Michel Foucault y la intelectualidad francesa: el debate con Sartre

En 1966 Michel Foucault publicó “Las palabras y las cosas”, que para algunos críticos significó la consagración del estructuralismo frente al existencialismo. Presentamos una semblanza de los debates críticos entre Michel Foucault y Jean Paul Sartre que esta obra forjó, en el contexto de la intelectualidad francesa de la época y la autoridad que entonces los intelectuales tenían.



Michel Foucault y la intelectualidad francesa: el debate con Sartre

En 1966 Michel Foucault publicó “Las palabras y las cosas”, que para algunos críticos significó la consagración del estructuralismo frente al existencialismo. Presentamos una semblanza de los debates críticos entre Michel Foucault y Jean Paul Sartre que esta obra forjó, en el contexto de la intelectualidad francesa de la época y la autoridad que entonces los intelectuales tenían.

 

Cuando la Guerra Fría se acercaba a su fin, en 1985, la CIA investigó la intelectualidad francesa con espías dedicados exclusivamente a esta tarea. El fin de la misión era conocer la concepción que tenían de Estados Unidos. Entre los pensadores más leídos por los espías, según el informe que reveló Los Angeles Review of Books, estaban Michel Foucault, Roland Barthes, Jacques Lacan, Louis Althusser, Jacques Derrida y Jean Paul Sartre. El informe de la CIA concluyó, casi que satisfactoriamente, que algunos de estos posestructuralistas tenían posiciones antisoviéticas, lo cual se reflejó en un sondeo que indicó que los franceses ahora tenían una percepción desfavorable de Estados Unidos menor al 30%, siendo que años atrás este porcentaje pasaba el 50%; sin embargo, Derrida, Sartre -a quien ya lo había investigado el FBI- y Althusser seguían difiriendo de los antisoviéticos.

El informe de la CIA aclaraba que su enfoque en los intelectuales franceses respondía al papel que estos tenían al momento de defender o atacar un partido político; mientras tanto, el pensamiento de Foucault y Barthes aterrizaba en la academia norteamericana, dando pie a los venideros estudios culturales y de género. El escritor Laurent Binet escribió al respecto que la situación era halagadora “para la propia CIA. Ignoraba que en su interior hubiera especialistas capaces de leer y entender ideas y debates. En el fondo, es tan divertido como revelador. Si la CIA se toma en serio el mundo de las ideas, será que el mundo de las ideas todavía no ha(bía) muerto”.

Hace unos días el francés Guy Sorman acusó a Michel Foucault de pedofilia. En una entrevista con The Sunday Times, contó que en una visita que le hizo al filósofo en 1969 en Túnez, vio que este le pagaba a menores de edad para tener relaciones sexuales en las noches en el cementerio local. Según Sorman, en ese viaje también habría periodistas que notaron la situación y que mantuvieron silencio porque, según él, Foucault era el rey de los filósofos. Y concluye su revelación con un análisis colonialista: según Sorman, Foucault no se atrevía a hacer esto en Francia, pero en Túnez sí a razón del imperialismo blanco.

Tanto la investigación de la CIA como las declaraciones de Sorman rondan en torno a la posición de los intelectuales en Francia como figuras de autoridad y poder después de la segunda mitad del siglo XX.

