La política como gestión de los afectos
Jon Beasley-Murray
Profesor e investigador británico, residente en Canadá.
Para meternos en el concepto de “poshegemo-nía” que le da nombre a tu libro recientemente edi-tado en Argentina, nos parece interesante comenzar por la noción de hegemonía. La teoría de la hegemonía, que viene primero del marxista italiano Antonio Gramsci, dice que hay dos modos a través de los cuales se ejerce el poder, la dominación: primero la violencia, la represión. Segundo, y más importante aún, el consenso. Esa es la parte hegemónica, la idea de que los oprimidos acuerden con su propia opre-sión. Entonces es una teoría de la importancia del acuerdo y del consenso en la política.¿Y qué es la poshegemonía?Lo que sugiero es que el consenso y el acuer-do no son tan importantes. Parto de la afirma-ción de Gilles Deleuze, quien dice, citando a Spinoza, que no sabemos qué hace o qué puede hacer el cuerpo. En términos poshegemónicos pienso en los afectos (la alegría, la desilusión pueden ser afectos) y en los hábitos del cuerpo más allá de nuestra voluntad. Me parece que la política, sea la dominación o la ruptura, no ope-ra tanto a partir de la represión o del consenso, sino de afectos y hábitos, es decir, de la produc-ción de gestos corporales: movimientos, movili-zaciones del cuerpo individual y colectivo.¿Qué rol tendría el Estado en la política posthe-gemónica?Vemos cómo funciona el Estado moldean-do y produciendo afectos por un lado y hábitos por otro. Aunque también estoy interesado en el modo por el cual se construye la idea misma del Estado: cómo el Estado se presenta a sí mis-mo como si fuera la fuente misma del poder. Yo sugiero que no es así: estoy más interesado en lo que llamo, siguiendo a Toni Negri, el “poder constituyente” y por cómo el Estado se apropia de él, convirtiendo al poder constituyente en su propio poder, en poder constituido. Eso se hace a través del acuerdo, de la idea del contrato social.Hacés la distinción entre quienes promueven una teoría política de la hegemonía, de la repre-sentación, que sería una versión del contractua-lismo (en tu libro situás a Ernesto Laclau de este lado) y la poshegemonía que se ocupa más de lo que sucede a nivel de los cuerpos, en un nivel su-brepresentativo: ¿Qué pasa con el lenguaje en la posthegemonía? ¿Está del lado de los cuerpos o está del lado de la actividad contractual?El lenguaje y los discursos siguen siendo im-portantes, pero no tanto por su significación, por lo que quieren decir, sino más bien por el modo
187en que entran en ese proceso de influir o inter-venir sobre los cuerpos. Vemos esto, por ejem-plo, en el caso del peronismo. Sabemos que Juan Domingo Perón decía cualquier cosa a cualquier persona, ¿no? O sea, el contenido de su mensaje en algún sentido no tenía mucho peso. Lo que era importante para el peronismo era más bien la carga afectiva del lenguaje y del discurso y, por otro lado, el modo en que construía hábitos.La política hegemónica es liderada por quien mejor lidera procesos consensuales, ¿cómo es la política en la poshegemonía? ¿Qué tipo de lide-razgos surgen cuando se trata de afectos y hábitos?Intento mostrar, describir, una serie de dis-tintas formas de liderazgo. Sostengo por ejem-plo que en el populismo, y tomo en especial el caso del peronismo, la política se despliega por la vía de la producción de efectos corporales. Si vemos cómo operaba el peronismo clásico, ha-bía siempre una preocupación importante por el espacio público, la plaza. O sea, la multitud en la plaza y a través de lo que llaman “el e/afecto balcón”, una relación establecida entre la plaza y el balcón, entre la multitud y el líder, en la formación de la idea del Estado. Claro que el neoliberalismo no funciona del mismo modo. Funciona más bien a través del espacio privado, a través de la intervención televisiva. Y aquí tomo el ejemplo de Hugo Chávez y “Aló Presidente”, el programa televisivo a través del cual producía este efecto del acuerdo, del con-
