En Movimiento
Trenes, muros y mentiras
Raúl Zibechi
La impunidad es la principal característica del poder.
Le permite decir, hacer, prometer, incumplir y, sobre todo, maquillar sus verdaderas acciones e intenciones.
Decir, por ejemplo, “evangelizar”, cuando la corona española perpetraba genocidio contra los pueblos originarios.
Decir, por ejemplo, “democracia”, en cuyo nombre el imperio de ahora invade, bloquea y descuartiza naciones, para apropiarse del petróleo en Libia y en tantos otros rincones del mundo.
Decir, por ejemplo, “desarrollo”, perpetrando la destrucción de pueblos y plantas, comunidades y fuentes de agua, en nombre de un progreso que beneficia sólo a los de más arriba.
El discurso del poder puede invertir la realidad. Según las autoridades, las víctimas se convierten en victimarias, en particular este 8 de Marzo de instituciones amurallas y de prohibiciones, simulando que las mujeres son el problema porque salen a calles y pueden ser violentas.
Curiosa forma de afrontar los feminicidios: prohibiendo marchas en Madrid y rodeando palacios con muros de hierro en Ciudad de México. Ya hay quienes dicen que el feminismo es una “patología social” y que las verdaderas privilegiadas en el mundo actual son las mujeres (https://bit.ly/3t25r3A).
Es sólo el comienzo. Como ellas son el verdadero problema, dicen arriba, y como no hacen falta muros para contener la violencia paramilitar en Chiapas, Guerrero y en medio continente; como ellas son el problema, después de los muros llegarán las balas. Es sólo cuestión de esperar.
El poder impune puede decir: “sería un rotundo fracaso” no terminar el Tren Maya en dos años. Léase: el fracaso consiste en no doblegar pueblos, comunidades y ejidos que incluso han ganado la paralización en instancias internacionales. Claro, se oponen al desarrollo y, por eso mismo, merecen desaparecer.
Los discursos del poder son auto referenciales, no les importa la realidad, ni están sujetos a debate, discusión ni interpelación.
Jair Bolsonaro se despachó con insultos a quienes lo critican por el mal manejo de la pandemia. Escupió un “basta de mimimi”, algo así como “fifi”, a quienes se quejan de la enorme cantidad de muertos cuando las camas para tratamiento intenso están desbordadas, con ocupaciones de hasta el 107% en Porto Alegre. Una vez más, los culpables son las víctimas.
Estados Unidos exporta democracia dónde y cuando le interesa. Por ejemplo, exige democracia en Venezuela y en Cuba, o sea elecciones, pero ignora que el país menos democrático y más represivo del mundo se llama Arabia Saudí, donde las mujeres son brutalmente humilladas y no pueden siquiera conducir coches. Pero la monarquía saudí es el segundo mayor aliado de la Casa Blanca en el mundo.
Estados Unidos exporta igualdad racial cuando la esclavitud enriqueció durante siglos a las clases dominantes, que abolieron el apartheid a regañadientes para llenar las cárceles de afroamericanos. Ahora empiezan a exportar “medio ambiente”, para aislar a los países que quieren someter acusándolos de ser los responsables de un desastre ambiental que es exclusiva responsabilidad de un sistema al que llamamos capitalismo.
En fin, aquí y allá la impunidad del poder.
Hay quienes dicen que mienten. Depende. Ellos son los que determinan lo que es mentira y lo que es verdad. De modo que no tiene mucho sentido debatir en las redes, en un inexistente espacio público, mercantilizado y destruido tiempo atrás.
Y no hay justicia.
Parafraseando al poeta, la justicia vale menos, infinitamente menos que el orín de los chuchos.
Por esto, este 8M debe ser para las de abajo, para seguir construyendo lo nuevo, lo diferente entre nosotras, sin mirar arriba, sin prestar atención al “tablado de la farsa” (León Felipe).