20 años de la marcha que definió el rumbo zapatista
Gloria Muñoz Ramírez
2001. La Marcha del Color de la Tierra, la esperanza y movilización. México y el mundo reciben a los zapatistas. La traición de los partidos políticos y la promulgación de una contrarreforma sobre Derechos y Cultura Indígenas. Más hostigamiento y persecución, ahora con el gobierno del “cambio”
El año y el siglo empezaron, quizás como ningún otro, con esperanza y optimismo. Iniciaba el año 7, el séptimo de la guerra contra el olvido, el año de la Marcha del Color de la Tierra. Los zapatistas amanecieron, como es ley, bailando al son de la marimba y de los teclados electrónicos. La paz se vislumbraba como una posibilidad real y los rebeldes, aunque con desconfianza, le apostaban a alcanzarla.
.
En el discurso del séptimo aniversario del levantamiento, los zapatistas hicieron un recuento, año por año, de los reflejos que había producido su andar armado:
“En el primer reflejo fuimos viento de abajo, despertar inesperado. De muy lejos en el tiempo, la memoria se hizo aliento de fuego…
“Con el reflejo segundo, labios fuimos para la palabra y oído para el corazón del otro. Quieto quedó el fuego y el pecho aprendió a conjugar ensanchando el nosotros…
“Con el destello del tercer reflejo acuerdo hicimos con el que mandaba para que los que somos color y sangre de la tierra, con todos un lugar digno tuviéramos. El que mandaba no cumplió su palabra, pero como quiera nosotros nos convertimos en puente para otros mundos…
“Fue en el reflejo cuarto que quienes nos mandan y sustentan tomaron el paso primero. Un mil ciento once veces miró nuestra mirada a la soledad por fin derrotada. Sin embargo, la estupidez que mandaba con sangre quiso tapar tanto mirar. ‘Acteal’ se llama donde no se cerrarán ya los ojos jamás.
“El quinto reflejo fue de crecer la resistencia, de hacerla escuela y lección que señalaba. Allá, del lado del que dijo que mandaba, la guerra, la destrucción, la mentira, la intolerancia. Acá, la callada dignidad, el silencio rebelde, el gobierno de los propios.
“El reflejo sexto caminó mucho, cinco veces mil, y a todas las tierras de quienes llamamos hermanos. A ellos preguntamos, a ellos escuchamos. Guardamos su palabra para que madurara y, a su tiempo, su tiempo encontrara.
“Vino por fin el séptimo y con él cayó lo que ya tambaleante estaba. Vino el otro con muchos rostros y sin cara, con nombre e innominado, y anónimo completo, no el final, pero sí una escala… Nos hablaron y nos dijeron que en el siete era el momento para llegarse a la tierra que se crece hacia arriba”. (Discurso del EZLN. 1 de enero de 2001).
Aunque las palabras de inicio de año mostraron optimismo, el EZLN marcó también su desconfianza: “Hoy quien manda dice que quiere la paz. Lo mismo dijo quien lo antecedió y no hizo sino tratar de destruir a quienes lo desafiaban sólo viviendo. Por eso hoy queremos recordar a todos, y a quien es gobierno, que hay muchas injusticias pendientes de remediar…” (Discurso del EZLN. 1 de enero de 2001).
Los días que siguieron fueron intensos. Arrancó de lleno la organización de la marcha y los zapatistas dieron a conocer la creación del Centro de Información Zapatista (CIZ), oficina diseñada como puente entre el EZLN y la sociedad civil nacional e internacional. Nuevamente, anunciaron, se encargarían ellos mismos de la organización.
El envío de misivas salidas directamente de la Selva Lacandona se incrementó. El Congreso Nacional Indígena, la sociedad civil nacional, la comunidad internacional, la Comisión de Concordia y Pacificación, el Congreso de la Unión y la prensa fueron algunos de los destinatarios.
El 10 de enero el ejército se retiró de Cuxulhá, la segunda de las posiciones demandadas. “Estamos contentos pero no estamos contentos”, dijeron las bases de apoyo mostrando siempre su desconfianza.
El 12 de enero, en el séptimo aniversario del cese al fuego, los indígenas rebeldes volvieron a tomar la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Miles de tzotziles, tzeltales, tojolabales, choles, zoques, mames y mestizos con el rostro cubierto invadieron las calles de la ciudad coleta para decir su palabra:
“Desde hace siete años hemos exigido que los gobernantes reconozcan los derechos y la cultura de los que le han dado historia y honor a nuestra patria, que es México… Desde hace siete años hemos insistido en el camino del diálogo con todos para llegar a la paz. Ahora que empieza un nuevo siglo y un nuevo milenio, estamos insistiendo en el camino del diálogo para terminar . guerra”. (Discurso del EZLN. 12 de enero de 2001).
Para esas fechas el debate sobre la salida de la delegación ya se había levantado. El día 23 el presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, Ricardo García Cervantes, señaló que la movilización era ilegal, por lo que los rebeldes podrían ser detenidos.
Los preparativos de la marcha continuaron y el 24 de enero el EZLN dio a conocer la ruta que seguirían con destino a la ciudad de México.
Tres semanas antes de la salida de la marcha, Vicente Fox, como siempre elocuente, declaró: “El país es más que Chiapas […] Si hay marcha, que haya marcha. Si no quieren marcha, no marchan; como gusten”.
Sin embargo, días después el discurso presidencial se modificó. Los resultados de sus encuestas y la atención internacional lo obligaron al viraje: “Mi prioridad, estos días, es que la marcha del EZLN salga bien. Pongo en riesgo mi presidencia, todo mi capital político. Hay que darle una oportunidad a Marcos”, dijo el presidente el 23 de febrero.
