La captura de Internet contada por quienes la tramaron
Por TatianaDias/TheInterceptBrasil
PostaPorteña
26.SEP.20
El dilema de las redes expone un acto cínico. Los responsables que sometieron a Internet a las corporaciones cuentan cómo se manipulan las emociones humanas para crear ambientes egocéntricos, impedir la acción colectiva y restaurar los viejos poderes reaccionarios.
OUTRASMÍDIAS - TECNOLOGÍA En DISPUTA
Por Tatiana Dias, en The Intercept Brasil 16/09/2020
Traducción de Juan Luis Berterretche Para Posta Porteña
Primero, un amigo me avisó: “Tati, tú tienes que mirar “El dilema social de las redes”, en Netflix. El documental, que había estrenado dos semanas antes, todavía no había sido publicado en mis sitios preferidos. Pero apareció en el día siguiente en la home, en destaque, y resolví asistir. Quien acompaña el tema puede decir que el largometraje sobre el impacto de las redes sociales en la democracia y en las personas no trae nada de nuevo. Por mi parte discrepo.
De hecho, la manera como somos manipulados para generar lucros para las big techs y cuál es el impacto de eso en nuestra vida personal en el mundo ya fueron muy bien explorados. Yo misma ya escribí muchos textos sobre eso, uno de ellos hace dos años, exactamente sobre el mismo tema, incluyendo cuestiones sobre vicio, radicalización del debate, fake news e impacto en la democracia.
Pero el mérito del documental es que efectivamente diseña el funcionamiento de los algoritmos y de la manipulación a que somos sometidos como ratas de laboratorio. Y refriega eso en la cara de quien entra en Netflix (que también es una big tech). No es poca cosa.
La larga parte de informes de muchos ex ejecutivos del área, que incluyen Guilhaume Chaslot, que ayudó a crear el mecanismo de recomendación de vídeos en YouTube (que está llevando las personas a la radicalización y haciendo a la extrema derecha explotar), Justin Rosestein, uno de los co-creadores del botón Curtir ( me gusta)en Facebook, y Tim Kendall, ex-director de monetización en Facebook.
Los testimonios de los técnicos muestran el cinismo de la industria, que dedicó mucho dinero y colocó algunas de las mejores cabezas del mundo para crear las mejores soluciones posibles para hacer que yo y usted nos volviéramos adictos a la tecnología en cuanto tentaba convencernos que estaba facilitando la conexión de las personas y cambiando el mundo, por un lugar mejor.
Uno de ellos explicó su trabajo así: como hackers, encontraron una vulnerabilidad en nuestro cerebro, que precisa de atención, dopamina y reconocimiento, y tornaron aquella sensación accesible en segundos en el celular. Exploraron la falla, creando maneras de recompensa instantánea, y construyendo herramientas que aumentasen nuestro tiempo online – y, de esta forma, dieron la posibilidad de cambiar nuestras interacciones más lucrativas para los anunciantes.
La visión de los insiderses intercalada con análisis críticas de investigadores como Shoshana Zuboff, profesora emérita de Harvard y autora de “The age of surveillance capitalism” (“La era del capitalismo de vigilancia”,en traducción libre, sin edición en portugués) y Jaron Lanier, filósofo y autor del libro Diez argumentos para eliminar sus cuentas de redes sociales ahora mismo!!!
Y hay una dramatización que diseña para los iniciados cómo funciona la manipulación algorítmica, algo normalmente complejo de explicar.
El documental tiene tono catastrofista, pero los ex-funcionarios de las big techs dicen que es posible mudar la realidad. “Arrepentidos”, ellos fundaron institutos y centros de investigación volcados a tecnologías más humanizadas y hacen palestras y eventos identificando el problema que crearon y las soluciones que pretenden desarrollar. Concuerdo con la crítica de que, de nuevo, es el mismo conjunto de sinvergüenzas de hombres blancos de Stanford tentando encontrar solución para un problema que ellos mismos crearon para la humanidad.
No hallo, que eso quite el mérito del documental – más es preciso hablar sobre algunas cuestiones. La primera es que la solución para el “dilema de las redes” no va a suceder en el plano individual, como a veces el documental parece colocar. No se trata de “elegir”, sino de oponerse a esa lógica y presionar por la regulación y la transparencia.
Parece simple para un ex-ejecutivo de las big techs prohibir al hijo de tener cualquier contacto con la tecnología (ellos de hecho hacen o dicen que hacen eso). Pero como decir eso para los niños cada vez más dependientes de la tecnología hasta mismo para estudiar en un mundo que atraviesa una pandemia? Si los propios gobiernos usan esas plataformas para servicios públicos?
Además de esto, en Brasil (así como en Myanmar, citado en el documental) y en otros países en desarrollo, la cuestión es todavía más compleja. Por aquí, Facebook tuvo una estrategia agresiva de expansión, en sociedad con empresas de Telecom para ofrecer acceso gratis a sus servicios para la población de baja renta. La persona contrata un plano de celular y lleva acceso a Facebook, Insta y Zap(WhatsApp) de “regalo”. Sin datos para otro tipo de navegación, para mucha gente Internet se torna solo esos venenos.
