La crisis de la covid-19 y los desafíos desde el sur

Parte del debate Economía feminista y ambientalismo para una recuperación justa: miradas del Sur, donde contribuyeron integrantes de distintas organizaciones y movimientos, como Tchenna Maso, del Movimiento de Afectados por Represas (MAB, por sus siglas en portugués), Mariana Leite (Chris-tian Aid), Magdalena León (REMTE), Natalia Salvatico (Amigos de la Tierra de Argentina), Daniel Gaio (Central Única de Trabajadores de Brasil), Rosa Gullen (MMM Macronorte Perú), Dipti Bhatnagar (cordinadora del Programa de Justicia Climática y Energía de Amigos de la Tierra Internacional y de Justicia Ambiental de Amigos de la Tierra de Mozambique), Kirtana Chandrasekaran (Amigos de La Tierra Internacional), Domenica Rodrigues Silva y Bernardete Monteiro (MMM Brasil), Johana Molina (MMM Chile)



LA CRISIS DE LA COVID-19

y los desafíos para los movimientos desde el Sur global: tejiendo intercambios

 

Tomado de Desinformémonos

https://desinformemonos.org/la-covid-19-y-la-crisis-del-capital-la-sostenibilidad-de-la-vida-y-la-soberania-de-los-pueblos-como-respuesta/

La llegada de la pandemia de covid-19 a los países del Sur global ha despertado muchas contradicciones y evidenciado que la actual crisis sanitaria se inserta en una crisis más amplia, la crisis del sistema capitalista.La actual crisis del capitalismo tiene diversas dimensiones, pero la principal quizá sea que por primera vez la vida se impone como eje central, con un cuestionamiento de hasta qué punto está amenazada. Frente a esto, los movimientos cuentan con el recorrido, el acumulado de pensamiento, de prácticas y de experiencias —más lejanas o más cercanas.En el intercambio de las experiencias de las distintas organizaciones y movimientos del Sur global se plantean algunas respuestas como síntesis de sus agendas comunes, al reunir sus experiencias y trayectorias desde distintos sectores con las prácticas que tienen en común desde la visión de la economía para la vida.Desde la perspectiva de la economía feminista, ubicada entre las economías para la vida, está la afirmación de que las mujeres hacen economía y que los temas que aportan a una agenda de transformación no son sólo temas sociales, es decir, no configuran sólo un planteamiento como oprimidas, denunciando presiones, exclusiones y explotaciones, sino que construyen la realidad desde una práctica económica diferente en medio de injusticias y discriminaciones. Esta práctica económica da cuenta de una conexión con la vida y de la posibilidad de transformar el sistema económico, y esta es una cuestión fundamental para encontrar ese camino de transformación y de disputa de la agenda de reactivación.Se ha dicho que la economía se detuvo durante el confinamiento. Pero fue sólo una parte de la economía la que se detuvo. Por el contrario, la economía del cuidado ha estado más desafiada que nunca, más presionada que nunca, ya que los hogares se volvieron el foco al que se desplazó toda la dinámica no sólo de cuidados, sino también de producción. Eso da cuenta de una capacidad instalada de hacer economía; da cuenta de la diversidad económica

que también se pudo ver en la capacidad de respuesta para el abastecimiento en algunos de nuestros países, sobre todo en la primera fase de la cuarentena. El tejido corporativo no tuvo una reacción tan inmediata como la de la economía local y campesina, que tuvieron la capacidad de responder al llamado de solidaridad y cubrir necesidades básicas.He aquí, pues, esta capacidad inherente, en los sistemas de cuidado reales y existentes, que no son necesariamente los que se necesitan o los que proponen los movimientos sociales, pero que existen por el hecho de que nuevamente vuelven a los hogares el conjunto de los cuidados que se comparten en términos de barrios, socialmente, comunitariamente, y también con intervención pública. El cierre de escuelas y guarderías impactó no sólo en términos de cuidado de los menores, sino también en la alimentación, porque muchas de las escuelas públicas proveen la alimentación de los alumnos. Entonces se suspendió un sistema maltrecho de cuidados, con consecuencias importantes en la economía del cuidado al volver enteramente hacia los hogares, pero, por otro lado, salieron a la luz algunas capacidades de producción y abastecimiento.En fin, muchas cosas están sucediendo en esa economía supuestamente detenida. Y es importante detectarlas como elementos para la transformación, porque esto da cuenta de acumulados, capacidades y posibilidades, de un protagonismo de las mujeres en una visualización y una práctica de economías conectadas con la vida, con el cuidado concebido en términos más amplios, no sólo el cuidado de las personas, sino el cuidado del sistema de vida como un todo.

