11 grandiosos poemas de Charles Baudelair, el poeta maldito

Charles Baudelaire fue el poeta precursor de simbolistas, parnasianos, modernistas, de la vanguardia latinoamericana y de todo poeta maldito. Su influencia traspasó el mundo de la poesía y cambió la mirada estética general.
Su libro Las flores del mal (1857) es considerado uno de los más revolucionarios y provocadores del siglo XIX. Es un libro que proclama una belleza diferente, a veces perturbadora. Canta a lo efímero, lo que se descompone, a lo urbano y sus habitantes anónimos, a la moral ambigua que se pregunta por el remordimiento y a todo lo marginado y lo tabú (el vino, las prostitutas, los mendigos, el amor lésbico, el sexo).



11 grandiosos poemas de Charles Baudelaire

 
Claudia Gómez Molina
Graduada en Literatura y Humanidades y traductora

Charles Baudelaire fue el poeta precursor de simbolistas, parnasianos, modernistas, de la vanguardia latinoamericana y de todo poeta maldito. Su influencia traspasó el mundo de la poesía y cambió la mirada estética general.

Su libro Las flores del mal (1857) es considerado uno de los más revolucionarios y provocadores del siglo XIX. Es un libro que proclama una belleza diferente, a veces perturbadora. Canta a lo efímero, lo que se descompone, a lo urbano y sus habitantes anónimos, a la moral ambigua que se pregunta por el remordimiento y a todo lo marginado y lo tabú (el vino, las prostitutas, los mendigos, el amor lésbico, el sexo).

Estos son 11 poemas de Las flores del mal traducidos por Pedro Provencio.

1. El gato

La imagen del gato atraviesa el poemario de Las flores del mal. Esta imagen crea una asociación insólita que pide que miremos el oficio poético de una manera diferente. El gato implica lo voluntarioso, lo caprichoso, lo que no se controla, pero también la gracia y la sensualidad.

A través de él, Baudelaire nos habla de una visión del arte asociada a la magia y lo divino, que nos recuerda el gato como dios egipcio, y, como tal, remite a la perfección, la armonía y la proporción. También habla de la necesidad de la poesía como un bálsamo para la vida del poeta.

I
En mi cabeza se pasea,
como en su propio aposento,
un bello gato fuerte, suave y encantador.
Cuando maúlla, apenas se le oye,
de tan tierno y discreto que es su timbre;
pero su voz, ya se apacigüe o gruña,
es siempre rica y profunda.
Ahí está su atractivo y su secreto.
Esta voz, que gotea y se filtra
en mi interior más tenebroso,
me invade como un verso cadencioso
y me refocila como un bebedizo.
Ella adormece los dolores más crueles
y contiene todos los éxtasis;
para decir las frases más largas
no necesita palabras.
No, no hay arco que rasque
mi corazón, instrumento perfecto,
y que haga con más majestad
cantar su cuerda más vibrante,
que tu voz, gato misterioso,
gato seráfico, gato extraño,
en quien todo, como en un ángel,
es tan sutil como armonioso.

II
De su pelaje rubio y moreno
sale un perfume tan suave, que una noche
me impregné de él porque una vez
lo acaricié, solo una.
Es el espíritu familiar de la casa;
él juzga, él preside, él inspira
cualquier cosa en sus dominios;
¿es quizá un hada, es un dios?

Cuando mis ojos, hacia ese gato que amo
atraídos como por un imán,
se vuelven dócilmente
y miro entonces en mí mismo,
veo con sorpresa
el fuego de sus pupilas pálidas,
claros fanales, vivientes ópalos,
que me contemplan fijamente.

2. Remordimiento póstumo

El remordimiento es uno de los temas explorados por Las flores del mal. A través de la pregunta que apela a la cortesana en la última estrofa, se cuestiona qué puede ser digno del remordimiento al final de cuentas, y, por lo tanto, se cuestiona y hace una crítica a la culpa, los valores y la moral del momento.

Sobresale la visión del poeta como quien puede tener una mirada diferente (opuesta a lo práctico), y que, por esto, tiene una sabiduría equiparable a la de un sacerdote.

El poema remite a la estética de Edgar Allan Poe, en la que sobresalen hermosas doncellas que mueren en la plenitud de la belleza, y a la atmósfera mórbida y decrépita de lo fúnebre, y contrasta con lo lujoso y lo aristocrático.

