Alex Villca: La vida del líder indígena que desafió al Estado y los prejuicios
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Abandonó su comunidad a los diez años, se considera politeísta, habla tres idiomas e hizo de la protección de la naturaleza y de los pueblos indígenas, su razón de ser.
Nacido en Santa Catalina, una pequeña comunidad del municipio de Apolo, perteneciente a la provincia Franz Tamayo del departamento de La Paz, Alex Villca Limaco siempre supo que la sangre indígena corría por sus venas, tan caudalosa como los ríos que atraviesan la Amazonía.
Cuando solo tenía nueve meses de nacido sus padres se trasladaron a San José de Uchupiamonas, el pueblo en el que creció, al que eligió como su casa y en el que él se reconocía: el pueblo que corría por su sangre.
San José de Uchupiamonas es hogar del pueblo indígena quechua- tacana, autodenominado como “Uchupiamona”, que se encuentra enclavado en el corazón del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Madidi.
San José de Uchupiamonas es el pueblo que vio nacer a su madre, para posteriormente adoptarlo.
Hijo de una mujer indígena uchupiamona y de un profesor, Alex pasó su infancia en medio de ríos, bosques y animales, consolidando lo que el describe como una “fuerte identidad cultural indígena”.
Hasta los diez años, San José de Uchupiamonas era todo lo que Alex había conocido.
El suyo era un pueblo indígena en aislamiento y salir del lugar no era fácil, pero tampoco era algo que los indígenas anhelaban. Allí tenían todo lo que necesitaban para vivir y ser felices: la naturaleza era su proveedora.
Llegar a San José, aún por estos días, es un desafío, pues el viaje implica navegar desde Rurrenabaque por el río Beni hasta el Estrecho del Bala, continuando viaje por el río Tuichi. Esas aguas inevitablemente lo remontan a su infancia y puede leer su cauce tan claramente como a las venas que se dibujan por su antebrazo.
Aunque aquel era su hogar, su vida estuvo marcada por largas ausencias de aquel San José que se ha convertido en parte importante de su vida.
Con apenas diez años, no solo se despidió por primera vez de su pueblo, sino también de sus padres y de aquella familia extendida conformada por todos los miembros de la comunidad. “Todos nos conocíamos”, dice en un viaje por los recuerdos.
“En San José de Uchupiamonas los niños teníamos la posibilidad de hacer la primaria y algo de intermedio…pero para estudiar un poco más no habían las posibilidades”, dice con esa voz cálida y llena de calma, que rebalsa por el auricular.
Cuando sus años llenaban los dedos de sus manos, acudió a un internado en el pueblo tacana de Tumupasa, donde el sacerdote jesuita Diego Schürman, que visitaba su comunidad, había acondicionado una pequeña vivienda para que niños de los pueblos indígenas de la zona pudiesen continuar con sus estudios.
Alex aún recuerda con cariño a Schürman, quien no dejaba pasar una Navidad sin una chocolatada para los niños uchupiamonas.
Su contacto con la religión católica fue constante, sobretodo por esos años, pero el hombre de ahora 42 años se reconoce como politeísta, pues al margen de las creencias católicas practicadas en su pueblo, así como en otras comunidades indígenas del país, también cree en deidades de la naturaleza con profundo respeto y devoción.
“Si bien los indígenas hemos tenido un adoctrinamiento hacia la religión católica desde nuestros antepasados, jamás hemos perdido nuestra cosmovisión. Diría que en realidad somos politeístas”, agrega mientras explica la importancia que tienen para los indígenas dioses como el “Jichi”, un ser mitológico cuya misión es “cuidar la naturaleza”.
“Eso sigue para nosotros impregnado en nuestras vidas, no hemos dejado de creer en estas divinidades”, comenta a Verdad con Tinta.
Alex era un niño aplicado. Recuerda que en los primeros cursos de primaria decidieron adelantarlo al siguiente nivel, porque era “muy despierto”. Su padre, como profesor, notaba su talento. Mirando atrás, eso adelantó la salida de su pueblo hacia Tumupasa.
En el pueblo indígena de Tumupasa terminó sus estudios intermedios con éxito, aunque reconoce que al principio, como todo cambio, le costó. Era difícil estar lejos de su familia y en un entorno nuevo.
Alex se sincera diciendo que “muchas veces”, por ser indígena, cayó en el prejuicio de sentirse menos. Un prejuicio propio, pero fruto de un estereotipo que, hasta cierto punto, también rondaba en la sociedad. Ese estereotipo de que el indígena no puede estudiar o que, por educarse, deja de ser indígena.
En el conflicto por la construcción de la hidroeléctrica de El Bala, el exministro de Hidrocarburos, Luis Alberto Sánchez Fernández, cayó en 2016 en aquel prejuicio al afirmar que, Alex ya no era indígena, porque había estudiado. Como si el indigenismo se borrara con un título.