 

CONTRADICIONES DE LA ECONOMÍA DEL CUIDADO

La cuarentena también ha despertado muchas contradicciones en el ámbito de la economía del cuidado: la situación del trabajo doméstico en este contexto podría ser un tema para traer más mujeres al debate; sin embargo, hacerlo es un reto pues el

aislamiento dificulta el trabajo cotidiano con las mujeres desde la base, a través de conversatorios y talleres que son característicos del trabajo de los movimientos populares.Una de las dificultades que surge en el contexto de la pandemia es que muchas mujeres que participan de los movimientos populares no tienen conexión a Internet en sus casas o incluso por dispositivos móviles, por lo menos en Brasil, donde no es accesible a toda la gente. Incluso al considerar el tema de las movilizaciones, uno de los desafíos es organizar la participación de los movimientos en los actos callejeros, de modo que se cumplan las medidas de prevención contra la propagación de la covid-19. Este desafío está planteado, por ejemplo, en São Paulo y otros grandes centros urbanos de Brasil, principales focos de contagio de la enfermedad. En este contexto, las mujeres que construyen los movimientos son siempre las primeras a cuestionar si deben participar o no de actos públicos, por tener a sus niños en casa y por miedo a infectar a sus seres queridos al exponerse al virus en la calle. Ante este contexto tan duro, las organizaciones se enfrentan a esas contradicciones al intentar crear y hacer avanzar el debate sobre el tema de los cuidados.

 

FORTALECER LOS COMUNES DESDE LA ORGANIZACIÓN POPULAR

 

