguirá siendo ilegal, si es que el derecho internacional tiene aún algún significado, y el statu quo no cambiará realmente en lo que respecta a los que viven bajo ocupación. La opresión sigue siendo opresión, aunque sus carceleros lleven uniformes israelíes o palestinos.
Israel, sin una Autoridad Palestina que le haga de perro faldero, será el único responsable de la seguridad y la infraestructura civil de todos los que viven dentro de sus fronteras aún no declaradas (el único entre todos los Estados miembros de la ONU que no ha dicho nunca dónde están sus fronteras), judíos y árabes por igual. Eso supondrá una enorme carga financiera y logística para Netanyahu y su gobierno, cada vez más de extrema derecha, una carga que es poco probable que pueda afrontar si quiere conservar el espejismo de que es “la única democracia en Oriente Medio”.
No es que a Israel le haya importado realmente nunca lo que piense el resto del mundo mientras sus cabilderos sean capaces de hacer bailar a los gobiernos occidentales a su ritmo. Esto le ha permitido actuar con impunidad y tratar las leyes y convenciones internacionales con desprecio durante más de 70 años, y sus líderes han sido y siguen siendo criminales de guerra y culpables de crímenes de lesa humanidad. Y, sin embargo, esos gobiernos que tanto presumen de democracia en Occidente, por razones que solo ellos conocen, continúan declarando su lealtad eterna a lo que es, en cualquier medida, un Estado canalla.
Los guardianes del derecho internacional en la ONU son unos ineptos y han aceptado la ocupación y presencia de Israel en Oriente Medio simplemente por no reconocer que es un Estado colonial de asentamientos que pasa por alto los derechos palestinos, incluido el derecho al retorno de los refugiados. Las agencias de la ONU brindan servicios esenciales a los refugiados, pero tienen que trabajar soportando la restricción que ha convertido a Palestina en un problema más humanitario que político.
Además, lo absurdo del veto otorgado a los Estados nucleares posteriores a la Segunda Guerra Mundial en el Consejo de Seguridad implica que en la ONU no va a moverse nada si alguno de sus miembros permanentes: Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, China o Francia, no está de acuerdo. El resto del mundo puede tener opiniones e incluso opiniones mayoritarias, pero ese diminuto club exclusivo llevará siempre la voz cantante con su voto para ejercer después una presión indebida sobre otros países a fin de que hagan lo que se les dice.
Por tanto, la normalización de relaciones con los Estados árabes no significa realmente “paz”, como se nos intenta hacer creer; simplemente significa que ellos también están mostrando desprecio por el derecho internacional; que también aprueban la Nakba y la Naksa; que también toleran la colonización en curso de Palestina y la opresión de su pueblo; y que también se están inclinando ante la hegemonía sionista en la región y quizás en el resto del mundo. La normalización con Israel significa en realidad: RIP, derecho internacional, ha sido un placer conocerte.
Ibrahim Hewitt es uno de los editores principales de Middle East Monitor.