Movimiento vecinal
Vecinos autoorganizados del Raval recaudan alimentos contra la crisis: “Nos necesitamos para superar esto”
Zapatos mojados buscando comida. Dependientes remangándose el uniforme para donar lo que pueden. Aromas definidos impregnando pasillos sin turistas. Carros azules hasta arriba de hortalizas como muestra de la creciente necesidad de ayudar y ser ayudados. Este es el ambiente que crean Claudia Mendoza, Basilia Claure, Ben Mendoza, Felisa Evangelista, Sofía Peña o Hajar en el mercado de La Boqueria de Barcelona. Recolectan alimentos, que repartirán con sus vecinos del barrio barcelonés del Raval, sin importar la lluvia o la ola de frío de este enero. Casi todos perdieron el trabajo con el estallido de la pandemia y, ahora, la unión es uno de sus mayores impulsos para subsistir. “Como está todo tan feo, viene mucha gente. Yo estoy sola y necesito poca comida, así que parte de lo mío se lo doy a una compañera que tiene dos hijos”, cuenta Claudia con una mirada que denota el desgaste de estar siempre buscándose la vida.
Ella y el resto del equipo son miembros de XAPA (Xarxa d’Aliments Popular del Raval), una agrupación de vecinos autoorganizados desde la primera ola de la pandemia para recaudar —reciclar, según XAPA— y distribuir alimentos a partir de lo que pueden donar o de los excedentes de los comercios de la zona. Hoy la iniciativa llega a alrededor de 700 personas, su espacio de reunión, almacenaje y reparto es la antigua Escola Massana, que ocupan desde el día de San Juan, y su objetivo es paliar los efectos de una crisis que se ceba con los de siempre. O, lo que es lo mismo, aliviar necesidades que no cubre el sistema.
“Nos necesitamos”
Por separado no conseguimos nada, nos necesitamos, fue el pensamiento que, tal y como recuerda Hajar, llevó a los miembros del Sindicat d’Habitatge del Raval a impulsar la iniciativa de la cual surgiría XAPA: Xarxa de Suport Mutu del Raval. Una red de apoyo a través de la cual llevaban comida y sacaban la basura a vecinos de riesgo, ofrecían ayuda psicológica a quienes sentían malestar o, simplemente, daban conversación a los que necesitaban hablar. Con la irrupción del confinamiento y la crisis económica, llegó el momento de dar otro paso: un llamamiento a los considerados comercios esenciales y los restaurantes cerrados para aprovechar su excedente.
En ese momento nació XAPA, lo cual implicaba recolectar alimentos cuando casi no se podía salir al exterior, suponía sortear la vigilancia policial entre calles vacías. “La Guàrdia Urbana multó a dos compañeras cuando estaban reciclando. Lo denunciamos al Ayuntamiento de Barcelona, y su respuesta fue que los agentes hacían su trabajo. Pero mientras, los narcopisos seguían funcionando. Claro, 100 barras de pan son mucho más peligrosas, son terrorismo…”, indica en la cocina de la Massana Hajar, la voluntaria que este sábado coordina al equipo de reciclaje.
“Este es el día a día del barrio: en lugar de darnos oportunidades, militarizan las calles”, dice Hajar
Esta realidad empeoró cuando llegaron a acumularse más personas de las que habían citado en su primer local de almacenaje y reparto, La Galera, situado en La Rambla del Raval. Barcelona seguía bajo la parálisis del confinamiento, pero no quedaba otra que seguir actuando: en el barrio ya afloraba la necesidad de los que se habían quedado con poco o sin nada. “Teníamos que pedir a la gente que fuera a dar una vuelta para que no nos multaran. Este es el día a día del barrio: en lugar de darnos oportunidades, militarizan las calles”, añade Hajar.
