Quinta Parte: LA MIRADA Y LA DISTANCIA A LA PUERTA.
Quinta Parte: LA MIRADA Y LA DISTANCIA A LA PUERTA.
Octubre del 2020.
Supongamos que es posible elegir, por ejemplo, la mirada. Supongamos que usted puede librarse, así sea por un momento, de la tiranía de las redes sociales que imponen no sólo qué se mira y de qué se habla, también cómo mirar y cómo hablar. Entonces, supongamos que usted levanta su mirada. Más arriba: de lo inmediato a lo local a lo regional a lo nacional a lo mundial. ¿Lo mira? Cierto, un caos, un desbarajuste, un desorden. Entonces supongamos que usted es un ser humano; vaya, que no es una aplicación digital que, velozmente, mira, clasifica, jerarquiza, juzga y sanciona. Entonces usted elige qué mirar… y cómo mirar. Pudiera ser, es un supositorio, que mirar y juzgar no sean lo mismo. Así que usted no sólo elige, también decide. Cambiar la pregunta de “eso, ¿está mal o bien?”, a “¿qué es eso?”. Claro, la primera cuestión lleva a un debate sabroso (¿todavía hay debates?). Y de ahí al “Eso está mal –o bien- porque yo lo digo”. O, tal vez, hay una discusión sobre qué es el bien y el mal, y de ahí a los argumentos y citas con pie de página. Cierto, tiene usted razón, eso es mejor que recurrir a “likes” y “manitas arriba”, pero le he propuesto cambiar el punto de partida: elegir el destino de su mirada.
Por ejemplo: usted decide mirar a los musulmanes. Puede usted elegir, por ejemplo, entre quienes perpetraron el atentado contra Charlie Hebdo o entre quienes marchan ahora por los caminos de Francia para reclamar, exigir, imponer sus derechos. Puesto que usted ha llegado a estas líneas, es muy probable que se decante por los “sans papiers”. Claro, también se siente usted en la obligación de declarar que Macron es un imbécil. Pero, obviando ese rápido vistazo hacia arriba, usted vuelve a mirar los plantones, campamentos y marchas de los migrantes. Usted se pregunta por el número. Le parecen muchos, o pocos, o demasiados, o suficientes. Ha pasado de la identidad religiosa a la cantidad. Y entonces usted se pregunta qué quieren, por qué luchan. Y aquí usted decide si acude a los medios y las redes para saberlo… o les escucha. Suponga que les puede preguntar. ¿Les pregunta usted su creencia religiosa, cuántos son? ¿O les pregunta por qué abandonaron su tierra y decidieron llegar a suelos y cielos que tienen otra lengua, otra cultura, otras leyes, otro modo? Tal vez le respondan con una sola palabra: guerra. O tal vez le detallen lo que esa palabra significa en su realidad de ellos. Guerra. Usted decide investigar: ¿guerra dónde? O, más mejor. ¿por qué esa guerra? Entonces le abruman con explicaciones: creencias religiosas, disputas territoriales, saqueo de recursos o, simple y llanamente, estupidez. Pero usted no se conforma y pregunta por quién se beneficia de la destrucción, del despoblamiento, de la reconstrucción, de la repoblación. Encuentra los datos de diversas corporaciones. Investiga a las corporaciones y descubre que están en varios países, y que fabrican no sólo armas, también autos, cohetes interestelares, hornos de microondas, servicios de paquetería, bancos, redes sociales, “contenido mediático”, ropa, celulares y computadoras, calzado, alimentos orgánicos y no, empresas navieras, ventas en línea, trenes, jefes de gobierno y gabinetes, centros de investigación científica y no, cadenas de hoteles y restaurantes, “fast food”, líneas aéreas, termoeléctricas y, claro, fundaciones de ayuda “humanitaria”. Usted podría decir, entonces, que la responsabilidad es de la humanidad o del mundo entero.
Pero usted se pregunta si el mundo o la humanidad no son responsables, también, de esa marcha, plantón, campamento de migrantes, de esa resistencia. Y llega entonces a concluir que, puede ser, es probable, tal vez, es un sistema íntegro el responsable. Un sistema que produce y reproduce el dolor, a quienes lo infligen y a quienes lo padecen.
