Faltan ya palabras e imágenes para referirse a la catástrofe que estamos viviendo. El mundo que teníamos cae a pedazos alrededor de la peor manera imaginable. La ridícula promesa de regresar a cierta normalidad es otra forma de amenaza: se busca llevar aún más lejos el horror que caracterizaba ese mundo que desaparece.
No hay optimismo posible. Todas las opciones están cargadas de violencia y destrucción. Parece imposible detener a una clase dirigente inmoral e irresponsable, que lleva adelante el despojo al que se dedica y devasta todo a su paso, la naturaleza lo mismo que el tejido social y la cultura.
El colapso climático es ya conciencia general y experiencia cotidiana. Se repite, ansiosamente, que no sabemos si el nuevo clima será compatible con la vida humana. Si lográramos dejar de lastimarla como estamos haciendo quizá la madre tierra podría recuperarse; pero deberíamos hacerlo ya, ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde. Y así se pierde el ánimo: no se ve cómo lograr ese cambio tan radical, acabando de golpe el consumismo que nos hace cómplices de la destrucción que realizan quienes producen lo que consumimos…
Se sabe también que el colapso socio-político es aún peor. Se necesita ser muy cínico para llamar todavía Estado-nación democrático
a lo que hoy existe en el mundo entero o para sostener, contra toda experiencia, que puede haber un capitalismo responsable, honesto, con sentido social, capaz de traer bienestar a las personas y bendiciones a los pobres sin dañar al ambiente. Pero el imaginario político se habría agotado; no parece haber un régimen alternativo. Habría que actuar en ese marco.
Y así, en esa condición tan desoladora como realista, cuando hasta el ánimo más audaz se desespera, el zapatismo cobra fuerza como fuente de esperanza. No es un cuento, una promesa, una ilusión. Menos aún una doctrina, un evangelio, una receta. Es una realidad nueva, construida a golpes de alma a lo largo de 37 años.
Zapatismo es saber escuchar. Así nació. Y dijo bien el comandante Tacho: Dialogar no es simplemente oír al otro, a la otra, sino estar dispuesto a ser transformado por la otra, el otro. Quienes inventaron el zapatismo empezaron por escuchar-se, por dejarse transformar… y no han dejado de hacerlo hasta hoy. Por eso han cambiado continuamente. Una de las cosas más difíciles de entender es cómo cambiar profundamente, hasta el grado en que parece estarse caminando en sentido contrario al que se traía… sin traicionarse.
El reto parece muy difícil, pero en el fondo es sencillo: Para todos, todo; nada para nosotros
. Sí, así de simple. Se trata de comportarse al revés de lo que sostiene la norma dominante, que guía universalmente a la sociedad capitalista y es el reino del agandalle individual.
Es zapatismo poner la mirada en lo que cada quien, en su lugar, puede transformar, aquello en que puede meter las manos. No imaginar el cambio como alguna utopía general, sino sentipensarlo haciéndolo, convirtiendo cada día en construcción del mundo nuevo. Y los zapatistas muestran como nadie cuán lejos se puede llegar mediante transformaciones basadas en empeños cotidianos localizados.
Pero no es localismo. No se trata de aislarse del mundo. Al mismo tiempo, sin perder la pista, sin dejar de estar en contacto con el suelo que se pisa, levantar la mirada. Por eso los zapatistas organizan encuentros nacionales, internacionales, intergalácticos… y el año próximo irán a Europa. Se trata de entrelazarnos con otras y otros igualmente dedicados a construir el mundo en que quepan muchos mundos.
Necesitamos como nunca celebrar el zapatismo y aprender a escuchar. Tenemos que dialogar con personas sumisas y obedientes que agacharon la cabeza ante instrucciones insensatas dadas en nombre de la supuesta pandemia. La campaña de miedo apartó la atención general de las cosas que realmente importan y sigue contando los cuerpos que habrían sido afectados por el virus. En vez de culpar a los obedientes, que son las víctimas, hace falta dialogar con ellas y ellos, mostrarles en qué consiste el cuidado enraizado, consciente y abierto, realizado con otras y otros.
En México, 2019 fue el año más violento del siglo y hubo más violencia, en términos proporcionales, que en cualquier otro país. Este año hubo más muertes de diabetes que las atribuidas al virus y siguen muriendo muchas más de condiciones claramente asociadas con nuestro modo de vida. Sólo enfrentaremos la amenaza real del virus resistiendo lo que nos debilita y enferma, y dando especial atención a los más afectados por ese enemigo que internalizamos con nuestros consumos.
En vez de seguir hundiéndonos en el régimen ferozmente autoritario de la sociedad de control, que nos confina y aísla, necesitamos escucharnos. Escuchar ante todo a los zapatistas. Antes de que sea demasiado tarde. Cuando aún podemos alimentar esperanzas y realizar las rupturas necesarias.