Nombrar un nuevo conflicto social
Neka Jara y Alberto Spagnolo
Integrantes del Movimiento de Colectivos Maximiliano Kosteki.
La noche del 30 de agosto de 2012 representa un momento crucial en sus vidas. Un plan bien or-ganizado que culmina con el robo y el incendio de su casa puso en evidencia la carga de violencia bru-tal que subyace en la nueva disputa por el control del territorio. Con el coraje de siempre, y gracias a la red de amigos, compañeros y organizaciones sociales, consiguieron de inmediato denunciar lo que pasó y revertir el diseño orquestado por una banda narco y sus varios cómplices. A la distancia de los meses transcurridos desde entonces, ¿cómo analizan políticamente lo que pasó aquella noche? Es la manifestación de una situación com-pleja que están viviendo muchos otros barrios del conurbano bonaerense, y no sólo allí. A tra-vés de la complicidad política, judicial y policial funciona una red delictiva que gestiona, entre otros negocios, el narcotráfico. Esta red extien-de su influencia a lo largo de todos los territo-rios urbanos. Dicho esto, nosotros nunca buscamos un enfrentamiento directo con las bandas narcos. No nos consideramos jamás como “luchadores contra la droga”. El tema de la droga merece un debate profundo, serio: no todo se puede poner en la misma bolsa. Nuestra tarea ha sido otra, nos hemos dedicado a trabajar con los jóvenes, generando diferentes ámbitos de encuentro (clases de artes marciales, talleres de música, de baile folklórico, campamentos), momentos de una fuerte dimensión grupal que a los chi-cos les permite resignificar sus vidas, que trans-curren en contextos muy duros marcados por la agresividad de un neoliberalismo que afectó sistemáticamente la existencia de familias bom-bardeadas por un ideal de consumo que exige tener un montón de cosas que están fuera del alcance de nuestras economías. Los chicos vi-ven constantemente con ese tipo de presión, que lleva muchas veces a considerar la posibili-dad de hacer plata fácil. Es difícil no caer en esa. Este es el origen de una serie de problemáticas muy presentes en nuestros barrios, como es el tráfico del paco. No hablamos de “droga” sino de paco, que es un veneno que se extendió en todos los ba-rrios generando unas dinámicas bien específi-cas: primero hacen adictos a los chicos, después comienza el reclutamiento. En el barrio Pico de Oro (partido de Florencio Varela) comenzaron a llegar en un momento más de cien chicos-soldados que andaban en bicicleta, hacían vigi-lancia, distribución, y con familias que también brindaban apoyo y cobertura a la red narco (con
63lugares donde se guardar las armas, sustancias químicas, mercadería). Se trata de una organi-zación muy difundida, con ramificaciones en los poderes del Estado (policía, políticos, poder ju-dicial), y que funciona bajo la forma de una red. Todo esto nos llevó a intentar no chocar de fren-te con estas redes, aunque sí tuvimos siempre una práctica con los jóvenes, procurándoles un ámbito que ofrezca y promueva cosas que tienen que ver con la vida. Sin buscarlo fuimos entrando en un antagonismo con las banditas del barrio. De pronto nos vimos completamente inmersos en una disputa por el territorio que no deseá-bamos. Sobre todo por estos chicos que entra-ban en contacto con las cosas que hacíamos y planteábamos desde el movimiento y muchas veces comenzaban a modificar las percepcio-nes y los deseos en relación a sus propias vidas. En este contexto, uno de los narcos empezó a vender paco enfrente de nuestra casa y comen-zaron los problemas: empezamos a recibir todo tipo de presiones y amenazas, hasta que se concreta una maniobra ideada de manera inte-ligente contra nosotros, contra el movimiento: inventaron una denuncia gravísima de abuso y nos acusaron. El asunto estaba completamente coordinado con la Comisaría Primera de Varela, de modo que mientras la banda nos atacaba en el barrio (saqueando e incendiando nuestra casa), la policía actuaba (dejando zona libe-rada a la patota y circulando el rumor que nos inculpaba) en completa complicidad con ellos.Pudimos reaccionar a tiempo, llegamos a de-mostrar lo ilegítimo de todo lo que se plantea-ba y denunciamos a las cuatro o cinco personas que idearon la maniobra (siempre ligadas al nar-co). Una de estas personas está presa, otra está prófuga y varios otros siguen sueltos. Lo que ellos buscaban era destruir una forma de vida que el movimiento tiene desde hace años y para lograrlo se propusieron golpear sobre nosotros. Si les salía bien, éramos linchados en el barrio o en la comisaría. Y una cosa es morirte por mili-tante y otra muy distinta es que te cuelguen un rótulo infamante. Por suerte alcanzamos a rever-tir su maniobra.A la urgencia de la denuncia política siguió pronto la necesidad de analizar la situación más general. Del trabajo colectivo surge la necesidad de una doble voluntad política: entender, nombrar y visibilizar un “nuevo conflicto social” y a la vez construir una red de organizaciones y movimientos sociales alrededor de esta cuestión. Partimos del primer punto: ¿cómo se está diseñando este nue-vo mapa de poder y control social en un territorio como Florencio Varela? Hoy en los barrios se están delineando re-laciones de poder muy diferentes a las que se daban, por ejemplo, con los punteros. Esa era una disputa de territorio pero desde el punto de vista de una construcción mucho más política.
