Sueños de coronavirus y crisis del capital en Nueva York

Durante la primera ola de la Covid-19, de marzo a mayo del 2020, Nueva York fue la ciudad más afectada del mundo. Alrededor de 410 mil personas se contagiaron, un tercio de todo Estados Unidos. A finales de julio había más de 30 millones de ciudadanos desempleados en todo el país, sin recuentos sobre la clase trabajadora migrante. El producto interno bruto de EE.UU. cayó 9.5 por ciento en el segundo trimestre del año, la mayor crisis productiva de su historia. Estas cifras develan la magnitud de la crisis capitalista, empero ¿cómo las mujeres y hombres neoyorquinos experimentaron la crisis desde su ser individual, en sus sueños, pesadillas o presagios?



Sueños de coronavirus y crisis del capital en Nueva York

 

Sergio Palencia Frener

Comunizar

Durante la primera ola de la Covid-19, de marzo a mayo del 2020, Nueva York fue la ciudad más afectada del mundo.  Alrededor de 410 mil personas se contagiaron, un tercio de todo Estados Unidos. A finales de julio había más de 30 millones de ciudadanos desempleados en todo el país, sin recuentos sobre la clase trabajadora migrante. El producto interno bruto de EE.UU. cayó 9.5 por ciento en el segundo trimestre del año, la mayor crisis productiva de su historia. Estas cifras develan la magnitud de la crisis capitalista, empero ¿cómo las mujeres y hombres neoyorquinos experimentaron la crisis desde su ser individual, en sus sueños, pesadillas o presagios? 

Este artículo propone una lectura al otro lado de la luna de la pandemia, desde las imágenes oníricas y desiderativas. En momentos de gran incertidumbre como el actual es crucial aprender a escuchar las profundas emociones, temores y esperanzas de los sueños y pesadillas de la época. En palabras de la sabia Audre Lorde (2007: 36), “cuando aprendemos a usar los productos de dicho escrutinio para el poder interno de nuestra vida, esos miedos que gobiernan nuestras vidas y forman nuestros silencios comienzan a perder su control sobre nosotras.” Entonces el material onírico revela la insuficiencia de muchos análisis políticos cuando están separados de la gente y sus vivencias. 

A lo largo del escrito recorro sueños, presagios, pesadillas, reacciones, de chicas y chicos neoyorquinos, estudiantes de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, donde estudio y enseño antropología. Les solicité permiso para estudiar y transcribir sus relatos. Del total de 60 sueños, escogí 12 –de seis mujeres, seis hombres– y los ordené en las temáticas: coronavirus como monstruos, presagios asiáticos y temores familiares, la casa y el trabajo durante la cuarentena, la crisis de la sociedad capitalista. Guardo el anonimato de todos y sólo hago referencia al barrio de nacimiento o su país de origen. Me sorprendí al ver, al final, cómo hay relatos de sueños de varios lugares del mundo. Recomiendo a la lectora o lector que, mientras lee, piense en sus propios sueños, vea si hay afinidad, diferencia o vibración. 

 

  1. Los monstruos

El sueño es un terreno en disputa. En momentos de crisis social, las imágenes del sueño–entre la ansiedad y la prefiguración del valor, entre el miedo y el auspicio de la esperanza– guardan contenidos de la sociedad en el individuo, del individuo desde y por encima de la sociedad. Al volverse más maleable el ego durante el sueño, surgen posibilidades ocultas o representaciones acalladas en la experiencia social. Durante la cuarentena, los jóvenes neoyorquinos comenzaron a soñar con peligrosas bestias o monstruos que los acechaban. Una primera característica del sueño durante la pandemia fue la sensación de persecución por una fuerza invasiva. 

El hermano menor de un estudiante le contó un sueño donde “[…] era perseguido [being chased] por un escalofriante monstruo rojo en una calle cercana. Él corrió al interior de la casa y cerró la puerta con llave, pero el persistente monstruo [persistent monster] logró meterse a través de la ventana. En este punto se levantó sudando frío y casi se cae de la cama mientras se aseguraba que no estuviera el monstruo en su alcoba.” La última frase muestra el grado de realidad, no sólo de la impresión emocional onírica, sino de la alcoba como espacio amenazado, entre el dormir y el acto del tribulado despertar. El monstruo, de color rojo, encuentra al chico en la calle de su barrio. 