A la vez, en este tiempo de crisis sanitaria, las mujeres han sido las primeras en ser llamadas a cuidar la vida, no sólo de su familia, sino también la salud de la comunidad, y a proveer alimentos para la comunidad. Son las mujeres las que tienen la experiencia de organización, las que alguna vez fueron olvidadas o desatendidas e invisibilizadas en su trabajo y las que ahora, innegablemente, han ofrecido respuestas concretas. Son las mujeres, por ejemplo, las que han reactivado los comedores populares autogestionados. Al mismo tiempo, nuevos comedores han sido creados por jóvenes que no querían revivir la experiencia de sus madres porque fue muy sacrificada. Ellos ahora están trabajando para la comunidad y están reeditando estas experiencias, recogiendo el conocimiento acumulado de sus madres y de las organizaciones y reconociendo su valor. Y ahora lo hacen con una experiencia mayor, promoviendo la demanda de políticas públicas alimentarias que no se basen sólo en el trabajo de las mujeres, sino que apoyen las experiencias que ya están desarrollando, para que se pueda reactivar la economía de la alimentación, de los cuidados y la atención desde estas organizaciones.En este contexto, también se van rehaciendo las experiencias de alianza entre los barrios y las organizaciones campesinas, que han empezado a traer su producción para vender en las comunidades o para donar a los comedores. Hay entonces un proceso de activación de la economía desde la práctica y experiencia acumulada por esas organizaciones.Es importante señalar todo esto de cara a las alianzas que todavía se están por construir, porque el presente ha demostrado que el capitalismo nunca se preocupó de las necesidades de las personas, al tiempo que el neoliberalismo está revelando su incapacidad para hacerlo. En contraste, estos actores sociales están cuidando la vida, la vida de la comunidad y hasta la propia naturaleza. Las compañeras campesinas dicen con fuerza y energía que hay que enfrentar la minería, la contaminación, porque eso está destruyendo las capacidades productivas en el campo y la capacidad productiva de alimentos para la sociedad.En muchos países, la lucha actual es por crear políticas de emergencia y, a la vez, señalar en esas salidas los horizontes de los movimientos —lo que ellos quieren. Eso atraviesa la relación del Estado con los servicios públicos y la autogestión, sea en lo que se refiere al agua, energía o salud. La cuestión es que no se puede negociar el “no estatal” desde una visión del mercado. Hay que desmercantilizar y, en el marco de la desmercantilización, la gestión popular es un camino. Si prevalece el marco del mercado, la sociedad civil se quedará estancada en la gestión de los recursos insuficientes y precarios, mientras que el mercado se quedará con los lucrativos. Un ejemplo de esto es lo que ocurre en Brasil, por ejemplo, con las organizaciones de la sociedad civil, que actúan en la tercerización de las guarderías. Entonces desde qué perspectiva se debate la cuestión de lo público es fundamental.En el marco de la pandemia, el debate de la renta básica gana fuerza a nivel mundial y está claro que en medio de esta crisis se volvió una cuestión central. Por ejemplo, en Argentina, se brindó una ayuda económica a 9 millones de personas por la crisis de la covid-19, y se plantea, a futuro, que esa ayuda continúe para los sectores más vulnerables. Sin embargo, hay que estar atentos para que la renta básica no sea apropiada y manipulada por las políticas neoliberales. En Brasil y en otros países se puede observar que algunos sectores defienden la renta básica, pero lo hacen en detrimento no sólo del trabajo sino también de algunos servicios públicos. Por eso se está empezando a discutir si la demanda debe hacerse en nombre de renta básica o de otro concepto, para poder analizar la vinculación con la seguridad social y otras cuestiones estratégicas.En Uruguay, la renta básica forma parte de la plataforma política de la Intersocial, que es una convergencia de los movimientos sociales, en la cual juegan un papel fundamental los sindicatos vinculados a la central nacional de trabajadores (PIT-CNT). Desde esa articulación, se exige una renta transitoria para las clases populares afectadas por la crisis. Si tiene que ser una renta universal a largo plazo es algo que aún está en discusión, pero, nuevamente, hay que pensar que esto no amenace de ninguna manera el derecho al trabajo y la centralidad del trabajo en la construcción social, la producción y reproducción de la vida. Entonces el trabajo sigue siendo una categoría central. Sin embargo, el trabajo no tiene por qué ser necesariamente asalariado; puede ser trabajo autogestionado, como el trabajo de cuidado, el trabajo para la producción y reproducción de la vida.PROPUESTAS PARA UNA RECUPERACIÓN JUSTAEn el tema de una recuperación justa, uno de los retos es cómo reanudar la discusión sobre las políticas macroeconómicas feministas y ambientales, con una visión de sostenibilidad en el centro. Esto es esencial si vemos cómo las transnacionales están hablando de “recuperación”, cooptando este discurso como ya hicieron con el de los derechos humanos. En otras palabras, el desafío es cómo reactivar el debate de los conceptos al tiempo que se considera cómo aparece ya en la agenda de los poderes mundiales.Hay que discutir una nueva macroeconomía y también ver cómo se piensa esto desde los movimientos. Pero es importante seguir apostando en ese acumulado que tienen los pueblos en términos de construcción económica, de relaciones económicas para el cuidado de la vida. Desde ese acumulado hay que pensar cómo se puede organizar la economía en función de un proyecto político popular desde una perspectiva local, pero que vaya más allá del territorio y que integre a los movimientos en una perspectiva internacionalista, de clase, antirracista y antipatriarcal. En este sentido, es fundamental discutir por qué se necesitan políticas públicas e ingresos y apoyos para las clases populares, que quedan fuera de la economía formal y que enfrentan mayor precarización y explotación.La crisis actual impone el reto de crear un espacio en el que las respuestas populares se disputen a nivel mundial. Si las respuestas a la crisis se consideran en términos de una disputa, un modelo de disputa, la forma en que presentemos estas cuestiones evitará que se conviertan en sectoriales. Desde ahí se plantea cómo escalar esto, para que estas experiencias que parecen pequeñas, que parecen muy locales y marginales, puedan presentar respuestas macroeconómicas, y también cómo hacer que haya una ética y una lógica de cuidados en toda la economía, para que en la reactivación económica no se reproduzca lo que ya pasó en otros momentos de crisis, como en 2008 y 2009, que nos arrojó a una crisis permanente y sistémica.