Mientras el comisionado para la paz en Chiapas, Luis H. Álvarez, consideraba positivo que el EZLN buscara un diálogo con el Congreso de la Unión —a sólo unos días de la salida de la marcha— el Comité Internacional de la Cruz Roja, que había accedido a acompañar a la delegación zapatista en su viaje a la ciudad de México, se retractó argumentando que el gobierno federal había rechazado su participación en este paso para el diálogo.
Los zapatistas denunciaron el doble lenguaje del gobierno que, por un lado, aplaudía públicamente la salida de la comandancia zapatista y, por el otro, obstaculizaba la seguridad de la misma. “Ahí estaremos con ustedes. Nada nos detendrá”, fue la respuesta del EZLN a la sociedad civil.
Y así fue. El 24 de febrero al mediodía, desde cinco diferentes puntos del territorio rebelde, 23 comandantes y un subcomandante partieron con destino a la ciudad de México, teniendo como primera parada la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Con el rostro embozado, sin más armas que la palabra y la legitimidad de su lucha, los 24 miembros del Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI) fueron recibidos por una multitud integrada en su mayoría por las bases de apoyo que salieron a despedirlos.
En una ceremonia indígena, la delegación recibió los bastones de mando de cada uno de pueblos indios presentes. Y ahí, desde el templete en el que iniciaron el recorrido, el EZLN anunció que necesitaba del apoyo “de un luchador social, alguien que haya dedicado toda su vida a la transformación de las condiciones de vida de los mexicanos pobres, alguien que ya haya sufrido persecución y cárcel por la causa zapatista, alguien que tenga como virtudes el desinterés personal y la honestidad”. Tales características, indicó el grupo armado, las reunía el arquitecto Fernando Yáñez Muñoz, a quien le solicitaron acompañar en su marcha a la delegación y servir de puente entre el EZLN y los diputados y senadores, así como con las direcciones de los diferentes partidos políticos.
“Le damos pues la bienvenida y le decimos que es un honor para nosotros el que gente con su estatura humana esté a nuestro lado”, dijeron los zapatistas. (Discurso del subcomandante Marcos. EZLN. 24 de febrero de 2001).
Más adelante, el jefe militar y vocero zapatista se dirigió a la multitudinaria manifestación: “Con nosotros van los pasos de todos los pueblos indios y los pasos de todos los hombres, mujeres, niños y ancianos que en el mundo saben que en el mundo caben todos los colores de la tierra”. (Discurso del subcomandante Marcos. EZLN. 24 de febrero de 2001).
A las seis de la mañana del día siguiente (25), la caravana de la dignidad indígena comenzó el largo camino hacia la ciudad de México. Más de cuarenta camiones y otro tanto de automóviles, sin contar los transportes de la prensa nacional e internacional, se pusieron en marcha para acompañar a la delegación zapatista. Apenas era el inicio y la caravana ya contaba con más de 3 mil personas de diversas organizaciones y nacionalidades.
La siguiente parada fue nada menos que la capital del estado, Tuxtla Gutiérrez, sede de los poderes estatales que tanto han combatido los rebeldes, Este lugar fue una de las primeras sorpresas de la marcha, pues no se esperaba un acto masivo ni que los tuxtlecos abarrotaran las calles con gritos y consignas de apoyo, ya no sólo para la delegación zapatista, sino para toda la caravana que conforme pasaban las horas se iba ensanchando.
Después de un breve acto, los miles de indígenas acompañados de la sociedad civil nacional e internacional continuaron su camino con destino a Juchitán, estado de Oaxaca. En el camino se hicieron presentes las muestras de solidaridad de miles de oaxaqueños que saludaron el paso de la caravana, a la cual le acercaban fruta, agua, tortas, tortillas y todo lo que tuvieran a la mano.
En un lugar conocido como La Ventosa se hizo una parada para realizar un breve acto con grupos indígenas de la región: huaves, mixes, zapotecos y chinantecos les pidieron llevar su palabra y hacer suyas las demandas de los pueblos del Istmo.
Y, finalmente, la jornada del día 25 de febrero terminó en Juchitán, Oaxaca, donde la comandanta Esther habló de la difícil situación de las mujeres indígenas: “Principalmente nosotras las mujeres somos triplemente explotadas. Uno, por ser mujeres indígenas, y porque somos indígenas no sabemos hablar y somos despreciadas. Dos, por ser mujeres dicen que no sabemos hablar, nos dicen que somos tontas, que no sabemos pensar. No tenemos las mismas oportunidades que los hombres. Tres, por ser mujeres pobres. Todos somos pobres porque no tenemos buena alimentación, vivienda digna, educación, no tenemos buena salud. Muchas mujeres mueren en sus brazos sus hijos por las enfermedades curables”. (Discurso de la comandanta Esther. EZLN. 25 de febrero de 2001).
El día 26 por la mañana los zapatistas citaron a una conferencia de prensa. El motivo: recibieron amenazas de muerte de un grupo mercenario de la localidad y, ante esta situación, respondieron: “Ninguna amenaza hará que desistamos de nuestro objetivo de llegar a la sede del poder legislativo federal para promover el reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígenas”.