Ya era un barrio frágil
El Raval ya era un lugar frágil antes de la pandemia. “Ha sufrido durante años los efectos de un sistema que te sentencia a la miseria: crecer o vivir en un lugar determinado, tener que, por ejemplo, trabajar con 16 años para ayudar a tu familia, dicta en muchos casos qué harás con tu vida”, subraya Hajar al hablar de una verdad que en los últimos meses solo ha hecho que agravarse. De acuerdo con datos del pasado noviembre del Departamento de Estadística del Ayuntamiento de Barcelona, El Raval es el barrio con más parados de la ciudad, el 13,5% de su población, y cuya variación interanual más ha aumentado en 2020.
Un crecimiento de las desigualdades que es palpable entre las historias de varios miembros de XAPA: Hajar perdió el trabajo el 13 de marzo sin tener respuesta del SEPE, Ben estuvo en ERTE hasta que cerró el restaurante del Born en el que trabajaba, Peña no encuentra nada porque le piden referencias que no tiene como inmigrante y Evangelista está parada después de haber pasado 23 años cuidando a personas mayores. Las pérdidas les unieron en 2020. Su solidaridad y ganas de superarse son ahora lo que aviva su esperanza.
“Es un problema de todos, por lo que debemos ayudarnos como nunca”, apunta Felisa Evangelista sobre una iniciativa que, en parte, llega a 700 personas gracias a la recaudación que hacen cada sábado en La Boqueria
“Es un problema de todos, por lo que debemos ayudarnos como nunca”, apunta Evangelista sobre una iniciativa que, en parte, llega a 700 personas gracias a la recaudación que hacen cada sábado en La Boqueria. Caminando de nuevo por sus pasillos, Hajar explica que Carme, de la parada Granjas, fue una de las primeras en ayudar: “Hoy no tengo nada más”, dice mientras deposita unas croquetas en un carro. Eva López, de Cal Neguit, colabora porque “es lo mínimo que podemos hacer”. Y Esmeralda Montín, dueña de una pollería, recuerda que “hay mucha gente que lo necesita” y, además, “de pobre no voy a salir”.
Ante las infinitas muestras de solidaridad, a Hajar le resulta imposible no valorar cómo, al menos, la respuesta al covid ha apaciguado los efectos de una gentrificación que llevaba años echando a los vecinos de sus casas: “La Boqueria ya no es de los guiris. Vuelve a ser nuestra, y eso es muy bonito”.
La princesa Listilla
La desigualdad a la que puede condenar un código postal se acentuó durante el confinamiento. Algo que llevó a los miembros de la Xarxa de Suport Mutu del Raval a movilizarse más: aparte de alimentos, comenzaron a recolectar material escolar u ordenadores, ofrecer redes wifi o dar clases telemáticas de repaso a los niños y niñas que lo necesitaban. “Uno de los casos más alarmantes fue el de una familia con tres hijos que utilizaban la misma libreta para estudiar”, sostiene Hajar al recordar los orígenes de una iniciativa que, con los meses, terminó convirtiéndose en un lugar al que los niños y niñas del barrio pueden ir los miércoles después de clase: L’Escoleta Popular del Raval.
Entre unos 15 menores jugando y varios vecinos tratando de arreglar un corte de luz en la Massana, la voluntaria Andrea Lucena explica que en este espacio hacen actividades circenses, malabares, teatro, cocina, papiroflexia o decoración. Con la ayuda de voluntarios muy dispares, desde estudiantes a jubilados, aprenden a convivir, solucionar problemas entre ellos y a pedir perdón, interpretan escenas de teatro en las que paran un desahucio bailando o derriban estereotipos de género viajando por cuentos de ficción. “Hoy hemos leído Tarzana o La princesa Listilla, que va de una princesa que prefiere ser independiente antes que casarse. Son historias muy desmitificadoras y a favor de las niñas”, asegura otra voluntaria de 79 años, Llum Ventura, con los cuentos y el abrigo en la mano.
La actividad de hoy ha terminado. Ya es de noche. Y los alumnos de L’Escoleta siguen corriendo de un lado al otro de la Massana. Como si recordaran que nunca será suficiente el tiempo que sus puertas puedan seguir abiertas.