Cuando te hayas dormido, mi bella tenebrosa,
al fondo de un sepulcro hecho de mármol negro,
y cuando solo tengas por alcoba y morada
un panteón húmedo y una cóncava fosa;
cuando la piedra, hundiendo tu pecho asustadizo
y tu torso relajado por una deliciosa displicencia,
impida que palpite tu corazón y ansíe,
y que tus pies recorran tu carrera azarosa,
la tumba, confidente de mi sueño infinito
(porque la tumba siempre comprenderá al poeta),
en esas largas noches donde el sueño es proscrito,
te dirá: «¿De qué te sirve, cortesana incompleta,
nunca haber conocido lo que lloran los muertos?».
—Y el gusano roerá tu piel como un remordimiento.

3. Obsesión

En este poema sobresale la mirada subjetiva del poeta, y, ante todo, su emotividad y sensibilidad: “me amedrentáis”, “te odio”, “me gustarías”. Su mirada da un nuevo significado a la naturaleza del bosque, los océanos y la noche.

Cabe resaltar la imagen que se adelanta al surrealismo desarrollado hasta el siglo XX y que muestra la última estrofa: “(…)las tinieblas son también ellas lienzos/ donde viven, brotando de mis ojos a miles,/ seres desaparecidos de miradas familiares(…)”.

Vosotros, altos bosques, me amedrentáis como catedrales;
aulláis igual que el órgano; y en nuestros corazones malditos,
cámaras de duelo eterno donde resuenan antiguos estertores,
se repiten los ecos de vuestros De profundis.
¡Océano, te odio! Tus brincos y tumultos
los encuentra mi espíritu en sí; la risa amarga
del hombre derrotado, llena de sollozos y de insultos,
yo la escucho en la risa tremenda de la mar.
¡Cómo me gustarías, oh noche, sin esas estrellas
cuya luz habla un lenguaje consabido!
¡Pues yo busco el vacío, y lo negro, y lo desnudo!
Pero las tinieblas son también ellas lienzos
donde viven, brotando de mis ojos a miles,
seres desaparecidos de miradas familiares.

4. El abismo

“El abismo” es un poema apunta a la sensación de la inmensidad, lo infinito, lo inabarcable, lo eterno y lo divino, lo que no puede comprenderse, asirse, como algo inevitable que contrasta con el ser humano, y su ser limitado y pequeño.

Habla también de los sucesos inevitables del destino y el azar, y cómo el hombre queda impotente ante ellos: “Sobre el fondo de mis noches, Dios, con su dedo sabio,/ dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua”.

Se trata de un miedo cercano a la ansiedad, como un temor inmenso hacia algo que ni siquiera se conoce. En el verso final sobresale la expresividad, dando cuenta de la desesperación: “¡Ah, no poder nunca evadirse de los Números y los Seres!” Aquí, los seres y, sobre todo, los números, connotan lo limitado, lo que puede ser estudiado y lo concreto.

Pascal tenía su abismo, que se movía con él.
—¡Todo es pozo sin fondo, ay, acción, deseo, sueño,
palabra! y a menudo, rozando mis pelos erizados,
he sentido pasar el viento del Miedo.
Arriba, abajo, en todas partes, lo profundo, lo inhóspito,
el silencio, el espacio horroroso y cautivador…
Sobre el fondo de mis noches, Dios, con su dedo sabio,
dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo del sueño como se teme un gran túnel,
repleto de vago terror, camino hacia quién sabe dónde;
no veo más que infinito por todas las ventanas,
y mi espíritu, siempre acosado por el vértigo,
envidia la insensibilidad de la nada.
—¡Ah, no poder nunca evadirse de los Números y los Seres!

5. El sol

Se muestra una figura ambigua del sol: en el paisaje urbano es furioso y cruel, y en el campo es un padre que nutre, alegra y cura enfermedades. Hay una comparación entre el poeta y el sol que sugiere una poesía incluyente, en la que todo tiene cabida; también la enfermedad, los edificios, la fealdad, lo mundano, lo común.

Por la vieja barriada, donde, de las casuchas
las persianas ocultan las lujurias secretas
cuando el astro cruel furiosamente hiere
la ciudad y los campos, los techos y sembrados,
quisiera ejercitarme en mi esgrima fantástica
husmeando en los rincones azares de la rima,
tropezando en las sílabas, como en el empedrado,
acaso hallando versos que hace tiempo soñé.

Ese padre nutricio, que huye de las clorosis,
en los campos despierta los versos y las rosas;
logra que se evaporen hacia el éter las penas
saturando de miel cerebros y colmenas.
Es el quien borra años al que lleva muletas
y le torna festivo como las bellas mozas,
y a las mieses ordena madurar y crecer
en la inmortal entraña que desea florecer.

Cuando, como un poeta, desciende a las ciudades,
ennoblece la suerte de las cosas más viles,
y penetra cual rey, sin séquito ni pompa,
tanto en las casas regias como en los hospitales.

6. A una que pasa

El poema se concentra en la experiencia del anonimato que permiten las grandes ciudades, repletas de gente, donde todos son desconocidos.