Ahora vuelva usted la mirada a la marcha que recorre los caminos de la Francia. Suponga que son pocos, muy pocos, que sólo es una mujer que carga un su pichito. ¿Le importan ahora su creencia religiosa, su lengua, sus ropas, su cultura, su modo? ¿Le importan que sea sólo una mujer que carga su pichito en brazos? Ahora olvídese de la mujer por un momento y enfoque su mirada sólo en la criatura. ¿Importa si es varón o hembra u otroa? ¿Su color de piel? Tal vez descubra usted, ahora, que lo que importa es su vida.
Ahora, vaya más allá, después de todo ya llegó usted hasta estas líneas, así que unas más no le harán daño. Ok, no mucho daño.
Suponga que esa mujer le habla y usted tiene el privilegio de entender lo que le diga. ¿Usted cree que ella le exigirá que le pida perdón por el color de su piel de usted, su creencia religiosa o no, su nacionalidad, sus antepasados, su lengua, su género, su modo? ¿Usted se apresura a pedirle perdón por ser quien es? ¿Espera que ella le perdone y usted regrese a su vida con esa cuenta saldada? ¿O que ella no le perdone y usted se diga “bueno, al menos lo intenté y estoy sinceramente arrepentido de ser quien soy”?
¿O teme que ella no le hable, que sólo le mire en silencio, y usted sienta que esa mirada le pregunta “¿Y tú, qué?”?
Si llega usted a este razonamiento-sentimiento-angustia-desesperación, entonces, lo lamento, usted no tiene remedio: usted es un ser humano.
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Aclarado así que usted no es un bot, repita el ejercicio en la Isla de Lesbos; en el Peñón de Gibraltar; en el Canal de la Mancha; en Nápoles; en el río Suchiate; en el río Bravo.
Ahora mueva su mirada y busque Palestina, Kurdistán, Euskadi y Wallmapu. Sí, lo sé, marea un poco… y no es todo. Pero en esos lugares, hay quienes (muchos o pocos o demasiados o suficientes) también luchan por la vida. Pero resulta que conciben la vida ligada inseparablemente a su tierra, a su lengua, su cultura, su modo. A eso que el Congreso Nacional Indígena nos enseñó a llamar “territorio”, y que no es sólo un pedazo de tierra. ¿No tiene la tentación de que esas personas le cuenten su historia, su lucha, sus sueños? Sí, lo sé, tal vez sea mejor para usted recurrir a Wikipedia, pero ¿no le tienta el escucharlo directamente y tratar de entenderlo?
Regrese ahora a eso que está entre los ríos Bravo y Suchiate. Acérquese a un lugar que se llama “Morelos”. Un nuevo acercamiento de su mirada al municipio de Temoac. Enfoque ahora la comunidad de Amilcingo. ¿Mira usted esa casa? Es la casa de un hombre que en vida llevó el nombre de Samir Flores Soberanes. Frente a esa puerta fue asesinado. ¿Su delito? Oponerse a un megaproyecto que representa muerte para la vida de las comunidades a las que pertenece. No, no me equivoqué en la redacción: Samir es asesinado no por defender su vida individual, sino la de sus comunidades.
Más aún: Samir fue asesinado por defender la vida de generaciones que aún no son ni pensadas. Porque para Samir, para sus compañeras y compañeros, para los pueblos originarios agrupados en el CNI y para nosotras, nosotros, nosotroas, zapatistas, la vida de la comunidad no es algo que transcurra sólo en el presente. Es, sobre todo, lo que vendrá. La vida de la comunidad es algo que se construye hoy, pero para el mañana. La vida en la comunidad es algo que se hereda, pues. ¿Usted cree que la cuenta se salda si los asesinos –el intelectual y el material- piden perdón? ¿Piensa que su familia, su organización, el CNI, nosotr@s, quedaremos conformes con que pidan perdón los criminales? “Perdónenme, yo lo señalé para que los sicarios procedieran a ejecutarlo, y siempre he sido un boquiflojo. Veré de corregirme, o no. Ya les pedí perdón, ahora quiten su plantón y vamos a completar la termoeléctrica, porque si no, se va a perder mucho dinero” ¿Usted supone que eso esperan, esperamos, que por eso luchan, luchamos? ¿Para que pidan perdón? ¿Que declaren “disculpen, sí, asesinamos a Samir y, de paso, con este proyecto, asesinamos a sus comunidades. Ya pues, perdónenos. Y si no nos perdonan, pues no nos importa, el proyecto se tiene que completar”?
