Chile. Plebiscito de octubre: el “acuerdo por la paz” entre progres y partícipes activos de la dictadura

En vez de estar disputando una campaña ridícula por un plebiscito que ya se ganó, se debería estar viendo el horizonte de regeneración de la soberanía popular: pero mientras se está baleando al mapuche y al poblador, en Santiago y en el Congreso los delfines del progresismo discurren sobre los bots de la ultraderecha y los derechos de autor del plebiscito



El historiador Claudio Alvarado Lincopi —en alguna oportunidad— hizo patente la anacronía de la democracia en Chile, instando a entrar, de mano con El pueblo Mapuche, a una democracia territorial-participativa propia del siglo XXI, cuyo elemento central es la recuperación de la nación, usurpada ante la dictadura no derrotada de Pinochet. Y es que las naciones remiten a diversos mitos, costumbres y valores en común, no al viejo proyecto de unidad que vino a borrar toda diversidad que no estuviera alineada con los intereses mediocres de la oligarquía. Y no hablamos de una nación, sino de naciones que se hacen cargo de sus territorios, siendo agentes activos en la construcción de su devenir. He ahí el paradigma de la lucha libertaria mapuche que desde su determinación, intervienen en el territorio frente a los avances de los capitales que amenazan su soberanía y modos de vida. En este sentido nos surge una pregunta: ¿Es el plebiscito el “medio” para recuperar la nación, o mejor dicho, para alcanzar nuestra autodeterminación en el tránsito histórico?

Debería ser preocupante que el plebiscito sea tan cómodo para la oligarquía; ahí están los archi reaccionarios Pablo Longueira y Joaquín Lavín muy a gusto declarando su intención de votar Apruebo. Si bien estas declaraciones no fueron bien recibidas por la dirección de la UDI, no es menor que dentro de quienes pretenden escribir la nueva constitución se encuentren partícipes activos del régimen militar, cuyo legado político sólo es la represión de cualquier manifestación democrática de regeneración nacional-popular. 

El plebiscito de octubre virtualmente nos sacará de encima la constitución de la dictadura, “virtualmente” porque no nos garantiza un proceso soberano donde se regenere el poder popular capaz de intervenir en el territorio. Es más, no es el fin del camino, sino una parte de otro trabajo indispensable para la liberación: la configuración de una conciencia de autodeterminación popular y sus expresiones materiales, donde las diversidades se hagan presentes en la construcción directa de los proyectos de una nueva sociedad. En esta lógica, debería ser preocupante que el plebiscito sea tan cómodo para la oligarquía; ahí están los archi reaccionarios Pablo Longueira y Joaquín Lavín muy a gusto declarando su intención de votar Apruebo. Si bien estas declaraciones no fueron bien recibidas por la dirección de la UDI, no es menor que dentro de quienes pretenden escribir la nueva constitución se encuentren partícipes activos del régimen militar, cuyo legado político sólo es la represión de cualquier manifestación democrática de regeneración nacional-popular. 

¿Por qué se han infiltrado estos actores fascistas en un proyecto construido desde el 18 de octubre? No nos debería sorprender, siendo que el acuerdo que hizo posible el plebiscito fue suscrito por la reacción, invitada por agentes progresistas que prefirieron confiarle el proceso a la institucionalidad antes que al pueblo. Respecto a esto, tanto en el progresismo frenteamplista como en las viejas guardias de la Concertación, existe un complejo y rancio miedo a la autodeterminación de los pueblos. Quizás sea una herencia inscrita a fuego y sangre aquel 11 de septiembre de 1973, una herencia del fracaso y no de las luces democráticas del Gobierno Popular. El mismo 15 de noviembre de 2019, los delfines del progresismo se fotografiaron con la imagen de Allende, buscando evocar su épica, sin entender que la Unidad Popular fue un proyecto consciente del pueblo chileno y no un referendo espontáneo que espera transformar Chile con una simple votación. En esto somos enfáticos, no es una generación espontánea que, a través de cualquier lenguaje técnico, configurará la consciencia de las masas populares, es, por el contrario, el alzamiento de las masas a nivel de sujeto histórico lo que determina su territorio y realidad. Dejarse estar y no articular un proyecto claro que ponga por objetivo la regeneración del poder popular territorial, es abandonar la voz del pueblo y permitirle a la élite dictar, nuevamente, los términos de nuestra realidad social.

En vez de estar disputando una campaña ridícula por un plebiscito que ya se ganó, se debería estar viendo el horizonte de regeneración de la soberanía popular: pero mientras se está baleando al mapuche y al poblador, en Santiago y en el Congreso los delfines del progresismo discurren sobre los bots de la ultraderecha y los derechos de autor del plebiscito.

Es esencial disputar la hegemonía desde la voz propia del pueblo, aprovechando todos los espacios para manifestar las demandas y proyectos populares, como hiciera Luis Emilio Recabarren, quien desde su lugar como diputado, aprovechó de visibilizar y hacer una llamado por las problemáticas sociales frente a la rancia oligarquía del Chile del centenario. Hoy vemos a una pueril aristocracia universitaria en silencio cómplice frente a las aberraciones de la derecha en el poder. Ante la crisis económica, la brutal represión en las calles y la negligencia sanitaria, los líderes de la juventud frenteamplista han llamado a la colaboración hegemónica, votando leyes tiránicas y sirviendo de distracción con farsas demagógicas como la devolución del 10%. No era un porcentaje lo que se debía enarbolar, se debía realizar un llamado a la organización y a la resistencia, garantizando, una vez terminada la pandemia, la reanudación de los esfuerzos para destruir los aparatos dictatoriales del Estado y refundarlo desde un paradigma plurinacional, democrático y soberano.

En vez de estar disputando una campaña ridícula por un plebiscito que ya se ganó, se debería estar viendo el horizonte de regeneración de la soberanía popular: pero mientras se está baleando al mapuche y al poblador, en Santiago y en el Congreso los delfines del progresismo discurren sobre los bots de la ultraderecha y los derechos de autor del plebiscito. Más allá de estos políticos, debemos ser juiciosos con los procesos que se vienen, las votaciones de octubre deben ganarse, pero lo crucial es la edificación, en bases seguras, de la liberación nacional de la dictadura del capital, la tecnocracia centralista, el patriarcado y el racismo colonial. Hay que luchar y organizarse por la posibilidad y el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Si el frenteamplismo ha de ser el heredero de Allende, deberá entender que “colocado en un tránsito histórico, deberán pagar con la vida la lealtad del pueblo”.