Del urbanismo individualista al (des)urbanismo de la vida compartida

cualquier piso de hoy en día se levanta sobre una distribución del espacio que no tiene en cuenta los cuidados ni la socialización de las familias en sentido amplio, mucho menos de la comunidad: las cocinas son pequeñas y separadas de otros espacios donde se hace más vida y se disfruta del ocio, como el salón. El cuarto de baño pensado para una persona sin tener en cuenta la posibilidad de que alguien necesite apoyo para su aseo personal. Los dormitorios que se establecen jerárquicamente, etc.



Del urbanismo individualista al (des)urbanismo de la vida compartida

La expansión de las grandes urbes supuso un proceso especulativo y una pérdida de bienestar social que llega hasta nuestros días. Experiencias de vivienda cooperativa en régimen de derecho de uso pretenden salir de las lógicas más capitalistas.


A finales de la década de 1950 las comunidades gitanas del barrio de Triana, en Sevilla, fueron expulsadas de sus casas y de sus formas de vida comunitaria por los intereses urbanísticos que, en un contexto de fuerte crecimiento de la ciudad, recaían sobre el suelo que había al otro lado del Guadalquivir. El documental Triana, pura y pura narra cómo estas comunidades, vecinos y vecinas que hacían del apoyo mutuo su día a día, fueron realojadas en grandes bloques y campos de hormigón a las afueras de la ciudad.

Este acontecimiento de expulsión forzosa al extrarradio a modo de operación urbanística relámpago, junto con otros problemas, como el hacinamiento o la fuerte subida del precio del alquiler, se han presentado a lo largo del último par de siglos como dinámicas inherentes a un urbanismo plagado por la especulación y la concepción de la vivienda desde las lógicas capitalistas y heteropatriarcales. Pero también, desde que las lógicas que desprecian la vida humana han tratado de imponerse, han ido surgiendo respuestas colectivas que devuelven el significado comunitario a los espacios que construimos y la dignidad a quienes habitan en ellos.

Crecimiento y especulación

Los ensanches, esos barrios que se levantaron en forma de cuadrícula alrededor del casco antiguo de las ciudades a mediados del siglo XIX, se ubican en el imaginario colectivo como un gran momento de progreso. Mientras, las ciudades crecen y se convierten en polos de empleo y crecimiento económico, fruto de la evolución tecnológica y la industrialización. Sin embargo, suponen el momento a partir del cual la burguesía comienza una proyección a gran escala de la ciudad bajo sus intereses, siendo el lucro desmedido su principal afición.

Luis de la Cruz, historiador especializado en procesos urbanísticos y cambio social, señala al ser preguntado sobre si la especulación inmobiliaria surge en este momento que “la lógica de la especulación está ahí siempre, incluso antes de producirse los grandes ensanches de las ciudades”. Eso sí, “los ensanches son una gran oportunidad para que se produzca a un nivel todavía mayor”, afirma. 

“Fueron muy famosas las huelgas de inquilinos, que se dan en todas las grandes ciudades del mundo en el primer tercio del siglo XX, y quizás aquí la más importante es la de Barcelona”, explica Luis de la Cruz

Es en este contexto cuando se aprueba la Ley de Ensanche de las Poblaciones de 1864, y con ella la primera gran decisión político-administrativa de dejar en manos del sector privado el problema social de la vivienda. Las consecuencias de un marco legislativo que priorizaba el beneficio económico al bienestar social no tardaron en llegar a los planes que ya estaban en marcha.

En Barcelona, las manzanas del ensanche de Cerdá acabaron con el techo y los cuatro lados edificados, cuando el plan original contemplaba solo la construcción de dos o tres de ellos para dejar zonas verdes en los restantes y el interior. Mientras tanto, el Plan Castro de Madrid sustituyó los edificios de tres plantas por los de seis y los espacios dedicados a jardines y zonas comunes se redujeron del 50% al 20%, como recuerda un documento del 150 aniversario del plan publicado por el Ayuntamiento de Madrid.

Sin embargo, esta no fue la única forma de concebir el crecimiento de las ciudades. En línea con el florecimiento de los movimientos sociales de la época, la visión social estuvo presente en las conferencias y revistas de arquitectura que debatían acerca de cómo proyectar los nuevos espacios de vida. Contra estas lógicas especulativas, el historiador especializado en urbanismo Carlos Sambricio destaca en su obra la labor de Cebrià de Montoliu.

