El agua: “La bolsa o la vida”
Sergio Anchorena
La Tinta
17 diciembre, 202
Desde inicios de diciembre de 2020, los derechos de uso del agua de la Cuenca Fluvial de California comenzaron a cotizar en el Mercado de Futuros en la Bolsa de Valores de Nueva York, mejor conocida como Wall Street; lo mismo ya ocurre con la soja, el trigo, el petróleo y otros bienes. Este hecho representa un pequeño paso más en la exclusión del acceso a los bienes y servicios mediante el mecanismo de mercado, al agregarle un componente especulativo. En esta nota, se intenta echar un poco de luz sobre este -ya naturalizado- proceso de exclusión capitalista y el significado de esa noticia.
Las necesidades, los bienes y la economía
Los que alguna vez estudiamos Economía, recordamos que, en la primera clase, nos enseñan que el objetivo de la actividad económica es la satisfacción de necesidades humanas y el de la ciencia económica, estudiar cuál es la mejor forma de satisfacerlas, dados los recursos disponibles en una sociedad, en un momento histórico determinado, esto es, cuál es la mejor forma de administrar los recursos para satisfacer esas necesidades.
La (simplificada, pero no por eso inútil) definición de necesidad que se utiliza es que “es una sensación de carencia y el deseo de satisfacerla”. Justamente, en economía, se define como un bien (o servicio, si es inmaterial) aquello que tiene la propiedad de satisfacer una necesidad. En base a esto, no nos queda duda de que el agua es un bien, sacia la sed, al tiempo que un recurso, se utiliza para producir otros bienes.
Estos bienes se clasifican en libres y económicos, sobre la base del concepto de escasez. Un bien es económico cuando es escaso. Los bienes libres, en cambio, son abundantes, no son objeto de apropiación, no tienen dueño y, por lo tanto, nadie puede ser privado de su disfrute por no poder pagarlos. Ejemplos de estos bienes son el aire, la radiación solar y lo fue, hasta hace algunos decenios, el agua (todavía algunos textos señalan al agua como ejemplo de bien libre). Los bienes económicos, en cambio, por ser escasos, requieren ser administrados, de estos se ocupa la Economía, de cómo se asignan o producen, de cómo circulan, de cómo se distribuyen y de quiénes y cómo se consumen. El agua, hace muchos años que es un bien económico y, por eso, es una mercancía que se intercambia en operaciones de compra y venta.
El mercado y la administración de la escasez mediante la exclusión
La visión ortodoxa neoclásica, dominante, de la Economía, se basa en la idea de que el mejor sistema para administrar los bienes económicos es mercantilizarlos, esto es utilizar el mecanismo de mercado. La idea es que, en un mercado competitivo, en el que ningún agente (productor, vendedor o consumidor, comprador) tiene poder de fijar el precio en el mercado, se alcanzará -a través de la competencia por comprar y por vender- un precio en el cual ningún vendedor se quedará con ganas de vender más cantidad (no habrá acumulación no deseada de existencias) y ningún comprador se quedará con ganas de comprar más a ese precio (no habrá demanda insatisfecha), ese es el “precio de equilibrio de mercado”.
Claro que la aparición del “precio” lleva a una transformación de la necesidad, en demanda (transformación, en general, oculta en la ciencia económica). La idea demanda incluye a la necesidad, pero le agrega la “disposición a pagar para satisfacerla”. Más allá de los (imposibles) requisitos que debería cumplir un mercado, para garantizar que el equilibrio competitivo se produzca, la trampa está en sustituir la necesidad por la demanda.
La demanda de un bien o servicio implica necesariamente una restricción presupuestaria, la disponibilidad de dinero para gastar, que determina hasta cuánto una familia (la demanda para el consumo es un hecho familiar, no individual) puede pagar por el bien o servicio. La restricción presupuestaria es diferente para cada familia, dada la distribución desigual del ingreso y la riqueza que caracteriza a las sociedades capitalistas (injusta e inequitativa, me atrevo a agregar), y esto dará lugar a diferentes demandas, aunque las familias tuvieran necesidades idénticas.
La idea es que, en ese mercado, a través de la competencia por comprar o por vender, el precio subirá o disminuirá, como en una subasta, hasta que las cantidades que ofrecen los vendedores se igualen con la que están dispuestos a adquirir los compradores.
Pero el equilibrio de un mercado competitivo no implica la satisfacción de les necesidades, sólo implica que, entre los que pueden pagar para satisfacerlas, al precio de equilibrio, nadie se queda con las ganas y posibilidades de comprar más y, entre los vendedores, nadie se queda con ganas y posibilidades de vender más. Así, esa primera transformación de la necesidad en demanda da lugar a una segunda transformación, la satisfacción de necesidades deja de ser el objetivo y este se transforma en el equilibrio de mercado.
