IN MEMORIAM

En la noche del 26 de septiembre de 1940 W. Benjamin optó por el camino más rápido para conseguir la libertad cuyo camino le habían cerrado los nazis y su propia fragilidad. Benjamin no había logrado nunca enseñar en una universidad. Entre el grupo de pensadores de la Escuela de Frankfurt fue el primero que puso en tela de juicio la ideología del progreso, esa filosofía “incoherente, imprecisa, carente de rigor”. Incluyó entre estas ilusiones nefastas la sorpresa ante el hecho de que el fascismo pudiera existir en nuestra época, en una Europa tan moderna, como si el Tercer Reich no fuera, precisamente, una manifestación patológica de esta misma modernidad civilizada. La historia no aparece, para Benjamin, como un proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, sino más bien como un combate a muerte entre opresores y oprimidos; rechazando la visión evolucionista del marxismo vulgar, percibe el movimiento de la historia como la acumulación de conquistas e insiste más bien en las victorias catastróficas de las clases dominantes.  El lector puede consultar en el blog la obra más famosa: «Sobre el concepto de la historia» (1940) presentada por Raimundo Cuesta.

Michael Löwy *

Como es sabido, Walter Benjamin murió en Portbou hace 80 años, [el 26 de] septiembre de 1940, tras un intento de huida de la Francia de Vichy a España. Como a miles de otros refugiados alemanes judíos y/o antifascistas, lo internaron en un campo en el verano de 1939, al comienzo de la segunda guerra mundial, como ciudadano de un país enemigo.



Este fue uno de los capítulos más infames de la historia poco gloriosa de la Tercera República. Liberado del campo gracias a la intervención de escritores e intelectuales franceses, intentará desaparecer en Marsella, pero tras el armisticio y el establecimiento del Estado francés de Vichy, se siente atrapado en una ratonera: se suceden las redadas contra extranjeros indeseables y la Gestapo, con el título eufemístico de Comisión del Armisticio, ronda por todas partes. Fue entonces cuando llamó a la puerta de Lisa Fittko, una refugiada alemana (judía) antifascista, que estaba organizando una vía de salida a España para las personas más amenazadas a través de la ruta Líster, un estrecho sendero en los Pirineos. Con la ayuda de Fittko, Benjamin llegó, con muchas dificultades a causa de su estado de salud, a la frontera y la población española de Portbou.

Detenido en Portbou por la policía (franquista), que, so pretexto de carecer de un visado de salida francés, decide entregarlo a la policía de Vichy –es decir, a la Gestapo–, Benjamin optó por suicidarse. Era medianoche en el siglo, el Tercer Reich hitleriano había ocupado media Europa con la complicidad de la Unión Soviética estaliniana. Tanto como un acto desesperado, fue un último acto de protesta y resistencia antifascista.

En las breves tesis que siguen, algunas notas sobre la contribución de Walter Benjamin a la Teoría crítica marxista.

 

I – Walter Benjamin forma parte de la Teoría crítica en sentido amplio, es decir, de esa corriente de pensamiento que se inspira en Karl Marx y que, a partir o en el entorno de la Escuela de Fráncfort, cuestiona no solo el poder de la burguesía, sino también los fundamentos de la racionalidad y de la civilización occidentales. Buen amigo de Theodor Adorno y Max Horkheimer, no cabe duda de que influyó en los escritos de ambos, sobre todo en la obra capital que es la Dialéctica de la Ilustración, donde encontramos numerosas ideas suyas e incluso, ocasionalmente, citas sin referencia a la fuente. Él también fue a su vez sensible a los principales temas de la Escuela de Fráncfort, pero se diferencia de ella por determinados rasgos que le son propios, y que constituyen su aportación específica a la Teoría crítica.

Benjamin no logró nunca enseñar en una universidad; el rechazo de su habilitación –con una disertación sobre el drama barroco alemán– lo condenó a una existencia precaria de ensayista, hombre de letras y periodista freelance que, por supuesto, se deterioró notablemente durante los años de exilio en París (1933-1940). Ejemplo ideal-típico de la freischwebende intelligenz [intelectualidad flotante, n.d.t.] de que hablaba Karl Mannheim, era por excelencia un Aussenseiter, un outsider, un marginal. Esta situación existencial contribuyó tal vez a la agudeza subversiva de su mirada.