Aquellos prejuicios también rondaban en la mente de un pequeño Alex que por las noches se cuestionaba si podía…. Y por las mañanas despertaba para demostrar que sí, ¡él podía!
La secundaria llegó con un nuevo cambio y con la ruptura de otros prejuicios, de los propios y de los ajenos, a base de trabajo y esfuerzo.
Su madre, Irma Limaco, se había enterado de la buena fama que había ganado el colegio Obispo Juan Claudel de Rurrenabaque-Beni, y quería que sus hijos tuviesen la posibilidad de formarse como otros jóvenes; una alternativa que ella no había tenido.
Era madre de seis hijos y había pasado prácticamente toda su vida en San José de Uchupiamonas. Sin ninguna formación ni trabajo garantizado en la ciudad que se erigía en la otra ribera del río Beni, había decidido asumir el sacrificio que aquel destierro por voluntad propia significaba, para que sus hijos tuvieran esa oportunidad.
“Para los indígenas no es tan sencillo dar pasos como abandonar su territorio en busca de otras oportunidades, ya sea de trabajo, estudio o salud”, dice Alex, quien reconoce con orgullo la tenacidad de su madre, que por aquel entonces era una mujer divorciada y no contaba con el apoyo financiero de su padre.
Dejando a sus niños menores en San José de Uchupiamonas, esa San José que la llenaba de recuerdos y paz, Irma Limaco se trasladó con sus hijos mayores a la ciudad, hasta que paulatinamente pudo hacer que todos lucieran el birrete celeste del afamado Obispo Juan Claudel de Rurrenabaque.
La mujer se ganaba la vida lavando ropa, limpiando casas, tostando café o cocinando en la ciudad. No era una mujer con estudios, pero sabía que para ser luchadora no había que estudiar. Ella lo llevaba en la sangre; en la sangre de quienes despiertan para trabajar la tierra de sol a sol.
Cuando tuvo suficiente edad, aproximadamente en tercero medio, él también consiguió un trabajo para ayudar a su madre.
“Íbamos a machetear, a limpiar las calles, a ayudar en alguna carpintería o lo que fuera para apoyar, porque no teníamos otra forma”, cuenta sin dejar de lamentar la ausencia de su padre en aquellas responsabilidades.
Sus primeras armas en el mundo del turismo fueron fruto de aquella responsabilidad laboral asumida en su juventud. A sus 17 años empezó a trabajar en un hospedaje como conserje. Sus funciones consistían en abrir la puerta a los huéspedes durante la noche.
Por aquel entonces, el joven cursaba el último año de colegio y reconoce que el cansancio generó un declive en sus notas. Aunque no eran malas, Alex se había acostumbrado a estar entre los primeros de su curso, lamentando que en aquel periodo no pudo lograrlo.
Pasaron seis años desde que Alex se graduó del colegio en 1995, hasta que finalmente pudo ir a la universidad en el año 2001.
En el ínterin, continuó trabajando en el hospedaje de Rurrenabaque, hizo el servicio militar, cursó un auxiliar en ecoturismo y fue guardabosque en el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Madidi. Esto último le permitió volver a su tierra después de “varios años”, para disfrutar del contacto con la naturaleza que tenía en la San José de Uchupiamonas de su infancia. Era incansable, como su madre.
Tras años de intenso trabajo, pudo juntar suficiente dinero para ir a la ciudad de La Paz, donde su hermano menor ya se encontraba estudiando, y ahí dar inicio a sus estudios de licenciatura en turismo.
De guardabosques a licenciado
“Me volví a Rurrenabaque, volví al hotel donde estaba trabajando antes y ahí conocí al primer director del parque nacional Madidi”, cuenta Alex sobre ese periodo en el que, tras un intento fallido por ingresar a la universidad en La Paz, decidió retornar a ese municipio en el que había pasado los últimos años de su vida.
En una de sus jornadas de trabajo en el hospedaje, el director de parque le había mencionado que “pronto” abrirían una nueva convocatoria para guardabosques, “por si le interesaba”.
Bastaba conversar solo unos minutos con el joven Alex para dar cuenta de su profunda conexión con la naturaleza y su entrañable San José.
Y así fue. El joven se postuló a la convocatoria y quedó entre los seleccionados. Pasó dos años en medio de aquel paisaje selvático fungiendo como protector del parque, hasta que finalmente pudo juntar suficiente dinero para empezar una vida universitaria en La Paz.
Alex renunció y pasó los siguientes años en las aulas de la Universidad Mayor San Andrés (UMSA), donde se licenció de la Carrera de Turismo.
Emprendedor y activista
Tras finalizar la universidad, el joven oriundo de Santa Catalina permaneció durante cinco años en Chalalán, el proyecto de ecoturismo manejado por los indígenas uchupiamonas y financiado por Yossi Ghinsberg, el israelí que se perdió en la selva del Madidi en 1981.