Y resulta que los mismos que pedirían perdón por la termoeléctrica, son los mismos del Tren mal llamado “Maya”, los mismos del “corredor transístmico”, los mismos de presas, minas a cielo abierto y centrales eléctricas, los mismos que cierran fronteras para detener la migración provocada por las guerras que ellos mismos alimentan, los mismos que persiguen al Mapuche, los mismos que masacran al Kurdo, los mismos que destruyen Palestina, los mismos que disparan a los afroamericanos, los mismos que explotan (directa o indirectamente) a trabajadores en cualquier rincón del planeta, los mismos que cultivan y enaltecen la violencia de género, los mismos que prostituyen a la niñez, los mismos que le espían a usted para saber qué le gusta y venderle eso -y si no le gusta nada, pues hacen que le guste-, los mismos que destruyen la naturaleza. Los mismos que quieren hacerle creer, a usted, a los demás, a nosotr@s, que la responsabilidad de ese crimen mundial y en marcha, es responsabilidad de naciones, de creencias religiosas, de resistencia al progreso, de conservadores, de lenguas, de historias, de modos. Que todo se sintetiza en un individuo… o individua (no olvidar la paridad de género).
Si se pudiera ir a todos esos rincones de este planeta moribundo, ¿qué haría usted? Bueno, no sabemos. Pero nosotras, nosotros, nosotroas, zapatistas, iríamos a aprender. Claro, también a bailar, pero una cosa no excluye a la otra, creo. Si hubiera esa oportunidad estaríamos dispuest@s a arriesgarlo todo, todo. No sólo nuestra vida individual, también nuestra vida colectiva. Y si no existiera esa posibilidad, lucharíamos por crearla. Por construirla, como si de un navío se tratara. Sí, lo sé, es una locura. Algo impensable. ¿A quién se le ocurriría que el destino de quienes resisten a la termoeléctrica, en un pequeñísimo rincón de México, le podría interesar a Palestina, al Mapuche, al vasco, al migrante, al afroamericano, a la joven ambientalista sueca, a la guerrera kurda, a la mujer que lucha en otra parte del planeta, al Japón, a China, a las Coreas, a Oceanía, a la África madre?
¿No deberíamos, en cambio, ir, por ejemplo, a Chablekal, en Yucatán, al local del Equipo Indignación, y reclamarles: “¡Ey! Ustedes son de piel blanca y son creyentes, ¡pidan perdón!”? Casi estoy seguro de que responderían: “no hay problema, pero esperen su turno, porque ahora estamos ocupad@s en acompañar a quienes se resisten al Tren Maya, a quienes sufren despojos, persecución, cárcel, muerte.” Y agregarían:
“Además tenemos que atender la acusación que el supremo nos hace de que estamos financiadas por los Iluminatti como parte de un complot interplanetario para detener a la 4T”. De lo que sí estoy seguro es que usarían el verbo “acompañar”, y no los de “dirigir”, “mandar”, “conducir”.
