El virus son unas lentes para ver la realidad, nos está diciendo cómo es nuestro mundo
Amador Fernández Savater
El ensayo distingue entre habitar y gobernar. Cómo interactúan estos términos? Coexisten o viven en tensión?
Los podemos pensar como dos maneras de relacionarte y mirar la realidad. La del habitar intenta actuar y pensar desde dentro de las cosas, dentro de la situación que vives y captar lo que pasa. Habitar es el profesor que está en clase e intenta escuchar a los alumnos, ver por dónde van sus deseos, sus ganas, sus inquietudes, sus preocupaciones. Partir de ahí y no del plan previo: habitar es escuchar con el cuerpo lo que está pasando. Vale para la política y para todo. Gobernar sería lo contrario, tener un plan de lo que debe pasar y aterrizarlo en la realidad, hacerlo caiga quien caiga. Es como el profesor que tiene el plan de estudios y le da igual lo que pueda pasar. Gobernar es partir de un plan a priori, habitar es escuchar.
¿Quien gobierna ahora mismo no habita?
Yo creo que no. Me parece que puede haber tensión entre ambos términos. En el libro se piensa en algún momento que puede haber un especie de cruce entre ambas cosas. Pensemos en la gestión de la pandemia. Por supuesto, me parece menos malo Pedro Sánchez que la alternativa, la derecha. Pero Pedro Sánchez dice: hay que quedarse en casa. ¿Y la gente que no tiene casa? Hay que escuchar qué es lo que pasa para poder actuar en ello. Si no se tiene en cuenta que hay gente que no tiene casa, que tiene problemas de trabajo, que vive en una casa pequeña, o que tiene algún tipo de cuestión psíquica que te impide estar en casa… Gobernar es violentar la realidad, contiene algo de violencia, y el habitar parte de algún tipo de escucha: está esto, está esta gente, están estas necesidades.
En la gestión de la pandemia, como dice, está el ejemplo. En la obra se insiste en la necesidad de repensar el sistema. Tras la enorme crisis, ¿podemos estar en el mejor momento?
Creo que estamos en un momento muy difícil de pensar, estamos todos perplejos. Me parece que la manera de habitar la situación sería no pensar que lo que está pasando es nuestro enemigo, a pesar de los males del virus. Para mí, al menos, el virus son unas lentes a través de las que mirar la realidad. Nos está diciendo mucho de cómo es nuestro mundo. La idea de que estamos en una guerra contra el virus y hay que aniquilarlo es un relato que no me convence. Me parece que el virus muestra cosas de la realidad, de como están hechas las residencias de mayores o la privatización de la sanidad. ¿Y si usamos el virus para mirar de qué están hechas las cosas? La palabra Apocalipsis significa revelación. Se revela lo escondido. Estamos en un momento en el que, a través de lo que nos muestra el virus, podemos repensar la realidad y transformarla.
Ha delatado a España como un país totalmente dependiente a nivel económico.
Sí, eso es algo que podemos ver gracias al virus. La catástrofe tiene consecuencias horribles, pero es también un agujero que te permite mirar lo que la superficie te oculta: cómo funcionamos como sociedad.
En el libro se habla del estallido del movimiento 15-M, derivado del descontento con la clase política. ¿Cabe esperar una reacción social similar tras esta crisis?
Fallo como profeta más que una escopeta de feria. Creo que la historia siempre es lo imprevisto, el virus nos viene a demostrar eso: la sociedad creía tenerlo todo bajo control, y surge de repente la partícula más pequeña del universo y lo pone todo en cuestión, lo interrumpe todo. La historia es lo imprevisto. El control que podemos ejercer sobre el mundo y el día a día falla. Ojalá surgiera un 15-M de la pandemia, pero creo que sería muy distinto al que conocimos. No podemos gobernar lo que pasa o encajarlo en una idea previa. Habitar es estar abierto a lo que venga.
Se pregunta también si la revolución es deseable. A día de hoy, ¿somos una sociedad desmovilizada, en cuestiones como la lucha de clases, o hipermovilizada en lo referente a nuevos movimientos que están ahora en auge?
No sé si es buena idea hacer un contraste con el pasado. Puede ser que ese contraste ponga un umbral en las cosas con respecto al que siempre estemos por debajo. Hay una política que se basa en un modelo del trabajo que siempre tiene un punto de tristeza, porque nunca estás a la altura. Eso nos deprime, en todas las dimensiones de la vida. El modelo nos pone por debajo. Hay que pensar en una política sin modelos, partir de lo que está pasando. Estamos en un momento en el que somos huérfanos del imaginario de la revolución. El de la Revolución Francesa tiene una vitalidad muy fuerte en los dos siglos siguientes. Ese imaginario empieza a perder vitalidad en el siglo XX por el fracaso de los regímenes soviéticos.
Ese imaginario no se adapta a las consignas de la realidad. ¿No habita?
Sí, ya no funciona. Ahora la idea de tomar el Palacio de Invierno no tiene mucho que ver con lo que hacemos y somos. Hay dos opciones: una es tener nostalgia del padre y de la madre, quedarse enganchado. Eso sería intentar gobernar la realidad. La otra manera sería asumir nuestra orfandad: no como una pérdida, sino como una posibilidad que nos abre a repensar y reimaginar la revolución. La opción del libro es esta segunda: asumir activamente, no nostálgicamente, la condición de huérfanos de una revolución que no tiene apego a la realidad.
Cualquier forma de revisar la revolución tiene sus detractores. Desde dentro de la militancia, se tilda de posmodernidad los nuevos movimientos sociales. Desde los estratos conservadores son también reacios a estos avances.
Sí. Hay dos fuerzas en contra de esa idea, que intento esbozar en el prólogo de los ‘niños perdidos’. No como algo malo; son niños perdidos que se han desprendido de sus padres y pueden empezar una nueva aventura. Para mí, asumir nuestra orfandad es comenzar una aventura nueva. Las posiciones nostálgicas que describes intentan revivir aventuras que no son las nuestras, son las del pasado, con una idea de fidelidad que no comparto: la idea de que fidelidad es repetición. La fidelidad es inventar una nueva manera de habitar tú mismo, ser capaz de escuchar lo que pasa. Esa idea de militancia nostálgica que dice que todo lo que no es el modelo es posmodernismo, es anclarnos a la tristeza y no escuchar lo que ocurre.
Por Marta Otero. Filosofía Pirata