Palestina, las cosas por su nombre
De pesebres y vacunas, o del empeño en hacer invisible a un pueblo
María Landi
Entre las muchas imágenes de Navidad que habitualmente circulan por las redes sociales, llamó particularmente mi atención una hermosa recopilación de ‘pesebres’ de todo el mundo: desde Polonia hasta China, desde Tanzania hasta Alaska o México. Pero no había ninguno de Palestina, el lugar donde nació Jesús. Parecería que ni siquiera cuando se celebra el nacimiento más importante de la historia la Belén real es digna de ser recordada. Cuando comenté eso en el grupo donde había circulado la colección de pesebres, y mencioné de paso la crítica situación actual de las muchas familias palestinas que viven del turismo religioso en Belén, Jerusalén o Nazaret, hubo una reacción negativa: estamos hablando de la significación universal de la Navidad, y tú machacando con Palestina. Léase: nos importa la Belén mítica de hace 2000 años, no la ciudad palestina actual, encerrada y separada de su hermana Jerusalén por el Muro israelí, rodeada y acechada por colonias judías ilegales en constante expansión sobre las tierras y el agua de las familias belenitas.
Quizás el mayor éxito del proyecto colonial sionista haya sido normalizar la invisibilización del pueblo palestino. Como no tuvo éxito en hacerlo desaparecer, pese a sus múltiples y sostenidos esfuerzos a lo largo de 73 años, se ha propuesto borrar de la conciencia global −sobre todo de Occidente− su historia, su existencia, y sobre todo su resistencia a ser aniquilado.
En 2020 hemos tenido muestras abrumadoras de ese ninguneo, así como de la facilidad con que los medios hegemónicos se acoplan a él. El año se inició con el plan de Trump y Netanyahu (absurdamente presentado como “Acuerdo del Siglo”) para consolidar la hegemonía israelí sobre toda la Palestina histórica y liquidar definitivamente cualquier pretensión de autodeterminación palestina. Parte de ese plan fue formalizar la complicidad de los regímenes árabes autoritarios con el proyecto sionista, para lo cual se sucedieron una serie de ‘acuerdos de paz’ entre Israel y países árabes con los que nunca estuvo en guerra, tendientes a normalizar sus relaciones hasta ese momento solo informales, pues la postura histórica de la Liga Árabe era no establecer relaciones diplomáticas con Israel mientras mantenga la ocupación del territorio palestino. De esta manera, en los acuerdos firmados con Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos (sacrificando de paso las justas aspiraciones de autodeterminación del pueblo saharaui), de nuevo los intereses del pueblo palestino fueron ignorados. Algunos analistas incluso han señalado que la estrategia Trump-Netanyahu beneficia exclusivamente a Israel y va contra los intereses geopolíticos de Estados Unidos.
Cuando aparece el coronavirus y se disparan los casos en los territorios ocupados en 1948 (hoy llamados Israel), las cifras reportadas por las autoridades israelíes y reproducidas por los medios solo contabilizaban a la población israelí, ignorando a la población palestina sometida a su dominio. Solo los medios alternativos, el periodismo ciudadano y las organizaciones sociales denunciaron los abusos israelíes hacia la población palestina: desde los empresarios que arrojaban a un costado de la carretera a los trabajadores palestinos con síntomas para que sus compatriotas se ocuparan de ellos, hasta la habitual discriminación en el acceso a tests de diagnóstico, tratamientos y ayudas impuesta por las autoridades a las comunidades palestinas de Israel (que son el 20% de la población y tienen índices históricos de desarrollo humano muy inferiores a las comunidades judías). Y esto, a pesar de que paradójicamente esa población árabe constituye un porcentaje altísimo del personal médico del país, y trabajó denodadamente para combatir la crisis de COVID-19.
