Resistencia popular nicaragüense contra la dictadura de Ortega: Lucha estratégica y unidad combativa

La unidad que se requiere no es entre el 62% y la oposición electorera, sino, del 62% que debe confluir a formas organizativas de combate estratégico



Lucha estratégica y unidad combativa

La unidad que se requiere no es entre el 62% y la oposición electorera, sino, del 62% que debe confluir a formas organizativas de combate estratégico

Como dictador, en estas circunstancias críticas, el objetivo de Ortega debiera ser la legitimidad del régimen, no ganar las elecciones de cualquier modo. Se ha demostrado que es posible legitimar, en un proceso limpio, un régimen dictatorial. Lo que no es posible legitimar en forma alguna es un régimen conducido por alguien acusado nacional e internacionalmente de crímenes de lesa humanidad.

La estrategia de la nación debe tomar en cuenta esa extraordinaria debilidad de Ortega que lo obliga a ser él el candidato y, consecuentemente, a hacer fraude porque, para cualquier asesor electoral en elecciones transparentes Ortega sería el peor candidato posible. Estratégicamente, Ortega es el político más débil del mundo, incapaz de salir de su propia trampa. Es como si una llanta ponchada pudiera aferrarse a los pernos oxidados que la sostienen resistiéndose a que la cambien por una llanta de emergencia en mejores condiciones.

El país, por esa actitud irracional de Ortega, permanece varado en el subdesarrollo, con un dictador absolutista sumamente corrupto atornillado al poder. Ortega es sinónimo de atraso, de corrupción, de violencia represiva inútil. No ofrece una salida, y en cambio da patadas desaforadamente. Cada vez aumenta en la evaluación internacional la percepción de corrupción, el retroceso democrático, la disfuncionalidad del gobierno, la violación de los derechos humanos, la mala gestión de la educación y de la salud, la caída de la productividad económica.

Una buena dosis de irracionalidad

Habría que estar en los zapatos de Ortega para encontrar la lógica enrevesada de su torpeza evidente. En el curso de la batalla de Bosworth, acorralado por sus enemigos, Ricardo III estuvo dispuesto a cambiar su reino por un caballo, instantes antes de caer abatido con diez heridas de arma blanca, de puñales, golpes de espadas y de alabardas. Obviamente, las circunstancias resultan decisivas para comprender la toma de decisiones urgentes, en especial, si se improvisa o si en el proceso prevalece la incertidumbre. Ortega, sin embargo, se empeña en estar políticamente acorralado, como el boxeador sin habilidad para desplazarse y para lanzar combinaciones, que prefiere estar con las espaldas en las cuerdas haciendo el casco con los guantes (en este caso, recibiendo sanciones).

Los líderes de los trabajadores deben ser trabajadores

La política no es cuestión de empatía. Ni, para derrotar a Ortega, es necesario que el 62 % que no cree en la oposición tradicional se una a ésta. Lo lógico es que los trabajadores concentren sus energías en salir adelante, y que, en esa lucha, sus líderes salgan de sus filas cuando enfrentan un Estado esquilmador, represivo. La lucha no es por empatía, sino, por intereses colectivos apremiantes.

La política parte de la realidad, de las condiciones de opresión que se deben cambiar. La tarea política actual es derrotar políticamente a Ortega y reconstruir la nación. Si el 62 % de la población no simpatiza con la oposición absurdamente electorera, es porque tiene una conciencia política más elevada que la oposición tradicional sobre las tareas del momento.

Nuestro problema es que ese 62 % de la población, con conciencia política independiente, que repudia al orteguismo y que rechaza a la oposición tradicional, carece de organización propia. Sin embargo, está listo para improvisar otra rebelión autoconvocada, sin estrategia alguna. Mientras la dictadura ha dedicado estos tres años a infiltrar las posibles manifestaciones de rebelión para sofocarlas al nacer, antes que formen espontáneamente, en un santiamén, un tejido nacional antidictatorial como alternativa de poder. En lugar de un trabajo de masas, la oposición tradicional desea la pasividad de la población, invitándola a votar en elecciones fraudulentas.

Organización del pueblo para combatir políticamente

La unidad que se requiere no es entre ese 62 % y la oposición electorera, sino, del 62 % consigo mismo, confluyendo a formas organizativas de combate estratégico.

