Narco y policía, la combinación: El devenir gendarme de la población

Presencia de gendarmes y de las fuerzas federales en las calles de los barrios y de la zona céntrica, los camiones y los autos que pasan, los helicópteros que sobrevuelan a toda hora, aunque sobre todo a la noche.



El devenir gendarme de la población

Con Juan Pablo Hudson1

Integrante del Club de Investigaciones Urbanas (Rosario). Es Doctor en Ciencias Sociales en la UBA. Publicó los libros Acá no, acá no me manda nadie. Empresas recuperadas por obreros 2000-2010 (2011) y Las partes vitales. Experiencias con jóvenes de las periferias (2015), ambos en Tinta Limón Ed.

Hace menos de un mes desembarcó la gendar-mería en Rosario. Quizás el prejuicio antimilitaris-ta no es suficiente para leer la cuestión, pero no podemos dejar de preguntarnos cómo llegamos a esta situación en los territorios y en las institucio-nes. Queríamos iniciar la conversación preguntán-dote algunas imágenes de Rosario en estos días.Diría más bien fotos y sonidos: la presencia de gendarmes y de las fuerzas federales en las calles de los barrios y de la zona céntrica, los ca-miones y los autos que pasan, los helicópteros que sobrevuelan a toda hora, aunque sobre todo a la noche. Este es el panorama del desembarco de las fuerzas federales, pero se van sumando otros efectos que para mí no se están nom-brando cuando se habla de la militarización de Rosario y que tienen que ver con decisiones que están tomando segmentos altos de la pobla-ción en cuanto a la seguridad. Por ejemplo, la colocación de alarmas comunitarias, algo que nunca había visto y que también se suma a este paisaje militarizado. Estas alarmas son sirenas que se colocan en ambas esquinas de cada cua-dra por decisión de los vecinos. A cada vecino que quiere sumarse a la movida “de seguridad” se le otorga un control remoto como los que se usan para las alarmas de los autos y ese llave-ro tiene dos botones: uno se acciona en el caso de una posible amenaza (que puede ser un pibe caminando por la calle). Por supuesto, hay un segundo botón que se acciona cuando ya se cumple un episodio, que puede ser un robo o el ingreso a una vivienda. Con lo cual a la pre-sencia militar y a los helicópteros se le suma el sonido constante de sirenas en las cuadras. El panorama es muy sombrío y desolador. Por un lado está la urgencia de la situación en los barrios. Sabemos de situaciones extremas donde no se puede seguir viviendo tranquilamen-te en las periferias de la ciudad. Por otro lado, sin embargo, avanzan en diversos puntos del país una serie de medidas y discursos que van todas en el mismo sentido: interpretar las cosas que es-tán ocurriendo a nivel de la convivencia social, de los conflictos sociales, en términos de seguridad y militarización. El despliegue de fuerzas federales parece ser el único recurso para resolver los con-flictos. Hasta ahora estábamos acostumbrados a ver los esfuerzos por controlar las fuerzas policia-les o militares desde el poder civil. Y desde esta perspectiva, incluso toda la tradición de los de-rechos humanos que en los últimos años ha sido muy promovida por las instituciones ha dado un cierto margen para este tipo de movilizaciones. Ahora hay una situación bastante preocupante en términos de la oscuridad del futuro político. ¿Se puede ver en Rosario una preocupación por lo que podría transformarse de una medida puntual a una tendencia más general y menos controlada de la militarización de la vida en la ciudad?Creo que sí. Hoy en Rosario se combinan dos procesos muy complejos y difíciles de asi-milar. En principio esto que ustedes nombran: ante la falta o la pérdida absoluta de control de la policía de la provincia de Santa Fe, por parte del gobierno provincial se da la necesidad del arribo de las fuerzas federales, con el conse-cuente copamiento militar de la ciudad y de los barrios. Pero estas medidas, lejos de lo que está relatando el gobierno nacional y sobre todo el gobierno provincial y municipal, no están sim-plemente aliviando a los vecinos, sino más bien que este supuesto alivio se combina con fuer-tes malestares porque la militarización es real. Ayer estuve reunido con militantes de un barrio popular de Rosario que contaron que la gen-darmería llega de noche y no permite que los vecinos salgan de las viviendas, hasta tanto no se haga el día y se retire la fuerza. Creo que esa hipótesis represiva de militarización va a incre-mentar en la medida en que la violencia sigue aumentando. De hecho, desde la llegada de la gendarmería a Rosario el nivel de asesinatos no