Se narra un suceso frecuente en las urbes: el romance y la atracción entre dos extraños que se encuentran por un momento fugaz —el tiempo que dura una mirada— y saben que nunca se volverán a ver.

La calle ensordecedora aullaba alrededor de mí.
Esbelta, delgada, de luto riguroso, toda dolor solemne,
una mujer pasó, haciendo que con su mano fastuosa
se alzaran, oscilaran el dobladillo y el festón;
ágil y noble, con piernas de estatua.
Yo, crispado como un excéntrico, bebía
en sus ojos, cielo lívido donde germina el huracán,
la dulzura que fascina y el placer que mata.
¡Un relámpago… y en seguida, la noche! Fugitiva belleza
cuya mirada me ha hecho de pronto renacer,
¿no volveré ya a verte hasta la eternidad?
¡En otra parte, muy lejos de aquí!, ¡muy tarde!, ¡quizá nunca!,
pues ignoro adónde huyes, y no sabes adónde voy,
¡oh tú, a quien yo hubiera amado, oh tú, que lo sabías!

7. Mujeres malditas

El poema recupera la humanidad de las mujeres condenadas desde la mirada de la compasión. Se habla de ellas desde la inocencia del amor adolecente, la sensibilidad y fragilidad femenina, su ser fraternal, su capacidad de amar y sus sueños. También se alude a su sensualidad, sus gustos, deseos, placeres, la sexualidad, las enfermedades y los vicios: sugiriendo así cuál puede ser la razón por la que son condenadas.

Este juicio que condena puede asociarse, en parte, a la cultura patriarcal tradicional que, apoyada por la moral y la religión del momento, ha condenado el placer y el deseo de la mujer.

Si bien Las flores del mal busca una estética artística incluyente, en la que también lo feo y lo desagradable puede ser objeto del arte, también permite ver a quiénes habían sido marginados desde una perspectiva diferente: también en ellos se encuentra la belleza y la complejidad.

En este sentido, el arte cumple una función social de crítica desde la capacidad del artista de observar desde una perspectiva personal y auténtica, que, si bien desobedece a los valores del statu quo de la sociedad, es fiel a sus valores personales y no se compromete. Es así como el arte se vuelve subversivo y con el tiempo puede lograr el cambio.

Echadas en la arena como un rebaño pensativo,
vuelven sus ojos hacia el horizonte de los mares,
y sus pies que se buscan y sus manos rozándose
tienen suaves desmayos y amargos estremecimientos.
Unas, corazones embelesados en largas confidencias,
al fondo de la arboleda donde murmuran los arroyos,
van deletreando el amor de la infancia medrosa
y marcan el tronco verde de los árboles jóvenes;
otras, igual que monjas, andan lentas y serias
entre las peñas llenas de apariciones, donde
vio brotar San Antonio, como lenguas de lava,
los pechos desnudos y purpúreos de sus tentaciones;
Hay algunas que, al resplandor de las resinas desbordantes,
en la muda oquedad de los antiguos antros paganos,
te piden que socorras sus fiebres vociferantes,
¡oh Baco, tú que aplacas los remordimientos ancestrales!,
y otras, cuyo pecho prefiere los escapularios,
que, ocultando bajo sus largos hábitos un látigo,
mezclan en el bosque sombrío y en las noches solitarias
la espuma del placer con las lágrimas de las torturas.
¡Oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos, oh mártires,
generosos espíritus que reprobáis la realidad,
ansiosas de infinito, devotas y satiresas,
tan pronto rebosantes de gritos como henchidas de llantos,
vosotras que mi alma ha seguido hasta vuestro infierno,
pobres hermanas mías, os amo tanto como os compadezco
por vuestros lúgubres dolores, vuestra sed no saciada
y los cálices de amor que llenan vuestro gran corazón!

8. La fuente de sangre

Por medio de la imagen fantástica de la fuente de sangre, se habla de una emoción cuya causa no puede ser señalada, es irracional e implacable, y no se puede escapar a ella o adormecerla.

Lo fantástico permite dar una imagen y un lenguaje a esta emoción, cuya certeza puede ser constatada por los sentidos: tiene un ritmo, puede ser vista y escuchada.

A veces me parece que mi sangre sale de mí a borbotones,
lo mismo que una fuente de rítmicos sollozos.
Claramente la oigo fluir con un largo murmullo,
pero me palpo en vano para encontrar la herida.
Por toda la ciudad, como en su propia finca,
ella se extiende, transformando los adoquines en islotes,
apagando la sed de todas las criaturas,
tiñendo de rojo la naturaleza entera.
He rogado muchas veces a los vinos capciosos
que al menos por un día adormezcan el terror que me consume;
¡el vino aclara la vista y agudiza el oído!
He buscado en el amor un sueño que me haga olvidar;
¡pero el amor es para mí solo un colchón de agujas
hecho para dar de beber a esas crueles mujerzuelas!