Inmediatamente corre, busca refugio en el nivel familiar, aún social, de la intimidad: su casa. Pero el monstruo, descrito como persistente, irrumpe por la ventana, figura muchas veces de la conciencia. Es ahí donde la impronta despierta, levanta al joven de su cama. La continuidad con la expresión onírica es la materialización del acto de búsqueda en su habitación, cerciorándose de que el monstruo rojo, o cualquier otro, no esté allí. Una estudiante relató la pesadilla de su amigo: “En el sueño la araña era más grande que su mano y lo perseguía [chasing him]. Cada vez que intentaba aplastar a la araña ésta se le adelantaba un paso. Luego dijo que la araña era muy agresiva y especialmente insistente [adamant] en agarrarlo.”

Lo primero es la referencia a la desproporción, al tamaño enorme de la araña. Es más grande que su mano, una imagen que evoca la impotencia o el sentirse rebasado por una situación. Pero no es solamente su dimensión la que asusta al entrevistado, sino la capacidad del monstruo de predecirlo, de controlar sus movimientos. En el sueño la araña incluso muestra una suerte de subjetividad, una voluntad consciente. La araña desea capturarlo. La lectura de la joven recopiladora es muy interesante. “Creo que el sueño de mi amigo puede ser interpretado como que él debe mantenerse un paso adelante para mantenerse en la línea de sus metas y, la araña, representa la impredecible pandemia [the unpredictable pandemic].” 

Para ella, la araña que predice es reflejo de la lucha interna de su amigo por no perder el rumbo durante la cuarentena. El monstruo arácnido es parte de las fuerzas en tensión, no algo meramente externo, como una entidad ajena, sino la batalla en su propia subjetividad. Surge entonces el tema del monstruo como parte de la lucha del individuo, con su pasado, con sus seres queridos, contra lo que no sabe. El siguiente sueño, aparte de la similaridad onírica, está escrito con gran calidad literaria. Su autor, un joven del sur del Brooklyn de ascendencia mexicana, nos lo relata:

Mi familia y yo éramos perseguidos [being chased] dentro de un tipo de túnel por algo desconocido [something unknown] hasta que, finalmente, logramos salir a la superficie. En el último segundo sea lo que sea que nos perseguía me agarró el pie pero logré zafarme de su puño.  Me encontré de repente en el parque de juegos de mi niñez. Para proteger a otros de lo que había allí abajo, tiré una bomba en el centro y corrí. Mientras caminaba el lugar se tornó un mercado al aire libre [outdoor market], con pequeñas tiendas, que tenía una jerarquía de aldeanos ancianos, una suerte de estética primitiva.  De repente fui el blanco de un grupo de individuos y de una colosal serpiente verde oscura [colosal dark green serpent] que, no importando a dónde corría, destrozaba el camino por donde intentaba esconderme, hasta que finalmente pude dejarla encerrada, derrotándola.”

El sueño pareciera dividido en tres momentos: la persecución colectiva, el retorno al origen, la victoria sobre el monstruo. Primero, “algo desconocido” pero con voluntad propia acecha al joven y su familia. No está sólo, está integrado a los suyos frente al peligro. Logran encontrar una salida del túnel y él, en una posición de liderazgo, espera hasta de último que todos puedan salir. El monstruo, en este momento llamado “algo desconocido”, lo sujeta del pie, lo inmoviliza momentáneamente. Logra empero librarse, segunda iniciativa de decisión en medio del peligro, luego de salvaguardar a los suyos. Segundo, el protagonista del sueño visita lugares relacionados con su niñez, de su origen.

 

Como el monstruo rojo que irrumpe en la casa, lo desconocido está presente en el lugar de juegos. Se presenta la tercera iniciativa: el joven busca proteger a alguien más, por eso lanza la bomba. Pasa del ámbito familiar al social-mercantil, con imágenes de ancianos en una aldea. El joven describe la escena como una “estética primitiva”. Pero de ese mercado, aparentemente inofensivo, surgen grupos de individuos que lo persiguen. Entonces aparece la “colosal serpiente verde oscura”, figura y color que adquiere lo que previamente era denominado “algo desconocido”. Aquí el relato entra en sintonía con el sueño de la araña cuando, la serpiente, no sólo predice sino que destruye los escondites del joven. 

Lo particular de este sueño es que el monstruo va tomando cuerpo y figura desde el algo desconocido hasta la serpiente. Pero no olvidemos el paso de lo familiar o doméstico a lo público o mercantil, en este caso representado por los ancianos y el grupo de personas. El mercado es sinónimo de un ambiente desconocido, impredecible, hostil. De ahí surge la serpiente. Ahí es donde el primer relato onírico encuentra al monstruo rojo. Recordemos, todos estos sueños sucedieron en el primer mes de la pandemia en Nueva York. Las imágenes de los monstruos poseen algunos aspectos significativos en común, los cuales expresan la particularidad de las experiencias de estos jóvenes en el marco de la pandemia. 

