Venezuela: Douglas Bravo, líder guerrillero, ¡misterios de la vida!, se volvió el “fantasma que camina”

Douglas se había convertido en mi imaginación, ¡pobre de ella!, en el gran líder, el competente y con prestigio para recomponer a la izquierda, reunirnos a todos y definir un programa de luchas en favor de los trabajadores, los estudiantes, las escuelas y la cultura, ¡por la vida!. Y eso uno añoraba porque, abajo, en la ciudad, los dirigentes nuestros no habían hecho otra cosa que dividir y dividir



Douglas Bravo, líder guerrillero, ¡misterios de la vida!, se volvió el “fantasma que camina”

Lee Falk, comenzó a publicar “El fantasma que camina” o “El hombre enmascarado”, que uno veía y leía en una revista semanal llamada “El Peneca” y luego en las generalmente conocidas tiras de los diarios, como las cómicas de “Pomponio”, “Popeye”, hasta como el “Pato Donald”, en 1936, justo 4 años después que naciese Douglas Bravo, quien lamentablemente recién ha muerto.

Era, “El Fantasma que camina”, uno de los tantos personajes emanados de la literatura y costumbres románticas; como un nuevo “Robin Hood”, el justiciero de los bosques de Sherwood. Era aquél, el héroe urbano, en este caso anónimo o mejor, oculto su rostro e identidad toda tras una máscara y un traje inusual, los vericuetos de la ciudad, la neblina; vagaba por la oscura ciudad, la soledad de las noches y horas de adormecimiento, silencio, imponiendo la justicia y persiguiendo el crimen y delitos comunes, individuales. Sólo que se la pasó todo el tiempo en eso y la vaina siguió igual.

Sin duda, allá en Falcón, Douglas debió leerlas, apenas hubo crecido y pudo hacerlo, como uno, que nació unos años más tarde que él, lo hizo en las riberas del manzanares y hasta justo en su desembocadura, el mismo sitio donde podíamos ver las ballenas, que hasta allí llegaban en aquellos tiempos, cabriolando y lanzando al aire chorros de agua, de la misma manera que lo hacía la fuente luminosa que recién habían construido en el espacio que dejó el viejo mercado. Y uno pensaba en “El fantasma que camina” y en “Toñito” Sucre, aquel que, saliendo de Cumaná, se llegó allá al confín del mundo a convertirse en el Mariscal de Ayacucho y de toda América. Por lo que uno veía al Mariscal, como el propio “Fantasma que camina” y hasta más auténtico. Hay que echarle bolas para caminar desde Cumaná hasta al sur del continente, donde llegó “Toñito” y allá, en diciembre, sintiéndose nostálgico por las navidades y las misas de aguinaldo, ponerse a cantar “¡ay Cumaná quién te viera y a San Francisco fuera a misa de madrugada!” Cuando era más fácil y cómodo quedarse en San Francisco con las bellas muchachas que acudían a las misas y siendo él, como Bolívar mismo, muy mal jinete, tanto que en veces les resultaba un sufrir estar montados en aquellos animales. A Bolívar le llamaban “culo é hiero”; pero, aun así, los dos más grandes héroes de América sufrieron en la parte del cuerpo que se aposentaba en la silla de montar, porque se les volvió callosa.; sólo que la historia no habla de eso. Y murieron todavía intentando hacer lo que habían soñado, sin cesar un instante ni evadirse.

Si algo le pasó a mi generación en Venezuela, y digo mí, porque soy de la misma de Douglas, pues apenas él nació 6 años antes, fue que, pese el tiempo, los cambios, lo lejano del Renacimiento, porque desde allá viene eso, que lo tomó a su vez de los griegos y la épica, es haber estado profunda y determinantemente influida por el romanticismo y aquello de los hombres héroes. Y los dos venezolanos fueron de hecho, como sacados de un bello poema de la épica, o mejor en ellos lo épico se hizo realidad. como de los hombres de Virgilio y Homero.

Y todo eso se aderezó con “Venezuela Heroica” de Eduardo Blanco, donde los héroes más que esto, son como dioses pintados cual el modelo griego. Y en la escuela nuestra, leer ese trabajo se volvió una obligación. Y no es malo haberla leído, pues pese el peso de su romanticismo ya tardío, Blanco narra con fuerza, emoción, entusiasmo, agilidad y esas cualidades y sentimientos transmite al lector. Y leyéndola, por emoción y todo lo romántico que hay en uno, pese pase el tiempo y las nuevas tendencias y haya crecido la maldad, uno aprende más a amar este país que Dios nos dio como premio y bendición.

Y admito, haber estado haciendo algo indebido, no es necesariamente malo, sólo que se actúa equivocadamente; y eso es humano; lo verdaderamente malo está en, pese la realidad, habernos demostrado y hasta a fuerza de coñazos y por tanto tiempo, que aquello no era así, seguir en lo mismo y con la misma gente al frente; y lo malo que antes hacíamos, seguir haciéndolo después y, lo que es peor, engañando a la gente, sin querer engañarla, porque uno mismo había sido engañado. Y uno les creía y veía como líderes y, para más vainas, al estilo romántico, porque ese tipo tiene don de mando, autoridad y sabe ponerlo a uno a hacer lo que se necesita hacer y manda, pero también se las suda. Y obviábamos que aquellos hicieron lo que hicieron, en otras circunstancias y tiempo y pretendimos hacer lo mismo en otro tiempo y distintas circunstancias. Y, además, no nos conformábamos con nuestro Dios, sino que nos empecinábamos en hacer que otros lo asumiesen igual.

