Hacer un estado con el poder centralizado o hacer democracia directa en cada barrio

Para entregar el poder a los representantes está el plebiscito y la constitución. La democracia directa ya se está haciendo en asambleas, ollas y huertas



HACER UN ESTADO CON EL PODER CENTRALIZADO O HACER DEMOCRACIA DIRECTA EN CADA BARRIO 

 

 

Para entregar el poder a los representantes está el plebiscito y la constitución. La democracia directa ya se está haciendo en asambleas, ollas y huertas.

 

Por Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J), abogado constitucionalista

 

La sociedad funciona en esta fase de la historia de la humanidad según las reglas establecidas por el patriarcado, que no es el macho, sino el hombre atrapado por la propiedad y que se ha transformado en propietario de la mujer, de los hijos, de los trabajadores, de la tierra, de los animales, de la salud y de la vida.

Para defender esos privilegios de la propiedad exclusiva y excluyente encima de cada uno de ellos que tienen sus propias dinámicas rebeldes de empujar siempre hacia una mejor vida, el hombre propietario no encontró nada mejor que armar un aparato estilo prisión que mantenga quietos y funcionando a su pinta a todos esos actores y factores: personas, tierras, animales, etc, y lo bautizó con sangre llamándolo estado, en forma de pirámide que tiene abajo a las personas, tierras y animales y en la cima se instalan ellos a disfrutar las delicias de ese ejército del trabajo , sudor y leche de los oprimidos a los cuales organiza en categorías o jerarquías.

 

En la puntita

están los señores

patriarcas más poderosos.

Luego sus servidores inmediatos,

consejeros, sacerdotes, políticos, etc.

Enseguida sus guardias, soldados, policías,

gendarmes, investigaciones, sapos, etcétera.

Luego va el conjunto de los grandes propietarios

de empresas, latifundios, mineras, forestales, pesqueras, etc.

Bajando, el grupo de funcionarios públicos de alto rango, como

jueces, notarios, abogados y tantos parásitos estatales de alto vuelo.

Más abajo vienen los propietarios de las empresas pequeñas y medianas

Ahora los profesionales de los puestos claves de la economía y del mercado,

como ingenieros, gerentes, médicos. Después los funcionarios públicos a granel

Les siguen los técnicos, empleados y trabajadores la parte laboriosa de las empresas

que hacen plata y que se sientes como parte de las capas de arriba por el hecho de que

han sido comprados con una casa, un auto y una cuenta bancaria, todo lo cual le permite

sentirse como que ha tenido cierto éxito en la vida y se dan el lujo de votar derecha suave,

centro o izquierda reformista (tipo PS, PR, PC, PRO, FA, PI y similares) que sólo luchan por

reformas cosméticas al estado y no por el cambio, pues temen perder lo poco que han ganado

y el miserable nivel o status que han alcanzado.

Finalmente están las tres capas de los de abajo, las mujeres, la masa de trabajadores urbanos y agrícolas

que viven de bajos sueldos, están desempleados y deben perseguir pololos todo el tiempo, y la juventud que frente

a esa escala de la pirámide ha nutrido el estallido social y ha llevado a su lado a las otras dos categorías mayoritarias.

 

Así esta dichosa pirámide se forma con un pequeño porciento de ciudadanos en los altos puestos de mando –política, empresas y fuerzas armadas- seguidos de los capataces y encargados de mantener a la población en fila para ser llevados al matadero que son bien pagados para mostrar que quien se porta bien recibe buen trato del poder (uniformados, funcionarios públicos, militantes de partidos políticos, empleados y técnicos de empresas, etc), que apenas llegan al 10% de la población, mientras las tres capas de la pobreza, la marginación y la necesidad representan en conjunto más de las ¾ partes, es decir sobre los 17-18 millones de personas, aunque algunas van a decir que “yo no soy de la categoría pobres”, aún teniendo grandes deudas.

 

Con esta visión de la pirámide del poder podemos decir que los partidos políticos de derecha y de izquierda que disputan el poder del estado, en realidad lo están defendiendo y están conscientes de que sus promesas de futuro son un engaño que ya se ha hecho mil veces en estos cientos de años que han pasado desde que la oligarquía copió el estado europeo que parecía tan eficiente para conquistar mundos y masacrar indios, lo que aquí hicieron invadiendo el territorio mapuche del sur y los territorios del Tawantinsuyu en el norte.

El trabajo de cambio que tiene sentido no es el de arriba donde aletean esos pajarracos y buitres del poder, sino el de abajo en los barrios y poblaciones donde está la población mayoritaria y no los defensores del estado que nos va a mantener en la misma situación por mucho que llenen de derechos la nueva constitución ya que no se tocará en nada el cerco del poder. Por eso lo que se está haciendo en las asambleas vecinales, las ollas comunes, huertas comunitarias y otros emprendimientos barriales, representan otro modo de entender la sociedad que se levanta y se organiza a sí misma mientras allá arriba se reparten la torta y los partidos nos presentan fórmulas salvadoras que sólo son salvadoras para ellos, pues el estallido los asustó, no por el estallido en si, pues es sólo bomba de ruido, sino por lo que hay detrás, la capacidad del pueblo de montar y desmontar, de armar y desarmar lo que a ellos les ha costado siglos ir armando en su propio beneficio a costa de nosotros. O sea que ellos temen que nosotros podamos hacer otra cosa y para emborrachar la perdiz nos el plebiscito y la nueva constitución donde esperan que algunos de nosotros nos sumemos a las peleas de los partidos por propagandizarse y que los pongamos a ellos en los asientos del poder en las siguientes elecciones.