Uno, la pandemia genera sentimientos y sensaciones de ser perseguidos. Los tres relatos oníricos usan el verbo perseguir, dos de ellos como ser perseguido [being chased]. Dos, los protagonistas se mueven en un espacio externo e interno, o a la inversa. La araña estaba afuera en la calle y rompe la ventana del hogar, el monstruo subterráneo es percibido junto a la familia y enfrentado en el exterior, en el mercado. Tres, los monstruos desarrollan una subjetividad a medida que el miedo invade, en estos tres casos, al soñador. Cuando la araña o la serpiente predicen los movimientos o destruyen los escondites, el miedo gana. En estos sueños regresar a la casa –¿como figura uterina?– termina acrecentando el miedo. 

La decisión onírica del joven en el mercado, frente a la serpiente, cambia. Uno, porque gana conocimiento de la fuerza destructiva que lo persigue y, dos, porque en un momento no descrito en su narración enfrenta a la serpiente y la devuelve al lugar de donde surgió: el inframundo o lo subterráneo. Existe una dialéctica opuesta entre la subjetividad de la pandemia y la subjetividad del protagonista, a mayor escape mayor es el miedo, la disposición de conocer, comprender a la fuerza extraña la devuelve al ámbito de coraje y decisión del protagonista. Esta dialéctica onírica, comprendida en un momento de crisis social, es crucial para percibir las tendencias regresivas o de coraje humano.  

 

  1. Los presagios asiáticos

Las figuras apocalípticas, los malos presagios, las adivinaciones refieren al momento de crisis. En un café de Astoria trabajan tres mexicanos, procedentes de Hidalgo, Morelos y Puebla. Después de conversar un rato y alburear con ellos, me preguntaron de dónde era. Al escuchar que de Guatemala, uno de ellos –cajero bilingüe– quiso cerciorarse si allí había pasado la erupción del volcán, lo cual asentí. “Hace unos años”, le dije. El poblano de repente se puso serio y dijo: “los terremotos, los desastres, fueron predichas en la biblia”. El hidalguense al lado coincidió. “El coronavirus es parte de eso, está por terminar el mundo”. Durante las crisis las tradiciones religiosas proveen a la gente de imágenes oníricas que dan sentido, o propósito, al peligro. Se vuelven cosmogonías populares para afrontar lo impredecible.

Uno de mis estudiantes en Baruch College es vietnamita. Cuando comenzó la pandemia se apresuró para regresar a su país y guardar la estricta cuarentena durante abril. Desde allí me envió la siguiente charla sobre una adivinación en Hanoi: 

Mi amigo es un estudiante universitario y tenía planeado abrir un pequeño café en la ciudad de Hanoi, en Vietnam, al recién iniciar el año 2020. Como suele suceder en la cultura vietnamita, mucha gente visita y consulta los consejos y guías del profeta [prophet] cuando quieren abrir un negocio o saber qué pasará en el futuro con ellos o su familia. Así pues, mi amigo visitó al profeta en busca de consejo. Le dijo que el siguiente año (2020) no debería abrir el negocio pues sería difícil ganar dinero y mantenerse. El profeta la recomendó abrirlo hasta mediados de año.”

Me parece que hay al menos tres planos interconectados en su relato del profeta. Uno, el amigo manejando la incertidumbre de la inversión de su pequeño capital. Ingresa al desconocimiento del mercado y de la recepción social de su mercancía, de su trabajo. Dos, el adivinador, llamado profeta por el estudiante vietnamita, como alguien capaz de leer las tendencias del futuro, entre ellas lo fructífero, estéril o peligroso en la circulación del dinero. El inversionista como el adivinador son los extremos de la relación, vinculados por una suerte de cosmogonía del dinero. Mi estudiante se especializaba en economía, algo que posiblemente hace que sus compatriotas lo consideren autoridad en el tema. 

Respecto la predicción, continúa: “El profeta no mencionó o no sabía nada de la crisis del virus. Mi amigo y yo coincidimos en que las palabras del profeta de alguna manera reflejan la actual pandemia.” Aquí agregamos el tercer plano, posterior a la lectura original: la de darle sentido al consejo. Ambos piensan que la predicción fue certera y legitiman implícitamente la visión del profeta. La pandemia es entonces integrada simbólicamente a la cosmogonía del dinero y del negocio. Toda cosmogonía es compleja y abarca la interpretación del universo, de las estrellas, las aguas y los seres humanos en relación con ellas. Una investigación más detallada sobre el adivinador vietnamita estudiaría su rito de adivinación y el papel del dinero con, por ejemplo, el material de lectura estelar. 