Israel fue uno de los primeros países en adquirir la vacuna Pfizer contra el virus. A fines de diciembre el gobierno de Netanyahu comenzó la vacunación masiva de la población israelí, constituyéndose en el segundo país del mundo en vacunación per cápita (el Ministerio de Salud se propuso vacunar a 100.000 personas por día). Pero los cinco millones de palestinas/os que viven bajo ocupación (tres en Cisjordania y dos en Gaza) no recibirán la vacuna, por no tener ciudadanía israelí.
Y es que Israel considera suyo todo el territorio hasta el río Jordán (por eso no reconoce ni permite ninguna forma de autodeterminación palestina, presente ni futura); pero una vez más demuestra que no quiere a la población árabe que habita ese territorio. Cisjordania es más que nunca el escenario del apartheid: allí la autoridad israelí está vacunando a 600.000 colonos/as judíos/as que viven ilegalmente en tierras robadas a las comunidades palestinas, pero no vacunará a los tres millones de árabes que nacieron y viven allí por varias generaciones. No importa que según el Derecho Internacional Humanitario, como potencia ocupante Israel sea responsable directo del bienestar de la población ocupada: nadie se lo exigirá. Y se sabe que la impotente ‘Autoridad Palestina’ no tiene capacidad de asegurarse en el mercado internacional las dosis que necesita para vacunar a su población.
Por si fuera poco, y aun contra las recomendaciones del Ministerio de Salud israelí, el Ministro de Seguridad Pública anunció que Israel no vacunaría a los presos palestinos (pero sí a los presos y el personal de prisiones israelíes), a pesar de que en todo el mundo la población carcelaria es considerada uno de los grupos de riesgo que deben ser priorizados. El argumento dado por Orit Adato, ex comisionado del sistema de prisiones, revela el profundo racismo del gobierno y la sociedad israelíes: “En un país democrático como el nuestro, vacunar a los prisioneros de seguridad [los palestinos] antes que la población en general haya sido vacunada podría suscitar críticas”.
Es parte de la negación de derechos básicos del pueblo palestino que la comunidad internacional permite y practica con gran hipocresía, más allá de la retórica habitual. Esto se agrava por la situación penosa del sistema de salud palestino, que carece de infraestructura para almacenar y distribuir la vacuna –en caso de recibirla− en las condiciones requeridas. Mientras tanto, los contagios diarios se cuentan por miles y las muertes por dos dígitos. Como señaló la analista Yara Hawari, Israel lleva décadas bloqueando y obstaculizando el desarrollo del sector sanitario palestino, desde los desabastecidos y bombardeados hospitales de Gaza hasta los desfinanciados de Jerusalén Este. Hawari agregó que esta discriminación que padecen las comunidades palestinas –incluso dentro de Israel− es la misma que viven los pueblos del Sur Global en un sistema mundial basado en la inequidad y desigualdad estructural entre ricos y pobres −ya se trate de personas o países− que la pandemia de COVID-19 ha puesto en evidencia.
La invisibilización del pueblo palestino traicionado y librado a su suerte −tanto por los poderes occidentales como por las dictaduras árabes− tiene mil caras y este 2020 no fue excepción, sino todo lo contrario. Mientras el mundo estaba preocupado y encerrado por la pandemia, el régimen sionista, más envalentonado que nunca por el ‘efecto Trump’, continuó y agudizó –incluso en medio de la cuarentena impuesta ante la imparable expansión del virus en todo el territorio− sus violentas e implacables políticas de ocupación, colonización, represión, destrucción de medios de vida, demolición de viviendas, detención de niños y jóvenes y feroz bloqueo a Gaza (restringiendo incluso la entrada de tests de diagnóstico y equipamiento médico imprescindibles para enfrentar la pandemia).
Ante la indiferencia o ignorancia de la comunidad internacional, esa agresión implacable dejó cifras que hablan por sí solas sobre lo que fue el año 2020:
– Ha habido 154.097 casos de COVID-19 en el territorio palestino ocupado, y 1.500 muertes (al 30 de diciembre). 140 presos políticos palestinos han contraído el COVID-19 (a noviembre).