Se creó un mercado del cual es prácticamente imposible salir: las personas confunden Internet con las interacciones que acontecen en esas plataformas, y toda la vida pasa a acontecer allí. Hace dos años, Yasodara Córdova escribió aquí en Intercept sobre cómo esa estrategia de expansión de Facebook en países en desarrollo profundizaría el problema de las fake news. Bingo.
Como siempre, como todo que ronda las big techs, la política de “Zap gratis” viene disfrazada de beneficio: le entregan acceso gratis a redes sociales como una ventaja, escondiendo que quien está siendo servido en bandeja es usted.Y como pedir a quien no tiene plano de datos en el celular y depende del acceso a los aplicativos gratis para simplemente salir de las redes sociales? Con que alternativa?
También no creo que la solución va a surgir de los centros para tecnología humanizada de Stanford, sino de una Internet descentralizada y diversa por esencia, hecha por personas diferentes, basada en otra lógica: redes comunitarias o depósitos de contenidos libres, por ejemplo. En un ensayo el año pasado, que discute justamente vicio y datos, los investigadores Ricardo Abramovay y Rafael Zanatta también presentan el concepto de “non addiction by design”. O sea: así como hay el diseño hecho parahacernos adictos(no hay mejor ejemplo que las notificaciones), debería haber, también, el diseño que nos repele de las redes. Ellos también mencionan la investigación de Elaine Ou, de la Universidad de Sídney, que propone tratar la industria de las redes sociales con una regulación estricta, como acontece con el tabaco y las bebidas alcohólicas.
En el documental, todos los ejecutivos de las big techs concuerdan sobre la necesidad de desligar las notificaciones, más la pregunta sobre cuál es el problema es más difícil de responder. La narrativa queda más asfixiante cuando se proyecta el futuro, con la capacidad de procesamiento computacional aumentando exponencialmente, y la posibilidad de que esas herramientas de manipulación caigan en las manos de gobiernos autoritarios. Las personas se cercan de opiniones semejantes, algoritmos las bombardean con contenidos cada vez más extremos, y así el debate público se corroe.
Yo publiqué hace algunas semanas que estoy cada vez más escéptica sobre cualquier posibilidad de diálogo o construcción colectiva que dependa de plataformas, que solo refuerzan el individualismo y premian los peores comportamientos de las personas. La solución, al fin, no vendrá de los mismos caminos o de discusiones en Twitter. Tenemos además, que repensar nuestros papeles en la plataforma.
Es equivocado querer construir una unidad o idea de colectividad, y al mismo tiempo tener un diálogo, si la plataforma naturalmente transforma un debate en una lucha para lucrar con eso. Cualquier tentativa camina para la simplificación, exposición, linchamiento – porque las redes sociales no son una plaza pública, son un ring, y cuanto más tretas, más atención, más interacción, más seguidores. Es para eso que ellas fueron proyectadas. Y crece quien aprende cómo funciona esa lógica. Ganan la plataforma y los que polemizan. Perdemos todos.
En “No enxame”, el filósofo Byung Chul-Han explica bien como la lógica de las redes está destruyendo el debate y la acción política. En ellas, no somos un colectivo, sino individuos aislados que no forman un “nos”. Claro que el fenómeno del individualismo no viene solo de las redes, sino que es un reflejo anterior de la propia sociedad. Pero es en ellas que él se manifiesta – y crece. El “egoísmo” creciente y la atomización de la sociedad lleva a que los espacios para actuar en conjunto disminuyan radicalmente e impide, así, la formación de un contrapoder que pudiese efectivamente desarrollar una fuerte crítica al orden capitalista”, el escribe.
En el documental, Shoshana Zuboff compara ese modelo de negocio basado en datos y manipulación, a la venta de órganos: debería ser prohibido. En Twitter, ella desenvuelve el argumento: “Solo la democracia puede interrumpir y prohibir el capitalismo de vigilancia”, ella afirma. “Ahora la lucha es sobre nuevos derechos y leyes para un siglo digital democrático”.
“El dilema de las redes” es bien entendido al explicar el problema. Pero ahora es preciso pensar en otros frentes de acción en el ámbito público y no individual. Qué tipo de regulación debe ser pensada para disminuir la concentración de poder y aumentar la transparencia de las big techs? E, individualmente, como lidiar con la contradicción de ocupar las redes sociales, sabiendo que todo el que ingresa allí va a ser capitalizado y usado justamente para alimentar el enemigo que queremos eliminar?
En cuanto nuestro debate público y nuestras relaciones sean mediadas por plataformas que como es sabido nos manipulan solo y únicamente para generar lucro, no va haber salida. Súmese a esto el contexto de la pandemia, que intensificó nuestra presencia online y tornó prácticamente todas nuestras interacciones sociales atravesadas por la tecnología. No es casual, que de las 12 empresas que más lucraron en la pandemia, seis son big techs. Los dueños de Amazon, Microsoft, Apple, Facebook y Google aumentaron sus lucros en un volumen de billones o trillones de dólares desde que COVID-19 apareció.
O Netflix, que irónicamente, también está en la lista: enriqueció R$ 55 billones en el período de la pandemia.