Ciberespacio: De falsas promesas a nuevos e(log)ios
Úrsula Schneider
“Una promesa de felicidad recorre la cultura de masas, la publicidad y la misma ideología económica. En el discurso común la felicidad no es ya una opción sino una obligación, un must”, dice Bifo Berardi en La fábrica de la infelicidad. Pero si la felicidad es una obligación, y si estamos hablando de un discurso común, ¿qué deberíamos ceder desde la singularidad para “hallarla”? O para decirlo de otra manera, si la felicidad es un must, ¿qué nos debe estar prohibido para, según lo normativo, podamos ser felices? ¿De qué debemos privarnos? ¿De las incomodidades, las disidencias, las diferencias, las angustias?, ¿de las potencias, las expectativas, lo incalculable? ¿El deseo?
Debemos estar advertidos que la idea misma de felicidad es un instrumento ideológico, dice Sara Ahmed, que perpetúa padecimientos y desigualdades, puesto que en las lógicas contemporáneas hallar la felicidad implica seguir un camino concreto, deliberado, desde donde ya está pautado qué debemos hacer y que no para alcanzarla. Pero en el camino de la felicidad capitalista muchos son los llamados y pocos los elegidos, como dice Bifo, y si en esa búsqueda has fracasado… ¡¿Cómo?, ¿fracaso?, nueva patología para nombrar!
Bifo dice que el ciberespacio, en tanto espacio existencial producido por las conexiones virtuales, también se encuentra determinado por fuerzas económicas que quieren transformarlo en un inmenso supermercado donde se nos ofrece todo tipo de señales para ser competitivos. En este supermercado, ilimitado, desregulado, es difícil producir sentidos, ¡no hay coto! Entonces, lejos de la tierra prometida de felicidad pronto adviene la sensación de extravío. Suena The Clash por el parlante: “I’m all lost in the supermarket, I can no longer shop happily…”.
En verdad hoy por hoy los procesos comunicativos están supeditados a una suerte de semiocapitalismo, es decir, a un sistema económico que funda su dinámica en la producción de signos, dice Bifo. Además plantea que la escasez de recursos es la precondición del desarrollo del capitalismo y por ello este tiende a generar continuamente escasez, no sólo de recursos materiales o naturales sino también de recursos que son propios de la acción humana como pueden ser las formas de comunicación.
Me interesa particularmente este último punto para pensar los modos de vincularnos con el otro a través de los espacios tecnológicos, pues bien sabemos que en estos desarrollamos gran parte de nuestras conexiones intersubjetivas y que en el marco pandémico es más probable que primero surja un lazo con el otro a través de los códigos de la red a que establezcamos contactos directos, sin gadget de por medio. No obstante, esto no es sin consecuencias pues si los espacios comunicativos se encuentran atravesados por el omnipresente discurso económico y publicitario, y estos espacios se instauran como escenarios principales de vincularidad, ¿no estamos contribuyendo también a producir formas de relacionarnos con valor de mercancía? ¿Producimos y consumimos actualmente formas de vínculos? Frente a esta matriz semioeconómica o semiocapitalista de competitividad y supervivencia, ¿quedan espacios para construir lazos afectivos desprovistos del cálculo? ¿Ha llegado el amor también a ser un objeto de colonización económica? ¿Cómo proteger los lazos sociales de las degradaciones que pretenden convertirlo todo en un proceso maquínico ciertamente insostenible? ¿Cómo propiciar el timing para el diálogo, el amor, la ternura, el gesto, antes que llegue desertificación algorítmica?
Viajemos de nuevo al ciberespacio. La oferta podría ser la de relaciones seguras, medición, antelación, cálculo prometedor. Obtendrás información y más información del otrx –entra en escena stalking– como si eso representase garantías de un otrx hallable y cognoscible, vaya tormento saber tanto del otrx y que a fin de cuentas eso no sirva de mucho. ¿Se puede incorporar al otro investigándolo? En la infoesfera accederás a sus gustos, sus intereses, buscarás a sus familiares, a sus ex parejas, estarás informado e ilusoriamente listo para poder sortear un encuentro. Pero construir vínculos lleva tiempo, no archivo. ¿Preferimos realmente quedarnos en las formas mercantilistas y maquínicas del cuerpo como archivo que procesa y ordena?
Recuerdo un texto de Larrosa que decía que toda aquella retórica que está dirigida a constituirnos como sujetos de la información cancela nuestras posibilidades de experiencia, nos lleva a que nada nos pase, es como si permaneciésemos en un plano de simulación. Asimismo, Bifo dice que estamos perdiendo la posibilidad de averiguar física y eróticamente la veracidad de la información que manejamos.
La idea de un otrx calculable, estudiado, que no nos confronte a los riesgos amorosos, nos lleva a una verdadera farmacopea si tenemos en cuenta que el otrx es en realidad siempre impenetrable, indescifrable. Lacan plantea que el amor es dos medios decires que no se recubren, es la conexidad entre dos saberes inconscientes irremediablemente distintos. También lo dijo Charly, “cada cual tiene un trip en el bocho.”