 

Ese es el miedo: nuestra capacidad, nuestra potencia, que quieren desviar nuestra atención para jugar al juego de ellos, pero se trata de una capacidad en desenvolvimiento, que se va desplegando progresivamente y en la medida que avanza se va encontrando con otros que poco a poco se irán sumando en la medida que nos vean actuando en los barrios.

 

El trabajo de construcción de la democracia directa en los barrios implica trabajar dislocadamente, es decir no concentrar nuestras acciones en lo que podríamos hacer o tener allá arriba para todos. Pues así estaríamos cayendo en lo mismo reconociendo el poder instalado arriba con la ilusión de que podamos orientarlo para nuestro beneficio. Esa ilusión ha costado muy caro a los pueblos y no podemos seguir prestando oídos a los que nos llaman a apoyarlos en su deseo de sentarse en el trono.

 

Trabajar lo pequeño sabiendo que otros en muchas otras partes hacen lo mismo o parecido, esa es la clave. No necesitamos hacer exactamente lo mismo, pues tendríamos que vencer y rendir otras voluntades, con lo que haríamos lo mismo que los colonizadores que enviaban a los curas con la cruz para meterles a todos su doctrina y sus ideas en lo que llamaban evangelización y los partidos llaman hoy día “concientización”. Sabiendo que muchos otros hacen en sus barrios lo suyo, podemos ver por donde comenzar en el nuestro y nada mejor que comenzar por casa.

Sabemos que es difícil cambiar las costumbres patriarcales y machistas del hogar, pero hay que hacerlo, pues si no lo hace usted no hay como pedirle a los otros que lo hagan también. Lo mejor es distribuir las labores domésticas para que no sea solamente la madre y la hija quienes lo hagan. Observe todo lo que ella hace en casa y lo que hay que hacer, de modo que aunque no haya quórum o acuerdo entre todos los miembros del hogar, usted haga una lista de las labores de casa y observe como debe hacerse cada una para satisfacción de todos y una vez que le haya pillado el secreto, vea en cuáles momentos lo hace la madre o pregunte a ella si puede usted hacer una cama o dos mientras ella hace el resto. Vaya de a poco y sea constante. Verá que más de uno de casa le dirá o preguntará algo y prepare una respuesta como “mamá hace todo y no es justo”. No meta el rosario de informaciones de una vez, deje que piensan y lo sigan viendo en silencio día tras días aliviando el trabajo. El resultado es que de tanto hacerlo habrá y notará un cambio en usted. No busque forzar el cambio en los otros. No intente descubrir si otros lo hacen. Gane su batalla en silencio. Luego puede asumir más camas o pedirle a otro que asuma también, no se apure, deje que madure la pera. Si trata de imponer o se enoja, conseguirá el efecto contrario.

 

Después de eso está la calle. Haga lo mismo, observe primeramente el comportamiento de los vecinos de la cuadra, de los animales, de los vegetales, de la tierra, el aseo, la basura, los vehículos, etc. y vea si se saluda, conversa o se relaciona un vecino con otro, los niños, jóvenes, la música, etc y compare con el comportamiento de las hormigas y de las abejas. Con esas informaciones conseguidas después de varios días de mirar caminando o sentado, vea como marcar presencia en la calle, que lo vean haciendo algo, como regar, limpiar la calle, podar los árboles, arreglar o embellecer jardines, hacer casitas para perros o pájaros, etc. de tal manera que no sea una actividad de un día o dos, sino constante. Si tiene carteles que no agradan a otros vecinos, es mejor sacarlos poco a poco, que no parezca un centro de propaganda. Salude a cada uno que pase por su laso, aunque le hagan la descortesía de callarse o mirar a otro lado. Recuerde que esta sociedad patriarcal ha sembrado el individualismo, el odio y el miedo, además del divisionismo entre momios y rojos, compañeros y sapos. Si aparecemos como guerrilleros urbanos preparando trincheras o barricadas no sólo nos estaremos quemando, sino qe bloquearemos el acceso a la familia del barrio, quizás pensando que la revolución no pasa por la nuestra calle o casa o tal vez que a los momios y sapos del barrio habrá que eliminarlos. Las dificultades que encontremos en nuestra calle serán más de nosotros que de los otros, lo que nos obliga a pensar mucho en como nos ven y como se ven entre ellos.

 

No olvide que los proceso revolucionarios han fallado porque se han concentrado en la cima de la pirámide del poder y han descuidado las relaciones afectivas en el barrio y la democracia directa, que es realmente donde nace cada proceso transformador como lo demuestran las experiencias zapatista de México y kurda de Oriente Medio.

 

Sobre esta base de cambios en casa y en la calle se llega en mejores condiciones a las asambleas, ollas comunes y huertas comunitarias que son los inicios de la democracia directa, es decir, tomar decisiones entre vecinos sin partidos políticos, sin estado ni intermediarios.

 

Que siga el debate de la constitución, pero no gastemos en eso toda nuestra pólvora, pues tenemos mucho para hacer en casa, la calle y el barrio.