El final
Comunizar
El sol, hinchado y rojo, colgaba sobre el mundo. Un mundo casi vacío, sin hierbas ni ninguna otra vegetación, excepto el solitario y viejo árbol que se alzaba más abajo de la cresta del sol. Cerca del árbol, Henry flotaba con sus destellos apelotonados como si se estremeciera ante aquel mundo prohibido, aunque no estaba temblando. En sus años de vagar había visto demasiadas cosas como para estremecerse.
El cielo era oscuro, el tipo de oscuridad que se produce cuando se aproxima una tormenta, aunque no había ninguna tormenta ni el menor asomo de alguna.
¿El fin del mundo? se preguntó. El principio del fin, con un agonizante e inestable sol, en los primeros estadios de una secuencia de gigante roja.
El árbol debajo de la cresta solar no arrojaba ninguna sombra. Por primera vez en su vida Henry experimentó un silencio absoluto. Ningún pájaro chillaba en el cielo, ningún insecto se arrastraba por el suelo, ni siquiera se oía el ulular del viento. Todo permanecía quieto.
Entonces una voz habló dentro de él: -¿Eres forastero aquí?
Si todavía hubiera poseído un cuerpo, su sorpresa le hubiera hecho tragar saliva. Pero ahora no podía hacerlo. Respondió, de manera tranquila y clara:
-Sí, soy forastero. Acabo de llegar. ¿Quién es el que me habla?
-Soy el árbol -dijo la voz interior-. ¿Por qué no vienes a mi lado y descansas a mi sombra?
-Pero si no tienes sombra -dijo Henry-. Este sol rojizo e inflamado no arroja ninguna sombra.
-Hablo siguiendo antiguos hábitos -dijo el árbol-, recordando los tiempos en que tenía una sombra para ofrecer. Ha pasado tanto tiempo desde que hablé con alguien que casi lo he olvidado. A veces me siento tentado, en mi soledad, a lanzar altisonantes e insensatos discursos. Simplemente hablo conmigo mismo, puesto que no hay nadie más con quien hablar.
-No necesito tu sombra -dijo Henry-, lo que está bien, puesto que tú no tienes sombra. Pero necesito tu compañía y tu información, si quieres dármelas.
Dicho esto, flotó hasta una posición más cercana al árbol solitario.
-¿Qué información deseas? -preguntó el árbol-. Mis conocimientos puede que no sean tan amplios como esperas, pero te ofrezco lo poco que tengo.
-Tú eres un árbol sintiente -dijo Henry-, y sostienes una creencia que tenían algunos antiguos humanos. Mi hermana, recuerdo, creía firmemente -y los demás la considerábamos fantasiosa- que los árboles sucederían al ser humano. Ahora, al encontrarte, se me ocurre que quizás ella tuviera razón. Era una persona muy perceptiva.
-¿Así que tú eres un ser humano?- preguntó el árbol.
-Parcialmente humano -dijo Henry-. Un humano fragmentado. Un humano agotado, en el mejor de los casos. Lo cual me conduce a otra pregunta. ¿Qué les ocurrió a los destellos arracimados que hace tiempo permanecían estacionados en el cielo? Había muchos de ellos.
-Los recuerdo débilmente -dijo el árbol-. Buscando muy atrás en mi memoria puedo traerlos a mi consciencia. Había muchas luces en el cielo. Algunas de ellas eran estrellas y algunas eran lo que tú llamas destellos. Todavía hay estrellas, dentro de poco las veremos. Cuando el sol se oculta detrás del horizonte por el oeste, empiezan a aparecer por el este. Los destellos no puedo verlos; desaparecieron hace mucho. Se fueron poco a poco. Estoy seguro de que no murieron, sólo se marcharon, como si se fueran a otro lugar. ¿Puedes decirme qué eran los humanos? ¿Eran como tú?
-No como yo, dijo Henry. Soy una especie de fenómeno. Empecé a ser un destello, pero no llegué al final del proceso. Es una larga historia. Si tenemos tiempo, te la contaré.
-Tenemos todo el tiempo que queramos.
-¿Pero y el sol?
-Estaré seco y muerto, y todo rastro de mí desaparecerá, antes de que el sol empiece a ser un peligro. A su debido tiempo matará el planeta, que está ya cerca de su muerte de todos modos. Pero no de inmediato.