Ya en los primeros años del siglo XX, este arquitecto y urbanista potenció el movimiento cooperativista como base de la estructura urbana y ensalzó las universidades populares para que fuera el propio pueblo quien reflexionara y decidiera acerca de su futuro. Una lucha que no se quedaba en las aulas. Frente a la subida del precio de los alquileres por la imposición de las lógicas del beneficio denostadas, “fueron muy famosas las huelgas de inquilinos, que se dan en todas las grandes ciudades del mundo en el primer tercio del siglo XX, y quizás aquí la más importante es la de Barcelona, que se convierte en un movimiento de masas de inquilinos que se niegan a pagar el alquiler”, según Luis de la Cruz.

Casas baratas

Pero las cosas se iban a complicar. Durante estos años, la ingeniería se abre paso sobre la organización del trabajo, drenando de las relaciones socioeconómicas todo su componente social y cultural con el objetivo de subordinarlo todo a la maximización del beneficio económico. El taylorismo y el fordismo llegaron a la industria inmobiliaria de la mano de quienes veían a las familias obreras como simples agentes consumistas y productivos, y a la vivienda como una pieza más del engranaje capitalista heteropatriarcal, es decir, un lugar de paso para los hombres antes de volver a la fábrica, y cuatro paredes insalvables para las mujeres, cuya función debía ser alimentar, reproducir y criar a la fuerza laboral. Este momento supone la cristalización de un urbanismo individualista que busca construir al menor coste, con bajos salarios y materiales baratos, al tiempo que dispone la vivienda como centro de descanso y reproducción laboral.

Así, no parece casualidad que, como comenta Luis de la Cruz, décadas después los pisos de uno de los grandes barrios obreros construidos durante el franquismo en Madrid, el Barrio del Pilar, se vendieran con el lema publicitario “Encuentre su descanso al finalizar la jornada”.

El franquismo buscó deliberadamente fomentar un acceso a la vivienda en régimen de propiedad, y no de alquiler. Según datos del Observatorio de Vivienda y Suelo, si en el año 1950 el 51% de las viviendas españolas se encontraban en régimen de alquiler, este porcentaje se redujo hasta un mínimo del 17,8% en 2001. Al comenzar a entenderse la vivienda como un bien patrimonial y no como un bien de uso, fue la promoción de la vivienda en propiedad, según ha señalado el economista y ecologista José Manuel Naredo en sus diversos estudios sobre la crisis financiera de 2008, una de las causas que alentaron la especulación con la vivienda en España.

Nerea R. Piris, “necesitamos vivir en comunidad por muchos motivos, pero más por los tiempos que están por venir”

De esta forma, si antes del franquismo ya se había instaurado un urbanismo especulativo e individualista, “el régimen franquista ve y utiliza la industria inmobiliaria de dos maneras: una como manera de asegurarse la paz social e integrar a la sociedad en esa única gran clase que aspira a que simplemente sea nacional católica y franquista, pero además también como una manera de hacer negocio, y de hacer negocio para los suyos”, señala de la Cruz. Un negocio que se ha actualizado a los tiempos de hoy en día, perpetuando esa problemática social que sigue recibiendo una respuesta combativa por parte de los barrios y pueblos que conciben la vivienda como un derecho y un espacio colectivo donde la vida misma cobra sentido al vivirse en comunidad.

Derecho de uso y comunidad

Una de las experiencias más recientes de movilización vecinal y final feliz en cuanto al movimiento de vivienda se refiere es el caso de Can Batlló, un proyecto gestionado de forma comunitaria que surge a raíz del 15M en Sants, un barrio de Barcelona con un tejido cooperativo y asociativo organizado, cuya reivindicación histórica era el uso del recinto de un antiguo jardín abandonado que podía ser de gran utilidad para el barrio.

Ante la inoperancia del Ayuntamiento, un grupo de vecinos y vecinas decidió ocuparlo. Sandra Girbés, de La Borda, un proyecto que surge precisamente a raíz de esa ocupación, cuenta que “a partir de ese momento se llegó a unos pactos con el Ayuntamiento para llevar a cabo un proyecto gestionado por la propia comunidad, que ofreciera diferentes servicios con el criterio de cubrir necesidades existentes”.