188trato social y a través del cual intervenía quizás más aún en el espacio privado, en el espacio doméstico, a través de la televisión.¿Cómo se produce una estabilización del poder si no es a través de la formación de consensos?Por un lado provocando afectos de distinta índole, por ejemplo por la vía de esta moviliza-ción afectiva para el caso peronista y del chavis-mo. Pero también, por otro lado, está el hábito, que es una suerte de afecto de grado cero, un afecto ya ritualizado, un afecto ya naturalizado e incluido en el cotidiano. El hábito no tiene nada del afecto excepcional. El problema de la políti-ca se presenta muchas veces bajo la siguiente pregunta: ¿cómo convertir este momento afec-tivo tan inesperado, este acontecimiento tan inesperado que fue el 17 de octubre, en hábito celebrado cada año, para confirmar la legitimi-dad del Estado, el gobierno del Estado?Si comparamos con la última década goberna-da en la Argentina por el kirchnerismo, ¿te pare-ce que hay algún cambio en el modo de gestionar afectos y de crear hábitos entre el peronismo clási-co y el actual? Después de la muerte de Néstor Kirchner vi-mos una explosión afectiva y hemos visto los in-tentos por parte de Cristina de hacer uso de esa afectividad. Lo que espero es que esta reflexión sobre la poshegemonía sirva como caja de he-
189rramientas para entender situaciones políticas como las que hoy vive la Argentina.Nociones como afecto y hábito pueden ayudar a entender también la formación de políticas neo-liberales, como ocurre con el fenómeno de los cace-roleros, que recurren a la movilización callejera y a las redes sociales e incluso retoman recursos de las luchas populares del 2001… Estos conceptos de afecto y hábito son siem-pre ambivalentes. No es que esté en contra del afecto o en contra del hábito. El mío no es un argumento a favor de la lógica de la razón o en contra de la irracionalidad. Así como el poder se tramita vía afectos y hábitos, los momentos de ruptura y de liberación de nuevos posibles también se expresan a través de los cuerpos, a través de otra organización de los cuerpos. Entonces lo que veo es que el neoliberalismo argentino a veces juega con fuego, porque en su intento de disputar a Cristina la movilización de la multitud, activa afectividades que tal vez no pueda controlar. Por un lado Cristina intenta movilizar esta dimensión afectiva, pretendien-do convertir este poder constituyente en poder constituido, pero nunca sabemos cómo va a re-sultar. Ese intento de convertir a la multitud en pueblo también da vida a la multitud. Y vemos este mismo cuadro de situación en muchos ca-sos de la llamada “marea rosada”, con estos go-biernos supuestamente izquierdistas en Bolivia, en Venezuela, en Ecuador. O sea, por un lado
190vemos una consolidación del Estado y por otro lado también una movilización de la multitud. Esta tensión puede ser bien interesante, por lo que tiene de ambivalente: abre posibiliades y hay muchas razones para temer a la vez. ¿Cómo pensás el problema de las institucio-nes en las dinámicas propias de lo que llamás el “poder constituyente”? ¿Ves que surgen diseños políticos propios de ese poder o se trata solamente de formas que tienden a atribuirse nuevamente al poder constituido del Estado?Bueno, claro, la idea, la esperanza es que po-damos realizar una experimentación, porque no hay ningún plan preestablecido. Y que podamos darnos cuenta que la multitud también se expre-sa en los cuerpos, que ella misma es un cuerpo social que se expresa a través de los afectos, de los hábitos. El hábito tiene su potencia revolu-cionaria, liberadora. Pero la izquierda sobre todo se ha confinado a la crítica de la ideología. Sin embargo, como vengo diciendo, me parece que la cosa no pasa por intentar buscar consensos, que la táctica y la estrategia de la izquierda, de los movimientos izquierdistas o libertarios más exitosos, no pasa por el acuerdo, sino por ex-perimentaciones de nuevas formas de consti-tuirse de los cuerpos. Vemos esto, por ejemplo, en Norteamérica, en términos de Occupy, ¿no? Occupy no era tan importante por el contenido del mensaje sino por sus intentos de experimen-tar con nuevas formas de sociabilidad.