-Es bueno saberlo -dijo Henry-. Me preguntaste qué era un humano. Deduzco de eso que ya no hay humanos aquí.
-Hubo un tiempo, hace bastante, que había criaturas que estaban hechas de metal. Algunas decían que no eran humanos, sino copias de humanos.
-Robots, dijo Henry.
-No eran conocidas por ese nombre. No puedo estar seguro de que existieran. Se contaban muchas historias. Una de ellas era que las criaturas de metal intentaron eliminar a los árboles cortándolos y derribándolos. No hay ninguna explicación de por qué lo hacían, ni ninguna prueba de que lo hicieran.
-¿Los robots ya no están?
-Ni siquiera el metal vive eternamente -dijo el árbol-. Pero tú y yo estamos aquí, y estamos hablando. Quizá podamos ser amigos.
-Si quieres -dijo Henry-. No he tenido ningún amigo desde hace mucho tiempo.
-Entonces seamos amigos -dijo el árbol-. Has dicho que los árboles sucederían al ser humano. ¿Significa eso tomar el lugar del ser humano?
-Si, incluso en mi época, hace un tiempo incalculable, había la bien fundada percepción de que la raza humana se extinguiría y de que alguna otra cosa ocuparía su lugar.
-¿Por qué debería alguna otra cosa ocupar su lugar?
-No puedo explicarlo. No hay una racionalización consistente para eso, pero parecía existir la creencia de que siempre tenía que haber una especie dominante sobre el planeta. Antes del hombre fueron los dinosaurios, y antes de los dinosaurios, los trilobites.
-Nunca he oído hablar ni de los dinosaurios ni de los trilobites.
-No dejaron muchas huellas -dijo Henry-. Los dinosaurios eran grandes, y quizá tampoco hubiera demasiados. Los trilobites eran pequeños, y había muchos. Lo importante es que tanto los trilobites como los dinosaurios murieron.
-¿Y el ser humano ocupó el lugar de los dinosaurios?
-No inmediatamente. No en seguida. Tomó mucho tiempo.
-¿Y ahora yo, un árbol? ¿Soy dominante?
-Posiblemente sí.
-Eso es extraño -dijo el árbol-, nunca he pensado en mí como dominante. Quizá en este tiempo del final la dominancia sea poco relevante. ¿Fue distinto con los trilobites, los dinosaurios y los humanos?
-No sé en relación con los trilobites -dijo Henry-. Eran un conglomerado sencillo. Los dinosaurios eran una especie sencilla también, pero había un gran apetito en ellos. Devoraban todo lo que encontraban. Los humanos también tenían un gran apetito, deseaban controlar todo.
-Nosotros no tenemos grandes apetitos -dijo el árbol-. Obtenemos nuestra vida del suelo y del aire. No interferimos con nadie, no tenemos enemigos, y no somos enemigos de nadie. Debes estar equivocado; si se necesita un gran apetito para ser dominante, nosotros nunca hemos sido dominantes.
-Sin embargo, puedes pensar y hablar.
-Sí, siempre lo hemos hecho. Hubo un tiempo, cuando éramos muchos, que no parábamos de charlar a lo largo y a lo ancho de todo el mundo. Éramos las cosas más sabias de todo el planeta, pero no usamos nuestra sabiduría. No teníamos ninguna forma de utilizarla.
-¿Puedes transmitirme algo de esa sabiduría? -pidió Henry-.
-Has llegado demasiado tarde -dijo el árbol con tristeza-. Me he vuelto viejo y senil. Estoy inundado de olvido. Quizá se requiera una comunidad de esfuerzos, de pensamientos y de charlas para mantener intacta la sabiduría. Ahora no existe ninguna comunidad. Has llegado demasiado tarde, mi recién hallado amigo; no hay nada que pueda darte.
Otro fracaso, pensó Henry. Los trilobites, los dinosaurios, y el ser humano, al menos sobre aquel mundo, habían fracasado. Y los árboles también. Aunque los árboles hubieran persistido y se hubieran desarrollado, terminaron siendo un fracaso. La sabiduría en sí misma resultaba inútil.
-Estás turbado -dijo el árbol-.
-Sí, un poco -admitió Henry-. Aunque no sé por qué, hubiera debido imaginarme el final.
Clifford D. Simak
Fragmento de la novela Highway of Eternity (1986). Versión en castellano: Catrina Jaramillo.