Estados Unidos, Biden, Trump y el mundo: apuntes geopolíticos
Voz en movimiento
Fabrizio Lorusso
Con vista a las elecciones estadounidenses del 4 de noviembre que, como sabemos, en realidad ya se están realizando desde hace unas semanas por medio del voto por correo, reúno aquí unos apuntes geopolíticos que nos pueden mostrar el panorama desde una perspectiva de más larga duración histórica y de ampliación del zoom geográfico y político hacia factores estructurales o sistémicos. Empecemos por unas consideraciones más generales.
Según muchos analistas políticos, el resultado del voto no cambiaría la trayectoria estratégica de Estados Unidos, pero sí las retóricas y las tácticas, así como algunas posiciones, relevantes para el mundo, sobre el cambio climático, la no proliferación nuclear, el apoyo a la OMS y, en general, la mayor participación en el “concierto internacional de las naciones” y en el multilateralismo, por ejemplo. Cierto reformismo liberal aplicado a las relaciones internacionales y un renovado esfuerzo, típico de las administraciones demócratas, por involucrar más a sus aliados no implicaría, sin embargo, un viraje estratégico, ya que éste es determinado más por condiciones estructurales e históricas, como la posición hegemónica global estadounidense, cada vez más cuestionada y costosa, y el control imperial-militar de áreas estratégicas.
Al respecto, queda viva la sensación de “fatiga imperial” en Estados Unidos, así como la sensación de decadencia (un tema de todos modos recurrente en la historia americana), ya que su proyección cuesta, es antieconómica y causa malestar, pero la potencia no podría simplemente “retirarse del mundo”, como prometía o promete Trump, aunque el electorado sueñe con lo contrario y siga coqueteando con el aislacionismo.
En este sentido seguiría prevaleciendo el interés del llamado deep state o Estado profundo, o sea los aparatos militares y económico-burocráticos, por seguir manteniendo el despliegue de poder, duro y blando, de Estados Unidos en el mundo, a lo mejor tratando, como intentó hacer Trump, de cobrarle la cuenta a sus socios y “acreedores” geopolíticos, sobre todo en el Viejo Continente.
Ambos gobiernos, el de Trump o el de Biden, seguirán queriendo limitar o agredir a China y aprovechar de sus debilidades estructurales, así como a Rusia en menor medida. Confirmarán el dominio, ya no tan hegemónico, “legítimado” y consensado como en el siglo XX, sobre Europa, la parte todavía más importante y clave de Eurasia, y eso pasa por el acotamiento de Alemania.
También seguirán impidiendo el desarrollo de un solo hegemón en Oriente Medio, favoreciendo el usual equilibrio beligerante entre Irán, Arabia Saudita, Israel y Turquía, pero sin recaer en guerras masivas o en gran escala (regionales).
La relación con China no tenderá a cambiar radicalmente con Biden o con Trump: la potencia asiática queda como “el principal enemigo” pero bajo retóricas diferentes. EUA va a seguir golpeando su desarrollo tecnológico y exportaciones, también tratando de condicionar a los socios europeos y asiáticos, de mantenerla cerrada en sus mares cercanos y de obstaculizar el megaproyecto de la Vía de la Seda para controlar rutas y nodos de Eurasia.
Biden podrá simular aperturas y recurrir a cierto tono “políticamente correcto», pero manteniendo una guerra comercial que daría aliento en parte a la recuperación económica interna. Pero otro paso sería probablemente la condena firme del Partico Comunista Chino por la represión en Hong Kong, la violación de los derechos humanos, las políticas de dumping o el espionaje tecnológico (la “mala voluntad de China ante EUA”). Así justificaría políticas más agresivas o beligerantes, aplicadas de manera paulatina y “respetando el derecho internacional”. Por su lado, Trump probablemente seguiría viendo y presentando a China como “el mal absoluto”, invitando al mundo a su aislamiento por razones morales, con detrás embarazosos discursos y pretextos “raciales” o suprematistas. También esgrimiria motivos económicos internos, con base en el enorme déficit estadounidense que, sin embargo, es estructural y se explica por el “costo acumulado del imperio» y el mantenimiento global de una potencia en decadencia relativa.