Es decir, hay que buscar una salida que no se centralice en lo financiero, y que lo financiero no sólo esté volcado al rescate de las empresas. El foco debe estar en una verdadera reactivación transformadora de la producción. Entonces, por ejemplo, no se trata sólo de decir “vamos a apoyar empresas que generan empleo” o “vamos a apoyar empresas porque hay que reactivar el mercado” o “vamos a ser selectivos y sólo apoyaremos determinada producción, castigando otras”. No solamente se trata de productos, sino de formas productivas. El modelo empresarial se proyecta como el único y el más eficiente, pero aquí lo que hemos visto es que hay otras formas productivas de economía como las campesinas, las cooperativas, asociaciones y talleres artesanales. Esas formas productivas tienen que ser reactivadas y apoyadas. A partir de esto, se entiende que si las mujeres, los sectores populares y los trabajadores construyen la economía, también tienen el derecho de decidir lo que sucede en las grandes decisiones y políticas económicas y no deben quedar relegados a la agenda social.Para lograr eso, los pueblos de América Latina tienen algo de experiencia y práctica, porque en la región hubo una búsqueda de alternativas durante la fase posneoliberal, así como de alternativas al capitalismo que se han dado en experiencias progresistas recientes. Estas supusieron también una incursión en la toma de las grandes decisiones, en la configuración y prefiguración de una agenda económica para nuestros países, para la región, para la integración, con modos alternativos de comercio desde la institucionalidad. Todo eso está ahí como un acervo que tiene que ser proyectado ahora en la búsqueda de estas transformaciones macroeconómicas.Por ejemplo, en el contexto brasileño, en el que los movimientos están construyendo el “Fuera Bolsonaro”, no hay un equilibrio de poder o de seguridad para debatir sólo de manera sectorial las cuestiones y las políticas. Brasil no sólo necesita un nuevo sistema de salud, sino que en realidad necesita un gobierno distinto. Para ello, los temas deben ser considerados dentro de un proyecto global, que con un aumento de la movilización podría llevar a entrar en nuestra agenda una vez más como disputa, para que podamos organizar marcos diversos. Ahí también se impone la cuestión de cómo pueden los movimientos construir estrategias mundiales para retomar o revivir las memorias de la producción y la soberanía alimentaria de y para los pueblos tradicionales, especialmente las mujeres campesinas, desde las perspectivas de la construcción de una cultura alimentaria que no esté vinculada al modelo de producción globalizado. Desde los pueblos, se construyeron sistemas de producción y reproducción de la vida con un papel central de las mujeres, aunque ellas no hayan sido necesariamente reconocidas como sujetos políticos en esta construcción, sino más bien como la base material que está asegurada por ese mismo trabajo de las mujeres.Ahora queda claro que sería contraproducente reproducir la división sexual del trabajo que llevó a esta crisis de los cuidados y que ha significado una mayor presión sobre las mujeres. Entonces, hay que revertir eso, pero ¿cómo? Una forma es considerar las tareas de cuidados como un trabajo y como fundamental para la economía, pero entendiendo que este no sólo debe ser asumido socialmente sino también por el Estado, y aquí aparece la disputa con el Estado. Ciertamente, nada de esto va a ser posible sin una