Después del anuncio la marcha continuó su camino y al anochecer ya se encontraba en la capital del estado, donde la delegación fue recibida por una plaza colmada de indígenas de la región y de mestizos de todo el estado. “Nos ha maravillado su capacidad de organización, su combatividad, su sincero orgullo por las raíces que les dan color y nombre en estas tierras… Los indígenas oaxaqueños hacen que cualquier indígena en cualquier parte de México se sienta orgulloso de ser indígena… Esperamos que lo que buscamos todos los indígenas de México sea ahora sí posible, y que tengan ahí un lugar importante los pueblos indios de estas tierras…”, dijeron los zapatistas durante el acto central en esta ciudad. (Discurso del subcomandante Marcos. 26 de febrero de 2001).
La cuarta jornada de la marcha inició en el camino rumbo a Tehuacán, estado de Puebla, donde miles de nahuas, mazatecos, popolocas y mixtecos recibieron a la caravana. Ese mismo día, el cada vez más numeroso desfile de vehículos continuó su camino con destino a la ciudad de Orizaba, estado de Veracruz, lugar en el que se dio probablemente el acto más sorpresivo y emotivo antes de llegar a la ciudad de México.
Ante una plaza repleta de indígenas, trabajadores, colonos, niños, gente de distintas organizaciones sociales y un abanico inmenso de personas de la sociedad civil, el comandante Ismael explicó, una vez más, el concepto de autonomía que defienden las comunidades indias: “Nosotros con la autonomía lo que queremos no es dividir nuestro país México, lo que queremos es construir un México diferente, donde se incluya a todos los pobres de este país. Construir un México con futuro donde no unos cuantos se enriquecen y millones en miseria, hambre y muerte”. (Discurso del comandante Ismael. EZLN. 27 de febrero de 2001).
El día terminó con un acto en la plaza central de la ciudad de Puebla, donde una vez más la gente llenó las calles. Una multitud conformada mayoritariamente por jóvenes de ambos sexos con banderas rojinegras, pero también por grupos de maestros, trabajadores, colonos, barzonistas, homosexuales, niños y mujeres de todas las edades recibieron la comandancia zapatista y a los miembros del Congreso Nacional Indígena.
“En cuatro días de nuestra Marcha de la Dignidad Indígena y en nuestro paso en los distintos pueblos y ciudades, junto con miles de hermanos y hermanas de la sociedad civil nacional e internacional; junto a nosotros se han sumado los pasos y los corazones de miles de hermanos y hermanas mexicanas y de otros países del mundo para acompañarnos en nuestro largo caminar, y junto con ustedes se hará más grande y más fuerte nuestra lucha”, dijo visiblemente emocionado el comandante David ante decenas de miles de poblanos. (Discurso del comandante David. EZLN. 27 de febrero de 2001).
Los zapatistas pernoctaron esa noche en el Convento de las Carmelitas y en la madrugada del día siguiente partieron rumbo al estado de Tlaxcala, lugar en el que tomó la palabra el comandante Míster: “Hemos resistido más de 500 años donde nos han dividido metiéndonos su ideología, pero ahora que nos estamos uniendo ya no pasarán otros 500 años de miseria y abandono, sino antes nos tendrán que reconocer y respetar como pueblos indios que formamos parte de esta nación”. (Discurso del comandante Míster. EZLN. 28 de febrero de 2001).
Después del madrugador acto en el kiosco de la plaza principal de Tlaxcala, la marcha partió rumbo a Pachuca, pasando por los municipios de Tepatepec, Emiliano Zapata y Ciudad Sahagún, donde se realizaron breves actos con multitudinaria participación.
En Pachuca el comandante Zebedeo, famoso ya por su colorida prosa, dijo su palabra: “Hagamos todos el uso de la conciencia de sumergirnos en la búsqueda de la solución pacífica al conflicto, que sea el pueblo de México el que le dé el rumbo de la convivencia digna, social y cultural”. (Discurso del comandante Zebedeo. EZLN. 8 de febrero de 2001).
La jornada de actos no terminó ahí. Siguieron foros y templetes en Actopan y en Ixmiquilpan, donde un torrencial aguacero sorprendió a una multitud que no se movió de su lugar para continuar escuchando la palabra de los zapatistas. El final del día encontró a la caravana en el municipio del Tephé, donde la delegación pernoctó en un balneario propiedad colectiva de los indígenas otomíes de la comunidad.
El primero de marzo la Marcha del Color de la Tierra sufrió su primer percance. En la ruta del Tephé a Querétaro, un autobús arremetió contra uno de los vehículos del Centro de Información Zapatista. En el percance fue arrollado un oficial de la Policía Federal de Caminos y resultaron lesionadas cuatro integrantes del equipo de apoyo zapatista. El EZLN lamentó el fallecimiento del oficial y se continuó una investigación para comprobar si se trató de un accidente o de un atentado.
La caravana continuó su camino. En la capital del estado de Querétaro se pronunció uno de los discursos más fuertes contra un jefe de gobierno estatal, conocido a partir de ese momento como “el firulais” Loyola, quien había amenazado abierta y veladamente a los integrantes de la caravana. En ese mismo lugar, el EZLN saludó a los dos zapatistas encarcelados injustamente por el gobierno de Loyola. “Aprovechamos que aún no nos han fusilado para mandarles decir a nuestros hermanos zapatistas presos en la cárcel queretana, Sergio Jerónimo Sánchez y Anselmo Pérez Robles, que no estén tristes, que pronto saldrán libres y que su lugar en la cárcel será ocupado por quienes ahora gobiernan sin siquiera conocer la historia de su entidad federativa”. (Discurso del subcomandante Marcos. 1 de marzo de 2001).