Por muchas de esas cosas ya dichas que enfermaron a la izquierda, esa carga romántica derivada de la figura del joven guerrillero, también de largas barbas, uno en la juventud, admiró a Douglas Bravo. Creo, si mi memoria no me falla, fue junto con Argimiro Gabaldón, mucho mayor que él, uno de los primeros o el primero en subir y quedarse en las guerrillas, en los tiempos de la década del 60 del siglo XX. Digo eso de “subir y quedarse”, porque antes hubo un grupo de guerrilleros de fin de semana, aquellos afiliados a un movimiento conocido por las siglas FUL o “Frente Unido de Liberación”, que sábados y domingos, en espacios del Estado Miranda, no muy lejos de Caracas, porque si algo aborrecían aquellos muchachos era alejarse de la “sucursal del cielo” y esos como bucólicos espacios de Sabana Grande y el comedor gratuito de la UCV de entonces, se dedicaban a jugar a la guerrilla y a incitar, que todos los jóvenes se convirtieran en verdaderos guerrilleros, porque ellos eran algo así como los de una promoción de mercadeo y además “ese era el único y verdadero camino”. Pudiera dar nombres, pero no viene al caso, bastaría digan, eso es mentira.

Douglas no jugó a las guerrillas, estuvo en ellas y según dicen en medio de muchos combates. Y como el mismo dijo “Este grupo del norte era mayor que el del sur. Para que veas, nosotros, para enero del 64, llegamos a tener 100 guerrilleros, sin contar con los de la ciudad. Te estoy hablando solo de los de la montaña. Y sin contar los grupos de campesinos que se suman y después se van a su casa, a sus actividades.”

https://eldiario.com/2021/01/31/douglas-bravo-uerrillero-fallecio-covid-19/

Fue pues la imagen de un “venezolano montado en la montaña coriana durante la lucha armada que protagonizó contra gobiernos como el de Rómulo Betancourt lo que lo convirtió en una leyenda para los movimientos de izquierda.”

https://efectococuyo.com/politica/murio-douglas-bravo-el-lider-guerrillero-mas-famoso-de-venezuela/

Y esos elogios vienen, como se aprecia arriba, del medio “Efecto Cocuyo”. No son míos ni de ninguna “izquierda trasnochada”.

Por todo eso, pese mis distanciamientos con la lucha armada, porque no le veía el “queso a la tostada”, una vaina donde nosotros solamente parecíamos jugar a perder o como dijo una vez un buen amigo intelectual y dirigente revolucionario, “una donde los muertos los poníamos nosotros”, llegado al momento del convencimiento que todo aquello era absurdo, dejada por tantos la montaña, como él mismo, Douglas se había convertido en mi imaginación, ¡pobre de ella!, en el gran líder, el competente y con prestigio para recomponer a la izquierda, reunirnos a todos y definir un programa de luchas en favor de los trabajadores, los estudiantes, las escuelas y la cultura, ¡por la vida!. Y eso uno añoraba porque, abajo, en la ciudad, los dirigentes nuestros no habían hecho otra cosa que dividir y dividir, tanto como en aquel poema que Aquiles Nazoa escribió por Betancourt, acusándole de divisionista, que donde veía un grupo de seis le dividía en tres de dos. Como Cristo dividía los panes en porciones infinitas, “la dirigencia” izquierdista a un grupo de ocho le dividía en 4 de 2, con velocidad y precisión impresionantes.

Douglas fue para mí como el esperado, “el mesías”, ese que nos hacía falta para saltar a las calles a unir lo desunido. El héroe nacido de la épica.

Quien estuvo en las montañas haciendo de guerrillero, nunca dejó de serlo. Cuando bajó, siguió sintiéndose perseguido y en la clandestinidad. No pudo dar el paso al frente, romper aquel cerco o fórceps, para ponerse a unir y liderar las fuerzas que anhelaban quien les pusiese de acuerdo. Y prefirió seguir sólo y escondido, como “el fantasma que camina”. Hubo que esperar pasase el Caracazo y luego el 4f y al final se apareciese Chávez, aunque al final, estemos como estemos.

Douglas siguió casi callado. Comunicándose como desde las catacumbas y reuniéndose con pequeños grupos. Para que al final, los suyos, quienes le siguieron aun esas circunstancias, haciendo política clandestina, sin que hubiera razones para ello, estallasen y diesen origen a una buena cantidad de grupos donde nadie se reconoce ni acuerda para nada. Fue como un compañero dirigente a quien tuvimos que echar a un lado, porque todavía en la legalidad, en la década del 70, reconstruyendo el MIR, se comportaba y hablaba, como todo un riguroso clandestino, en tan baja voz que nadie le escuchaba, menos entendía su comportamiento e insistentemente mirando hacia los lados.

Muchos de nosotros nos quedamos con los brazos abiertos y esperando al que nunca llegó. Todo por esa mala vaina de creer que la historia es asunto de “soplar y hacer botellas” y cuando y cómo uno quiere. Como que los héroes andan por allí para que cada quien enlace uno y se quede con él.

¡Paz a los restos de Douglas Bravo!