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Traducido del origen inglés por Adam Bar and Sebastian Sasso

29 WednesdayJul 2020

La primera ola de Coronavirus llegó en el momento oportuno para Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí que mantiene ese cargo en el tiempo más que ningún otro funcionario en la historia del Estado de Israel. Justo cuando estaban por iniciarse los juicios en los que debía enfrentar tres causas por corrupción, y con los partidos políticos desgastados por una sucesión de tres elecciones inconclusas, el virus generó un estado de emergencia que le permitió posponer los procesos judiciales y convencer a la mayoría de la oposición sionista de unirse a su coalición y formar parte de su gobierno. Con la segunda ola, el recuento de infectados trepó por primera vez por encima de los mil casos diarios, desplazando por completo la atención del fracaso total de su nuevo gobierno en cumplir con una de sus promesas electorales centrales: anexar al territorio israelí a partir del 1 de julio secciones de Cisjordania ocupadas desde 1967.

Esta es una victoria atípica para los palestinos, quienes luchan desde hace más de un siglo por permanecer en sus territorios ancestrales bajo la amenaza constante de campañas expropiadoras y colonizadoras. Las demoliciones de viviendas, las confiscaciones de tierras, y la construcción de asentamientos exclusivos para judíos en tierras robadas, están en el centro de las prácticas políticas de todos los gobiernos israelíes. Estas políticas son aplicadas sobre los palestinos, tanto para los que “formalmente” son ciudadanos israelíes, como para los que en Cisjordania (que desde su ocupación en 1967 está bajo control militar directo) no poseen ciudadanía israelí.

La hipocresía del gobierno de Israel llega hasta el punto de no reconocer ningún territorio palestino como “ocupado” y además le niega a la población palestina hasta los pocos derechos garantizados por el derecho internacional a los civiles bajo ocupación. El gobierno israelí es consciente de que la mayor parte de la comunidad internacional, incluidos sus aliados imperialistas, considera que estos asentamientos construidos bajo mandato militar son ilegales, pero el plan de anexión fue diseñado para “legitimar” estos asentamientos y darle a los ocupantes más herramientas legales para continuar con las expropiaciones de tierras y la limpieza étnica de la población palestina originaria. Ante el ataque persistente, esta vez los palestinos se unificaron en el rechazo del plan israelí-estadounidense. Durante mucho tiempo, Fatah, el partido que tradicionalmente lidera la OLP, construyó su estrategia de negociación con Israel en el marco de la “mediación” estadounidense, con la esperanza de obtener, al menos, alguna forma de independencia en el 21% del territorio palestino ocupado desde 1967, pero esta triste esperanza se esfumó una y otra vez, aún cuando el nuevo plan de anexión todavía no había sido anunciado.

Hamas, el principal partido y movimiento de resistencia islamista, ganó las inusuales y semi-libres elecciones de la legislatura palestina en 2006, proponiendo una plataforma que combinaba la resistencia a la ocupación, el rechazo a la corrupción de los dirigentes de Fatah, y la construcción de organizaciones sociales de base. Pero sólo logró tomar el control en la bloqueada Franja de Gaza, donde Israel, bajo la presión de la resistencia, había retirado su ejército y asentamientos un año antes. Estos hechos agregaron una nueva dimensión a la división del pueblo palestino entre Gaza y Cisjordania, a la que se le adicionaron dos acciones del gobierno israelí, en primer término, la intención de distanciar a millones de refugiados palestinos de cualquier perspectiva de solución política, y en segunda instancia, impedir que las instituciones palestinas nacionales puedan representar a los palestinos en los territorios ocupados en 1948. En este contexto, se creó un estatuto de ciudadanos diferenciados para los cientos de miles de palestinos residentes en Jerusalén Este, región que fue separada del resto de Cisjordania y anexada al territorio israelí poco tiempo después de su ocupación. Ellos, ahora son “residentes”, pero no “ciudadanos”.

