Spinoza disidente

El carácter autónomo del contrapoder no deriva de un dogmatismo anti- institucional perse (no es dogmáticamente anti estatal), sino de un cuestionamiento del modo de acumulación de capital que opera por detrás –o junto– a las formas estatales que hemos conocido. En ese sentido, “autonomía” no es una doctrina opuesta a otras (populismo), sino una perspectiva de cuestionamiento a un dispositivo de mando (político, social y económico) que destruye o precariza las mediaciones sociales.



Spinoza disidente 

Diego Sztulwark

Lobo Suelto

Hay una particular fecundidad en Spinoza disidente, de Diego Tatián (Tinta Limón Ediciones, 2019). Se trata de un libro que nos sitúa en la filosofía clásica y, a la vez, en los conflictos históricos del presente. La reivindicación explícita de la disidencia -el derecho a sentir de otra manera- funciona como catalizador de una nueva articulación entre ontología y coyuntura. Entonces, la filosofía se revela política en la exacta medida en que lo que hace con sus ideas la involucra en las controversias actuales en torno a la igualdad, lo cual en este caso supone una doble reflexión: el estudio sobre el particular modo en que Spinoza asumió los dilemas democráticos de su tiempo (el combate de un judío marrano, excomulgado por ateo, contra lo teológico político, en el contexto dinámico burgués de los Países Bajos durante el siglo XVII), y una comprensión sobre los desafíos que una democracia radical debe afrontar en nuestra propia coyuntura argentina y sudamericana.

El Spinoza de Tatián es un proyecto teórico político, un contrapunto entre coyunturas, y un intento de recrear para nuestro contexto una “izquierda spinozista”. Esto implica una reinmersión de Spinoza en sus lenguas de origen (lo fueron el español, el portugués y el latino); un programa consistente en hacer de la potencia común de los cuerpos –cada cuerpo y todxs, la excomunión de Spinoza inspira la experiencia de una comunidad abierta– una nueva clave de resolución de la cuestión social; hacer de la igualdad de las inteligencias la base de una nueva ofensiva por las libertades públicas. Un mismo movimiento, pero doble: la liberación es la misma, y para lograrla es tan necesario sostener ideas libertarias como juntar la fuerza física para inscribirla en las estructuras económicas y jurídicas. El programa spinoziano de Tatián requiere engendrar una nueva lengua spinozista sudamericana, apta para procesar nuestras coordenadas políticas inmediatas.

Para alcanzar este objetivo, Tatián considera necesario medirse con una tercera coyuntura que se interpone con particular intensidad entre Spinoza y nosotros: la de Europa de 1968. Louis Althusser, Gilles Deleuze y Alexander Matheron, entre otros, dieron origen a la izquierda spinozista al calor de aquella rebelión. Las diferencias y matices entre los miembros de la primera generación de spinozistas de izquierda no se moderaron en la segunda (no pueden simplificarse las posiciones diferenciadas de Toni Negri y Etienne Balibar). Sin perder de vista a estas distinciones, Tatián elige a Toni Negri, el máximo representante de un spinozismo autonomista y militante, como interlocutor privilegiado respecto del cual explicitar distancias y deslindar posiciones. Vayamos rápido: si el principal estudio de Negri sobre Spinoza –La anomalía salvaje– traza las coordenadas de un antagonismo directo entre poder y potencia (entre Estado del capital y autonomía de la multitud), para Tatián la coyuntura sudamericana requiere pensar otras coordenadas, en particular si se quiere dar cuenta de la experiencia de los gobiernos llamados progresistas de la región. Y es este precisamente el caso. 

La especificación de coyunturas permite, entonces, afirmar posiciones teórico-políticas diferenciadas, en especial con relación al Estado. En línea convergente –aun cuando con otro lenguaje– con las tesis de populistas como Ernesto Laclau, se trata de sostener el vinculo entre radicalización democrática, Estado como institucionalidad en disputa (y no como mero instrumento del capital) y una multitud ambivalente, irreductible a su presentación intempestiva y autónoma. Más que oposiciones simples (Estado del capital vs multitud), un complejo de mediaciones. La izquierda spinozista sudamericana se vuelca de este modo hacia la tradición nacional-popular, en la que encuentra un imaginario para establecer una continuidad entre potencia de los muchos y radicalismo instituyente. De allí que su idea de un contrapoder no asuma rasgos diáfanos y frontales, sino que pueda situárselo directamente al nivel del propio Estado. 

