Despedir el año que pasó, bienvenir el que vendrá

No renunciar al gozo en medio del caos, no renunciar al amor en tiempos de desamor, a pensar que, en medio de las incertidumbres, algunas certezas nos dan donde hacer pie. ¿Cuáles son tus utopías colectivas para el 2021? Esas que se posen en lo pequeño, en lo local y que tengan la potencia de transformar ese pedacito de tu tiempo y tu lugar. Así de pequeño y de revolucionario. En tiempos de lo incierto, ¿cuáles serán nuestros hogares? ¿Con quiénes nos salvamos?



Despedir el año que pasó, bienvenir el que vendrá

Construir, reconstruir y deconstruir rituales es un ejercicio al cual nos hemos abocado en estos últimos tiempos. En esta nota, miramos de cerca los rituales de fin de año y nos invitamos a usar algunos yuyitos para sahumar lo que dejamos y bendecir lo que vendrá. Aún en tiempos pandémicos, elegimos creer que las intenciones y los deseos siempre serán trincheras de resistencia, necesarias para las utopías colectivas. 

 

Llegó otro 31 de diciembre y, finalmente, en un calendario gregoriano y occidental, se acaba el -muy mal ponderado- 2020. Somos conscientes de que la vida es un continuum y que el ciclo es circular, que, en realidad, nada se acaba como si se cerrara una puerta interestelar. De todas maneras -y nos encanta-, son muchas las tradiciones y diversos los rituales que nos han ido llegando de boca en boca, porque lo hace la familia, por les amigues, por la globalización, por los recuerdos.

Comer 12 uvas a las 12 de la noche y pedir un deseo por cada una, ponerse bombacha rosada o roja la noche del año nuevo, usar algo rojo -desde la pintura de uñas a la ropa-, vestir ropa blanca, guardar el primer corcho del año usado para el primer brindis en un lugar alto para que traiga suerte, salir con una valija por la calle para que se concreten viajes, hacer una lista de las cosas que queremos dejar del año que pasó y quemarla, hacer una limpieza con vinagre a todos los pisos de la casa desde el fondo hacia la entrada. Como esos, un montón de ejemplos más. 

Lo intercultural empapa cada minuto del 31 y nos traslada a una medianoche en la que ponemos mucho espíritu y grandes anhelos. Sea cual sea el ritual, parece que nos congrega un deseo, una esperanza, una forma de creer anudada en formas de intenciones: soñar y augurar un mejor año, donde quepan muchos mundos posibles y ninguna otra pandemia.

La antropóloga ecuatoriana Gabriela Eljuri Jaramillo dice que los rituales y las fiestas son “un instrumento de resistencia que posibilita el mantenimiento y la afirmación de la identidad de los pueblos. Al tiempo que permite la unión, la cohesión social y la solidaridad entre los miembros de una misma comunidad, adquiriendo un poder integrador”. Las fiestas de fin de año son momentos que afectivamente nos movilizan todo el adentro y sucede que esas sensibilidades no siempre son bien expresadas o canalizadas en el afuera. Los rituales nos sirven para integrarnos con quienes nos sentimos parte de algo que nos identifica y nos une: las familias que tenemos, las heredadas, las elegidas, la soledad. A veces cuesta sostener el rito de reunirse y celebrar, pero la diversidad en la expresión de esos momentos incluye la diversidad a la vez que las desigualdades.

Un colectivo de aguafiestas

Hay un giro hacia la felicidad, una industria de la felicidad que empaqueta ideas de cómo ser feliz en una presión constante de ir tras ella. Las redes sociales nos devuelven, en el scroll, un recuento de gente muy, muy feliz en las fiestas, aun en medio de una pandemia. ¿Pero felices de qué somos? ¿Qué felicidad se nos muestra las 24 horas? ¿Con quiénes compartimos cuáles felicidades?

Como todo lo cultural, las cosas tienen movimiento. Los rituales tradicionales están desarmándose, resignificándose y hasta desapareciendo. De la mano de los feminismos y las disidencias, venimos pronunciando una lista de incomodidades que aparecen en estas reuniones, que son cotidianas, pero que, en las fiestas, cobran una mayor dimensión. Aprendimos a poner bajo la lupa estas celebraciones, como tantos otros momentos de rituales repetidos por tradición y sobre los cuales nos interesa pensar cómo no repetir mandatos, cómo corrernos de la idea de una foto, una instantánea de felicidad en una noche que -la mayoría de las veces- aloja muecas falsas, comentarios sexistas y racistas, y tensiones soportadas. Y las otras muchas, combatidas. En ese viaje, nos han tildado a las feministas de aguafiestas.

