Bienes comunes
El procomún como forma de entender la vida
La COVID-19 ha demostrado que nuestros sistemas son deficientes e incapaces de lidiar con el desastre. Ahora más que nunca, los comunes se presentan como una de las soluciones más obvias para los grandes problemas del mundo. Este movimiento, complementario a otros como el decrecimiento, el código libre, la antiausteridad, el decolonialismo, la economía social y solidaria, el ecofeminismo, y el Buen Vivir, por citar algunos, está despertando.
Sin ir más lejos, tenemos ejemplos tan cotidianos como la Wikipedia, una comunidad de escritores, editores y lectores que custodian un archivo de conocimiento. O las granjas de agricultura sostenida por la comunidad, donde granjeros, transportistas, y vendedores comparten alimentos, acogiéndose a unas reglas para asegurar que la práctica es justa para todos.
A lo largo de su inmensa diversidad de contextos, los comunes son un modelo para la producción y gestión comunitaria de recursos. Son sistemas vivos para satisfacer necesidades comunes. El acceso a los comunes es un derecho universal y no sólo de los que tienen los medios financieros para pagarlo. Nos pertenecen a todos, o mejor dicho, no son propiedad de nadie. Lo comunal puede brotar en cualquier parte y es generativo; es decir, genera valor, pero se trata de un valor que trasciende la dimensión de las transacciones económicas. Y además, como cualquier otro organismo vivo, es adaptable a las circunstancias.
Uno de los ejemplos más notables de esta capacidad de adaptación es el de la federación de cooperativas venezolana Cecosesola. Este vigoroso omnicomún ha sobrevivido a circunstancias económicas y políticas muy difíciles para poder proporcionar a su gente comida, cuidados, transporte e incluso servicios funerarios comunitarios durante más de cincuenta años. La extraordinaria resistencia de Cecosesola en tiempos de crisis económica y política se debe a su habilidad para adaptarse rápidamente a circunstancias inestables y a sus grandes círculos en los que todos tienen voz para tomar decisiones o resolver conflictos. Cuanto más vivo está un común, cuanto más directa es la participación de las personas que lo integran, más resistentes, adaptables y duraderas serán sus raíces.
“El procomún nos invita a una revolución silenciosa, autogestionada y socialmente sensible. A menudo ignorado por los medios y la economía convencional, ha germinado por todos los rincones del mundo, floreciendo con especial exuberancia en los últimos años. Y es que los comuneros se están movilizando frente al alarmante deterioro moral y social derivado de las fábulas neoliberalistas y el culto al dinero.”
Ante la ineptitud de los gobiernos e instituciones para resolver problemas tales como las crecientes e intolerables desigualdades sociales o un planeta al borde del colapso ecológico, la verdadera acción queda en manos de las personas, de las comunidades. Somos nosotros los que tenemos que abrir un debate más humano y más cercano a nuestro entorno natural. Esta no es ninguna corriente moderna ni utópica; es una práctica ancestral que recupera aspectos cruciales del comportamiento humano, aspectos que hemos olvidado y dejado atrás al ser asimilados por la cultura de mercado. El procomún genera una riqueza inmensa cuyo valor va más allá de los parámetros capitalistas: una colección de saberes y experiencias para asegurar la supervivencia de los más vulnerables y la pervivencia de nuestros sistemas y redes comunes.
En definitiva, el procomún abre una miríada de portales a un pluriverso de cosmovisiones, cambiando el rumbo para alejarse de la enfermiza lógica de mercado y proponer una transición más justa, más libre y más viva. Esperamos no sólo ampliar los horizontes de aquellos que ya conocen las virtudes del procomún sino acompañar a todos aquellos que aún no están familiarizados con esta ontología y forma de entender la vida. No hay comunes sin comunidad, ni comunidad sin comunes.