Tras una serie de conflictos que motivaron su salida de aquella iniciativa turística,
Alex, junto a uno de sus hermanos y dos de sus tíos, decidió crear Madidi Jungle, un emprendimiento familiar de turismo ecológico que busca generar ingresos en su región.
“Nuestra intención inicial como Madidi Jungle era prestarle servicios a Chalanlán –un albergue ecológico- en un punto intermedio, porque de Rurrenabaque hacia donde están las cabañas, son como seis horas de viaje en lancha”, cuenta.
Acota que Madidi Jungle está ubicado más o menos a tres horas, casi a la mitad del camino. Sin embargo, confiesa que “nunca” lograron vender este servicio. “Ni un solo almuerzo”, recuerda.
Poco a poco Madidi Jungle fue consiguiendo sus propios clientes, ofreciéndoles una experiencia turística que era amigable con la naturaleza y que al mismo tiempo, se traducía en un beneficio para la comunidad uchupiamona. Por aquel entonces Alex ya hablaba su tercer idioma, uno que había aprendido para ofrecer un mejor servicio turístico: el inglés. A éste se suman el español y el quechua.
Alex describe sus inicios como: “precarios”. Tenían baños compartidos y un galpón techado en el que los turistas armaban sus carpas para pasar la noche, algo que no resultaba satisfactorio para todos, pues si bien era turismo de aventura, había quienes esperaban encontrar “alguna comodidad”.
Fue en el año 2013 cuando las cosas “cambiaron”. La sociedad familiar decidió invertir sus recursos y crear pequeñas cabañas con baño privado, imitando la estética de las características casas de barro de los pueblos indígenas de la Amazonía boliviana y llevando la experiencia a otro nivel. Alex reconoce que esa mejora marcó un “salto fundamental” para el emprendimiento.
Pero conforme Madidi Jungle crecía, el compromiso de Alex con la naturaleza y con los pueblos indígenas también aumentaba, dando paso a una faceta que llegó a su vida sin pedir permiso: el activismo.
“No se puede usar solo a los pueblos indígenas en el discurso»
Alex Villca
“El ecoturismo, al ser una actividad que se desarrolla en sitios naturales o protegidos y que tiene como principio generar beneficios para las comunidades locales, digamos que de alguna manera me estaba induciendo ha hacer ese tipo de activismo”.
Sin embargo, el punto de inflexión llegó cuando empezó a cobrar fuerza la construcción de las hidroeléctricas Chepete y El Bala; obras que amenazan con inundar el hogar de decenas de familias indígenas apostadas en la ribera de los ríos en los que pretenden construir los embalses, amenazando también a la flora y la fauna de la región.
Fue allí cuando Alex fue nombrado por los uchupiamonas como secretario de Tierras, Territorio, Recursos Naturales y Medioambiente, manifestando no solo su oposición a las hidroeléctricas, sino al discurso indigenista que el entonces presidente, Evo Morales Ayma, manejaba de manera pública.
“No se puede usar solo a los pueblos indígenas en el discurso, o hablar de la madre tierra hacia fuera, y dentro de nuestro país prácticamente estar haciendo lo contrario”, critica Villca sobre Morales, pero sin dejar de lado las falencias de sus antecesores como de sus sucesores en el gobierno.
Su paso por la secretaría fue corto, pues Alex explica que su postura contraria a la del Gobierno Nacional, motivó a que cambiaran al directorio y, por ende, lo sacaran del cargo.
Lejos de acallarlo, eso sirvió para que junto a otras comunidades indígenas del país se organizaran y movilizaran, dando paso a la creación de la Coordinadora Nacional de Defensa de Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas, más conocida como Contiocap.
Creada en el año 2018 con doce resistencias indígenas de diferentes puntos del país, Contiocap nace como un ente de articulación de las luchas de los pueblos indígenas y áreas protegidas que se ven amenazadas por proyectos extractivitas en el país.
Dos años después, la coordinadora ya cuenta con 35 resistencias y ha encarado luchas significativas en contra de proyectos como las hidroeléctricas, la exploración de hidrocarburos en Tariquía, la minería en los ríos de la Amazonía y el avasallamiento a los bosques fruto de la expansión de la frontera agrícola, entre otros.
“No puedo quedar al margen, al saber que nuestros hermanos indígenas no solo en esta región del país, estén siendo permanentemente atropellados, vulnerados… eso es algo que me desafía en este contexto a exigir estos derechos”.
Su voz se ha convertido en la de decenas de indígenas que, al no hablar castellano y al vivir en pueblos de aislamiento voluntario en determinados casos, no pueden hacer rugir su sentir con la fuerza de la selva. Conforme las políticas extractivitas buscan consolidarse en el país, aquel rugido pelea por convertirse en un canto de victoria.