¿O deberíamos mejor invadir las Europas al grito de “¡ríndanse cara-pálidas!”, y destruir el Partenón, el Louvre y el Prado y, en lugar de esculturas y pinturas, llenar todo de bordados zapatistas, especialmente de cubre bocas zapatistas –que, dicho sea de paso, son eficaces y bonitillos-; y, en lugar de pastas, mariscos y paellas, imponer el consumo de elotes, cacaté y yerba mora; en lugar de refrescos, vinos y cervezas, pozol obligatorio; y quien salga a la calle sin pasamontañas, multa o cárcel (sí, opcional, porque tampoco hay que exagerar); y exclamar “¡A ver, esos rockeros, marimba obligatoria! ¡Y desde ahora puras cumbias, nada de que reggaeton (¿le tienta, verdad?)! ¡A ver tú, Panchito Varona y Sabina, los demás a los coros, arránquense con “Cartas Marcadas”, y en loop, aunque nos den las diez, las once, las doce, la una, las dos y las tres… y ya, porque mañana hay que madrugar! ¡Oyes otro tú, ex rey pies-en-polvorosa, deja en paz a esos elefantes y ponte a cocinar! ¡Sopa de calabaza para toda la corte! (lo sé, mi crueldad es exquisita)?
Ahora dígame: ¿usted cree que la pesadilla de los de arriba es que les obliguen a pedir perdón? ¿No será que lo que les puebla el sueño de cosas horrendas es que desaparezcan, que no importen, que no se les tome en cuenta, que sean nada, que su mundo se desmorone sin apenas hacer ruido, sin nadie que les recuerde, que les erija estatuas, museos, cánticos, días de guardar? ¿No será que les da pánico la posible realidad?
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Fue de las pocas veces que el finado SupMarcos no recurrió a un símil cinéfilo para explicar algo. Porque, no están ustedes para saberlo, ni yo para contarles, el difunto podía referir las etapas de su corta vida, cada una, a una película. O acompañar una explicación sobre la situación nacional o internacional con un “como en la película tal”. Claro, más de una vez tenía que recomponer el guión para que se ajustara a lo narrado. Como la mayoría de nosotros no habíamos visto el filme referido, y no teníamos señal para consultar en los celulares la wikipedia, pues le creíamos. Pero no nos desviemos del tema. Esperen, creo que lo dejó escrito en alguno de esos papeles que saturan su baúl de los recuerdos… ¡Aquí está! Va pues:
“Para entender nuestro empeño y el tamaño de nuestra osadía, imaginen que la muerte es una puerta que se cruza. Habrá muchas y variadas especulaciones sobre lo que hay detrás de esa puerta: el cielo, el infierno, el limbo, la nada. Y sobre esas opciones, decenas de descripciones. La vida, entonces, podría ser concebida como el camino hacia esa puerta. La puerta, la muerte pues, sería así un punto de llegada… o una interrupción, el impertinente tajo de la ausencia hiriendo el aire de la vida.
A esa puerta se llegaría, entonces, con la violencia de la tortura y el asesinato, el infortunio de un accidente, el penoso entornar la puerta en una enfermedad, el cansancio, el deseo. Es decir, aunque la mayoría de las veces se llegaba a esa puerta sin desearlo ni pretenderlo, también sería posible que fuera una elección.
En los pueblos originarios, hoy zapatistas, la muerte era una puerta que se plantaba casi al inicio de la vida. La niñez se topaba con ella antes de los 5 años, y la cruzaba entre fiebres y diarreas. Lo que hicimos el primero de enero de 1994 fue tratar de alejar esa puerta. Claro, hubo que estar dispuestos a cruzarla para lograrlo, aunque no lo deseáramos. Desde entonces todo nuestro empeño ha sido, y es, por alejar esa puerta lo más posible. “Alargar la esperanza de vida”, dirían los especialistas. Pero vida digna, agregaríamos nosotr@s. Alejarla hasta lograr colocarla a un lado, pero muy adelante del camino. Por eso dijimos al inicio del alzamiento que “para vivir, morimos”. Porque si no heredamos vida, es decir camino, ¿entonces para qué vivimos?”
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Heredar vida.
Eso es precisamente lo que le preocupaba a Samir Flores Soberanes. Y eso es lo que puede sintetizar la lucha del Frente de Pueblos en Defensa del Agua y de la Tierra de Morelos, Puebla y Tlaxcala, en su resistencia y rebeldía contra la Termoeléctrica y el llamado “Proyecto Integral Morelos”. A sus demandas de detener y desaparecer un proyecto de muerte, el mal gobierno responde argumentando que se perdería mucho dinero.