Ilumina al respecto el sueño y la creencia zodiacal de la madre de una chica china durante la pandemia:

Como estoy sola en Nueva York, mi mamá en China se preocupa todo el tiempo de mí. Me ha contado que suele tener sueños extraños [strange dreams]. Varias veces ha soñado con ratas, pero no recuerda exactamente qué pasaba en el sueño. Puede ser porque en el calendario chino este año corresponde a la rata y mi zodiaco es la rata. También es el primer animal en los zodiacos. Mucha gente cree que este año es de mala suerte, con muchos desastres. China no solamente pasó por lo del coronavirus, sino también por un terremoto. He escuchado que también en otros países han sucedido desastres naturales.”

El sueño de la rata se relaciona claramente con la cosmogonía zodiacal china. En el caso de los jóvenes neoyorquinos, la araña, el monstruo rojo o la serpiente no parecen hacer alusión a un corpus tan definido como en este caso. La estudiante, en tanto hija, enfatiza su soledad en Estados Unidos como la preocupación de su madre. La rata no sólo hace referencia al año 2020 sino a su propia hija al haber nacido en 1996. En la simbología china, la rata marca el inicio de todo el calendario, es un signo liminal entre las fuerzas del ayer y las del presente. La joven afirma que “mucha gente” [many people] relaciona la rata con el año de “mala suerte” o de “desastres”. Si bien la rata en China no posee la connotación de inmundicia o asco de occidente, su aspecto negativo está asociado a la guerra, lo oculto, la pestilencia.

Respecto a cómo se mantienen en contacto durante la pandemia, prosigue la estudiante china: “Así, cuando hablo por FaceTime con ella, me dice que a menudo sueña con ratas. Creo que se debe a que no estamos juntas y se preocupa al ver las noticias.” Soñar con estos roedores puede ser ambivalente y confuso para la madre, algo “extraño”. Apunta hacia el recuerdo de su hija desde la distancia como, también, a la profunda preocupación cuando veía en las noticias que Nueva York era la ciudad más afectada del mundo en la primera ola de la pandemia, mucho más que Wuhan. La tecnología de comunicación, vía Iphone en este caso, posibilita ver imagen y voz a nivel global, una posibilidad insospechada incluso para quienes de niños vimos las telellamadas de Los Supersónicos

La distancia, junto a la tecnología, incrementan los temores cotidianos en la pandemia. Parecen agregarse al material onírico del miedo a la muerte. Una joven de Gambia, estudiante de computación, narra el sueño de una familiar: “Explicó que ha tenido sueños últimamente. Me contó que sus sueños son acerca de sus hijos en América [EE.UU.], muriendo. En los sueños, narró cómo los suele ver en ataúdes enviados para enterrarlos en África. Ha soñado esto dos días seguidos, como una pesadilla. Dice que cada vez que tiene estos sueños, ora. Según ella, los sueños se sienten como reales [feel like a reality] después de despertar. Mi familiar le cuenta cómo al escuchar el teléfono sonar, entra en pánico [she gets panicked].” 

Como vemos, el teléfono se convierte en potencial portador de la terrible noticia. El anhelo del regreso se trastoca en la llegada del ataúd. La pesadilla como material onírico continúa, bajo formas conscientes, en la angustia de la vida en expectativa. Para Ernst Bloch, en El principio esperanza (1995), las pesadillas articulan un modo del peligro y lo anclan al ámbito social vivido. La relación entre el sueño-nocturno y el soñar-despierto posee un continuum por explorar, con posibilidades históricas. 

Para los inmigrantes la pesadilla durante la cuarentena dirige a su lugar de origen, a los peligros del regreso. Si, desde Gambia, el miedo es ver llegar el ataúd con sus hijos, para los migrantes en países del capitalismo avanzado es el retorno a un lugar de origen desolado. La madre de un estudiante nació en Bangladesh y ahora vive con su familia en Nueva York. Su pesadilla se da en Bangladesh: “Me contó que corría a través de un vasto campo [large field]. A pesar de estar en su país natal y de tener más de ochenta familiares allí, no le era posible encontrar siquiera a uno. Recuerdo ver animales en la ciudad donde su casa solía estar. Nadie estaba allí excepto ganado o animales de corral [livestock]. Su hogar [home] parecía viejo y quebrado.”