– En 2020 las fuerzas israelíes detuvieron a 4636 palestinos/as (en 2019 fueron más de 5000), incluyendo 543 menores de 18 años (unos 167 por mes) y 128 mujeres, mientras que emitió 1114 órdenes de detención administrativa (sin cargo ni juicio). Hasta fines de noviembre había 4400 presas y presos políticos, incluyendo 380 sin cargos ni juicio, 170 menores de 18 años y 41 mujeres. Alrededor de 700 prisioneros/as están enfermos/as, 300 en forma crónica (y más de 10 con cáncer).
– 22 palestinos fueron asesinados por las fuerzas israelíes en los territorios ocupados hasta noviembre (hubo al menos dos más en diciembre); 9 eran menores de edad (según DCI-P).
– 259 viviendas palestinas fueron demolidas en Cisjordania y Jerusalén Este (hasta noviembre). Unas 1000 personas quedaron sin hogar como resultado de esas demoliciones. Solo en noviembre, OCHA-OPT registró un récord de estructuras destruidas desde que empezó sus registros en 2009: 178, incluyendo el 75% de una comunidad de pastores en el Valle del Jordán y la infraestructura que dejó sin agua a 700 personas de otras cuatro comunidades pastoriles en el Sur de Hebrón.
– Los colonos judíos arrancaron 8.400 olivos (fue una cosecha sin observadores internacionales).
– Hubo más de 560 ataques y agresiones de fuerzas israelíes a periodistas palestinos/as.
– El Producto Interno Bruto palestino cayó un 12% en 2020. 66.000 personas perdieron su trabajo. La tasa de desempleo actual en Palestina es del 27,8%.
(Fuentes: OMS, OCHA-OPT, Addameer, DCI-P, Oficina Palestina de Estadísticas, B´Tselem)
Todo esto ocurre en una ‘normalidad’ que casi nunca es noticia en los medios. Y la gente se va acostumbrando a que en Palestina no pasa nada, o pasa lo de siempre, o simplemente es una situación que no tiene remedio, porque lleva décadas empeorando y nadie ve la salida. Muchas personas con ‘realismo’ (eufemismo para el cinismo) llegan a confesar que es hora de aceptar que Israel ganó, que el pueblo palestino y su identidad van camino a desaparecer, y que es cuestión de tiempo que llegue ese día. Pienso en la amiga que me reprochó recordar al Belén real y actual en lugar de preferir la universalidad de la Navidad: es parte de la misma lógica de hacer la vista gorda.
Y concluyo que esas personas no tienen idea de lo que están hablando; porque nunca han estado en esa tierra viendo cómo ese pueblo resiste con cada célula de sus cuerpos castigados, con cada inhalación y exhalación del aire que respiran (muchas veces tóxico por los gases lacrimógenos), con cada olivo arrancado que vuelven a plantar, con cada bebé que vuelven a parir las mujeres que tienen a otros tras las rejas o bajo tierra, con cada estudiante o militante de base que sale de la cárcel y vuelve a la universidad o al campo de refugiados para retomar la lucha, con cada comunidad pastoril que vuelve a reconstruir su mezquita, su escuela, sus casitas y corrales de ovejas, su pozo de agua o panel solar, para reafirmar su voluntad porfiada de permanecer en su tierra, a cualquier precio. Porque “existir es resistir” no es una simple consigna: es una actitud vital, visceral. Y porque las palabras del poeta están grabadas a fuego en sus corazones y en su memoria:
“Somos los guardianes de la sombra
de los naranjos y de los olivos,
sembramos las ideas como la levadura en la masa…
Cuando tengamos sed
exprimiremos piedras,
y comeremos tierra
cuando tengamos hambre
PERO NO NOS IREMOS.
Aquí tenemos un pasado,
un presente
aquí
está nuestro futuro.”
Tawfiq Zayyad