65Hoy la disputa es a partir del delito, de lo ilegal y es mucho más delicada porque las prácticas son muchos más oscuras. Toda la organización en torno al narco, específicamente en torno al paco (porque drogas hubo siempre en estos barrios, pero con otra lógica de venta, de con-sumo, de relaciones sociales) es sumamente disruptiva. La situación de poder que se genera es en torno al territorio y por eso a nosotros nos quemaron la casa, por eso quieren que nos va-yamos. Se trata de una matriz de negocios cuyo fundamento está ligado al delito y a la violencia contra las riquezas comunes. Esto se da siem-pre a partir del amparo por parte de poderes judiciales, policiales y políticos. Toda esta ilega-lidad tiene un costado legal, porque la violen-cia y la depredación se legalizan, se amparan. No podemos pensar estos procesos sin el tipo de construcción mafiosa que las acompaña.Por eso que nosotros estamos ahora hablando de un “nuevo conflicto social”, con otras for-mas, otros métodos, mucho más difusos. Es más complejo organizarte para enfrentar esta conflictividad porque muchas veces no sabés delante de quién estás parado. Por ahí estás hablando con un vecino y al otro día te enterás que en su casa se esconde el paco. Entonces hay un control mucho más complejo de lo que tenía el puntero político hace unos años atrás. Y por lo tanto hay nuevos desafíos, nuevas pre-guntas. Nos requiere pensar de nuevo cómo
66trabajar en el barrio, porque el territorio es una disputa importante.En los últimos meses comenzaron a pensar este nuevo conflicto social como algo que pertenece a la lógica neo extractivista que sostiene el actual mo-delo de acumulación y valorización capitalista en América latina. ¿Podríamos decir que las dinámi-cas complejas ligadas al narcotráfico desarticulan el tejido social que los movimientos y las redes de cooperación social y comunitaria produjeron en los territorios del Conurbano? Una lógica similar pue-de verse en el agronegocio como dinámica mortí-fera: desarticula, desertifica y mata. ¿Podríamos decir que es el reconocimiento de esta dinámi-ca común la que los llevó a reencontrarse con el Movimiento Campesino de Santiago del Estero? Ciertamente. Porque la dinámica que hoy se está implementando tiene este trasfondo. La necesidad de tierra, de espacios territoriales que tienen las transnacionales, y sobre todo los sojeros, incorpora esta manera de contrainsur-gencia que si bien parece muy distinta tiene una similitud en el hecho que la implementación del choque con esos campesinos a quienes quieren quitarles la tierra los están tratando de hacer apa-recer como un problema que no tiene nada que ver con la empresa, ni tampoco con la política. Este es un riesgo enorme porque ante la socie-dad es mucho más complicada la visibilización.Nos contaban, por ejemplo, que en Santiago
67del Estero hay bandas formadas por lazos fami-liares que reclutan gente pobre, van a desalo-jar a los campesinos y se quedan con la tierra. Luego llega la empresa y se instala. Entonces, ya el choque no es de forma directa con la policía, con una fuerza de represión, sino que hay más bien una tercerización de la contrainsurgencia. En nuestro caso también: aquellos que nos re-primieron actúan hoy de una forma mucho más sofisticada, porque el conflicto aparece como un caso policial, se despolitiza, no aparece como un choque entre fuerzas antagónicas y, de esta ma-nera, ellos logran quedarse afuera del conflicto mismo. Mientras, la cobertura mediática habla de “enfrentamiento entre bandas”. Es grave por-que te deja en una situación de gran fragilidad. Y a menudo los medios alternativos no son su-ficientes. Requiere mucho trabajo deconstruir todo esto cuando circula un montón de guita para la compra de voluntades. Nos pone a la vez en una situación de fragilidad pero también de desafíos enormes para que los movimientos se desarrollen, crezcan y tengan también sus herra-mientas de defensa. Tenemos que repolitizar el conflicto. Ya lo hicimos hace años en el Puente Pueyrredón, cuando mataron a Darío y Maxi.Otra representación que funciona tanto para la lógica del narco como del agronegocio es la de “zonas liberadas”, espacios “vacíos” que se “con-quistan” para la actividad económica.