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La filosofía de Foucault aportó un sinnúmero de reflexiones sobre el poder y el saber, y entró en grandes disputas con algunos autores. Por ejemplo, tuvo una muy larga con Jean Paul Sartre. A raíz de Las palabras y las cosas (1966), Foucault y Sartre protagonizaron un debate sobre la muerte del hombre y la concepción de la historia. Sartre afirma en una entrevista de 1966 que: “Una tendencia dominante, por lo menos, ya que el fenómeno no es general, es el rechazo de la historia. El éxito que ha tenido el último libro de Michel Foucault es característico. ¿Qué nos encontramos en Las palabras y las cosas? No una arqueología de las ciencias humanas. El arqueólogo es quien busca los restos de una civilización desaparecida para intentar reconstruirla. (…) Lo que Foucault nos presenta es, como muy bien ha visto Kanters, una geología: la serie de los estratos sucesivos que forman nuestro ‘suelo’. Cada uno de esos estratos define las condiciones de posibilidad de un determinado tipo de pensamiento que ha triunfado durante un cierto período. Pero Foucault no nos ha dicho lo que sería lo más interesante, saber cómo cada pensamiento es construido a partir de estas condiciones, y saber cómo los hombres pasan de un pensamiento a otro. Para hacer esto sería necesaria la intervención de la praxis, es decir la historia, y eso es precisamente lo que él rechaza. Es verdad, su perspectiva sigue siendo histórica. El distingue épocas, un antes y un después. Pero reemplaza el cine por la linterna mágica, el movimiento por una sucesión de inmovilidades. El éxito de su libro prueba que era esperado. Pero a un pensamiento verdaderamente original no se le espera. Foucault aporta a la gente lo que la gente necesitaba: una síntesis ecléctica donde Robbe-Grillet, el estructuralismo, la lingüística, Lacan, tel quel son utilizados para demostrar la imposibilidad de una reflexión histórica”.

Foucault encuentra en la crítica de Sartre una defensa del marxismo en tanto que, según dijo en una entrevista en 1967, ve una “curiosa sacralización de la historia por parte de ciertos intelectuales. El respeto ‘tradicionalista’ hacia la historia es para ellos una manera cómoda ‘de poner de acuerdo su conciencia política y su actividad de búsqueda o de escritura”.

Y un año más tarde, en otra entrevista, dice directamente que desde Hegel hasta Sartre la filosofía ha sido totalizadora y que ahora debe ser un diagnóstico del presente, entonces el entrevistador afirma que Foucault tiene un reproche por la historia y Foucault le responde: “Ningún historiador me ha hecho este reproche. Existe una especie de mito de la Historia entre los filósofos (…) La Historia para los filósofos es una especie de grande y tosca continuidad en la que se engarzan la libertad de los individuos y las determinaciones económicas o sociales (…). Cuando se atenta contra uno de esos tres mitos inmediatamente los hombres de bien claman contra la violación o el asesinato de la Historia. (…) En cuanto al mito filosófico de la Historia, ese mito de cuyo asesinato se me acusa, me gustaría haberlo realmente destruido porque era precisamente con él con quien pretendía acabar y no con la historia en general. La historia no muere, pero la historia para los filósofos, esa, sin duda, me gustaría terminar con ella”.

Para Foucault, el existencialismo de Sartre era una filosofía del siglo XIX intentando explicar el siglo XX. Y para Sartre, el estructuralismo, que para algunos fue una filosofía que se consagró con la publicación de Las palabras y las cosas, era un saco lleno de gatos de distintos pelajes. Sartre veía en Las palabras y las cosas una muralla con la cual la burguesía detenía el avance teórico del marxismo. Y Foucault sugirió en otra entrevista que seguramente el ocupado Sartre no tuvo tiempo de leer su libro.

Estas críticas y contra respuestas entre un autor y el otro y entre una filosfía y otra tuvo lugar durante varios años, pero tuvo una pausa cuando los dos filósofos se encontraron no para debatir sino para unirse en una protesta.

Fue en 1971. Se encontraron en la Maison Verte del distrito XVIII de París, previo a una manifestación en contra del racismo policial y gubernamental francés. Se dieron la mano, hablaron durante una hora y salieron a las calles caminando hombro a hombro. Canguilhem afirmó alguna vez que creyó ver en Sartre cierta amargura por quien sería su “relevo”, siendo que Foucault escribió su obra teórica en oposición al insigne intelectual marxista.

Ese día del 71, cuando la marcha llegó al punto acordado, Sartre se sintió enfermo y se retiró. Foucault se quedó con los marchantes y entraron a un restaurante a comer algo. Un visitante del lugar lo vio y gritó: “Miren, es Sartre”. Tiempo después, Foucault revelaría en una entrevista que no supo si se trataba de un elogio o no. En 1972 se reencontraron, otra vez hombro a hombro y con megáfono en mano, frente a la fábrica de Renault en protesta por el asesinato del activista Pierre Overney.