Al día siguiente, la caravana se encontró ante miles de personas que colmaron las calles y la plaza de Acámbaro, estado de Guanajuato. El camino continuó por Zinapécuaro y Pátzcuaro, estado de Michoacán, lugares en los que se improvisaron sendos actos ante las exigencias de la gente. Una parada más en el municipio de Uruapan y después la llegada al destino final de la jornada: la comunidad purépecha de Nurío, donde se celebraría el Tercer Congreso Nacional Indígena.
El 3 de marzo comenzaron formalmente los trabajos del CNI, con la asistencia de representaciones de 40 pueblos indígenas del país. Delegados de los pueblos amuzgo, cora, cuicateco, chiapa, chinanteco, chocholreco, chol, chontal, guarijio, huasteco, suave, kikapu, kukapa, mame, matlatzinka, mayo, maya, mazahua, mazateco, mixe, mixteco, náhuatl, ñahñú, o’odham, pape, popoluca, rarámuri, purépecha, tenek, tlahuica, tlapaneco, tojolabal, totonaco, trique, tzeltal, tzotzil, wixaritari-huichol, yaqui, zapoteco y zoque, inundaron de lenguas, colores, pensamientos, luchas y resistencias dos días de trabajo intenso.
Entre sus resolutivos, el Congreso Nacional Indígena demandó lo siguiente:
Primero. El reconocimiento constitucional de nuestros derechos de los pueblos indios, conforme a la iniciativa de reforma constitucional elaborada por la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa).
Segundo. El reconocimiento constitucional de nuestra existencia plena como pueblos indígenas…
Tercero. El reconocimiento constitucional de nuestro inalienable derecho a la libre determinación expresado en la autonomía en el marco del Estado mexicano.
Cuarto. El reconocimiento constitucional de nuestros territorios y tierras ancestrales…
Quinto. El reconocimiento de nuestros sistemas normativos indígenas en la construcción de un régimen jurídicamente pluralista.
Sexto. La desmilitarización de todas las regiones indígenas del país.
Séptimo. La liberación de todos los presos indígenas del país que se encuentran privados de su libertad por haber luchado por la defensa de la autonomía y el respeto a nuestros derechos, individuales y colectivos.
El 5 de marzo la caravana partió rumbo a Morelia, capital del estado de Michoacán, donde la gente se concentró en la plaza central para un matutino acto, en el que el comandante Abel habló sobre las agresiones a su territorio: “Han sido desmantelados municipios y autoridades autónomas por el sistema que hoy padecemos todos los pobres de México. A pesar de todo esto nuestros pueblos se han fortalecido, que resisten y luchan, convirtiendo en fiestas y cantos los golpes del enemigo”. (Discurso del comandante Abel. EZLN. 5 de marzo de 2001).
La siguiente parada fue ya en territorio mexiquense, específicamente en el municipio de Temoaya y, ya para finalizar el día, la interminable caravana compuesta por indígenas de todo el país y sociedad civil nacional e internacional, llegó a la ciudad de Toluca, capital del estado de México.
Para estas alturas, la enorme recepción que millones de mexicanos daban a la marcha y, sobre todo, la inconformidad y rebeldía contra el gobierno que iba recogiendo a su paso, preocupaba no sólo a Vicente Fox y a su gabinete, sino a los sectores empresariales que vieron amenazados sus intereses ante una muchedumbre que reclamaba no sólo el reconocimiento de los derechos indígenas, sino justicia e igualdad para todos los mexicanos.
Fue precisamente en Toluca donde la comandancia zapatista envió un mensaje a los señores del dinero: “Tienen miedo porque dicen que los pobres se van a alzar a nuestro paso y se van a cobrar todos los agravios. Tienen miedo porque reconocen que las condiciones de vida de la mayoría de los mexicanos, y no sólo de los indígenas, están muy mal y eso puede provocar una rebelión…” (Discurso del subcomandante Marcos. 5 de marzo de 2001).
El 6 de marzo la caravana llegó a Cuernavaca, estado de Morelos donde, además de decir su palabra, los zapatistas de Chiapas dejaron una ofrenda floral a los pies del general Emiliano Zapata. La siguiente parada fue Tepoztlán, y ahí el comandante Isaías reiteró la desconfianza que les provocaba el nuevo gobierno: “Ya no queremos engaños porque el señor Vicente Fox trata de engañar al pueblo de México. Nuevamente está diciendo que ya hay democracia y que ya hay el cambio. Y no compañeros, nosotros los zapatistas desde el primero de enero de 1994 decimos ¡Ya Basta!… (Discurso del comandante Isaías. EZLN. 6 de marzo de 2001).
Al día siguiente la ciudad de Iguala, en el estado de Guerrero, abrió sus puertas y corazones a la imparable marcha de los colores. Miles de amuzgos, tlapanecos, náhuatl y mixtecos salieron de sus comunidades para unir sus voces y exigencias a las de los zapatistas y a las del resto de los pueblos indios del país. En este lugar el CCRI saludó con respeto a las organizaciones armadas ERPI, EPR y FARP. La jornada del día 7 de marzo terminó en Cuautla, Morelos, lugar en el que se habló del zapatismo de antes y del de ahora: “Caminaremos entonces el mismo camino de la historia, pero no la repetiremos. Somos de antes, sí, pero somos nuevos. (Discurso del subcomandante Marcos. 7 de marzo de 2001).
El Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo, la caravana pasó por Anenecuilco, pueblo natal del general Emiliano Zapata, donde la delegación de 23 comandantes y un subcomandante fue recibida por los hijos del jefe revolucionario. La ruta continuó por Chinameca, lugar en el que Zapata fue asesinado a traición; y Tlaltizapán, donde se visitó el Cuartel General de los zapatistas. La ardua jornada revolucionaria culminó en Milpa Alta, ya en territorio del Distrito Federal, donde se habló de la situación de la mujer indígena y campesina.