La Vía de la Seda implica países come Alemania e Italia. En este plan chino infraestructural y comercial, hay 3 vías por tierra entre China y Europa y una marítima que pasa por el Mediterráneo, pasando por los puertos de Venecia y Génova. Italia se la está jugando para acercarse al plan chino, pero sin responder tajantemente a Trump, inquieto sobre la penetración china en su esfera europea. La elección de Biden, sin embargo, no cambiaría las cosas. Al contrario, podría empeorar los planes de colaboración italo-chinos y obligar al bel paese a una toma de distancia o una aclaración de su posición al respecto. Un discurso análogo valdría para los otros países de la “cortina” oriental y especialmente para Alemania, que también coquetea con Rusia por la integración energética.
La disputa con el Vaticano y Papa Bergoglio se ha agudizado con Trump quien, desde luego considerando su electorado y el “poder evangélico”, ha tenido más desencuentros directos, respondiendo a su base electoral y a la mayoría estadounidense, que no es de fe católica. Además, discreparon tajantemente en temas ambientales y Francisco ha estado criticando el modelo socioeconómico neoliberal que, pese a ciertas retóricas de nostalgia de grandeur americana, no ha sido tocado por Trump y, al contrario, ha reforzado sus inequidades al disminuir los impuestos sobre los súper-ricos y tratar de cancelar del todo el Obama care.
De alguna manera, Biden es más cercano al Vaticano, es de origen irlandés, y Kamala Harris, su candidata a vicepresidenta, es católica. Su agenda es un poco más compatible con las encíclicas Laudato Sii y Tutti Fratelli en temas como el medioambiente y el clima, aunque menos en temas de desigualdades, exceso de poder de las finanzas y de los aparatos favorables al “imperio” y al mantenimiento de escenarios de guerra en el mundo. El vínculo con Wall Street, con los aparatos militares y armamentistas, y el Deep State americano tenderán a prevalecer por sobre de una posible “buena relación” con la Santa Sede.
En el caso de Rusia, tanto Biden, un poco menos, como Trump, un poco más, tienen aspiraciones de llegar a un modus vivendi más “colaborativo” con Rusia en función anti-China (como sucedió, con las partes invertidas, en el 1972, cuando los EEUU se acercaron a China contra la Unión Soviética y desconocieron a Taiwán). Sin embargo, difícilmente se podría realizar porque “admitirla” o “acercarla” a Europa implicaría acercarla a Alemania e Italia, y así crear un eje distinto, una alianza demasiado estrecha, que puede sustraerle control a Estados Unidos sobre la misma Europa. Ésta y sus equilibrios geoestratégicos impiden de alguna manera un acercamiento estable entre los dos antiguos contrincantes de la Guerra fría.
En el tema del Brexit existe una especie de disputa euroasiática en contraste con el tradicional eje atlántico. La afinidad “electiva”, y de parecido físico e ideológico, entre Boris Johnson y Trump es incuestionable, e incluso Trump ha elogiado claramente el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, misma que Johnson conduce y apoya. Sin embargo, un Brexit duro, sin tratado de libre comercio UK-UE o acuerdo aduanal, implicaría más presiones en Gran Bretaña para un tratado con Estados Unidos, que Trump de entrada no favorecería. Y Biden, en cambio, podría ver un tratado con mejores ojos, aunque para él, posiblemente, el tema de la frontera entre Irlanda, en la UE, y la Irlanda del Norte, parte del Reino Unido, podría ser delicado, particularmente si se opta por un no-deal o hard Brexit que reestablezca las fronteras, los controles y las aduanas entre las dos Irlandas, como era durante el conflicto armado que desgarró esta región y Europa.
Lo que es seguro es que ningún candidato va a debilitar la relación especial Anglo-Americana y la cooperación en temas de seguridad internacional, incluyendo el sistema de inteligencia y espionaje internacional del 5 Eyes con Australia, Canadá y Nueva Zelandia. Finalmente, una eventual victoria, nuevamente de Trump, envalentonaría más a los llamados “soberanistas” de derecha en Europa y los grupos anti-UE y pro Brexit, su posición de lejanía de China, pero de relativo, y necesario, dialogo con Rusia.
En el tema de la Alianza Atlántica, la OTAN, Trump ha intentado cobrarles cuentas a los aliados europeos o cambiar la naturaleza del pacto, al ver con buenos ojos una inclusión de Colombia. Ha pedido a sus “socios” que destinaran 2% o más de su PIB anual a gastos militares, también con el fin de que compraran armas norteamericanas, y que decretaran la salida del acuerdo nuclear con Irán, que los europeos no quisieron enterrar del todo, en espera que un candidato demócrata pudiera revivirlo y reestablecer cierto equilibrio, logrado por Obama, con el estado persa.
#TrotamundosPolítico @FabrizioLorusso