La enajenación en la política | por Erich Fromm
“De la misma manera que la producción masiva requiere de la estandarización de mercancías, el proceso social requiere de la estandariza…
enero 16, 2021
“De la misma manera que la producción masiva requiere de la estandarización de mercancías, el proceso social requiere de la estandarización del ser humano, y esta estandarización se denomina igualdad”.
-Erich Fromm .
Texto del sociólogo y psicólogo alemán Erich Fromm, publicado postumamente en el libro “Patología de la normalidad” en el año 1991.
En este mismo sentido, quisiera tocar un último punto: no sólo nuestra comunicación interpersonal, no sólo nuestra relación con nosotros mismos, no sólo nuestra relación con las cosas se han hecho abstractas, sino también nuestra relación con la política. Estamos dentro de una tradición que empezó como una negación del poder absoluto, afirmándose el derecho del ciudadano a decidir lo que debe hacerse con sus impuestos y, finalmente, su derecho a participar responsablemente en la decisión sobre el destino de la sociedad. Todo eso está muy bien, y eso era algo muy concreto. Suponiendo una comunidad pequeña, como las que hay todavía en Suiza, donde unos cuantos miles o cientos de personas se reúnen, tienen problemas concretos que pueden abordar, los discuten, y esas quinientas o mil personas deciden sobre algo, sabemos que realmente ha ocurrido una cosa muy concreta. Se ha tomado una decisión y no ha sido cosa demasiado difícil.
Les recordaré que Aristóteles trató del tamaño ideal de una ciudad. Decía que una ciudad no puede tener, menos de mil habitantes, pero que ciertamente no debía contar con más de diez mil. Bien, una ciudad de diez mil habitantes sigue siendo algo muy concreto. Es manejable. La decisión, en el sentido democrático, se entiende concretamente, pero, ¿qué ha sido de nuestro régimen en países con cincuenta y con doscientos cincuenta millones de habitantes? En realidad, estas dos cantidades no representan ninguna diferencia, como tampoco el que nuestro presupuesto sea de cincuenta mil o de setenta mil millones de dólares. Evidentemente, todos estos números pierden cualquier sentido de concreción. Si podemos manejar diez mil dólares, o cien mil, y quizá alguien pueda manejar un millón de manera concreta, ciertamente, el concepto de cincuenta millones de dólares es una fórmula puramente abstracta. Es una fórmula matemática que nos ofrece muy certeramente una medida cuantitativa, pero que no tiene relación alguna con nada que podamos entender, como tampoco podemos imaginar las distancias entre varias estrellas, sino en el sentido de un cuadro perfectamente abstracto.
Pues bien, ¿qué ocurre? Ocurre que, alguna que otra vez, vamos a votar. En realidad este voto, en gran medida, es influido por prácticas muy semejantes a las de la publicidad moderna. Nos embuten consignas, hoy por medio de la televisión, que nos influyen sobre todo mediante recursos emocionales y completamente irracionales. Y nosotros reaccionamos a ellas, hasta cierto punto, como reaccionamos ante un partido de fútbol o un combate de boxeo, con ese sentido del drama de que hablaba el otro día: es apasionante ver combatir a dos candidatos y, en cierto modo, poder inclinar la balanza, tomar parte en el asunto.
Én un combate de boxeo, lo único que podemos hacer es esperar sentados, mientras que en estas elecciones hay una cosa que podemos hacer. Aunque nuestro voto sea insignificante, justo con ese poquito entramos en el ruedo y ejercemos cierta influencia, pero, ¿es ésta una manifestación responsable de nuestra opinión? ¿Qué es lo que sabemos? ¿Qué información tenemos? ¿No es todo demasiado complicado para que se decida de la manera en que lo hacemos? ¿No habría una manera enteramente distinta de discusión, de formulación, de opinión y de convicción, si hiciésemos de las elecciones algo realmente concreto? No obstante, creo que nuestro actual régimen electoral es mejor que cualquier otra cosa que exista en la Tierra, pero me parece muy imperfecto. Ha llegado a ser muy abstracto, y en la próxima lección trataré de decir unas palabras sobre en qué sentido creo que podemos apartarnos de esta especie de abstracción.
En realidad, a pesar de nuestra idea de que el ciudadano participa en los asuntos de la sociedad, hablando de un modo realista y concreto, el ciudadano individual tiene muy pocas oportunidades de influir sobre ellos. De manera que votamos, lo que en cierto sentido es como decidirnos entre Chesterfield o Camel. Exagero, desde luego, pero en este momento prefiero exagerar el panorama, para explicarme mejor, que ser demasiado preciso. Votamos. Podemos escribir una carta al Congreso. Podemos escribir una carta a nuestro senador. Pero, en realidad veremos que, en opinión de una gran mayoría, no hay casi nada en lo que puedan influir de manera real y concreta, no abstracta, ni en lo que puedan participar, y que la política se desarrolla en otra esfera muy lejana, y es tan enajenada, tan abstracta, tan poco concreta, como lo demás de que he hablado.
Quisiera hacer otra observación teórica. Dicen que, para actuar, hay que poder pensar; que primero es el pensamiento y después viene la acción razonable. Lo cual es cierto, seguro, pero también hay otra cosa cierta, que es la contraria: a menos que uno tenga la posibilidad de actuar, tendrá muy limitado el pensamiento; que el pensamiento se desarrolla únicamente cuando hay al menos una probabilidad de aplicarlo. Poniendo como ejemplo al dueño de una pequeña confitería, yo creo que es mucho más inteligente en los asuntos de su tienda, en la que puede actuar, en la que puede influir, en la que puede observar, y decidir, y sacar provecho de todas sus decisiones, que en los asuntos políticos, y no forzosámente porque los asuntos políticos sean mucho más difíciles que los de su tienda. A veces, creo que son terriblemente sencillos, mientras que los asuntos comerciales pueden ser muy difíciles. No me parece que haga falta más inteligencia para pensar en la política exterior que para pensar en cuánto queso comprar. Me parece que se trata de cosas muy semejantes, pero uno puede pensar en su confitería y, por lo tanto, piensa; pero en política exterior sus vías de influencia, sus posibilidades de actuar son tan reducidas que se limita a hablar. Y habla con palabras vanas, pero no piensa, y se siente muy resignado a que su pensamiento no sirva para nada.
Quiero decir, resumiendo, que el cuadro general de nuestra cultura moderna es el de un modo de producción y de consumo centrado en el mercado, centrado en la fabricación en serie, y esto es en sí mismo una abstracción, y esto es en sí mismo uno de los grandes avances en el desarrollo de la economía. Pero ahora este método de producción, este método de abstracción, ha alcanzado tales proporciones que no sólo afecta a la esfera técnica, sino que ha moldeado a todos su partícipes, cuyas experiencias internas y externas de sí mismos se han hecho tan abstractas como las mercancías de la plaza. Así, estamos disociados de la experiencia real, vivimos en un vacío y, por lo tanto, nos sentimos inseguros, y en consecuencia estamos en peligro de caer en el aburrimiento, y por eso nos encontramos en un estado muy grave de salud mental, que únicamente superamos por medio de una rutina para no tener que afrontar ese aburrimiento y esa vanidad de nuestra relación con los demás y con nosotros mismos, así como con lo abstracto de nuestras experiencias.