El 9 de marzo el pueblo de San Pablo Oxtotepec recibió la interminable hilera de vehículos con decenas de miles de personas a bordo. La marcha se encontraba en la puerta de la ciudad de México, donde la gente se preparaba ya para recibir a los indígenas, campesinos, trabajadores, colonos, artistas, maestros, jubilados, estudiantes, amas de casa, gente con y sin organización, intelectuales y escritores, jóvenes de ambos sexos de todo México y de muchos países del mundo.
Un día antes de entrar al corazón de la ciudad de México, la delegación zapatista y sus miles de acompañantes estuvieron en Xochimilco, donde, una vez más, el subcomandante Marcos se refirió a las declaraciones vertidas por el sector empresarial: “El miedo perturba la ya deteriorada percepción de los empresarios. Eso y su raquítico coeficiente intelectual les impide darse cuenta de que el siglo que llamaron veinte ha terminado, y que el segundo milenio quedó atrás… Pero es bueno que sepan, señores del dinero, que los tiempos de ayer no volverán a ser los de hoy ni los de mañana. Ya no escucharemos callados sus insultos…” (Discurso del subcomandante Marcos. EZLN. 10 de marzo de 2001).
Después de 15 días de camino y 12 estados de la República visitados, la marcha que partió de San Cristóbal de las Casas ya no era la misma. Millones de personas acompañaron su paso, cientos de declaraciones se vertieron a favor y en contra, las primeras fueron voces de los desposeídos, las segundas del gobierno y de los empresarios, del poder que se sintió amenazado.
La gente desbordó la Ciudad de México. Las calles se llenaron de indígenas, obreros, campesinos, maestros, colonos, choferes, pescadores, taxistas, oficinistas, empleados, vendedores ambulantes, religiosos, lesbianas y homosexuales, artistas, intelectuales, militantes, legisladores, deportistas, activistas y un largo etcétera que comprendía a decenas de miles de hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos.
Un gran trailer blanco con la comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional a bordo recorrió las calles de la ciudad desde Xochimilco hasta el Zócalo capitalino. Y ahí, frente a la gigantesca bandera que ondeaba en el centro de la Plaza de la Constitución, los rebeldes zapatistas dijeron su palabra: “México: no venimos a decirte qué hacer, ni a guiarte a ningún lado. Venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes, que no permitas que vuelva a amanecer sin que esa bandera tenga un lugar digno para nosotros los que somos el color de la tierra”. (Discurso del subcomandante Marcos. 11 de marzo de 2001).
La Comandancia General del EZLN estaba ya en el Distrito Federal, específicamente en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), lugar que la comunidad de ese plantel ofreció a los zapatistas como hospedaje en la ciudad de México. Los días que siguieron fueron intensos, y en los preparativos para lograr que el Congreso de la Unión escuchara los argumentos sobre el reconocimiento de los Derechos y la Cultura Indígenas, empezaron los primeros problemas. Los diputados y senadores invitaron a los delegados zapatistas a decir su palabra en una audiencia con las comisiones unidas de Puntos Constitucionales, Asuntos Indígenas y Asuntos Legislativos, lo cual fue calificado por el CCRI y por el movimiento indígena como una propuesta inadmisible: “No aceptamos un diálogo vergonzante con el poder legislativo, limitado a un rincón y con un grupo reducido de legisladores cuya función sería evitar que el CNI y los zapatistas puedan dialogar con todo el poder legislativo”. (Comunicado del EZLN. 13 de marzo de 2001).
Los legisladores pretendieron así ignorar la dimensión histórica de la movilización nacional e internacional. Sin importar razas, posición económica, color, sexo, ideología, religión, edad o tamaño, el pueblo de México se manifestó porque se reconocieran los derechos indígenas en la Constitución y porque se cumplieran las tres señales exigidas por el EZLN como condición para iniciar un diálogo con el gobierno. Pero nada de esto parecieron escuchar los diputados y senadores.
Mientras la clase política intentaba asimilar lo sucedido, la delegación rebelde continuó sus acercamientos con la sociedad civil nacional e internacional. Durante la primera semana en la ciudad de México, el CCRI del EZLN se reunió con el Congreso Nacional Indígena, con intelectuales, con trabajadores, con rockeros, con grupos de teatro, con maestros y estudiantes y con sus anfitriones (la comunidad de la ENAH y de la colonia Isidro Fabela). También, acudieron al Instituto Politécnico Nacional y visitaron pueblos y barrios de diferentes delegaciones del Distrito Federal.
Una semana después de que los indígenas dieron a conocer su exigencia de ser escuchados en el pleno del Congreso de la Unión, los legisladores no habían respondido, y todo parecía indicar que se ponía el ala conservadora de los panistas y priístas, por lo que el 19 de marzo los zapatistas anunciaron su regreso a las montañas del sureste mexicano y un acto de despedida frente al Palacio Legislativo el 22 de marzo.
“Puesto a escoger entre los políticos y la gente, el EZLN no duda: está con la gente, de ella hemos recibido el oído atento y la palabra respetuosa. Frente a los políticos nunca bajaremos la cabeza ni aceptaremos humillaciones y engaños. No haremos cola para recibir sellos de ‘recibido’ en nuestras demandas históricas… La cerrazón de la clase política es clara. La gente, los pueblos indios, la sociedad civil nacional e internacional están convencidas de la justeza de nuestras demandas y las han apoyado incondicionalmente. El EZLN seguirá buscando y construyendo espacios incluyentes para la participación de todos los que desean un México verdaderamente nuevo…” (Comunicado del EZLN. 19 de marzo de 2001).