disputa política de un nivel mayúsculo y ahí es donde se requiere este internacionalismo en la construcción de un proyecto político popular, una apuesta fuerte que existió durante muchos años para la integración de los pueblos en América Latina. Entonces se plantea la necesidad de lograr un mayor nivel de integración y complementariedad entre los pueblos para concebir conjuntamente un proceso político y económico basado en los derechos y las necesidades de las clases populares. Eso está en juego hoy considerando los golpes de Estado impuestos en Brasil, en Paraguay, en Bolivia, o que se continúa imponiendo un bloqueo criminal contra Venezuela y Cuba, que se continúa imponiendo la ocupación de Palestina, cada vez más terrible. Por lo tanto, la solidaridad internacionalista se canaliza a través de la disputa en la esfera política, como base de la acción humana de tal manera que tiene que rediseñarse la esfera económica a partir de esta disputa.En términos de servicios públicos, es importante discutir más. Los movimientos creen, por ejemplo, que el sistema energético tiene que estar en manos públicas —ya sea estatal, municipal o en manos de comunidades y cooperativas. Lo importante es desmercantilizar y desprivatizar la energía, lo mismo con el agua, con la salud pública. Se pueden pensar sistemas y existen, de hecho, sistemas comunitarios autogestionados, organizados a nivel de las comunidades.En Uruguay, por ejemplo, los movimientos siguen dando una lucha en defensa de los servicios públicos, incluso aquellos en manos del Estado. A pesar de que hoy el gobierno es un gobierno de derecha que impone una agenda neoliberal, la disputa la siguen dando porque se trata de una disputa política, que tiene que ver con quién toma las decisiones, quién controla, quién tiene la propiedad sobre esos servicios públicos y quién define cómo se organizan. Son las sociedades, las comunidades, las que tienen que recuperar el control sobre el sistema alimentario, sobre el agua y demás.En Chile, en octubre de 2019, hubo un estallido social que se interrumpió intencionalmente debido al confinamiento por la pandemia. Los costos de este estallido fueron muy altos en términos de pérdidas de vidas, mutilaciones y en el actual aumento de la militarización y la criminalización de la protesta. Hay que buscar, desde el internacionalismo, apoyar a nuestros pueblos y sumar fuerzas para alcanzar la transformación sin morir en el intento.Considerando el tema de articulación e internacionalismo, en las Américas los movimientos populares han organizado la Jornada Continental por la Democracia y contra el Neoliberalismo, y en el ámbito internacional construyeron la Asamblea Internacional de los Pueblos. Se trata de importantes iniciativas que refuerzan nuestras herramientas y construyen algunas respuestas a las cuestiones planteadas en este debate, a saber, la soberanía alimentaria, la recuperación de nuestras experiencias y la reciente vivencia del pueblo chileno, entre otras.La justicia ambiental es otra cuestión que conecta con esta recuperación justa, en lo que respecta a la crisis climática a la que se enfrenta la humanidad hoy en día, que arrasará muchas más vidas que esta pandemia, que también es muy destructiva. Y esta es una cuestión de justicia desde sus cimientos, ya que la crisis climática es injusta porque los que la han causado y los que la están sufriendo son dos grupos diferentes. Y esta diferencia se debe al poder, la desigualdad y el dinero.