En esta pesadilla la madre bengalí corre, acción onírica que denota búsqueda y en este caso desesperación. Su país constituye su raíz y sentido de pertenencia primario. Su hijo incluso habla del número exacto de parientes maternos, ochenta. No los encuentra. La ciudad está deshabitada, al igual que su casa. No hay personas sino solo animales [animals] y animales de corral [livestock]. Aquí, de nuevo, encontramos la división entre lo público y lo familiar, pero denotando vacío y ruina. La madre inmigrante piensa en sus parientes en Bangladesh a través de imágenes de catástrofe y soledad, una inversión a la pesadilla de la madre de Gambia con la llegada de sus hijos dentro de féretros. Se teme en ambos por los vínculos de parentesco asociados al lugar, la lejanía y la ausencia. El sueño denota la sociedad derrumbándose y, a la vez, las imágenes oníricas son interpretaciones del caos desde abajo.  

 

  1. Trabajo y cuerpos vacíos

La sociedad burguesa sueña su propia destrucción. Presenta el día cotidiano, el típico día, como umbral por donde ingresa el caos. En Independence Day el hombre sale en pijama a su jardín, se percata de algo distinto en sus vecinos y ve una kilométrica nave alienígena sobre Los Angeles. Pero como un espejo, el día típico es en realidad el caos reprimido de la temporalidad cotidiana, la llamada normalidad. En dicho tiempo se reproduce la catástrofe de la humanidad hacia la implosión. 

El origen, en esta perspectiva, es el individuo y su familia, resguardados en la pequeña propiedad privada que tanto les ha costado y, a la vez, impulsados a salir al enfrentamiento con individuos potencialmente enemigos o, peor aún, con los asesinos. Por eso las producciones de películas de catástrofes, invasiones extraterrestres, superhéroes o, especialmente, apocalipsis zombis, no llaman tanto la atención de sus espectadores porque sean posibilidades fantásticas, foráneas, sino porque en el fondo retratan la dinámica social de la vida bajo el mercado, la pobreza y la solitaria existencia de una forma antisocial de relaciones. 

La pandemia no detuvo un supuesto correcto funcionamiento del mercado o la sociedad mercantil. Sus fisuras son visibles desde la crisis inmobiliaria del 2008 y de la posibilidad de reproducir las relaciones de propiedad ante una gran mayoría de la humanidad convertida en proletaria, nómada, en éxodo, y la pérdida de legitimidad del modelo histórico de Estados-nación. El peso de la incertidumbre laboral, el endeudamiento y la falta de espacios de vivencia comunitaria sólo se incrementó con la pandemia. Para quienes pudieron guardar cuarentena, con posibilidad de empleo, el coronavirus promovió sueños de soledad y aislamiento tremendo como de extrañamiento de otras personas. Los soñadores sintieron la dureza del tiempo solitario. Veamos dos pesadillas.

Un estudiante bengalí recopila el siguiente sueño de una amiga: “Ella estaba lista para ir al trabajo cuando no pudo abrir la puerta para salir. Trataba con gran esfuerzo de abrir la puerta pero ésta no abría. Decidió gritar por la ventana para pedir auxilio pero no había nadie [no one was there]. La calle estaba vacía y lo único que oía era el ruido de una bulliciosa sirena.” Contrarios a los sueños de monstruos arañas o serpientes, originados en el exterior, aquí la joven se encuentra atrapada dentro de la propia casa. De su parte ha hecho todo, “está lista”, pero no puede abrir la puerta. Aparece de nuevo la imagen onírica de la ventana, esta vez no como el espacio quebrado por el monstruo, sino como el resquicio de su desesperación. Recordemos, la ventana es sinónimo de consciencia, umbral, mirada. 

Sin embargo, afuera en la calle no hay nadie. Su grito es inútil. No hay nadie más en la casa, ella está sola. El sueño brinda imágenes oníricas en torno al interior, la seguridad, como impedimento social, la casa como aislamiento. Pero también, en otros sueños, sucede lo contrario: las personas pueden salir a la calle, al trabajo, pero regresan a un mundo sin presencia humana. Este es el caso del sueño recopilado por un estudiante canadiense. El joven entrevistó a su amigo en auto-aislamiento [self-isolating] durante la cuarentena. Lo describe como alguien teniendo últimamente sueños “recurrentes” y “bastante vívidos”.