Actualmente, Israel se ocupa de devorar a Cisjordania con su sofisticado sistema de apartheid. El método, como siempre, es asfixiar y dividir al pueblo palestino, geográfica y políticamente, bajo distintas formas de degradación de la ciudadanía civil y con leyes racistas, mientras unifica a toda la población de colonos judíos bajo una única figura de ciudadanía. La voluntad del liderazgo conservador palestino de colaborar con el falso “proceso de paz” mermó cuando la administración de Donald Trump aumentó las medidas para dificultar las condiciones de vida del pueblo palestino, socavó todas sus instituciones y alentó la agresión israelí. Después de que Trump festejó con Netanyahu el “regalo” que Estados Unidos le hizo a Israel al “entregarle en bandeja” la ciudad de Jerusalén, hasta Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina y el líder más complaciente en Ramallah, rechazó participar en las negociaciones del “Pacto Del Siglo”. Hamas, por su parte, insinuó la posibilidad de otro conflicto armado si Israel concreta sus planes de anexar a Cisjordania territorios, como por ejemplo, el Valle del Jordán. Días antes del 1 de julio, el general Benjamín Gantz, a quien se lo considera el socio “razonable” de la coalición de Netanyahu, declaró que “mientras los palestinos no estén dispuestos a dialogar sobre la anexión, se quedarán hundidos en su mierda e Israel llevará a cabo sus planes de forma unilateral”. Ante estos comentarios, la Unión Europea, Gran Bretaña y el candidato presidencial del Partido Demócrata de EE.UU, Joe Biden, ejercieron presión sobre Israel al advertir las graves consecuencias que podría traer avanzar con esta idea.

En este marco, el gabinete de Trump permaneció dividido. David Friedman, el embajador de EE. UU. en Israel, presionó por una anexión amplia, mientras que Jared Kushner, yerno y asesor del presidente Trump, llamó a un plan en territorio disminuido. Netanyahu y Gantz se mantuvieron a la espera de la palabra del presidente estadounidense que se hizo esperar, hasta que finalmente llegó el 1 de julio ante la inacción de Israel. Al día siguiente, Hamas y Fatah dieron una conferencia de prensa conjunta (hecho sin precedentes desde que se desatara el conflicto interno palestino a causa de las elecciones de 2006), en la que declararon la unidad de lucha contra la continua ocupación israelí

¡Sí! Los palestinos seguimos hundidos en la mierda, pero esa mierda no es nuestra. La mierda es el colonialismo, el apartheid, la ocupación y el racismo de Israel.

El fiasco de la anexión del 1 de julio nos da alguna esperanza de poder torcer el rumbo. El éxito de Israel solo se puede explicar gracias al ilimitado apoyo militar, económico y político que viene recibiendo del imperialismo occidental. Durante la Guerra Fría, Israel fue el bastión de la hegemonía estadounidense contra la izquierda y el nacionalismo árabe en países como Siria y Egipto. Con el fin de la Guerra Fría, Occidente dejó de apoyar al apartheid en Sudáfrica, fue entonces que Israel se posicionó en el centro de la cruzada contra el “terrorismo islámico”, fogoneando la islamofobia y teniendo un rol determinante en la sangrienta y costosa guerra que EE. UU. declaró en Irak. Más tarde, cuando en Occidente se desvaneció el entusiasmo por las aventuras militares intervencionistas, Israel encontró una nueva estrategia de marketing para posicionarse: el cóctel de colonialismo, supremacía blanca y ultraje de los derechos de las víctimas de su opresión. Estas “políticas” lo pusieron a la vanguardia de un nuevo tipo de conservadurismo populista que surgió de la decadente hegemonía occidental, con Donald Trump y Boris Johnson a la cabeza.

Con cada nuevo giro, la actitud de Israel se vuelve más beligerante, más racista, y recibe más elogios y “premios” de sus patrones imperialistas a expensas de los palestinos. Israel se transformó en un estado malcriado y consentido por este trato preferencial, pero ahora, con el mundo envuelto en un nuevo movimiento de masas contra el racismo, podemos esperar que el régimen de Israel, donde el racismo es la base de todo, por fin pase de moda.