La noche de ese mismo día, el presidente Vicente Fox anunció el retiro del ejército de la comunidad de Guadalupe Tepeyac y señaló que enviaría una misiva a la comandancia zapatista. La carta no llegó y los rebeldes continuaron el recorrido planeado para antes de dejar la ciudad. Visitaron así los tres planteles de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y, finalmente, participaron en probablemente uno de los actos más emotivos del recorrido: el de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Tal y como lo prometieron, el 22 de marzo los zapatistas acudieron a las afueras del Congreso de la Unión a denunciar la ceguera y el racismo de un sector de la clase política que se negó a escucharlos. Mientras ellos explicaban la situación y se despedían de los miles de personas reunidas en la calle contigua al Palacio Legislativo, dentro del recinto los diputados y senadores discutían la pertinencia o no de dejar que los zapatistas hicieran uso de la tribuna más alta de la Nación.
El acuerdo llegó, y aún en contra de la totalidad de la fracción del partido del presidente Vicente Fox (PAN), legisladores del resto de las fuerzas políticas posibilitaron el encuentro con los zapatistas en el pleno del Congreso de la Unión.
El 28 de marzo, cuando todo el mundo pensaba que el subcomandante Marcos tomaría la tribuna, los zapatistas volvieron a sorprender no sólo a la clase política, sino a buena parte de la sociedad civil nacional e internacional. Una mujer, una indígena, una comandanta zapatista, tomó la palabra y dijo el mensaje central a nombre del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN.
La comandanta Esther se refirió en su discurso a la terrible situación de las mujeres indígenas, a su pobreza, explotación, represión y exclusión. Habló de su triple marginación: ser pobres, mujeres e indígenas, se refirió a los beneficios que traería para los millones de indígenas del país la aprobación de la iniciativa de ley elaborada por la Cocopa, defendió el derecho a la diferencia y, finalmente, abrió de par en par la posibilidad de un diálogo verdadero con el poder Ejecutivo. El arquitecto Fernando Yáñez, anunció, se comunicaría con el comisionado para la paz en Chiapas, Luis H. Álvarez, con el fin de certificar el cumplimiento cabal de las tres señales demandadas. (Discurso de la comandanta Esther. 28 de marzo de 2001).
Con este importante e histórico acontecimiento los 23 comandantes y un subcomandante se despidieron de los millones de personas que tanto en México como en otros países del mundo acompañaron su paso. El camino de la paz, quizás como en ningún otro momento en esos más de siete años, se vislumbraba como una posibilidad real.
En total 37 días caminó la Marcha del Color de la Tierra a lo largo de 6 mil kilómetros. La delegación zapatista y las decenas de miles de acompañantes indígenas y no indígenas pasaron por 13 estados de la República: Chiapas, Oaxaca, Puebla, Veracruz, Tlaxcala, Hidalgo, Querétaro, Guanajuato, Michoacán, Estado de México, Morelos, Guerrero y el Distrito Federal, lugares en los que realizaron un total de 77 actos multitudinarios. ¿Alguien en su sano juicio sería capaz de desoír esta movilización? ¿Alguien podría estar tan ciego y sordo? ¿Prevalecerían los intereses políticos y económicos por encima del clamor ciudadano? ¿Se le daría la espalda a los indígenas del país y a los millones de personas que en México y en el mundo exigieron el reconocimiento de los derechos y cultura indígenas?
El 25 de abril llegó la respuesta. El Senado de la República aprobó “por unanimidad”, con 109 votos de las bancadas del PRI, PAN, PRD y Verde Ecologista, una reforma constitucional en materia indígena que desconoció los principales puntos de la iniciativa de ley elaborada por la Cocopa y, por lo tanto, los Acuerdos de San Andrés.
Antes de que los zapatistas hablaran, representantes indígenas de todo el país, de organizaciones sociales y de derechos humanos, académicos, intelectuales nacionales y extranjeros, artistas y juristas rechazaron de antemano la ratificación de la reforma en el pleno del Congreso de la Unión, por considerarla hecha a la medida de las fuerzas más retardatarias de la Nación. Las reformas a la iniciativa de ley de la Cocopa finalmente fueron ratificadas, y el presidente Vicente Fox, conociendo perfectamente las consecuencias, se apresuró a saludarlas.
El 29 de abril el EZLN fijó su postura: Señaló, en primer lugar, que la recién aprobada reforma no respondió en absoluto a las demandas de los pueblos indios de México, del Congreso Nacional Indígena, del EZLN, ni de la sociedad civil nacional e internacional que se movilizó durante la marcha.
En segundo lugar, señalaron los zapatistas, la reforma traicionó los Acuerdos de San Andrés en lo general y, en lo particular, la llamada “iniciativa de ley de la Cocopa” en sus puntos sustanciales: autonomía y libre determinación, los pueblos indios como sujetos de derecho público, tierras y territorios, uso y disfrute de los recursos naturales, elección de autoridades municipales y derecho de asociación regional, entre otros.
“El señor Fox saludó la actual reforma a sabiendas que no es ni lejanamente parecida a la que presentó como propia. De esta manera se demuestra que Fox sólo simuló hacer suya la ‘iniciativa de la Cocopa’ mientras negociaba con los sectores duros del Congreso una reforma que no reconoce los derechos indígenas”. (Comunicado del EZLN. 29 de abril de 2001).