En uno de estos sueños recurrentes [recurring dreams] él está en el trabajo pero está completamente solo [all alone there]. Hay otros cuerpos pero no son personas que conozca y no es posible para él interactuar con ellos. Sólo están allí físicamente pero no parece haber nadie en los cuerpos [doesn’t seem to be anynone in the bodies]. Dice que cualquier otra parte de la ‘experiencia’ de ir al trabajo en el sueño se siente normal, pero su incapacidad de hacer conexión [inability to connect] con alguien más en su oficina es una fuente importante de pánico.”

Su pesadilla inicia en el trabajo y no en la casa, como sucedía en el caso anterior. No hay nadie en la oficina. Ambos se cercioran de su soledad en la casa y el trabajo. Este sueño añade un elemento interesante al mundo de los sueños pandémico: en la oficina sí hay cuerpos pero sin presencia humana. El acto que marca el carácter humano de la relación es el interactuar. No sólo no los conoce sino no reconoce a nadie “en los cuerpos”. Si la chica “grita” a la ventana para pedir auxilio, aquí el oficinista siente “pánico” al verse incapaz de “hacer conexión” con seres humanos. Parece haber un continuum de aislamiento entre la casa-como-encierro y la oficina-como-separación. 

La pandemia no crea la alienación laboral, lo que sucede es que la capacidad onírica funciona como una lupa que magnifica lo ya-presente. La división entre lo privado y lo público, promovido por la sociedad capitalista, es la soledad de los desconocidos. En ambas pesadillas, la mujer teme el encierro en lo privado y el hombre al aislamiento en lo público, algo que sin duda posee connotaciones en la construcción del espacio del género. En otros sueños la sociedad se expresa como metáfora de la competencia, del peligro de lo recóndito, de lo salvaje. 

 

  1. El virus inoculado, la esclavitud sexual 

El sueño constituye una narrativa importante para interpretar un momento histórico. La separación entre lo onírico y la consciencia diaria no es completa, rasgos motores de una pueden inundar a la otra, materializarse como posibilidades una vez son encausadas al ámbito de la decisión. Así pues, el contenido onírico con su movimiento, sus imágenes alegóricas o de símbolo, son un caudal central para ver por dónde surge una nueva expresión histórica. Una lectura política o económica, desde la racionalidad social de la consciencia, aporta a la comprensión de los fenómenos, pero, también, puede ser obnubilada por los propios límites que posee la razón subsumida al marco de la sociedad capitalista. 

En la última década distintas etnografías han trabajado la importancia de los relatos de sueños, espíritus o fantasmas en la memoria y la actualidad de los pueblos. Amira Mittermaier, trabajando desde las guerras del siglo XX en Egipto, nos dice: “Una lectura más comprometida debe considerar cómo las historias de sueños interpelan [speak back] nuestro marco interpretativo” (2012: 394). Para la autora, el relato del sueño democratiza la interpretación del mundo ya que al final, todos soñamos, no existe un monopolio del hecho de soñar y narrar lo experimentado. Los sueños de la gente refieren a una historia “desde abajo”, una que deshace suposiciones sobre el “tiempo, historia, subjetividad y comunidad”.

 

La ciencia no sólo se basa en la idea del conocimiento profesional frente al pagano o vulgar, del método por encima de la espontaneidad cognoscitiva, sino, en palabras de Alfred Sohn-Rethel (1980: 38), de la relación entre mercancía, capitalismo y formas históricas de conocimiento. La escisión entre ciencia y creencia se origina, para el autor alemán, de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual. En este artículo propongo leer los sueños durante la pandemia en clave del continuum entre el material onírico del sueño nocturno y las imágenes, vivencias, dolores que brotan del fetichismo de la mercancía. La lucha no es, pues, entre el material onírico y la realidad, o entre el sueño y la consciencia diurna, sino del contenido utópico, adolorido o crítico del sueño en una sociedad fetichista. 

Una joven recopiló el sueño de su amigo: “Me desperté en medio de la selva del Amazonas y no tenía idea dónde estaba. Todo lo que tenía era la ropa que usaba y un cuchillo de bolsillo.” Según la estudiante, su amigo: “tuvo que luchar para abrirse paso y, en el sueño, estuvo allí por lo menos uno o dos meses. Cuando finalmente escapó de la selva pudo despertarse.” El peligro no se personifica en un monstruo sino en un ambiente hostil. Comparte con el sueño de la casa y de la oficina la confusión y abrumadora soledad. En sus manos tiene un arma, un cuchillo, para abrirse paso por la selva amazónica. Como en la pesadilla de la madre bengalí, lo no-humano del paisaje se presenta como animales y vacío. La selva es un espacio de peligro. 

