Juegos de las apariencias y juegos de poder

El cinismo político hace el espectáculo para el pueblo, la comedia funciona en el teatro político; en el discurso se habla para mantener las apariencias. Así como en el siglo XVIII en el siglo XXI se repite la misma pugna entre “izquierda” y “derecha”, entre jacobinos y girondinos; solo que en el presente los nombres cambian, la lucha es entre “progresistas” y “reaccionarios”, entre neosocialistas y neoliberales. Sin embargo, fuera del teatro político el mecanismo y el funcionamiento de la máquina política es otro. El realismo político y el pragmatismo preponderan; se trata de los juegos de poder.



Juegos de las apariencias y juegos de poder

Raúl Prada Alcoreza

El cinismo político hace el espectáculo para el pueblo, la comedia funciona en el teatro político; en el discurso se habla para mantener las apariencias. Así como en el siglo XVIII en el siglo XXI se repite la misma pugna entre “izquierda” y “derecha”, entre jacobinos y girondinos; solo que en el presente los nombres cambian, la lucha es entre “progresistas” y “reaccionarios”, entre neosocialistas y neoliberales. Sin embargo, fuera del teatro político el mecanismo y el funcionamiento de la máquina política es otro. El realismo político y el pragmatismo preponderan; se trata de los juegos de poder.

Los juegos de apariencias hacen a la ilusión del poder, en tanto que los juegos de poder corresponden a las dinámicas efectivas de la política. El cinismo político radica en esto, en la perspectiva dualista de la élite de la casta política, que la lleva a un comportamiento esquizofrénico. Esta élite conoce la diferencia entre mensaje político y práctica política, entre discurso y acción, entre lo que se dice y lo que se hace. El problema es que la población interlocutora se encuentra atrapada en la atmósfera ideológica del teatro y el discurso político, es ciega respecto a las prácticas y dinámicas efectivas de la actividad política. En pocas palabras, el pueblo cree en los políticos o, dicho de modo mesurado, prefiere creer y no complicarse con disquisiciones .

Hace un tiempo que ya se conformó la composición y la configuración de la estructura de poder, el entramado establecido articula al Estado y su mapa institucional con el monopolio de las empresas trasnacionales extractivistas, gobiernos, independientemente de su inclinación ideológica, con mecanismos operativos de concesiones y contratos, explotación de recursos naturales y tributos, regalías, rentas y sobornos. Esto en lo que respecta al lado luminoso, institucional, del poder; en lo que respecta al lado oscuro, paralelo, del poder, las conexiones de los gobiernos es con los monopolios, Cárteles, del lado oscuro de la economía. Esta configuración del poder está atravesada por dominios de escala mundial, como el Sistema Financiero Internacional, así como por la jerarquía de la estratifición interbuguesa; en la cúspide de la pirámide se encuentra la hiper-burguesía de la energía fósil, después vienen las otras burguesías regionales y nacionales, incorporando en su campo, de manera clandestina, a las burguesías del lado oscuro de la economía. También, participando de este conglomerado, se encuentra la burguesía rentista, que corresponde a la élite de la casta política gobernante.

Aquí se encuentra la explicación de las paradojas de la revolución y de la rebelión, que, en su recorrido sinuoso, terminan atrapadas en el círculo vicioso del poder. Ciertamente no son los mismos los que comienzan la rebelión e inauguran la revolución, en el transcurso del proceso van a ser sustituidos por otros, más bien pragmáticos, en el peor de los casos, oportunistas, sobre todo cuando se accede al gobierno; es cuándo los revolucionarios están de más, no son necesarios, se requiere de funcionarios obedientes y sumisos. Es más, estos funcionarios, incluso la masa amorfa que los acompaña, se presentan como los más intransigentes y dogmáticos militantes del “proceso de cambio”. A éstos se los puede señalar como “revolucionarios” de pacotilla. Es cuando el teatro político se expande a los espacios mismos de la sociedad, donde se disputa la pretensión de legitimidad.

En resumen, la población engatusada por el teatro político y el discurso ideológico es cómplice de las rutas sinuosas del proceso político, sobre todo de aceptar el juego de las apariencias y tomarlas como realidad. Para salir del círculo vicioso del poder se requiere que el pueblo asuma se responsabilidad, que deje de ser cómplice de sus dominaciones polimorfas y del colonialismo cristalizado en sus huesos.