El movimiento feminista está ayudando a que los hombres se liberen
Rita Segato
La antropóloga argentina—una de las intelectuales más influyentes de América Latina—reflexiona sobre los casos recientes de violencia contra mujeres y disidencias sexuales en Chile, y explica las posibilidades que entrega el feminismo a los hombres para desmantelar lo que en su teoría ha llamado el “mandato de masculinidad”. Además, apunta a los peligros de instalar y naturalizar el “linchamiento moral” como única alternativa de autodefensa para las mujeres.
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Desde la primera marcha bajo la consigna “Ni una menos”, en 2016, Chile ha experimentado una ola vertiginosa de movilizaciones protagonizadas por mujeres. El Mayo feminista y la masividad histórica alcanzada durante la última conmemoración del Día Internacional de la Mujer son señales claras de un proceso de mayor conciencia social sobre la violencia que, sin embargo, carece de un correlato en términos jurídicos. La falta de procesos de denuncia, sanción y reparación efectivos en casos de violencia de género es uno de los factores que han llevado a instalar las denuncias públicas —reales y virtuales— como principal herramienta de autodefensa para las mujeres. Nuevas dinámicas que varias autoras han puesto en tensión por basarse en visiones esencialistas de los comportamientos de hombres y mujeres, o por instalar una lógica policial que estaría rigiendo las relaciones humanas y que se contradice con el ideal de emancipación del feminismo.
Rita Laura Segato (1951) plantea sus preocupaciones sobre este debate y defiende la importancia de respetar el debido proceso. Para la antropóloga feminista existe una diferencia fundamental entre el escrache —nombre dado en algunos países de Sudamérica a la manifestación pacífica que denuncia una situación injusta— y el “linchamiento moral”: mientras el primero corresponde a un justo proceso de tipo público al que la ciudadanía recurre frente a las deficiencias de la justicia del Estado, el segundo, explica Segato, “es espontaneísta, tiene un margen de error importante, y es simplemente una acusación obedecida inmediatamente. No puede existir lo que llamo una ‘guillotina moral’, porque ahí se pueden cometer errores y causar un daño a los grandes avances que hemos hecho en el movimiento feminista este último tiempo”.
A eso apunta también la antropóloga mexicana Marta Lamas, que en Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización? (2018) defiende la necesidad de instalar “una conciencia más certera sobre qué es el acoso, que deslinde apropiadamente conductas e intenciones, miradas y tocamientos, agresiones y torpezas”. Esta postura política frente al acoso indignó a cientos de feministas que, a través de un manifiesto firmado por 482 mujeres y 91 colectivos, condenaron el ensayo de Lamas y llamaron a no considerarla un “referente teórico, metodológico, ní epistémico” por legitimar la “justificación, normalización, naturalización y perpetuación del acoso, hostigamiento, violencia sexual y feminicidios”.
Una de las preocupaciones principales de Rita Segato —que hace poco visitó Chile invitada por la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres y CLACSO— tiene que ver con la pérdida de la capacidad de autodefensa de las mujeres. Cuando existen relaciones simétricas, cuando se trata de iguales, explica la teórica, “las mujeres tienen que saber colocar su no y su sí, reconocer su deseo y su no deseo, y utilizar formas no letales de autodefensa frente a la violencia masculina. Eso se pierde por las expectativas puestas en el Estado como padre, y esa fe estatal nos ha ido neutralizando como sujetas potentes y soberanas”.
Si hay algo que define el trabajo de la autora de La guerra contra las mujeres (2016) es la creación de nuevos conceptos para dar forma a su teoría. En una de sus primeras investigaciones en la cárcel de Papuda, en Brasil —país en el que reside—, Segato entrevistó a 16 internos condenados por violación, en una experiencia que dio forma a Las estructuras elementales de la violencia (2003), obra clave para entender el desarrollo de su pensamiento y punto de inicio de una trayectoria académica dedicada a la violencia y de la que surgieron sus primeas ideas sobre lo que luego denominó “mandato de masculinidad”, un concepto que nombra la obligación de dominio que recae sobre los hombres para pertenecer a una “fratría masculina”, y cuya condición principal es ejercer un control territorial sobre los cuerpos de las mujeres.
“Nuestros enemigos no son los hombres, sino el orden político patriarcal. Hay mujeres que están tan obsesionadas por adquirir poder como cualquier hombre, y esa obsesión es patriarcal. No basta con ser mujer para estar dentro de una política feminista, es necesario tener conciencia de qué es el poder como meta”.
Segato desmonta lo que puede parecer obvio en esta tesis y afirma que las primeras víctimas de este mandato no son las mujeres, sino los hombres. “El ‘mandato de masculinidad’ los esclaviza y los somete a una muerte temprana, a servir de carne de cañón, a un sufrimiento por no poder ejercer una vincularidad y una afectividad plenamente humanas; a varias formas de convivencia que son muy agradables y que nosotras, mujeres, podemos experimentar”.
—¿Cómo se avanza en el desmantelamiento del “mandato de masculinidad”? ¿Cuál es el papel que puede jugar el movimiento feminista en esa lucha?
—Muchas veces se nos pregunta si los hombres pueden colaborar con nuestro movimiento como mujeres y yo digo que es un gran equívoco: quienes estamos colaborando con la liberación de los hombres somos nosotras, las mujeres. El movimiento feminista está ayudando a los hombres a que abran los ojos y se liberen del “mandato de masculinidad” que los deteriora físicamente, que los expone a peligros. En muchos lugares del mundo mueren jovencitos y niños en esos universos de reclutamiento del crimen organizado, en los que se ven convocados porque ahí pueden exhibir su masculinidad y su potencia.