Pero, ¿qué sucede cuando el material onírico de la pandemia se nutre de la crisis político? ¿Cómo se presenta? Una estudiante neoyorquina, de ascendencia china, recopiló el revelador sueño de su amiga cercana:

Un día nuestro gobierno anunció que finalmente tienen listas nuestras vacunas y que los doctores irán a la puerta de nuestras casas para prevenir que nos amontonemos todos [all at once] en el hospital. No obstante, unos días antes de la llegada de los doctores a nuestro barrio, vimos en las noticias que Trump admitía su plan de inyectar en la gente el virus en sí. Su propósito era usar la ‘sobrevivencia del más apto’: ‘si tú eres lo suficientemente fuerte para sobrevivir y desarrollar anticuerpos, entonces vivirás [then you live], pero si no, morirás [then you die].”

Este sueño toma elementos de la pandemia –el distanciamiento social, la crisis política, la desconfianza con el presidente– para, ulteriormente, reintegrarlos en una interpretación crítica. Situémonos de nuevo. Finales de abril en Nueva York, las colas en los hospitales son interminables, Donald Trump recomienda tomar desinfectante para contrarrestar el coronavirus, mucha gente no ha salido en semanas de sus viviendas. Se ansía una vacuna para curar la pandemia pero se habla de que tomará muchos meses. La chica sitúa en el centro del sueño al gobierno, el cual describe como “nuestro gobierno”, mostrando una carga de identidad importante. 

El anuncio es alentador, ya hay una vacuna. Ahora lo público, el Estado –representado por los doctores– visitará a cada familia. Es una espera del Estado como figura proveedora, que rescata. Unos días antes de la campaña el mismo Trump declara su verdadera intención: inoculará el virus en los cuerpos de todos los habitantes del país. El fin es promover una política de genocidio biológico. Con un argumento basado en la famosa teoría darwinista del siglo XIX, el presidente y magnate Trump implementará un plan de ingeniería social. El coronavirus ha sido aprovechado, socializado en la pérdida de vidas humanas y privatizado en el control y despoblamiento. 

En realidad, devastará los barrios pobres y, consecuentemente, una mayoría negra o de inmigrantes con temor a ser deportados si protestan. Pero, como decíamos al inicio, el material onírico o de posibilidad fantástica muchas veces retrata mejor el núcleo histórico, real, concreto de una sociedad que las categorías de los analistas políticos, tan ensimismadas en discursos que le dan sentido al sinsentido. Las series catastrofistas, de por sí aprovechando el gusto de las generaciones actuales por la distopía, son muchas veces integradas al cosmos onírico del sueño para pintar un paisaje y un viaje donde se expresan las emociones, temores y circunstancias presentes en la sociedad aunque no aceptadas oficialmente.

Una joven estudiante en el Bronx se mudó con sus primas a Virginia durante la pandemia. Allí, según compartió, miraron una serie llamada The Handmaid’s Tale (2017). “La serie”, explica, “recrea cómo sería la vida en las postrimerías de una Segunda Guerra Civil Americana, en una sociedad totalitaria que somete a las mujeres fértiles, conocidas como ‘sirvientas’ [handmaids], a una esclavitud de tener-hijos.” Similar al sueño de la inoculación del virus por Trump, esta pesadilla integra a las dos primas a la sociedad totalitaria, a la represión policiaca, tan sólo un mes antes del asesinato de George Floyd en Minneapolis y las masivas revueltas en todo el país. La joven nos cuenta: 

En el sueño, ella y yo teníamos que ir al supermercado. Sólo se permitía dejar la casa en pares. Nosotras llevábamos capas rojas con largas capuchas que cubrían nuestras caras y solo nos dejaban espacio para mirar. Había muchos oficiales de policía en cada esquina con grandes armas cerciorándose de que no interactuáramos [making sure we do not interact] o entráramos en cercana proximidad con otras personas. Incluso si mirabas en dirección a otra persona corrías el riesgo de ser disparado. Las calles eran polvorientas, el cielo es gris y todas las personas en los caminos están vestidas de manera completamente igual. Llegamos al supermercado y solo podemos tomar frutas pues los estantes están vacíos. Mi prima trata de ser sigilosa y hablar con alguien aparte de mí pero es capturada por un oficial fuertemente armado. Me quedo sola en medio del supermercado con una canasta de fruta. Luego ella se despierta.” 

