De vuelta en Chile, sin haber encontrado a mi fantasma, aquella a quien he entregado mi amor, y habiendo dejado de dar palos de ciego, desde la celda de la Cárcel de Alta Seguridad observaba
los pájaros y buscaba su presencia. Quizás ella había mirado a alguno de esos seres alados y lo había marcado con el fuego de su mirada.
Viajé por el país observando por la ventana, quizás estaba sentada en una roca mirando el mar, quizás vendía fruta a la orilla del camino, quizás se sentaba también en el autobús a ver si me encontraba. Caminé por el desierto y ponía mi oído en el suelo escuchando los pasos de los mineros que habían bajado de Santa María de Iquique y ella había bajado con ellos.
Una vez la vi sentada en la arena de la pampa y me senté a su lado. Me dijo “así que eres tú”. La miré al fondo de los ojos y me dejé llevar por su canto de sirena, entré en ella y descubrí que no tiene horizontes, abrí mis alas y me desplegué completo, volé, volé y descendí en una montaña y allí estaba otra vez y miraba la historia. Somos muchos, me decía, y me mostraba con un dedo una hormiguita que cargaba una hoja, luego otra que
hacía lo mismo, y otra, y otra. Miré y admiré. Cuando volví a mirar a mi lado, ya no estaba.
Otro día la vi en la muchedumbre, me miró y me envolvió en sus ojos tiernos, me acarició con ellos y me mostró con alegría y orgullo como la multitud iba hacia delante, como desfile de
hormigas, le sonreí y vi que era feliz, saltaba como una niña.
Luego llegó volando a mi nido y me amó con rara intensidad. Lloraba y se apretaba en mis brazos, me miraba hacia adentro y se desplegaba en mí. A veces la sorprendía mirando hacia la ventana y la abrí. Me miró con ojos tristes y alegres a la vez
y se fue.
Otra vez la divisé de lejos comerciando su piel a los buitres ansiosos y solitarios que se la arrancaban a jirones dejando sólo sus ojos que me miraban con altivez.
Después la encontré en el sur acurrucada debajo de un árbol y cuando me vio abrió tanto los ojos que pude entrar en ella, desde allí escribo estas notas.
Así cuando ando me siento explorándola y al mismo tiempo la siento dentro de mí recorriendo cada recoveco de mi ser. No sé como llamarla, si Rebeldía o Victoria, o quizás no necesite
llamarla de forma ninguna, pues va y viene y sigue siendo mi fantasma.
No sé si lo soñé o era real, pero una vez nos encontramos en un cerro de Valparaíso y desde allí sumergimos los pies en el mar. Desde entonces falta un pedazo de mí, no sé cual es, pero siento su ausencia. Me llamó su oso tierno y me dio su miel, que era dulce y salada a la vez.
Puede pasar una semana o un año antes de empaparnos de besos humectantes nuevamente, pero ha dejado conmigo también un pedazo de ella y me siento completo, sufro y gozo al mismo tiempo su
ausencia y me basta con saberla y sentirla dentro de mí. O no me basta.
El viento es nuestro cómplice, pues me trae siempre su voz y le mando la mía.
¡Oh! Sagrada Rebeldía, mujer, multitud, amor, pasión, sed, presencia, ausencia, existencia.
He visto por fin a mi fantasma y siento que me he recogido todo dentro de mi corazón, que palpita al ritmo de la vida y vive al ritmo de sus pasos.
Yo sé que ella viene en cada sonrisa de niño y niña y en cada barricada, en cada semilla y en cada ocupación de tierras o corte de rutas.
Y voy y la abrazo, para sorber su miel, dulce y salada.
Profesor J