76disminuyó y esto puede hablar de falta de tiem-po, porque el desembarco fue hace muy poco, o también puede hablar de que existe una sub-jetividad que podríamos llamar violenta o que está dispuesta a matar para dirimir sus conflic-tos. Una subjetividad que excede a las bandas y al narcotráfico, que fue la excusa por la cual la gendarmería arribó. Al mismo tiempo, y esto complica más el escenario, este proceso de militarización se combina con altos niveles de la población que empiezan a asumir sin mediación institucional medidas represivas. Nombraba las alarmas co-munitarias, pero también podríamos nombrar los linchamientos, sobre todo en los barrios po-bres pero también en la zona céntrica, como el asesinato de David Moreira hace algunas sema-nas. Este combo habla de un trasfondo autori-tario y violento que marca un futuro más difícil de asimilar y que abre desafíos muy fuertes para poder interpretar y actuar en esta situación.El objetivo de la intervención de las fuerzas de seguridad no es tanto la protección de la pobla-ción, sino más bien el control del territorio. Desde este punto de vista no cambia mucho si la fuerza se alinea a las bandas o las combate, porque siem-pre el objetivo es el control del espacio, el flujo de los cuerpos y el dinero que se produce ahí. En estos días se reprodujo mucho en los medios la noción de que la gente ahora se siente protegida. ¿Te parece que en la intervención de las fuerzas federales en

77Rosario hay algo del orden de la protección? ¿O lo que hay es una especie de intervención que genera en espejo otras reacciones del mismo tipo, o sea que se tiende a transformar a toda la población en una fuerza de control territorial?Vamos por la segunda hipótesis. Por su-puesto que son 2000 efectivos que llegaron a Rosario y que seguramente van a renovar, in-cluso estéticamente, los cuerpos militares que aparecen en los barrios y pueden disminuir el delito. De todas maneras me parece que lo que prima es un control férreo de los barrios, de los movimientos existentes en cada barriada popu-lar, que se complementa con las personas que están dispuestas a combatir cuerpo a cuerpo lo que ellos consideran como inseguridad, matan-do a alguien o golpeándolo. Creo que un proble-ma fundamental es que frente a esta situación, tanto desde el Estado como desde los sectores militantes estamos todos demasiado divididos. La hipótesis “oficial” es que la gendarme-ría desbaratará algunos búnkeres de venta de drogas en las zonas periféricas y que eso dis-minuirá los delitos y asesinatos. Pero, lo anti-cipaba antes, desde que las fuerzas federales arribaron y hasta la fecha ocurrieron 15 muertos que para Rosario, aún en el marco de la tasa de crecimiento de la criminalidad, es una ci-fra asombrosa. Esto tiene que ver con que los posibles asesinos y los posibles asesinatos no están siempre en los lugares que creemos. En

78Rosario se extiende cada vez más –y creo que por momentos se torna hegemónica– una sub-jetividad que hoy dirime cualquier tipo de con-flicto mediante las armas. Esta subjetividad que uno podría llamar violenta o mafiosa –nosotros la llamamos subjetividad narco– incluye a los que no necesariamente pertenecen a una banda narco. Hay como una especie de codificación del vinculo social en Rosario que hace que un problema de conexión del cable de la televisión –y no exagero cuando lo digo, hablo de casos concretos– termine con un baño de sangre en una cuadra. Por lo menos en Rosario hay un conflicto más generalizado que el de las bandas que se dirimen el territorio para ver quién vende más o quién absorbe la mayor cantidad de jóve-nes para que trabajen para ellos.Un devenir narco y gendarme de la población. Esta combinación habrá que pensarla, ver qué efectos tiene. El problema es que todas las conse-cuencias parecen darse por abajo: los linchados son los carteristas, los pibes de gorrita, los pibes consu-mistas y barderos de hoy y, al mismo tiempo, la fuerza federal no va a buscar el fin de la cadena arriba, sino que el delito aparece siempre puesto en el mismo lado… Sí, claro. En Rosario la sobresaturación de federales está siempre en el rango más bajo de la cadena, o sea en los barrios. Los operativos para desarmar algunos de los búnkeres mos-