El sueño, también de abril, se da en un contexto de temor a la carestía y desabastecimiento de los supermercados. No está sola, sino acompañada de su prima. Ambas, en la sociedad totalitaria onírica, son parte de las mujeres obligadas a tener los bebés de las parejas blancas, heterosexuales, de la clase capitalista. El orden se mantiene a partir del silencio impuesto por los policías armados. El sistema necesita la poca interacción, conexión o conversación comunitaria de la gente. Similar a la pesadilla del oficinista que no puede entrar en conexión con los cuerpos vacíos, en éste el Estado prohíbe la interacción. Incluso el ámbito del mercado es vigilado, solo se permite el intercambio de dinero por mercancías, nada de charla. 

Sucede lo temido: la prima intenta hablar con alguien más y es capturada por un policía. El final es la soledad en el mercado con su necesidad, la fruta.  La situación es similar a la mujer que no podía abrir la puerta de su casa o al hombre en la oficina de cuerpos vaciados de humanidad. El sueño de Trump y de The Handmaid’s Tale muestran la dialéctica entre el material onírico individual y la crisis de la sociedad capitalista en su conjunto. Estos sueños van a contracorriente de los tiempos nacionales de las elecciones, a llevarse a cabo en noviembre pero, también, expresan las tensiones sociales desde abajo, desde estas jóvenes urbanas tan sólo un mes antes de que estallaran las protestas en Nueva York. 

 

Reflexión: por dónde se mueven los tiempos

Cuando comencé a dar clases en Nueva York, me impresionó tener frente a mí a las hijas e hijos de migrantes de Japón o Egipto, Bangladesh o Israel, El Salvador o Ucrania. Pensé en sus historias, en sus pueblos, como en mi pequeño istmo centroamericano. Durante la pandemia, comenzamos a recibir correos de nuestros estudiantes contándonos de la muerte de su madre, padre o tío. Al mismo tiempo en nuestro barrio en Queens sonaban las sirenas todo el día, había temor de abrir las ventanas. En los sueños que hemos leído, tengamos presentes, la ventana es el lugar por donde entra la araña pero, también, donde sale el grito. 

Para quienes vimos Times Square totalmente vacío en plena pandemia, nos sorprendió grandemente cuando, desde el 29 de mayo, la ciudad entró en ebullición rebelde. Los grafitis, de por sí presentes, explotaron en mensajes revolucionarios o, en Central Park, jóvenes negros recordaban la esclavitud de sus antepasados. El caminante y pensador berlinés, Walter Benjamin, habló sobre el sueño como atributo histórico generacional: “La experiencia de juventud de una generación tiene mucho en común con la experiencia de los sueños. Su configuración histórica es una configuración de sueño.” (Benjamin, 2002: 388)

Para una sociedad mercantil que crea las propias pesadillas del mundo –muerte de Breonna Taylor, de las niñas q’eqchi’es bajo custodia de ICE, de la esterilización forzada–, el miedo es parte de su continuidad. Lo vimos en los sueños de Handmaid o de los cuerpos vacíos, la conexión humana y la interacción pueden facilitar el flujo de palabra para construir nuevas comunidades críticas. Así visto, “el despertar es un proceso gradual que sucede en la vida de un individuo como en la vida de las generaciones. El dormir es su etapa inicial.” (Benjamin, 2002: 388). Solo reconociendo el sueño puede la realidad hacerse apoyo del despertar social. 

Queens, NY, 22 de agosto 2020

 

Bibliografía

Benjamin, Walter. “K. Dream City and Dream House, Dreams of the Future, Anthropological Nihilism, Jung.” In The Arcades Project, translated by Howard Eiland and Kevin McLaughlin, Edición: Third Printing., 388–404. Cambridge, Mass.: Belknap Press: An Imprint of Harvard University Press, 2002.

Bloch, Ernst. The Principle of Hope, Vol. 1. Translated by Neville Plaice, Stephen Plaice, and Paul Knight. Edición: Reprint. Cambridge, Mass: The MIT Press, 1995.

Lorde, Audre. “Poetry Is Not a Luxury.” In Sister Outsider: Essays and Speeches, edited by Cheryl Clarke, Edición: Reprint., 36–39. Berkeley, Calif: Crossing Press, 2007.

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Sergio Palencia Frener es sociólogo y antropólogo guatemalteco, actualmente profesor adjunto en Baruch College, City University of New York. Este ensayo fue publicado originalmente en: Revista de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Julio / Septiembre, No. 46, año 2020, pp. 11-24. Las fotografías publicadas en esta edición de Comunizar fueron tomadas por el autor en Nueva York, en 2018 y 2020.