II – Benjamin es, en este grupo de pensadores, el primero que puso en tela de juicio la ideología del progreso, esa filosofía “incoherente, imprecisa, carente de rigor”, que no percibe en el proceso histórico más que “el ritmo más o menos rápido con el que la humanidad y las épocas avanzan por la vía del progreso” (La vida de los estudiantes, 1915). También fue quien llegó más lejos en el intento de liberar al marxismo, de una vez por todas, de la influencia de las doctrinas burguesas progresistas; así, en el Libro de los pasajes se propuso el siguiente objetivo: “Cabe considerar asimismo como finalidad perseguida metodológicamente en esta obra la posibilidad de un materialismo histórico que haya suprimido en su propio seno la idea de progreso. Es precisamente en la oposición a los hábitos del pensamiento burgués donde el materialismo histórico encuentra sus fuentes.”

Benjamin estaba convencido de que las ilusiones progresistas, en particular la convicción de “nadar con la corriente de la historia”, y una visión acrítica de la técnica y del sistema productivo existentes, contribuyeron a la derrota del movimiento obrero alemán frente al fascismo. Incluía entre estas ilusiones nefastas la sorpresa ante el hecho de que el fascismo pudiera existir en nuestra época, en una Europa tan moderna, fruto de dos siglos de “procesos de civilización” (en el sentido que daba Norbert Elias a este término): como si el Tercer Reich no fuera, precisamente, una manifestación patológica de esta misma modernidad civilizada.



III – Si la mayoría de pensadores de la Teoría Crítica compartían el propósito de Adorno de poner la crítica romántica conservadora de la civilización burguesa al servicio de los objetivos emancipadores de la Ilustración, Benjamin fue tal vez quien mostró el máximo interés por la apropiación crítica de los temas e ideas del romanticismo anticapitalista. En el Libro de los pasajes se remite a Karl Korsch para sacar a relucir la deuda de Marx, contraída a través de Hegel, con los románticos alemanes y franceses, incluidos los más contrarrevolucionarios. No dudó en utilizar argumentos de Johannes von Baader, Johann Jakob Bachofen o Friedrich Nietzsche para demoler los mitos de la civilización capitalista. Encontramos en él, como en todos los románticos revolucionarios, una asombrosa dialéctica entre el pasado más remoto y el futuro emancipado; de ahí su interés por la tesis de Bachofen –en las que se inspirarán tanto Friedrich Engels como el geógrafo anarquista Elisée Réclus– sobre la existencia de una sociedad sin clases, sin poderes autoritarios y sin patriarcado en los albores de la historia.

Esta sensibilidad también permitió a Benjamin comprender, mucho mejor que sus amigos de la Escuela de Fráncfort, el significado y el alcance de un movimiento romántico/libertario como el surrealismo, al que asignó, en su artículo de 1929, la tarea de captar las fuerzas de la embriaguez (Rausch) para la causa de la revolución. Herbert Marcuse también se dará cuenta de la importancia del surrealismo como intento de asociar el arte y la revolución, pero eso fue cuarenta años más tarde.



IV – Al igual que sus amigos francforteses, Benjamin era partidario de una especie de pesimismo crítico, que adoptaba en él una forma revolucionaria. En su artículo de 1929 sobre el surrealismo afirma incluso que ser revolucionario es actuar para “organizar el pesimismo”. Manifiesta su desconfianza con respecto al destino de la libertad en Europa y añade, en una conclusión irónica: “Confianza ilimitada únicamente en IG Farben y el perfeccionamiento pacífico de la Luftwaffe”. Claro que ni siquiera él, el pesimista por excelencia, pudo prever las atrocidades que infligiría la Luftwaffe a las ciudades y poblaciones civiles europeas; o que el conglomerado químico IG Farben destacaría, apenas una docena de años más tarde, por la fabricación del gas Zyklon B, utilizado para racionalizar el genocidio de judíos y gitanos. Sin embargo, fue el único pensador marxista de aquellos años que tuvo la intuición de los monstruosos desastres que podía generar la civilización burguesa en crisis.

V – Más que el resto de pensadores la Teoría crítica, Benjamin supo movilizar de forma productiva los temas del mesianismo judío para el combate revolucionario de los oprimidos. No faltan motivos mesiánicos en determinados textos de Adorno –en particular Minima Moralia– u Horkheimer, pero es en Benjamin, y especialmente en sus tesis Sobre el concepto de historia, donde el mesianismo se convierte en un vector central de una refundación del materialismo histórico para evitarle la suerte de un autómata como el que había devenido a manos del marxismo vulgar (socialdemócrata o estalinista). Hay en Benjamin una especie de correspondencia (en el sentido baudeleriano de la palabra) entre la irrupción mesiánica y la revolución como interrupción de la continuidad histórica, la continuidad de la dominación.

Para el mesianismo tal como él lo comprende –o mejor dicho, inventa– no se trata de esperar la salvación de un individuo excepcional, de un profeta enviado por los dioses: el mesías es colectivo, pues a cada generación se le ha dado una “débil fuerza mesiánica” que se trata de ejercer de la mejor manera posible.