Nerea R. Piris:“Tenemos un mantra muy metido que dice que para satisfacer la necesidad de vivienda necesitas tenerla en propiedad, y eso no es así”

En el espacio de Can Batlló se propusieron varias iniciativas y entre ellas se encuentra La Borda, un proyecto de vivienda que, bajo el régimen de cesión de uso de las casas en lugar del régimen de propiedad, se planteó salir de las dinámicas de especulación que asfixian Barcelona. Tras basarse en diversas experiencias de Uruguay y Dinamarca, y conscientes de la complejidad del proyecto y de la ausencia de referencias catalanas y españolas, La Borda surgió con la intención de impulsar los proyectos de vivienda cooperativa en otros territorios y ayudar a otras comunidades a llevar a cabo sus proyectos de viviendas basadas en el derecho de uso. 

Nerea R. Piris, de La Promotora del Común, comenta: “Tenemos un mantra muy metido que dice que para satisfacer la necesidad de vivienda necesitas tenerla en propiedad, y eso no es así. Lo que necesitas es una casa y tener la seguridad de que nadie te va a echar de ella ni te va a subir el alquiler”. El derecho de uso permite que tengas una casa, pero impide la especulación con la vivienda, ya que esta no pertenece a una persona en particular, sino a una comunidad, generalmente en forma de cooperativa, que decide qué hacer con la misma “y para poder traspasarla a otra persona hay que tener la aprobación de toda la cooperativa”, apunta Piris. 

La Promotora del Común, a la que pertenece Piris, visitó, se inspiró y formó con las gentes de Can Batlló y en la actualidad apoya a colectivos que quieren establecer su propia comunidad de vivienda basada en derecho de uso. Nacho García Pedraza, de Entrepatios, la primera cooperativa basada en derecho de uso en Madrid, comenta que esta forma de propiedad es “al vivir en común como el cooperativismo a la gestión horizontal en las empresas”, es decir, “es el modelo que mejor se adapta o que mejor permite organizarse de forma comunitaria”, ya que, al eliminarse la propiedad privada, las conversaciones empieza a girar en torno a lo común, lo que facilita cambiar la perspectiva a la hora de pensar la vivienda. 

Sin embargo, para vivir en comunidad es necesario, además de construir el edificio, construir los lazos de infraestructura blanda, término acuñado en Arquitecturas del Cuidado, Viviendas colaborativas para personas mayores. Un acercamiento al contexto vasco y las realidades europeas, publicado por Icaria y escrito por Ana Fernández Cubero e Irati Mogollón García. Cubero comenta cómo cualquier piso de hoy en día se levanta sobre una distribución del espacio que no tiene en cuenta los cuidados ni la socialización de las familias en sentido amplio, mucho menos de la comunidad: las cocinas son pequeñas y separadas de otros espacios donde se hace más vida y se disfruta del ocio, como el salón. El cuarto de baño pensado para una persona sin tener en cuenta la posibilidad de que alguien necesite apoyo para su aseo personal. Los dormitorios que se establecen jerárquicamente, donde la habitación doble, destinada a las relaciones sexuales legítimas, es más grande que las demás. “Estas cocinas separadas suponen una dificultad para la socialización de las actividades que tienen que ver con el cuidado, como cocinar o lavar la ropa, tareas que están destinadas principalmente a las mujeres”, señala Fernández Cubero. 

La infraestructura blanda hace referencia a todos aquellos aspectos cualitativos que conforman los grupos. “Son los lazos de convivencia que te van a asegurar que sobreviva el proyecto”, indica Cubero. “Esa mirada de la comunidad en la cesión de uso donde tú no eres el propietario, sino que toda la comunidad lo es. Llevar esa lógica al día a día, eso también se aprende, se entrena o se diseña, como la arquitectura del edificio, y es lo que va a permitir que una comunidad se mantenga a lo largo del tiempo, igual que una buena arquitectura te garantiza que tu edificio esté muchos años en pie”.

Está claro que vivir en comunidad supone la gestión de muchos factores que no necesariamente hay que tener en cuenta cuando vivimos solos o con un núcleo familiar reducido, pero, según reflexiona Piris, “necesitamos vivir en comunidad por muchos motivos, pero más por los tiempos que están por venir”.