Sara Ahmed dice “que el feminismo no tiene por objetivo arruinar la felicidad de los demás, como tantas veces se le ha achacado, sino denunciar que la idea misma de felicidad es un instrumento ideológico que perpetúa la desigualdad. Lo interesante de la figura de la feminista aguafiestas es que aparece en una situación difícil, encarna un estereotipo feminista: es la que parece interesada en arruinar la felicidad de los demás. Pero en ningún, en ningún caso, el proyecto consiste simplemente en hacer a la gente infeliz, sino que pasa por decir: si atender al racismo y al sexismo te hace infeliz, entonces, causaremos infelicidad; si la gente nos amenaza con la infelicidad, nosotras no nos vamos a detener; si creemos que creemos que la broma es ofensiva, no nos vamos a reír simplemente para hacerte sentir mejor. Te diremos: eso no está bien. Pará. No estamos de acuerdo con eso”. 

Ahmed dice que, claro está, habrá consecuencias y que son aún más graves cuando la lucha es en solitario. “Ser una feminista aguafiestas tiene que ver también con construir colectivos para apoyarse las unas a las otras, porque es difícil ser la causa de la infelicidad de los demás”, afirma la académica feminista. Y de esto también damos cuenta en las mesas que elegimos y en las que no. 

Humitos de plantas curativas para curar los deseos

El año que nos pasó, literalmente atravesó nuestras vidas, intempestiva y abruptamente, y nos dejó de cara a la incertidumbre. Quienes en medio del caos perdieron un poco la fe, dirán que las intenciones del año nuevo no sirvieron. Dicen que, para que existan los buenos tiempos, son necesarios los malos tiempos y aunque duela leerlo (y, sobre todo, duela en las vidas): ¿qué hacemos sino creer? ¿Sino pensarnos colectivamente y crear hogares donde guarecer? ¿Qué más hacer en esta tierra incendiada, sino cantar? Elegimos creer que las intenciones siempre nos sirven y que, como trincheras de resistencia, necesitamos de utopías colectivas.

Sahumar el año que dejamos, intencionar el que vendrá

El sahumar, un ritual ancestral de diversos pueblos y culturas, se vuelve hoy una práctica cotidiana, necesaria para conectar, pausar y armonizar. Parte de incorporar “lo espiritual” en lo cotidiano implica una cuota de cuidado y respeto a lo sagrado y sus raíces, pero también la libertad de apropiarse, de llenar de sentido y corazón cada ritual, rezo, canción y práctica.

Para sahumar, hay quienes utilizan ramos de hierbas secas (o sahumos), cuencos de barro o algún metal (sahumadores) o copaleras (objetos de barro para quemar el copal en ceremonias). Son múltiples y diversas las plantas y resinas que pueden utilizarse para quemar, y que brindarán cada una su espíritu sanador, sus propiedades: flores de lavanda, manzanilla, pétalos de rosa; resina de copal, mirra, incienso, sándalo; hojas de eucalipto, romero, ruda, salvia, tabaco, laurel, tronquitos de palo santo e, incluso, especias como canela y clavo de olor.  

Para hacerlo, se pueden armar ramilletes de plantas atándolos con hilo, colgarlos para dejarlos secar y, luego, poder quemarlos. Otra manera es utilizar un sahumador, en el que colocar un carbón vegetal, al que, luego de encenderlo, se le agregarán las hierbas, flores y resinas. 

Y además, como todo ritual, intencionamos el sahumar, elevamos nuestro rezo, nuestro deseo, nuestro canto. Le ponemos palabra a lo que dejamos ir y a lo que deseamos recibir, en lo personal, en lo colectivo.

Sahumar puede ser un momento para pausar, para revisar, para respirar. Sahumar el hogar, cada rincón, cada objeto. Sahumar los cuerpos, sus recovecos, sus vivencias, recuerdos y pensamientos. Sahumar nuestro hábitat, sahumar este año vivido y resistido. Honrar y agradecer a las plantas y su medicina. Agradecer la existencia -incluso en las tempestades-, lo que no implica vencerse a un optimismo vacío o una dictadura de la felicidad, tampoco dejar de resistir o re-existir.

No renunciar al gozo en medio del caos, no renunciar al amor en tiempos de desamor, a pensar que, en medio de las incertidumbres, algunas certezas nos dan donde hacer pie. ¿Cuáles son tus utopías colectivas para el 2021? Esas que se posen en lo pequeño, en lo local y que tengan la potencia de transformar ese pedacito de tu tiempo y tu lugar. Así de pequeño y de revolucionario. En tiempos de lo incierto, ¿cuáles serán nuestros hogares? ¿Con quiénes nos salvamos?