Es lógico que los políticos que no provienen del movimiento de masas, es decir, que se creen “líderes” sin haber encabezado la más pequeña lucha de masas, es lógico que no se preocupen de los problemas de las masas, sino, de la forma de acceder a la presidencia por vía electoral (aunque tal vía electoral no exista). Se propondrán a sí mismos de candidatos (por haber sido encarcelados u hostigados), y harán debates ridículos entre “líderes”, en un remedo infantil de democracia representativa virtual. La democracia real consiste –en la actualidad- en que las amplias mayorías luchen por derrotar a Ortega en las circunstancias concretas de represión brutal, no con reformas electorales que nada indica que vayan a existir. Es más efectivo proponerse como objetivo estratégico que el régimen orteguista colapse –a partir de la crisis objetiva en desarrollo- que obligarle supuestamente a conceder verdaderas reformas electorales en un lapso de tres meses.

 

Visión ideológica de la realidad social

Si alguien aspira a la presidencia de la república porque siente que está en capacidad de encabezar la solución a los problemas que “nos está dejando la dictadura”, es un mentecato caudillista fuera de la realidad, no un político. En tal caso, lo que compete es referirse a un cuerpo ideológico, con alguna coherencia del rumbo de la sociedad para enfrentar los problemas que aquejan a la nación. De lo contrario, efectivamente, si se fijan exclusivamente en las cualidades del candidato, entre ellas las cualidades intelectuales, pareciera que se copia un concurso de belleza sui generis, en el cual los concursantes presentarán sus ideas en traje de baño. Por ahora no se trata de ideas o de planes de gobierno, sino, de estrategia de lucha. Un político, a diferencia de un científico, debe mostrar no cualidades intelectuales personales, sino, concepciones ideológicas (lo más ampliamente compartidas por la población, bajo la forma de líneas de acción). Se trata de una percepción metódica de la realidad social, y de su transformación posible y necesaria, por medio de la lucha de masas (no de la comunidad internacional). En la actualidad, no tiene sentido un concurso entre aspirantes a presidente, la tarea es definir una estrategia para enfrentar a la dictadura con movilizaciones de masas.

Problema estratégico del país

Ortega no le deja problemas por resolver a algún futuro gobernante. Tenemos, como pueblo, un inmenso problema estratégico en el absolutismo anacrónico de una familia que degrada diariamente a la nación. Y de la forma que ahora eliminemos ese absolutismo primitivo, depende el futuro de la nación. El futuro gobernante es lo de menos. El método en la toma de decisiones, determinado por la ideología política, es lo esencial para crear un nuevo orden con coherencia cuando sea el momento. Todo debate político es ideológico, concierne a la causa de la situación política actual y a la transformación necesaria para destrabar la construcción democrática de la nación.

La improvisación de la burocracia represiva

Después del derrocamiento esperanzador de la dictadura de Somoza, por obra del pueblo, lo que ha perdurado hasta nuestros días, por desgracia, ha sido la improvisación sandinista, carente de principios y de ideología alguna. Se dijo entonces, a inicio de los ochenta, la mayor estupidez política, fuera de contexto ideológico, que la revolución era fuente de derecho. Lo que rige al derecho, en sentido progresivo, es el desarrollo. Había que darle al derecho un objetivo histórico. Una revolución que no se convierte en fuente de desarrollo humano, pasa a ser contrarrevolucionaria por espontaneidad ignorante.

Con el sandinismo lo que se desarrolló espontáneamente fue la burocracia en el poder, que se creyó fuente de derecho burocrático, contrarrevolucionario, represivo, hasta culminar en la desvergüenza del derecho a saquear abiertamente al país con la piñata.

La burocratización no es de izquierda, sino, un fenómeno social de atraso cultural. Sobre todo, una burocracia sumamente ignorante, improductiva, parasitaria, que terminaría de empatar, justamente, treinta años después, con la oligarquía precapitalista en el orteguismo. En ella caben los funcionarios negligentes y serviles de los poderes del Estado, los corruptos, la policía y el ejército sandinista, los empresarios rentistas privilegiados, las turbas paramilitares y los soplones, y los politiqueros zancudos. Esta lacra antisocial actúa como una bola de hierro atada al tobillo de la nación. El objetivo estratégico es desembarazar al país de esta traba al desarrollo que el orteguismo amalgama en la corrupción. Esta mira sería un objetivo inconcebible si el modelo absolutista no fuese inviable en estas circunstancias, y si no diera muestras evidentes de estar ya carcomido internamente (promulgando abundantes leyes represivas que cada día atenazan la vida social en una camisa de fuerza).

Son leyes necesarias, exclusivamente, para apuntalar a una familia cada vez más insostenible en el poder, incluso para las bases orteguistas, que en el próximo fraude electoral probablemente se abstengan de votar en un buen porcentaje, con una abstención mayor que en 2016.

La implosión es un fenómeno que se alimenta golosamente de la entropía, de la descomposición del aparato productivo, de la destrucción institucional, del incremento de los costos represivos mientras se pierde la energía y la eficacia de una sociedad que se ve trabada irracionalmente para generar trabajo.