 

Mientras la pandemia avanza, los cambios climáticos tampoco se detienen. Los ciclones, una plaga de langostas en el este de África —que ya está alcanzando el sur de Asia— son algunos ejemplos. Obviamente, esto va a devastar la agricultura y va a afectar la comida que llega a nuestras mesas. Eso impacta enormemente en el trabajo de cuidados que se mencionó anteriormente, pues todos necesitamos alimentar nuestros cuerpos y cuidar la vida.Los movimientos por justicia climática están en lucha contra el sistema extractivista capitalista, que destruye las selvas y contamina los cuerpos, la tierra, el suelo, el agua, el aire. Y, por supuesto, hemos visto cómo algunas comunidades que han estado expuestas a los efectos de las centrales eléctricas de carbón —y cuyos pulmones vienen siendo dañados desde generaciones— corren un mayor riesgo de sufrir complicaciones a causa de esta pandemia.En este momento se observa una reducción temporaria de las emisiones, pero que no representa una transición justa, porque hay millones de personas sin trabajo y, además, los cuerpos de las mujeres sufren con el trabajo extra de los cuidados que se ha acumulado. Para construir el camino hacia una transición justa es necesario combatir las falsas soluciones o el greenwashingcorporativo. La lucha contra el denominado “cero neto” es muy importante, porque la raíz de la pandemia y de todas las otras crisis es la misma. Es decir, las crisis son causadas por el modo como el sistema capitalista trata al planeta, a la naturaleza, a los cuerpos de las personas. Ahora, a causa de la crisis climática, las corporaciones transnacionales están intentando acaparar aún más tierras, bosques y recursos para convertirlos en sumideros de carbono que les permitan negociar la crisis climática.La lucha contra el “cero neto” es una gran lucha que ahora se encuentra en manos de las organizaciones y movimientos por justicia climática. Es una contienda en contra de los mercados de carbón, porque ellos quieren quitar los recursos de las comunidades —los ríos, el bosque, la tierra— y convertirlos en mercancía. Y claro, las personas que realmente están cuidando de la tierra y los recursos son, en muchos casos, las mujeres.Por otra parte, en lo que respecta a las falsas soluciones, a pesar de que se reconoce que la agroindustria es la causa de la pandemia de la covid-19, debemos ser conscientes de las respuestas que surgen y que podrían conducir al fortalecimiento del movimiento de conservación, que se opone totalmente a la agroecología y al manejo comunitario de los bosques como una respuesta.En este sentido, también hay que tener cuidado para no caer en la trampa de una monetización de la naturaleza. Hay que enfatizar la importancia del cuidado de los ecosistemas, de los sistemas ecológicos que hacen posible la vida. Eso lo hace la agroecología, pero esto no debería ser considerado un servicio ecosistémico. En realidad, las formas en que se organizan las relaciones sociales, este metabolismo con la naturaleza, esta relación de intercambio recíproco con la naturaleza no puede traducirse en la generación de servicios ecosistémicos que, en general, es un concepto que se utiliza a menudo para privatizar la naturaleza y convertir las funciones de la naturaleza en bienes comerciables en el mercado.Entonces es importante distanciarse de un reduccionismo en que la naturaleza se transforma en una moneda de cambio. Hay que discutirlo más, pero lo que la agroecología sí aporta es una respuesta a las múltiples crisis, lo mismo que la soberanía alimentaria. Sin embargo, estas deben ser planteadas desde una lógica que no sea mercantilista o privatizadora. Siempre que se piensa desde una visión monetizada de la economía, se quiere monetizar todo, no sólo la naturaleza, sino también el trabajo doméstico y de cuidados, por ejemplo. Pero hay que trastocar esa perspectiva y pensar en colectivo desde otros paradigmas.La perspectiva de la economía feminista y del debate que se plantea en este Foro Social Mundial de Economías Transformadoras habla de una ruptura, de desmonetarización y desmercantilización. Desde esa perspectiva, se cree que reglamentar el trabajo doméstico no es una resolución definitiva. Hay que luchar para que se garanticen derechos del trabajo doméstico, pero la respuesta a este problema no está en su tercerización o externalización. Lo que se plantea, en términos de reorganización del trabajo doméstico y de cuidados, es su redistribución y las acciones que debe emprender el Estado, pero también que se pueda pensar para organizarlo colectivamente en sus varias dimensiones. Eso tiene que ver con la desmercantilización y también está atravesado por el debate sobre la producción y otros asuntos diversos. Cuando se habla, por ejemplo, acerca de la discusión de qué se va a producir, hay que romper con el consumismo, pero también con la obsolescencia programada de diversos productos que son utilizados hoy, como el teléfono celular, la televisión o incluso los automóviles. Este debate, a su vez, pasa por la crítica sobre lo que eso significa, por ejemplo, en términos de destrucción de la naturaleza. Hay numerosas dimensiones en las que necesitamos avanzar sobre las rupturas y colocar la sostenibilidad de la vida en el centro.Volviendo al tema de la justicia climática y de la deuda, es muy importante debatir la deuda ecológica (o deuda climática), porque conocemos a los responsables de esta crisis climática y, por lo tanto, tenemos que exigir que asuman su responsabilidad y respondan lo más pronto posible. En este momento de la pandemia, muchos de los países del Sur se endeudan más y se encuentran en una crisis de deuda profunda. Por ejemplo, China acaba de conceder un préstamo a Sri Lanka para enfrentar la pandemia, y no deberían ser préstamos, sino donaciones para que los países que las reciben puedan enfrentar la crisis sanitaria.