VI – Entre todos los autores de la Teoría crítica, Benjamin era el más apegado a la lucha de clases como principio de comprensión de la historia y de transformación del mundo. Como escribió en las Tesis de 1940, la lucha de clases “no deja de estar presente en el historiador formado por el pensamiento de Marx”; en efecto, no deja de estar presente en sus escritos, como vínculo esencial entre el pasado, el presente y el futuro y como lugar de unidad dialéctica entre teoría y práctica. La historia no aparece, para Benjamin, como un proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, sino más bien como un combate a muerte entre opresores y oprimidos; rechazando la visión evolucionista del marxismo vulgar, percibe el movimiento de la historia como la acumulación de conquistas e insiste más bien en las victorias catastróficas de las clases dominantes.

Contrariamente a la mayoría de los demás miembros de la Escuela de Fráncfort, Benjamin apostó, hasta su último aliento, por las clases oprimidas como fuerza emancipadora de la humanidad. Profundamente pesimista, pero nunca resignado, no deja de ver en “la última clase esclavizada” –el proletariado– la que “en nombre de las generaciones vencidas lleva a cabo la obra de liberación” (Tesis XII). Si no comparte en modo alguno el optimismo miope de los partidos del movimiento obrero con respecto a su base de masas, no por ello deja de ver en las clases dominadas la única fuerza capaz de derribar el sistema de dominación.



VII – Benjamin fue también el más obstinadamente fiel a la idea marxiana de revolución. Es cierto que a diferencia de Marx la define no como locomotora de la historia, sino como interrupción de su curso catastrófico, como acción salvadora de la humanidad que tira del freno de emergencia. Pero la revolución social sigue siendo el horizonte de su reflexión, el punto de fuga mesiánico de su filosofía de la historia, la piedra angular de su reinterpretación del materialismo histórico. A pesar de las derrotas del pasado –desde la revuelta de los esclavos dirigida por Espartaco en la antigua Roma hasta el levantamiento de la Spartakusbund de Rosa Luxemburg en enero de 1919–, “la revolución tal como la concibió Marx”, ese “salto dialéctico”, sigue siendo posible (Tesis XIV). Su dialéctica consiste en operar, gracias a “un gran salto al pasado”, una irrupción en el presente, en el “tiempo de ahora” (Jetztzeit).

VIII – Contrariamente a sus amigos de la Escuela de Fráncfort, celosos de su independencia, Benjamin trató de acercarse al movimiento comunista. Su amor por la artista bolchevique letona Asja Lacis tuvo sin duda que ver con este intento… En un momento dado, hacia 1926, se plantea incluso, como escribe a su amigo Gershom Scholem, adherirse al Partido Comunista Alemán, cosa que no hará… En 1928-1929 visita la Unión Soviética: en el Diario de su estancia encontramos observaciones críticas, que revelan cierta simpatía por la oposición de izquierda. No obstante, en la década de 1930 –sobre todo entre 1933 y 1935– parece alinearse con el marxismo soviético, pero esto será un paréntesis de corta duración. A partir de 1936 comienza a distanciarse, aunque todavía cree, como atestigua su correspondencia, que la URSS, pese a su carácter despótico, es la única aliada de los antifascistas. Esta creencia desaparece en 1939, con el pacto Molotov-Ribbentrop: en sus tesis Sobre el concepto de la historia (1940) denuncia la “traición a su propia clase” de los comunistas estalinistas.



IX – Walter Benjamin no era trotskista, pero en repetidas ocasiones manifestó un gran interés por las ideas del fundador del Ejército Rojo.

X – El pensamiento de Benjamin está profundamente arraigado en la tradición romántica alemana y en la cultura judía centroeuropea; responde a una coyuntura histórica precisa, la de la época de las guerras y revoluciones, entre 1914 y 1940. Sin embargo, los temas principales de su reflexión, y particularmente sus tesis Sobre el concepto de la historia, son de una asombrosa universalidad: nos proporcionan los instrumentos para comprender realidades culturales, fenómenos históricos, movimientos sociales en otros contextos, otros periodos, otros continentes.

*Michael Löwy (Sao Paulo, Brasil, 1938) es sociólogo y filósofo marxista franco-brasileño. En 2001 fue coautor del Manifiesto Ecosocialista Internacional. Löwy es desde 1978 director de investigaciones del Centre National pour la Recherche Scientifique (CNRS). En 1981 comenzó a enseñar en la prestigiosa École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS)  de París y en 1984 le fue otorgada la medalla de plata del CNRS al mejor investigador social.

Fuente: viento sur, 20 de septiembre de 2020