9. Alegoría

Por medio de una figura alegórica en forma de mujer, el poema sugiere una idea de belleza majestuosa, superior e inmune a los juicios morales y las pasiones humanas, como el amor, los vicios, la muerte, el libertinaje, el infierno.

Se trata aquí de una belleza que todo lo conmueve, produce gozo y es el motor que mueve al mundo.

Es una mujer hermosa y de nuca opulenta,
que deja caer la cabellera en su vino.
Las garras del amor, los venenos del garito,
todo resbala y todo se embota ante su piel granítica.
Se ríe de la Muerte y ridiculiza a la Lujuria,
esos monstruos cuya mano, que siempre rasga y siega,
ha respetado sin embargo, en sus juegos destructores,
la majestad severa de este cuerpo firme y enhiesto.
Camina como una diosa y se recuesta como una sultana;
tiene fe mahometana en el placer,
y a sus brazos abiertos, donde rebosan sus pechos,
convoca con los ojos al género humano.
Ella cree, ella sabe, esta virgen estéril
y aun así necesaria para que el mundo avance,
que la belleza física es un sublime don
que consigue el perdón de todas las infamias.
Le son indiferentes tanto el Infierno como el Purgatorio,
y cuando llegue la hora de entrar en la Noche negra,
mirará el rostro de la Muerte
como mira un recién nacido —sin odio y sin remordimiento.

10. La muerte de los artistas

Este poema trata sobre el oficio del artista. Pero el artista pensado como aquel que persigue una visión de arte asociada a lo místico, lo adorado, lo que conmueve, subyuga, lo que es inmortal. La labor del artista se muestra, pues, como una acumulación de intentos fallidos, apenas motivados por una esperanza.

Por eso, se alude a todos aquellos que no logran desarrollar su talento plenamente o que, si lo logran, no son reconocidos.

La Muerte, entonces, tiene la función de reivindicar y hacer justicia al oficio del artista, remitiendo a los grandes artistas cuyo talento y obra solo es reconocido mucho tiempo después de su muerte.

¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir
y besarte la frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco, de mística virtud,
mi carcaj, ¿cuántas flechas habrá de malgastar?

En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos,
y más de un bastidor hemos de destruir,
antes de contemplar la acabada Criatura
cuyo infernal deseo nos colma de sollozos.

Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo,
escultores malditos que el oprobio marcó,
que se golpean con saña en el pecho y la frente,

sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío!
Que la Muerte, cerniéndose como sol renovado,
logrará, al fin, que estallen las flores de su mente.

11. Puesta de sol romántica

El poema muestra una contraposición entre sol —luz y vida—, y noche —oscuridad y muerte—. El sol remite a la vida y su ser efímero y pasajero. La noche, alude a la muerte, con un entorno pantanoso, húmedo, tenebroso, pero esto no implica que no sea “irresistible”, apuntando a que la belleza también está en lo “feo”.

¡Qué hermoso es el Sol cuando se eleva completamente nuevo,
lanzándonos como una explosión su «buenos días»!
—¡Bienaventurado aquel que amorosamente puede
saludar el ocaso más glorioso que un sueño!
¡Yo recuerdo!… He visto todo, flor, manantial, surco,
extasiarse bajo su mirada como un corazón palpitante…
—¡Corramos hacia el horizonte, que es tarde, corramos aprisa
para atrapar al menos un oblicuo rayo!
Pero persigo en vano al Dios que se retira;
la irresistible Noche establece su imperio,
negra, húmeda, funesta y llena de escalofríos;
un olor de tumba flota en las tinieblas,
y mi pie temeroso, al borde de la ciénaga, aplasta
sapos inadvertidos y babosas frías.

Sobre Charles Baudelaire

Baudelaire (1821-1867) nace en París y queda huérfano de padre en su niñez. Su madre se vuelve a casar con un influyente militar, quien trabaja como embajador en varias cortes. Tuvo una educación aristocrática y estudió leyes en el Lycée Louis-le-Grand.

A muy temprana edad, adquiere un estilo de vida de dandi. Frecuenta los burdeles, se dedica a los vicios y desperdicia su fortuna. Se hace amante de Jeanne Duval, una mulata de ascendencia francesa y haitiana, quien fue su musa y compañera durante veinte años.

Fue poeta, ensayista y crítico, y además de ser uno de los más grandes poetas del siglo XIX, es uno de los mejores traductores de Edgar Allan Poe. Sus obras más conocidas fueron Las flores del mal (1856) y El spleen de París (1869).

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