Este fue otro momento decisivo del andar rebelde de los zapatistas. A partir de aquí nada volvería a ser igual. Tal como lo señalaron en su comunicado, con esa reforma los legisladores federales y el gobierno foxista cerraron la puerta del diálogo y la paz, pues evitaron resolver una de las causas que originaron el alzamiento zapatista; dieron la razón de ser a los diferentes grupos armados en México al invalidar un proceso de diálogo y negociación; eludieron el compromiso histórico de saldar una cuenta que México arrastra en sus casi doscientos años de vida soberana e independiente; y pretendieron fraccionar el movimiento indígena nacional al ceder a los congresos estatales una obligación del legislativo federal. (Comunicado del 29 de abril de 2001).
El EZLN, por lo tanto, desconoció oficialmente esta reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas. Con esta ley, dijeron, se traicionaron las esperanzas de una solución negociada de la guerra en Chiapas, y se reveló el divorcio total de la clase política respecto de las demandas populares.
En consecuencia, los rebeldes anunciaron que el arquitecto Fernando Yáñez Muñoz suspendería totalmente su trabajo de correo entre el EZLN y el ejecutivo federal. No habría, dijeron, más contacto entre el gobierno de Fox y el EZLN, hasta que fueran reconocidos constitucionalmente los derechos y la cultura indígenas de acuerdo a la llamada “iniciativa de ley de la Cocopa”. Los zapatistas, así, seguirían en resistencia y en rebeldía.
Si Ernesto Zedillo necesitó sólo dos meses para mostrar su verdadera estrategia en Chiapas, a Vicente Fox le ocupó un poco más. No sólo no resolvió el conflicto en “15 minutos”, como lo prometió; sino que a los cuatro meses de su periodo perdió cualquier posibilidad de diálogo con los zapatistas.
Hasta el momento no se recuerda una iniciativa de ley tan debatida por casi todos los sectores de la sociedad. Académicos, legisladores, pueblos indígenas, analistas, organizaciones sociales, antropólogos, juristas, expertos en asuntos indígenas de otros países, politólogos, periodistas y articulistas, entre otros sectores de la sociedad civil, debatieron y reflexionaron durante cuatro largos años sobre los pros y contras de una iniciativa que, aunque no recogía en su totalidad los Acuerdos de San Andrés, fue legitimada por el EZLN, por los pueblos indios del país, y por millones de personas de la sociedad civil nacional e internacional.
El siguiente paso del gobierno federal consistió en montar una campaña de desprestigio contra los zapatistas, acusándolos de intransigentes y de no querer el diálogo. En este contexto, el comisionado para la paz en Chiapas, Luis H. Álvarez, insistió en sus llamados para la reanudación de las negociaciones, luego de señalar que “el silencio no ayudará a corregir los males que sin duda han padecido por demasiado tiempo las comunidades indígenas”.
El 24 de mayo la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), cómplice de las reformas que se hicieron a su propia iniciativa, sin campo de acción, sin vergüenza y sin sensibilidad política, insistió en reunirse con Vicente Fox “para analizar los posibles escenarios que permitirían salir del impasse en que se encuentra el conflicto”.
La reforma se fue después a votación a los congresos estatales, donde fue ratificada durante los meses de mayo, junio y julio, en medio de manifestaciones de protesta contra los diputados locales, a quienes les gritaron “traidores” y “judas”. En algunos estados les aventaron huevos y en otros tuvieron que salir por la puerta de atrás de los recintos legislativos. No pudieron dar la cara pero aún así consumaron la traición contra los pueblos indígenas.
Paralelamente a la campaña federal de descalificativos contra los zapatistas, se incrementaron las agresiones de los grupos paramilitares en la zona y se intensificaron los patrullajes y hostigamientos militares contra las comunidades rebeldes.
A partir del mes de mayo se registraron acciones militares en casi toda la zona de conflicto, desde la conformación de nuevos retenes, patrullajes, hostigamientos e interrogatorios, entre otros. Según testimonios recogidos por organizaciones de derechos humanos, el ejército pedía a su paso información del tipo de gente que habita en las comunidades, preguntaban por los zapatistas y por “gente extraña” que no fuera de la zona.
Los retenes permanentes que “oficialmente” dejaron de existir con el gobierno de Vicente Fox fueron sustituidos por retenes intermitentes en los cruceros de Palestina, Cintalapa, Paraíso y Chocoljá, por mencionar algunos. Además, los patrullajes que anteriormente se realizaban con tres vehículos militares se implementaron con más de seis carros artillados con una periodicidad de tres veces al día.
Ejemplos del incremento de las acciones militares en el estado fueron los siguientes, Se inauguraron patrullajes de Caté a San Cayetano, en el municipio de San Andrés Sacamch’en de los Pobres; se instaló un retén y operativo militar de Caté a Simojovel; el 27 de mayo, en el Municipio Autónomo de Ricardo Flores Magón, llevaron a cabo patrullajes militares desde la Laguna Santa Clara hasta Cintalapa, Francisco León y Palestina, al mismo tiempo que reforzaron los campamentos militares de Cintalapa y Crucero Palestina.
También del 2 al 4 de junio, se llevó a cabo un operativo militar en la comunidad de Tzaclum, comunidad en su mayoría zapatista, con el pretexto de buscar drogas.
En este mismo sentido, durante la primera semana de julio se registraron sobrevuelos rasantes en San Miguel (municipio de Ocosingo), mientras que en la comunidad zapatista de Prado Payacal, un avión civil que sobrevoló la zona dejó caer un objeto que hizo explosión. En ese mismo mes, la comunidad de Roberto Barrios denunció hostigamientos militares, mientras que diversas comunidades de Yajalón fueron víctimas de un operativo de desarme en el que, aunque no se encontró nada, violaron los derechos humanos de la población.