En este sentido, el primer problema que se le plantea a Spinoza disidente es el carácter dinámico de la propia coyuntura sudamericana: la experiencia de los gobiernos progresistas no puede ser fechada –y no hay coyuntura sin fechas– sin incluir una secuencia más amplia, que abarque tanto a las luchas sociales previas como a la deriva reaccionaria posterior. Es necesario tener presente estas variaciones de la coyuntura para captar la correlación entre situación política y lecturas de Spinoza. Con la secuencia desplegada pueden percibirse al menos tres momentos de esta correlación: 

 

  1. Durante la experiencia de la crisis, a inicios del milenio, y en el contexto de la emergencia de nuevas organizaciones sociales, se leyó a Spinoza de un modo militante, autonomista y en clave de ruptura con el Estado neoliberal de los años noventa. Un Spinoza influido por los textos de Negri, pero sobre todo de Deleuze (son los años en los que Cactus edita las clases En medio de Spinoza), que se proponía ligar destitución política, creación de formas de vida y auto organización popular. 

 

  1. En época de los gobiernos progresistas, pensadores de la talla de Marilena Chauí y Diego Tatián se propusieron enfatizar, en los momentos de inscripción de derechos populares en el Estado (básicamente en torno a la experiencia del PT y del kirchnerismo), en la Universidad pública (San Pablo, Córdoba) y en los encuentros entre amigxs, una intensa práctica de formación e intervención (decenas de publicaciones), que dieron lugar a una nueva generación de investigadores –teóricos y políticos– spinozianos más influenciados por Althusser y Balibar que por Deleuze y Negri.  

 

  1. El 2015 argentino y el desastre brasileño plantean nuevas preguntas, balances y desafíos. La fuerza de los hechos lleva a pensar un Spinoza antifascista, como parte de una filosofía de la adversidad. Una serenidad materialista antes que una ansiedad voluntarista. Dos libros se tornan importantes: La estrategia del conatus, de Laurent Bové y Spinoza, filosofía del pensamiento, del poeta Henri Meschonnic. El primero presenta una pragmática del deseo, una desmoralización de las prácticas democráticas y de los modos de hacer de lo colectivo en su relación con el mercado y la guerra. El segundo libro vuelve a sacarlo de la academia para reencontrar la fuerza del lenguaje libertario y combativo del spinozismo.   

 

 

Spinoza disidente ambiciona una tarea intelectual y política apasionante. Ofrece un espacio filosófico clásico para poner a discutir estos tres momentos sudamericanos de las militancias filosóficas spinozianas. Este marco clásico se forma mediante la aproximación de la filosofía de Spinoza al realismo republicano de Nicolas Maquiavelo y al comunismo de Carlos Marx. Spinoza como una suerte de nexo virtuoso o cúspide comunicativa entre estos dos grandes pensamientos. Tanto el florentino y el barbado de Tréveris crean dispositivos subversivos a partir de la crítica materialista. En ambos la crítica de las mistificaciones del poder (la teología en el siglo XVI; la economía política en el XIX) da lugar a una praxis histórica abierta y constituyente de subjetividad.

Para alguien que pasó una parte de su vida leyendo a Spinoza, a la izquierda spinozista de la Europa de 1968, y prestando atención a las coyunturas sudamericanas presentes, resulta casi imposible no desear escribir su propio Spinoza disidente. Cada quien lo haría de acuerdo con sus propias obsesiones. Del Spinoza que investiga el secreto de la servidumbre y concibe lo político como democracia, ligando la crítica a la potencia y a la institución, seguramente subrayaría el carácter insurgente de su ética (como hacía León Rozitchner), es decir, la particular comprensión de la institución tal y como emerge a la luz de la insurrección (poder de lo común)

Cuatro obsesiones, entonces, en favor de la disidencia spinoziana sudamericana actual:

  1. El carácter autónomo del contrapoder no deriva de un dogmatismo anti- institucional perse (no es dogmáticamente anti estatal), sino de un cuestionamiento del modo de acumulación de capital que opera por detrás –o junto– a las formas estatales que hemos conocido. En ese sentido, “autonomía” no es una doctrina opuesta a otras (populismo), sino una perspectiva de cuestionamiento a un dispositivo de mando (político, social y económico) que destruye o precariza las mediaciones sociales. Quizás la principal tarea de la izquierda spinozista, en la coyuntura actual, sea superar el bloqueo de la praxis política que surge de una comprensión absurda según la cual la autonomía implicaría una espontaneidad sin mediaciones (no hay contrapoder ni democracia sin organización, sin dispositivos colectivos, sin instituciones del común), y una teoría estatista de las mediaciones que en la práctica precariza el potencial de las organizaciones militantes, dispositivos colectivos e instituciones comunes. La urgencia de un replanteo de la democracia, de la calidad de su problematización-resolución, dependen los impulsos igualitarios capaces de derrotar los impulsos neofascistas del presente.
  2. El año 2015 argentino es un punto de inflexión que impone realizar balances de la coyuntura previa. El historiador Javier Trimboli llama “consumismo” al rasgo predominante del período. No solo por la ampliación efectiva del consumo popular anterior a esa fecha, sino por el carácter inmediatamente subjetivador de esa relación específica con el consumo. El desafío de pensar la relación entre democracia y consumo al interior de un período en el cual la subjetivación de mercado es tan poderosa –incluso y sobre todo durante los gobiernos progresistas– supone imaginar modalidades de politización de la economía política. Politizar el consumo supone revisar la distancia supuesta entre una realidad material de mercado (potencia neoliberal) y la realidad simbólica de la política (potencia política). Si lo político no se sumerge en la economía, si no descubre allí dispositivos de contrapoder capaces de crear potencias democráticas e igualitarias –bajo la forma de coordinación de luchas– inmanentes a la propia realidad material de la economía, lo político como discursividad y autonomía relativa de lo simbólico pierde su materialidad efectiva. Cuando la retórica de la igualdad se desencarna se condena a la impotencia.   
  3. El realismo democrático de la igualdad precisa un dispositivo en el que concretarse. En ausencia de revoluciones, el contrapoder surge como capacidad de vetar o limitar iniciativas desigualitarias. En su libro La geometría de las pasiones, Remo Bodei demuestra la magnitud de la distancia política entre el sensualismo spinoziano y el violento ascetismo jacobino que impregnó la imagen de la revolución. El esfuerzo en perseverar el ser, deseo o conatus como premisa de la virtud y camino hacia la utilidad común está en conflicto con la figura del “hombre nuevo” leída en clave moralista y sacrificial. La concreción de dispositivos igualitaristas nuevos requiere balances críticos específicos tanto del pasado revolucionario como de la actual crisis de la democracia al menos en tres aspectos: 
  • La forma humana sobre la que escribe Ernesto Guevara partía de la crítica de la vigencia de la ley del valor (la relación entre mercancías como medida de la relación entre personas). La revolución no resolvió el problema, pero sí lo planteó con claridad. El realismo democrático radical no puede subestimar esta cuestión del poder subjetivante del valor. De otro modo se pierde la diferencia específica entre democracia radical y democracia como concepto en crisis, incapaz de producir nuevas igualdades. 
  • Concretar la igualdad supone medios de inscribir ideas igualitarias en las estructuras económicas y jurídicas, lo cual implica capacidad de las clases condenadas a la desigualdad de reunir la fuerza física para sostener, proponer y defender estas ideas. Sin esa combinación de impulsos, ideas y fuerzas no solo no es posible experimentar nuevas igualdades (como lo vemos en la actual democracia en crisis) sino que no habrá forma de defender las actuales. 
  • La democracia como aquel proceso en el que se explora la posibilidad política de una igualdad efectiva no se reduce al respeto del Estado de derecho. La actual crisis de la democracia consiste en que el Estado de derecho -gobierno de acuerdo con las leyes- se ha convertido en un eficaz instrumento de desactivación de procesos democráticos. En este contexto, el llamado “fracaso” de la revolución tiene un efecto preciso: desvincular la íntima relación entre democracia –incluso burguesa– y el proceso de lucha revolucionaria que le dio origen y le permitió desarrollarse. Es decir, desacreditar todo dispositivo capaz de volver a vincular deseos, ideas, fuerzas en torno al problema de la igualdad. 

Spinoza disidente de Diego Tatián es, como sus otros libros sobre Spinoza, una importante fuente de aprendizaje sobre los nexos entre filosofía y política. Afirma un pensamiento situado, y un sereno no-colonialismo. No un anticolonialismo reactivo, sino la afirmación de un derecho a manotear el archivo europeo para utilizarlo sin reverencias. Para hacer, sencillamente, lo que se nos dé la gana.