El encuentro con el otrx conlleva intrínsecamente riesgos y parece que eso es una incomodidad que debe ser evitada, no hay lugar para cualquier prueba de alteridad, incluso puede suceder que haya que huir de la escena cuando esto se pone en evidencia. Si el otrx viene con sus demandas, su incompletitud, su enigma, si no resultó ser funcional a las fantasías que nos armamos, debe ser descartado pues no hay tiempo para habitar contradicciones y mucho menos para interrogarlas. ¡Abran paso que llega ghosting al ciberespacio!
Leía el otro día en un post comentarios como “Odio que me haya ghosteado”, “¿Por qué hay tanto ghosting en esta generación sin sangre en las venas?”. ¿Cuáles son los puntos de apoyo de estos comportamientos sin mediar palabra? ¿Será que ante la promesa publicitaria de hallar ideales, el fracaso o la falla sólo puede estar en el campo del otrx?
Ghosting me remite a lo que Roland Barthes menciona como“fading” –desvanecimiento– en Fragmentos de un discurso amoroso. Allí dice: “El fading del otro, cuando se produce, me angustia porque parece sin causa y sin término.” Me parece relevante señalar esto porque actualmente dichos comportamientos generan padecimiento, el otrx se desvanece sin causa aparente pero además quien lo espera queda en cierto estado de languidez intentando darle algún sentido a eso, casi siempre desde su propio fantasma. No quisiera detenerme en por qué alguien no encuentra otra manera de dar término a un vínculo que no sea la de sin mediar palabra, ni qué hace con eso quien queda del otro lado, ya que requiere un tipo de abordaje diferente. Prefiero aquí ir un poco más allá e interrogar si no estamos nutriendo territorios que nos disciplinan para que funcionemos como relevo de nuevas formas de poder y vincularidad. Digo, me parece casi innegable que esto resulta ser algo habitual, se escucha cada día como alguien sufre por ejemplo por un like o por un “me dejó de seguir”.
Si bien desde el psicoanálisis se sostiene que a nivel psíquico existe una dificultad estructural para comunicarse con el otrx, que no hay tal cosa como una armonía en la experiencia común de las relaciones humanas, las nuevas tecnologías auspician modos más superfluos y desafectados de relacionarse. Además, retomando la idea del ciberespacio como supermercado, la oferta de posibilidades es de tal magnitud y abundancia que promueve el reemplazo y descarte del otrx como si se tratase de un producto.
Tal vez habrá que apostar a traspasar esos en(red)os de la comunicación conectiva: stalking, ghosting, orbiting, zombing, benching, etc., para hallar pasajes que concedan lugar a los enre(dos) lingüísticos del diálogo y por qué no a los del cuerpo. Suspender al menos por un momento el flujo virtual, la atención a los signos mercancía del cibermundo del like o no like, del visto, de la convicción de interpretación del mensaje que quise dar y toda esa parafernalia semiótica infernal. ¡Entre el visto y el te desvisto, en el segundo existo!
¿Podemos volver a conquistar la disponibilidad a las sorpresas de las relaciones como acontecimiento?
Parar un poco es lo urgente, detenerse a preguntarse si emitir señales encriptadas lejos de acercarnos al otrx –y todas las dificultades que eso involucra– no hace más que exacerbar nuevas formas de padecimientos.
Barthes dice que: “Los signos no son pruebas porque cualquiera puede producirlos falsos o ambiguos y que para que algo sea sabido es necesario que sea dicho, aunque eso sea provisionalmente verdad.” Si en tanto sujetos del inconsciente no es posible tener la certeza de que el otrx haya entendido qué quise decirle cuando le hablo, imaginemos cuánto más esto se complica si lo reducimos a la intención supuestamente obvia que hay detrás de una publicación, eso se acerca bastante a la ilusión de la propia completud y la del otrx.
Entonces, habrá que habilitar experiencias comunes por fuera de esos códigos, en los márgenes de las claves de la información o el signo. Y digo en los márgenes porque claramente ya no es posible pensarnos sin ciberespacio, el avance tecnológico es irreversible, pero vale la apuesta pensar cómo entrar y salir de allí cuando eso sea necesario. ¿Y si vamos por las palabras y dejamos los juegos de adivinación? ¡Qué hermoso viaje el de una palabra dicha!
Así, habrá que reinventar los vínculos, dar lugar a lo azaroso, a las torpezas, a los malentendidos, a la experiencias contingentes y por qué no, a las angustias. Interrumpir la descarga de libido rabiosa propia del consumismo para alojar el tiempo manso y turbulento del amor. ¡Bueno, vivamos ese oxímoron!
“Enamorarse con calma es cuando el algoritmo no se dió cuenta”, escribió hermosamente un colega.
En el amor no dan las cuentas. El amor no cierra, inquieta.