¿Ganar elecciones ad infinitum o hasta la próxima insurrección?
Toda la tinta que ha corrido, en menos de una semana, tratando de encontrar explicaciones a los resultados de las últimas elecciones muestran la complejidad para leer estos resultados ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué significados tienen estos resultados? Haciendo a un lado las lecturas más politizadas, orientadas a posicionar relatos épicos (de pueblo vs élite) y liderazgos como el de David Ch. La mayoría aporta elementos al entendimiento de un complejo rompecabezas político y social.
Sin embargo, muchas se detienen en aspectos predominantemente subjetivos, sobre las intenciones de los electores, de sus pretendidas adhesiones y rechazos coyunturales. Se echa en falta visiones más estructurales y de largo plazo sobre el sistema político en el que, desde el derrumbe del viejo sistema pactado el año 2005, solo hay un partido: el MAS. ¿Cuál es límite de este monopartidismo?
Nuestro sistema de partido único se caracteriza por una marcada asimetría entre el MAS y las fugaces fuerzas que, de elección en elección, le pretenden disputar parte del poder. Solo hasta los eventos extraordinarios de 2019, se proyectó una fuerza que pudo estar cerca de disputarle la elección en una eventual segunda vuelta. Léase bien, no en primera.
Comunidad Ciudadana de Carlos Mesa no es propiamente un partido, es más bien un frente electoral bajo un liderazgo carismático caudillista que apenas ha cumplido dos años. Su mayor reto es construir estructura, liderazgos y un programa para sobrevivir a esta legislatura o incluso las próximas elecciones sub nacionales.
El MAS, por otra parte, es un partido de larga data. Nació en el antiguo sistema que (con todos sus defectos de por medio) le permitió, primero, utilizar la decaída Izquierda Unida como plataforma para proyectar a sus liderazgos a nivel nacional y, seguidamente, alzar su propia estructura. Es decir, su despliegue fue posible debido a que el sistema propiciaba la competencia política entre viejas y nuevas fuerzas.
Desde su creación hace casi 30 años, han ganado más que experiencia. Controlan la red más amplia de instituciones nacionales y subnacionales con lo que garantizan presencia en todo el territorio, en algunas regiones siguen siendo la única fuerza que puede hacer política. Es un partido que no promueve un ambiente sanamente competitivo. Para empezar, no acuden a debates ni permiten las campañas en sus zonas duras.
Como si fuera una planta invasiva, coloniza todo el entorno impidiendo que en él se proyecten otras fuerzas. Entre los elementos destacados de su accionar anticompetitivo se tienen: la violencia, el uso de incomparables recursos y la amplia red de medios de comunicación de los que las otras fuerzas carecen.
Hagamos un ejercicio comparativo. En esta elección el MAS se batió también contra frentes indígenas. El resultado fue la aplastante victoria de este partido en todas las circunscripciones especiales indígenas. Arrasó porque, de acuerdo con voces autorizadas, compitieron con muchísima ventaja. Los/as candidatos/as no partidarios, para empezar, ni siquiera podían movilizarse más allá de sus comunidades y zonas próximas o, por la carencia de fondos, no tenían como hacer un simple volante. En muchas comunidades, el MAS llegó repartiendo víveres y enseres y desplegó la amplia red de medios (y redes sociales) para posicionarse. ¿Cómo compite con eso un/a simple ciudadano/a o una pequeña organización local? No puede ¿se les puede culpar de hacer mala campaña o de no tener iniciativa?
Esta vocación de dominación es lo que explica su propensión al abuso de poder y el que su salida del gobierno haya sido un evento extraordinario operado por fuerzas ajenas al sistema político. Su control del mismo es, a la vez, la principal fortaleza y debilidad de este partido. Sin una vía competitiva, se limita la diversidad política. Si esta no puede expresarse dentro, terminará por expresarse afuera. ¿Podemos volver a vivir otras crisis insurreccionales? ¿Esta podría ser la nueva dinámica de los conflictos políticos? Veremos.
Como partido sistémico, da muestras de aferrarse a esta situación de ventaja. La insurrección que los alejó momentáneamente del poder derivó en una crisis, entre otras, del imaginario de estabilidad. Considero que por eso sus dirigentes apelaron principalmente a la estabilidad como su alegato de campaña. El mensaje fue que cualquier otro partido en el gobierno sería inestable e ingobernable. Paradójicamente, a diferencia de 2005, ganaron invocando miedos y no esperanzas. Miedo a que las cosas cambien.
Marco Gandarillas es sociólogo.