79traban cuál era la intención: pequeños lugares donde trabajaban menores de edad, esclaviza-dos, que tienen poco que ver con el gran ne-gocio del narcotráfico. Ni en Rosario ni a nivel nacional va a ocurrir el desarme del narco, en parte porque los grandes participes del merca-do del narcotráfico también son financistas de muchas inversiones. Hoy son gendarmes que caminan las cuadras, que voltean búnkeres al igual que lo hacían la policía y la política en Santa Fe hasta un año atrás con muy pocos resultados. Es extraño que expertos en la ma-teria ahora, porque lo hacen policías federales, festejen la medida. Agrego un elemento más: si el foco de aten-ción de las facciones estatales está puesto en las fuerzas federales que llegaron, la pregunta fuerte es qué estamos haciendo las organizacio-nes que trabajamos en los territorios. Hay pre-guntas sobre qué hace comunidad hoy. Eso no lo va a resolver el Estado y es una pregunta que debemos tomar las organizaciones.El mapa rosarino que tratamos de trazar in-dica que, por un lado, hay una economía muy fuerte que se suele llamar “narco” y esto genera una serie de bandas nuevas y de actores de mer-cados ilegales que actúan en esta informalidad. Estos actores han logrado corromper a la policía, o bien la policía regula todo esto. Eso no es claro y es importante. En este contexto las instituciones democráticas, o sea legalmente constituidas para

80regular las economías y las relaciones entre las per-sonas, están completamente debilitadas. Entonces, si este diagnóstico está bien hecho, la pregunta vuelve sobre las organizaciones sociales de manera angustiante y urgente. Estamos en un periodo en el cual las organizaciones sociales son centrales en la lucha política pero al mismo tiempo son com-pletamente insuficientes para resolver los desafíos que se plantean. Entonces, ¿en qué términos se formula la pregunta sobre las estrategias de las organizaciones sociales? ¿Con qué aliados? ¿Con qué tiempos y qué lenguajes empiezan a plantear-se esta cuestiones? El diagnóstico es acertado con respecto a la fuerza de seguridad, a la falta de posibilidad o de intencionalidad de controlarlas por parte del gobierno provincial y de bandas de narco-criminales que, a esta altura, uno podría decir que sobrepasaron el umbral posible de creci-miento: ya no es que no se someten al poder policial sino que contratan a segmentos de las fuerzas policiales para sus tareas. Por un lado, esto está presente y marca la ineficacia de las políticas estatales. Por otro lado, me parece que hay un proble-ma grande que tenemos las organizaciones. Se sigue anteponiendo un repertorio de medidas y acciones que uno podría denominar “clásico”: la murga, el taller de radio, el taller de teatro, el torneo de fútbol. Son todas acciones muy inte-resantes y laudables, también porque implican 81mucho trabajo, pero, al mismo tiempo, no se están pudiendo trazar y afirmar objetivos y medi-das más audaces. ¿Cuáles serían? No sé. Hasta ahora en Rosario no se están logrando alianzas y coordinaciones entre las propias organizacio-nes. Hablo de coordinaciones reales y concretas, más allá de apoyos puntuales. Así como habría que activar procesos de investigación y de co-laboración con algunas instituciones e inclu-so segmentos del Estado que puedan permitir una mayor capacidad económica. Un problema enorme, en este sentido, es que esos jóvenes barderos y consumistas que nombraban –lo que nosotros acá llamamos subjetividades juveniles plebeyas– no sólo desconciertan el trabajo de los agentes del Estado, de un profesor de la escuela y de quien tiene un centro de día del Ministerio de Desarrollo Social, sino que bardean con cual-quier tipo de referencia comunitaria. Creo que hay un diálogo quebrado con ese tipo de sub-jetividad joven. No por nada voy viendo que el trabajo se acota al laburo con los más chiquitos. Hay un sector, se podría decir entre los 12 y 16 años, con los cuales hoy es muy difícil trabajar y que son los protagonistas de los asesinatos: o sufriéndolos en carne propia o matando.