68La referencia a las zonas liberadas es muy llamativa. En realidad se trata de “zonas de control” más que de zonas liberadas. Las zo-nas liberadas son las de Chiapas, las creadas por los compañeros. Estas son zonas de do-minación y de control. Son zonas de guerra, una guerra nunca declarada, pero que des-truye el tejido social, el tejido comunitario y todo intento de cambio. Esto involucra, sobre todo, a la vida de los más jóvenes, porque ellos son la fuente de energía para una trans-formación y están golpeando precisamente en los recambios generacionales. La juventud tie-ne en sí una vitalidad, una fuerza de cambio que a veces con los años uno va perdiendo. Escuché un comentario sobre los narcos en Brasil, que había un sector que no era tan jodi-do, que era más popular. Sinceramente noso-tros no rescatamos nada porque se trata siem-pre de la acumulación de dinero que se lleva puesta la vida de los de abajo. Porque el jefe de la banda seguramente irá a misa, tiene una fa-milia modelo, es un buen padre, qué se yo. Es un fantasma al que no conocemos. Y esto gene-ra en la gente un miedo real. Entonces vamos a pasar de una etapa de democracia progresista a una etapa de fascismo con consenso, porque es la propia gente la que va a pedir rigor, cámaras, militares en la calle. Y si fusilan a veinte pibes de una villa, mucho mejor: ¡veinte pibes menos! Entonces para nosotros ponerle palabras signi-
69fica decir que hay una justicia elitista: en nuestro caso allanaron las casas de los pibes de nuestro barrio, no del centro de Varela, ni de los jefes. Hay una cuestión racial, elitista, dominante, que juega con la vida de los nuestros. Nosotros sabemos que el pibe no es nuestro enemi-go: el enemigo está invisible, es un fantasma. ¡Tenemos que ser los “cazadores de fantasmas”! Estamos tratando de ponerle palabras a un fenómeno complejo que nos desconcierta y muchas veces nos deja sin respuestas. Los movimientos viven una etapa de incertidum-bre, no pueden todavía ver con precisión. De aquí la importancia de construir una inteligen-cia colectiva, de construir red, primordialmen-te para salvar nuestras vidas. Tenemos que aprender de las experiencias llevadas a cabo en regiones de América latina, como Colombia y México, que sufren hace muchos años este tipo de situación de violencia contrainsurgente. Tanto la acción del narco como la del agrone-gocio plantean la cuestión compleja del consumo. Por un lado, a través de las ganancias del agro-negocio, el gobierno pudo desarrollar una política para incentivar el consumo entre las clases popu-lares, vía los planes sociales, por ejemplo. Por otro lado, parece difundirse una lógica de consumo des-enfrenado, al que apelan tanto los narcos como las trasnacionales del agronegocio. Da la impresión de que en el campo político-institucional ni el gobier-no ni las diferentes vertientes de la oposición tienen
70algo para decir sobre este modelo. ¿Cómo se puede en este contexto retomar la iniciativa?A pesar de que haya algún cuestionamien-to y críticas de sectores de la oposición, hoy no se plantea algo distinto al neo extractivismo. Creemos que es un desafío enorme hacia los movimientos. Se nos intenta hacer creer que esta es la única manera de pensarse en socie-dad, y nosotros tenemos que deconstruir esta mirada, esto es lo más difícil: ¿cómo se sale de esta idea de progreso? Hoy todos hablan de progreso a partir de la explotación del campo, de la industria que se genera a través de la pro-ducción en torno a la soja. No discutimos que hace falta industria, pero tenemos que pensar la actividad económica con otro cuidado de nuestros recursos. Estamos calculando todo al cortísimo plazo, jugando a la ruleta