—Mientras el feminismo ha llevado a que las mujeres denuncien cada vez más la violencia, hay una sensación de incremento de ésta, e incluso de nuevas prácticas y formas de ejercerla, como fue el femicidio de Estefanía Martínez, mujer de 27 años que fue encontrada muerta y quemada al interior de una maleta en el centro de Santiago. ¿Crees que existe una relación entre ambas cosas?
—En las relaciones interpersonales, el hombre puede reaccionar con violencia de diversos tipos cuando se siente superado en la intimidad, pero es muy difícil para mí pensar que los hombres en general van a salir a la calle a matar o a ser crueles porque hay un movimiento feminista. Inclusive porque, pese a que el movimiento feminista está muy visible hoy, nosotras no hemos superado a los hombres en nuestros ingresos y todavía muchas veces nos hacemos cargo de los hijos solas. El carácter violento de los hombres en el último tiempo no viene por una fragilidad de su posición con relación a las mujeres, viene de una fragilidad de su posición por las presiones económicas, por la precariedad; es consecuencia de la fase económica por la que pasamos, muy especialmente en Chile, donde se ha aplicado el dogma de la Escuela de Chicago, pero también en el continente en general. El hombre ya no tiene ciertas prerrogativas de poder económico y eso lo vuelve menos capaz de tener los elementos necesarios para apropiarse de la vida de las mujeres.
—¿Tiene que ver con el concepto de “dueñidad” que utilizas para nombrar esta nueva fase del capitalismo, caracterizada por niveles nunca antes vistos de concentración de riqueza?
—En esta fase económica de concentración de la riqueza tan extrema, tan rápida y en pocas manos, hablo de una época de “dueñidad”, ya no de desigualdad. El patriarcado como ideología y estructura de relación es el lenguaje perfecto para la estructura de la “dueñidad” sobre el planeta y la vida de las personas, por eso es que el patriarcado está siendo tan cuidado. Los hombres están despojados, y entonces, ¿cómo restauran su posición de potencia? Un sujeto masculino tiene que dar prueba de qué tan potente es en algún campo: sexual, bélico, económico, político, intelectual y moral. Por lo tanto, en esa precarización, la única manera de restaurar la masculinidad es mediante la violencia.
—¿Por qué no te gusta hablar de crímenes de odio para referirte a los crímenes de género contra las mujeres?
—Me parece problemática la expresión porque despolitiza, y mi esfuerzo constante ha sido politizar esos crímenes, mostrar que son lo que mantiene en pie un orden político desigual, un orden político rapiñador, apropiador, y explicarlo simplemente por un brote emocional de odio me parece que reduce la capacidad de la comprensión.
—En Chile, este año van al menos 15 ataques contra las disidencias sexuales en el espacio público. ¿Crees que ahí sí interviene el odio?
—En el caso del mundo disidente sí veo que hay un componente que es ciertamente el odio a su libertad, a presentarse en el espacio público, el odio a que esos cuerpos se hayan permitido lo que el cuerpo del agresor no, porque perdería lo que considera el valor supremo de su prestigio como miembro de la corporación masculina. Todo lo que el ojo patriarcal ve en situación de desacato con relación a su orden, lo pune, lo castiga o lo elimina. Entonces, la mujer y todas las sexualidades que desobedecen el mandato del cuerpo son castigadas, y eso es lo que estamos viendo: la agresión a las sexualidades disidentes con una furia antes desconocida.
—Este último tiempo presenciamos en Chile episodios de racismo y violencia institucional contra mujeres, especialmente de la población haitiana. ¿Qué lectura haces del racismo en nuestras sociedades?
—Nuestros países, Argentina y Chile, son países que se creen blancos y, sin embargo, no lo son. Cualquiera de nosotros, por más blanquito que parezca, cuando va a París es negro; nuestra corporalidad es de este paisaje, como los haitianos también son de este continente. Hay una falta de espejo, de lo que llamo el “espejito, espejito” de la reina mala. Lo primero que la colonización nos robó es el espejo para ver quiénes somos realmente y de qué lado estamos en la historia. El espejo de todos nosotros y nosotras es decirnos que no somos blancos, entonces el elemento de racismo y xenofobia claramente está presente al ver a la mujer haitiana, y hace que, en la bolsa de valores de la vida humana, sean vidas sin valor.
—¿De qué manera el feminismo puede ayudar a construir algo distinto?
—Cuando hablo de la politicidad de las mujeres, me refiero a otro orden político que no es el burocrático-estatal. Hablo mucho de que esa politicidad domesticará la vida pública, esa es una de las ideas que he tenido sobre cómo es una politicidad en clave femenina, que hoy es indispensable para que las cosas funcionen, sino la gente se ampara por detrás de esa distancia burocrática que en mí modelo teórico es la característica del Estado y es el último momento de la historia de la masculinidad.
—Algunos sectores del feminismo son reacios a la idea de que las mujeres tengan que educar a los hombres sobre estos temas. ¿Qué opinas sobre esto?
—Creo que nuestros enemigos no son los hombres, sino el orden político patriarcal. Hay mujeres que están tan obsesionadas por adquirir poder como cualquier hombre, y esa obsesión es patriarcal. No basta con ser mujer para estar dentro de una política feminista, es necesario tener conciencia de qué es el poder como meta. El mundo no puede conformarse sólo de mujeres o sólo de hombres. Me parece una tontería estar pensando si mi trabajo abre los ojos o concientiza a los hombres, eso no interesa y es incluso una pérdida de tiempo. Somos todas personas patriarcales, absolutamente todas, porque el ojo hegemónico, la manera en que se nos enseñan a mirar el mundo, es patriarcal.
Bárbara Barrera