Ahí, en Morelos, se sintetiza la confrontación actual en todo el mundo: dinero versus vida. Y en ese enfrentamiento, en esa guerra, ninguna persona honesta debería ser neutral: o con el dinero, o con la vida.
Así que, podríamos concluir, la lucha por la vida no es una obsesión en los pueblos originarios. Es más bien… una vocación… y colectiva.
Vale. Salud y que no olvidemos que perdón y justicia no son lo mismo.
Desde las montañas de Los Alpes, dudando qué invadir primero: ¿Alemania, Austria, Suiza, Francia, Italia, Eslovenia, Mónaco, Liechtenstein? Nah, es broma… ¿o no?
El SupGaleano practicando su “gómito” más elegante.
México, Octubre del 2020.
Del Cuaderno de Apuntes del Gato-Perro: Una montaña en alta mar. Parte I: La balsa.
“Y en los mares de todos los mundos que en el mundo son,
se miraron montañas que se movían sobre el agua y, con el
rostro negado, mujeres, hombres y otroas sobre ellas”.
“Crónicas del mañana”. Don Durito de La Lacandona. 1990.
Al tercer intento fallido, Maxo quedó pensativo y, después de unos segundos, exclamó: “Quiere lazo”. “Te lo dije”, obvió Gabino. Los restos de la balsa flotaban dispersos, chocando unos con otros al gusto de la corriente del río que, haciendo honor a su nombre de “Colorado”, se pintaba del barro rojizo que arrancaba de las orillas.
Llamaron entonces a un escuadrón miliciano de caballería, que llegó al ritmo de la “Cumbia Sobre el Río Suena”, del maestro Celso Piña. Fueron empatando los lazos e hicieron dos tramos largos. Mandaron a un equipo del otro lado del río. Amarrados sus lazos a la balsa, ambos grupos podrían controlar el trayecto del navío sin que acabara deshecho, arrastrado el manojo de troncos por un río que ni siquiera se daba por enterado del intento de navegación.
El despropósito en curso surgió después de que se decidió la invasión…, perdón, la visita a los cinco continentes. Y pues ya ni modos. Porque, cuando se votó, y al final el SupGaleano les dijo “están locos, no tenemos barco”, Maxo respondió: “hacemos uno”. Rápido empezaron a hacer propuestas.
Como todo lo absurdo en tierras zapatistas, la construcción del “barco” convocó a la banda de Defensa Zapatista.
“Las compañeras van a morir miserablemente”, sentenció Esperanza, con su ya legendario optimismo (en algún libro la niña encontró esa palabra y entendió que era para referirse a algo horrible e irremediable, y la usa al contentillo: “Mis mamaces me peinaron miserablemente”, “La maestra me puso tache miserablemente”, y así), cuando al cuarto intento, la balsa se desmadejó casi inmediatamente.
“Y los compañeros”, se sintió el Pedrito obligado a añadir, dudando si la solidaridad de género era conveniente en ese destino… miserable.
“Nah”, replicó Defensa. “Compañeros como quiera repones, pero compañeras… ¿dónde vas a encontrar? Compañera, de veras compañera, no cualquiera”.
La pandilla de Defensa estaba colocada estratégicamente. No para contemplar los avatares de los comités para construir el barco. Defensa y Esperanza tenían tomada de las manos a Calamidad, quien ya había intentado dos veces lanzarse al río para rescatar la balsa, y en ambas fue tacleada por el Pedrito, el Pablito y el amado Amado. El caballo choco y el gato-perro fueron arrollados desde el arranque. Se preocupaban innecesariamente. Cuando el SupGaleano vio que llegaba la horda, asignó 3 pelotones de milicianas en la orilla del río. Con su habitual diplomacia y sin dejar de sonreír, el Sup les dijo: “Si esa niña llega al agua, todas mueren”.
Después del éxito en el sexto intento, los comités probaban cargando la balsa de lo que llamaron “cosas esenciales” para el viaje (una especie de kit de supervivencia zapatista): un costal de tostadas, panela, un costalillo de café, algunas bolas de pozol, un tercio de leña, un trozo de nailon por si llueve. Quedaron contemplando y se dieron cuenta de que algo faltaba. Claro, no tardaron en traer una marimba.