rusa.Por contraste, notamos mucho la circulación de un deseo de liberación, de zafar de la situación del poder, de la dominación. Es algo que esta-lla en los momentos de crisis, como pasó en el 2001. O cuando se organizaba la ocupación de tierras por el problema de la vivienda. El punto es que cuando la crisis pasa, todo parece reaco-modarse en el estado anterior. De pronto uno ve cosas y piensa: ¡esto es revolucionario! El famoso “¡Qué se vayan todos!”, romper con la representación y de pronto todo se reacomoda. En el 2001 esto está clarísimo: la clase media
71sale con todo el quilombo económico y al año todo se reacomoda de forma impresionante. Es la misma clase media la que hoy pide a gritos más policía en la calle que la que puteaba con-tra la “representación” en el 2001.¿Qué rol pueden tener los movimientos sociales hoy?La idea misma de “movimientos sociales” es compleja. Hoy no se sabe mucho qué se entien-de cuando se dice “movimientos sociales”. En el caso nuestro, por ejemplo, somos un conjun-to de colectivos haciendo distintas cosas, pero si vos hoy decís “movimiento social” no decís mucho hacia afuera, porque el movimiento so-cial hoy es el Movimiento Evita, que sigue una lógica bien distinta de la que veníamos constru-yendo los movimientos hace unos años atrás. Se trata de una organización interna al Estado que se dedica a sostener la construcción social hecha por el kirchnerismo. Hay, claro, otros mo-vimientos kirchneristas y después está la mayo-ría de los movimientos que se quedaron afuera y que se encuentran hoy bastante desarmados, con muchas prácNo tenemos mucha esperanza de que las insti-tuciones existentes vayan a cambiar para mejor, que los jueces se vayan a volver más éticos, que las fuerzas de seguridad se vayan a transformar en milicias que expresen los intereses populares. Igual debemos crear herramientas de presión hacia las instituciones, seguir denunciando y, al mismo tiempo, generar nuestra propia fuerza, nuestras propias dinámicas para la preservación de la vida. Debemos retirarle a las estructuras de poder todo lo que en estos años aprendieron de y gracias a nosotros ¡Pura creación! ticas interesantes pero sin la posibilidad de ponerle un nombre y de darle una fuerza hacia afuera. Por eso hay también que repensar a esta idea del “movimiento so-cial”. Esto es parte del desafío más general de articular, mapear y ponerle palabras a lo que 72está sucediendo. De ir proponiendo también construcciones concretas, nuevas formas de resistencia antes de que esta situación avance. Quizás sea esto lo que hoy tenemos en común los distintos movimientos de la región: seguimos creando mientras enfrentamos situaciones oscu-ras, poco claras, frente a las cuales no es fácil deci-dir cómo actuar. Esta intuición es la que nos está poniendo hoy en relación con las realidades que se viven en otros lugares. Se trata de alimentar una inteligencia colectiva, a partir de estas prácti-cas de resistencia. Necesitamos ponerlas en co-mún, y si bien no creemos que se puedan repli-car automáticamente, tenemos que estudiarlas, ubicarlas en nuestros contextos y desarrollarlas. No tenemos mucha esperanza de que las insti-tuciones existentes vayan a cambiar para mejor, que los jueces se vayan a volver más éticos, que las fuerzas de seguridad se vayan a transformar en milicias que expresen los intereses populares. Igual debemos crear herramientas de presión hacia las instituciones, seguir denunciando y, al mismo tiempo, generar nuestra propia fuerza, nuestras propias dinámicas para la preservación de la vida. Debemos retirarle a las estructuras de poder todo lo que en estos años aprendieron de y gracias a nosotros ¡Pura creación!