Los gobiernos federal y estatal afirmaban en los medios de comunicación que en Chiapas reinaba la calma y que el ejército federal estaba replegado y, en los hechos, el 11 de julio se incrementó, entre otros, el número de efectivos del cuartel militar de Cintalapa. La Red de Defensores Comunitarios por los Derechos Humanos denunció nuevas incursiones militares y hostigamiento contra los habitantes el Municipio Autónomo de Vicente Guerrero.
La nueva reforma en materia indígena y el incremento del hostigamiento militar formaban y forman parte de un plan general cuyo objetivo principal está encaminado a la privatización de las zonas con recursos naturales. Así, por ejemplo, las autoridades autónomas del municipio de Roberto Barrios denunciaron la apertura de una carretera como parte de las obras de construcción de un campo de golf y un centro turístico.
Por esos mismos días, diversas organizaciones de derechos humanos denunciaron las críticas condiciones en las que se encontraban los presos políticos en los diferentes penales del estado, tales como la represión que sufrían por defender sus derechos y por exigir el cumplimiento cabal de las tres señales demandadas por los zapatistas para reiniciar el diálogo con el gobierno.
Durante los meses siguientes continuaron las manifestaciones de repudio contra el Congreso de la Unión y el gobierno foxista, que insistía en que en Chiapas reinaba “una santa paz”. El doble discurso de su estrategia para Chiapas se hizo aún más evidente cuando su comisionada para asuntos indígenas, Xóchitl Gálvez, declaró que era comprensible que “no todos están satisfechos con los cambios constitucionales”.
Finalmente, el 14 de agosto Vicente Fox decretó las reformas a la Constitución, con la publicación de las mismas en el Diario Oficial de la Federación. Se decretó, también, la traición a los pueblos originarios de México.
La protesta continuó y se hizo acción cuando los indígenas y la sociedad civil empezaron a presionar a los municipios y gobiernos estatales, para que presentaran una serie de controversias constitucionales ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), con el fin de evitar que la reforma constitucional en materia indígena entrara en vigor.
Entre julio y octubre del 2001 fueron presentadas ante la SCJN un total de 330 controversias constitucionales, por parte de municipios de los estados de Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Morelos, Veracruz, Michoacán, Jalisco, Puebla, Tabasco, Hidalgo y Tlaxcala, en contra de las reformas hechas a los artículos 1, 2, 4, 18 y 115 de la Constitución Federal, y del procedimiento empleado para su aprobación. El primer municipio en inconformarse fue Molcaxac, del estado de Puebla, el cual denunció que la reforma violaba el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, suscrito por México.
Mientras la Suprema Corte decidía el curso de las controversias, en Chiapas la situación de miles de indígenas en el exilio, en su mayoría bases de apoyo o simpatizantes del EZLN, seguía, y sigue, sin resolverse. No obstante, en agosto de ese año el Comité Internacional de la Cruz Roja preparaba su retiro de Chiapas a instancias del gobierno federal, bajo el supuesto de que su asistencia ya no era necesaria.
En el contexto de la resistencia civil contra la reforma constitucional en materia de derechos y cultura indígenas, el 6 de septiembre los sindicatos Independiente de Trabajadores de La Jornada (Sitrajor) y de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (STUNAM) presentaron ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Ginebra, un reclamo formal contra México por el total incumplimiento del Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, por considerar que dicha reforma era violatoria de este instrumento internacional.
Ese mismo día, la fracción del PRD en el Senado de la República, la misma que dio la espalda a los pueblos indios y apoyó las reformas promovidas por los legisladores más conservadores y retardatarios del país, demandó que se reabriera la discusión sobre la reforma constitucional en materia indígena. El pueblo de México les reclamó la traición a los perredistas y en esos momentos ellos sólo buscaban justificarse.
A casi un año del gobierno de Vicente Fox, el desencanto se dejaba sentir entre los pobres del país, es decir, entre la mayoría. Nada había cambiado, era el sentir popular cuando un acontecimiento confirmó la situación. El 19 de octubre fue asesinada en su despacho de abogada la defensora de los derechos humanos Digna Ochoa y Plácido.
La Comandancia General de los zapatistas, que había guardado silencio desde el 29 de abril, es decir, durante seis meses, dijo su palabra: “Apenas nos hemos enterado del asesinato de Digna Ochoa y Plácido, tan largamente anunciado y tan irresponsablemente menospreciado. El crimen que manchó esta vida alcanza y sobra para estremecer de indignación a cualquier persona honesta. Cuando los luchadores sociales son eliminados, el Poder celebra fiestas, luce sus mejores galas y deja caer algunas monedas para que sus limosnas compren indiferencia. Arriba no hay más cambio que el que dicta la moda, y abajo la injusticia y la miseria se repiten en rostros y pasos. Abajo vuelve a haber dolor y rabia, pero ya no habrá impotencia”. (Carta del EZLN. Octubre de 2001).
A principios de noviembre, con el cinismo de quien no tiene ya nada que hacer ni que decir, se propuso al interior de la Cocopa que el organismo se declarara en receso permanente, hasta que tuviera materia de trabajo.
Este mismo mes fueron liberados seis indígenas acusados de haber participado en la masacre de 45 tzotziles en Acteal, el 22 de diciembre de 1997. Los habitantes de Chenalhó manifestaron su indignación por la liberación de paramilitares, mientras que los zapatistas presos continuaban como rehenes de los gobiernos estatal y federal.
Fragmento del libro “20 y 10. El fuego y la palabra” de Gloria Muñoz Ramírez