Maxo fue donde el Monarca y el SupGaleano revisaban unos diseños de los que les contaré en otra ocasión y dijo: “Oí, Sup, quiere que les mandes carta a los del otro lado: que busquen lazo y que lo empatan para que esté un buen de largo, y lanzan hasta acá y entonces desde las dos orillas vamos moviendo el “barco”. Pero quiere que se organizan, porque si cada quien lanza una cuerda por su lado, pues nomás no llegan. Quiere que los empatan pues, y organizados”.
Maxo no esperó a que el SupGaleano saliera de su desconcierto, y tratara de explicarle que había una gran diferencia entre una balsa hecha con troncos amarrados con bejuco, y un barco para cruzar el Atlántico.
Maxo se fue a supervisar la prueba de la balsa con toda la impedimenta. Discutieron quién subía para probar con personas, pero el río latigueaba con un rumor tétrico, así que optaron por hacer un muñeco y trincarlo en medio de la embarcación. Maxo era como el ingeniero naval porque, hace años, cuando una delegación zapatista fue a apoyar el campamento Cucapá, se metió al Mar de Cortés. Maxo no explicó que casi se ahoga porque el pasamontañas se le pegó a nariz y boca y no podía respirar. Cual viejo lobo de mar explicó: “es como un río, pero sin corriente, y más doble, un buen tanto, como la laguna de Miramar”.
El SupGaleano estaba tratando de descifrar cómo se dice “lazo” en alemán, italiano, francés, inglés, griego, euskera, turco, sueco, catalán, finlandés, etc., cuando la mayor Irma se acercó y le dijo “ponle que no están solas”. “Ni solos”, agregó el teniente coronel Rolando. “Ni soloas”, aventuró la Marijose, que llegó para pedir a los musiqueros que hagan una versión del Lago de los Cisnes pero en cumbia. “Así, alegre pues, que se bailen pues, que no esté triste su corazón”. Los musiqueros preguntaron qué cosa es “cisnes”. “Son como patos pero más bonitillos, como que estiraron mucho su pescuezo y así quedaron. Que sea que son como jirafas pero caminan como patos”. “¿Se comen?”, preguntaron los musiqueros, que sabían que ya era la hora del pozol y sólo habían llegado para dejar la marimba. “¡Cómo crees!, los cisnes se bailan”. Los musiqueros se dijeron que una versión de “pollito con papas” podría servir. “Lo vamos a estudiar”, dijeron, y se fueron a tomar pozol.
Mientras tanto Defensa Zapatista y Esperanza convencían a Calamidad de que, puesto que el SupGaleano estaba ocupado, su champa estaba vacía y era muy probable que hubiera escondido un paquete de mantecadas en la caja del tabaco. Calamidad dudaba, así que tuvieron que decirle que allá podrían jugar a las palomitas. Se fueron. El Sup les vio alejarse, pero no se preocupó, era imposible que encontraran el escondite de las mantecadas, ocultas bajo bolsas de tabaco hongueado, y, dirigiéndose al Monarca y señalando unos diagramas, le preguntó “¿Estás seguro de que no se hunde? Porque se ve que va a estar pesado”. El Monarca quedó pensando y respondió: “De repente”. Y luego dijo, serio: “pues que lleven vejigas, así flotan” (nota: vejigas = globos).
El Sup suspiró y dijo: “más que un barco, lo que necesitamos es un poco de cordura”. “Y más lazo”, añadió el SubMoy, que iba llegando justo en el momento en que la balsa, hasta el tope de carga, se hundía.
Mientras en la orilla el grupo de Comités contemplaba los restos del naufragio y la marimba flotando patas arriba, alguien dijo: “suerte que no subimos el equipo de sonido, ése es más caro”.
Todos aplaudieron cuando salió a flote el muñeco de trapo. Alguien, previsor, le había puesto, bajo los brazos, dos vejigas infladas.
Doy fe.
Miau-Guau.