 

Hay que luchar contra esta dinámica global de la deuda, porque el Norte tiene una responsabilidad con el Sur, ya que son ellos los que han creado la mayor parte de estas crisis, incluyendo las raíces de la pandemia de la covid-19. Cuando los países solicitan financiamiento climático o financiamiento para manejar la pandemia, esto tiene que ser tratado como donaciones y no como préstamos. Desde esa perspectiva, se plantea la lucha contra las corporaciones transnacionales y su intento de intervenir en todas las esferas de la vida.También los marcos políticos sobre la soberanía alimentaria, con una agenda basada en la soberanía alimentaria a través de un movimiento, con prácticas y políticas amplias, están relacionados con la economía feminista y una recuperación justa. Eso incluye diversas dimensiones. Está el aspecto de la transformación de los cuidados, no sólo en el sentido de que tenemos que cuidarnos nosotros, sino desde una mirada de cómo podemos acercarnos y cuidar de nuestro mundo, de nosotras y de los otros. También hay que cuidar de las semillas, que son la vida; empezar ahí y extender la comprensión hacia los paisajes y territorios que han sido devastados por el ascenso del modelo agroindustrial y de la industria alimentaria.Además, todo eso tiene una relación muy estrecha con esta pandemia, porque hay muchas evidencias de que el avance de la agroindustria hacia los territorios forestales está creando, cada vez más, lo que algunas personas llaman de “zonas de sacrificio” para el capitalismo, donde se devasta todo para alimentar el consumo exacerbado y la acumulación. La pandemia de la covid-19 y otras pandemias están surgiendo en estas zonas. De hecho, esta realidad demuestra, en términos muy graves, lo que implica ignorar la salud de la tierra y de la humanidad.En este sentido, la perspectiva del internacionalismo también se considera desde el ámbito de la soberanía y la agroecología, en la medida en que es necesario oponerse al rescate de las empresas y al sistema de comercio, vinculado al consumo exacerbado en algunos países, a la extracción en otros y al funcionamiento del sistema en general.Especialmente en este momento, es esencial que los movimientos sigan haciendo lo que están haciendo desde el Sur, porque es preocupante lo que se puede ver en Europa y en el Norte global en términos de la provisión de comida en todos los niveles. Por ejemplo, en los centros urbanos europeos, los gobiernos están promoviendo más y más el modelo industrial para responder a la crisis, ya sea a través de la promoción de los supermercados como la respuesta a las necesidades alimentarias durante la pandemia o inclusive tratando de negociar acuerdos de libre comercio. Estos son los tipos de respuestas que ellos ofrecen. Tampoco hay un debate desde el Norte sobre los impactos en el hemisferio Sur o la deuda ecológica.En América Latina es clarísimo lo que la deuda significa y el peso que tiene para los pueblos y países, que son quienes tienen que pagarla. Es indudable que hay una deuda histórica con los pueblos del Sur, con las clases populares del Sur, y esa deuda histórica tiene que ser pagada. Entonces ahí hay que revertir la lógica de esta deuda, así como la de toda transferencia monetaria; toda la transferencia de divisas que se da desde el Sur global hacia el Norte debe estar en el centro de la discusión. También está claro que todo este sistema que genera destrucción y que atenta contra la vida y los derechos de nuestros pueblos se basa en esa lógica de acumulación capitalista, y que el capital amplía su base de acumulación, se expande a nivel internacional, acapara tierras, niega derechos, destruye territorios y amenaza, por lo tanto, la salud de los pueblos.En la medida en que las empresas transnacionales, las potencias económicas nacionales, las oligarquías y la burguesía sigan apostando e imponiendo este sistema de acumulación, existe un enorme riesgo —al que se está haciendo frente en la actualidad— de que las soluciones sigan reproduciendo esta lógica de explotación y opresión que define a nuestras sociedades en la actualidad.Aquí es importante plantear el papel de los Estados y el protagonismo clave que desempeñan las empresas transnacionales en la organización de la arquitectura de la impunidad a través de los acuerdos de libre comercio, que facilitan sus continuas violaciones a los derechos humanos de los pueblos sin que sean juzgadas.Por otro lado, la extrema derecha está cada vez más organizada a nivel internacional y se alía, por ejemplo, con los grandes medios de comunicación, con las iglesias conservadoras, para luego imponer una persecución brutal contra los pueblos y contra todas las iniciativas populares. Más específicamente, se trata de una persecución racista, patriarcal, misógina y xenófoba que atenta contra los derechos de las clases populares. Ahí hay realmente un problema de correlación de fuerzas, en la que los gobiernos de extrema derecha llevan la ventaja. En un contexto en que la ultraderecha sigue creciendo globalmente, se impone la necesidad de crear nuevas propuestas que incorporen los derechos humanos a través de una perspectiva de cooperación, de solidaridad e interconexión.En este intercambio de las experiencias de las distintas organizaciones y movimientos del Sur global, en sus espacios y alianzas, están las alternativas reales que han sido expresadas a través de las prácticas de organización populares recuperadas en este texto. En esta síntesis se perfilan también las esperanzas en una realidad tan demandante como la actual.

Síntesis del debate Economía feminista y ambientalismo para una recuperación justa: miradas del Sur, donde contribuyeron integrantes de distintas organizaciones y movimientos, como Tchenna Maso, del Movimiento de Afectados por Represas (MAB, por sus siglas en portugués), Mariana Leite (Chris-tian Aid), Magdalena León (REMTE), Natalia Salvatico (Amigos de la Tierra de Argentina), Daniel Gaio (Central Única de Trabajadores de Brasil), Rosa Gullen (MMM Macronorte Perú), Dipti Bhatnagar (cordinadora del Programa de Justicia Climática y Energía de Amigos de la Tierra Internacional y de Justicia Ambiental de Amigos de la Tierra de Mozambique), Kirtana Chandrasekaran (Amigos de La Tierra Internacional), Domenica Rodrigues Silva y Bernardete Monteiro (MMM Brasil), Johana Molina (MMM Chile), con los comentarios finales de las ponentes Karin Nansen y Nalu Faria