¿Cómo funciona el poder?

En realidad, el poder no funciona, es disfuncional, se opone a la sociedad, que es esencialmente alternativa. Por eso tiene que imponerse, dominar, controlar, vigilar, castigar, disciplinar, marcar y reprimir. Tiene que aparentar que funciona, por eso se institucionaliza de manera pretenciosa y desmesurada, presentándose como eterno, casi como sustituto de Dios. Por eso, se expresa en ley, para legalizar su propia ilegitimidad



¿Cómo funciona el poder? 
 
Paúl Prada
 
En realidad, el poder no funciona, es disfuncional, se opone a la sociedad, que es esencialmente alternativa. Por eso tiene que imponerse, dominar, controlar, vigilar, castigar, disciplinar, marcar y reprimir. Tiene que aparentar que funciona, por eso se institucionaliza de manera pretenciosa y desmesurada, presentándose como eterno, casi como sustituto de Dios. Por eso, se expresa en ley, para legalizar su propia ilegitimidad. Pero el poder no solamente es una máquina abstracta, sino es, sobre todo, una heurística instrumental de agenciamientos concretos de poder, además de ejercerse y efectuarse singularmente. Hay formas de poder y distintos planos de intensidad donde se realiza; por eso se dice que el poder es polimorfo. Se ha situado en el Estado a la forma de poder nacional, aunque no se puede decir que es la forma de poder por excelencia, pues todas las formas de poder son complementarias, actúan articuladamente reforzándose; por ejemplo, las estructuras patriarcales de dominación se refuerzan y adquieren irradiación en las estructuras familiares, es más, en el campo escolar. Yendo más lejos, en el Estado adquieren las estructuras patriarcales proyección espacial y temporal, afectando a los cuerpos, incidiendo en las conductas y comportamientos, de tal manera que constituye sujetos dominados, controlados y moldeados de acuerdo a las finalidades que se traza el poder.
 
La forma de gubernamentalidad clientelar reproduce, de manera perversa, las estructuras de dominación patriarcal, llevando al extremo la dominación masculina con la imposición delirante del mito del caudillo, el pretendido mesías político. No solamente se repite abusivamente la dominación de las fraternidades de machos contra la mujer, sino que se “feminiza” a los hombres, convirtiéndolos en sumisos soldados obedientes sin pensamiento y voluntad propia, así como se ha pretendido reducir a las mujeres a sujetos sumisos, obedientes y respetuosas, además de domésticas, de los hombres, que son sus dueños. Las otras formas de gubernamentalidad, por ejemplo, la liberal y neoliberal, también son patriarcales; con respecto de la dominación masculina, tienen mucho en común con la forma de gubernamentalidad clientelar populista y neopopulista. Empero, tienen sus propias singularidades, ilustrando, la pretensión de legitimar la dominación masculina en la expresión jurídica y política del “Estado de Derecho”, donde, a pesar del reconocimiento, reciente, de los derechos de la mujer, se mantiene su subalternidad y subsunción a las estructuras de dominación de las fraternidades de machos. La forma de gubernamentalidad del socialismo real también se refuerza con las estructuras patriarcales tradicionales, en la lamentable recurrencia a la figura, también mesiánica, del “gran timonel”. Esto a pesar de que, al comienzo, las mujeres adquieren cierto protagonismo en las acciones, movilizaciones y ejecuciones prácticos en el trabajo y la política.
 
De la misma manera las estructuras de dominación colonial se refuerzan con la recurrencia a las estructuras patriarcales. La economía política colonial desvaloriza al hombre y la mujer de “color”, inventándose un “hombre blanco” como símbolo imaginado de la civilización, cuando todos los humanos son de “color”, tienen un color de toda gama epidérmica. Ocurre como en toda economía política, se desvalorización lo concreto y se valoriza lo abstracto. Lo peculiar del caso es que en las llamadas sociedades poscoloniales se prolonga la dominación colonial en las versiones de la colonialidad. Es más, en las formas de “gobiernos progresistas” se prolonga la colonialidad de manera paradójica; a nombre de la “descolonización” se sigue colonizado a las naciones y pueblos indígenas, reducidas a mera mención propagandista, mientras se desconoce sus derechos territoriales, institucionales, políticos y culturales, consagrados por la Constitución Plurinacional Comunitaria y Autonómica.
 
Cuando las formas de gubernamentalidad entran en crisis también entran en crisis las formas de poder complementarias y articuladas. Es cuando se hace evidente que son fachadas impuestas contra las sociedades, esencialmente alternativas. Empero, el poder se reúsa a dejar sus máscaras, sus disfraces, sus armaduras y sus mitos. Se aferra desesperadamente a sus artefactos anacrónicos, quiere restaurar el prestigio de las instituciones, en vez de transformarlas, se aferra al mito del caudillo, patriarca otoñal y estéril, se agazapada en el juego político, reviviendo la forma de partidos, que ya han patentizado su inutilidad para representar y responder a las demandas del pueblo. En estas circunstancias, en la medida que son inútiles los esfuerzos por volver a una supuesta época dorada del poder, la maquinaria abstracta y los agenciamientos concretos de las dominaciones recurren a sus medidas de emergencia, que evidencian en núcleo oculto de Estado de excepción en toda forma de Estado. Entonces se habría vuelto al principio constitutivo del Estado, la guerra.