Este equilibrio, que se logra partiendo de una desigualdad de ingresos, es injusto e inequitativo (y muchas veces, insustentable ambientalmente), es mucho peor en el mundo real, donde los mercados no se parecen a ese “mercado de competencia perfecta” del imaginario neoliberal, sino que existen poderes de imponer precio que son desiguales entre los agentes que participan de los mercados, entre compradores y vendedores, y entre los compradores y entre los vendedores.
¿Agua para vivir o agua para vender?
Vamos al caso del agua potable, que, como dijimos, es un bien, satisface una necesidad vital esencial, es escaso o de cantidad limitada, y, por lo tanto, económico. Como tal, la economía ortodoxa, neoclásica, capitalista, lo somete al mecanismo de mercado. Seamos generosos y supongamos que el mercado de agua fuera de competencia perfecta, y no discutamos hoy el problema de ¿cómo alguien llegó a ser dueñx del agua?
En primer lugar, en la competencia por comprar, no participan todas las familias que tienen necesidad de agua, sino aquellas que pueden pagar para satisfacerla, la demanda sólo incluye a estas. Y, en segundo, a medida que sube el precio, de las que pueden pagar, cada una va a demandar menos cantidad y, a determinados niveles de precio, algunas dejarán de demandar. En el mercado, se parte de todas las familias con necesidades, pero sólo algunas serán demandantes (las que tienen dinero y pueden gastarlo). De estas, si el precio es alto, algunas no comprarán, otras comprarán menos de lo que necesitan, otras, con suerte, lo que necesitan y otras, más de lo que necesitan; dependiendo de esto, no de las necesidades, sino de las desigualdades en su nivel de ingresos pre existentes, cuya justicia, equidad, sustentabilidad, o no, no se pone en discusión en la economía de mercado.
El equilibrio de mercado no satisface las necesidades, no le quita la sed a las familias que necesitan agua para saciarla, sólo garantiza un equilibrio, basado en desigualdades pre existentes, que no tiene por qué ser ni justo ni equitativo ni sustentable. Y ni hablar cuando, en el mercado de agua, compiten familias y empresas que utilizan el agua para producir, en algunos casos, contaminándola, como las mineras.
El capitalismo, y la economía ortodoxa, neoclásica, como su sustento ideológico, proponen usar el mercado no sólo para administrar los bienes, sino también para administrar los males. Por ejemplo, se han creado mercados de derechos de emisiones contaminantes, que se intercambian entre países y entre empresas. Y ya existen propuestas (incluso justificaciones académicas de estas) de crear un mercado de órganos humanos para trasplantes, para llegar a un equilibrio, vía precio, entre la cantidad de órganos ofrecidos y órganos demandados (¡ya no habría donantes y receptores, sino vendedores y compradores que llegarían a un precio de equilibrio!). Mercantilizar los bienes de primera necesidad oculta la privación basada en el precio y en los ingresos desiguales.
El agua hace años que es un bien económico, los derechos de uso del agua potable (ya sea para consumirla, utilizarla en la producción, o bien, para contaminarla con efluentes) hace tiempo que se someten al mecanismo de mercado, esto es, se excluye de su acceso a quien no puede pagarla. La novedad es la incorporación de los derechos de uso del agua en el “mercado de futuros”, que agrega un componente especulativo. Los futuros son contratos en los que se pacta un intercambio, a un determinado precio, en una fecha futura determinada y se hace un depósito de dinero en garantía, que es apropiada por una parte si la otra incumple el contrato. El objetivo es garantizar cierta previsibilidad en el precio. Si el precio a la fecha es muy diferente del pautado, quien depositó la garantía puede optar por incumplir el contrato y perderla (siendo este el resarcimiento para la contraparte).
Lo que agrega que estos contratos a futuro sobre los derechos al uso del agua también se sometan al mecanismo de mercado y, ahora, se puedan comprar y vender en la bolsa de Wall Street, es que los mercados de futuros no se relacionan con la satisfacción de necesidades, adquirir un contrato a futuro es una apuesta especulativa, para ganar la garantía o ganar por la diferencia entre el precio de compra y el precio de venta a quien realmente la necesita, sea para producir, sea para consumir.
Sintetizando, siendo que el agua es esencial para la vida, mercantilizarla, esto es, someter su acceso al excluyente, injusto, inequitativo e insustentable mecanismo de mercado es legitimar la privación en pos del equilibrio. Incluir esos derechos en el mercado de futuros es, simplemente, someter el futuro de toda la vida del Planeta Tierra a un mercado más preocupado por la especulación y la ganancia que por la producción, el consumo y la satisfacción de las necesidades humanas.
*Por Sergio Anchorena para La tinta / Imagen de portada: El Ágora.
**Sergio Anchorena: Soy Profesor en la Universidad Nacional de Mar del Plata, Integrante de la Sociedad de Economía Crítica de Argentina y Uruguay (SEC) y del Colectivo Marplatense de Economía Alternativa (MAREA), Ingeniero en Construcciones, Profesor en Ciencias de la Educación, Licenciado en Economía; Máster en Ciencias Sociales, en Epistemología, y en Economía y Desarrollo Territorial; Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, y en Desarrollo Local y Economía Social.