Filosofía
El rechazo al trabajo como cántico a la vida
No deja de sorprender que los principales escollos con los que chocan propuestas como las de la renta básica, o la drástica reducción de la jornada laboral, sean muchas veces, y además desde la izquierda, de orden puramente moral. La ética del trabajo, un imperativo social inherente a la marcha del capitalismo, permea todo discurso sobre las políticas de empleo, las luchas sindicales o cualquier intento de humanizar las condiciones laborales y hacerlas compatibles con ese significante, cada vez más laxo, que llamamos “conciliación”. En un mundo donde, simplemente, hay menos trabajo que trabajadores, ocupar un tercio de tu vida en un empleo se sigue considerando un deber colectivo y el principal valor ciudadano.
No importa que nuestro modelo extractivista y expansionista haya dejado el planeta en las últimas, ni que el valor social de la mayoría de los empleos sea nulo. La ética del trabajo ha calado hasta el punto de que ni los ministros comunistas del actual gobierno recuerdan aquello de la alienación, ni el anhelo del viejo Marx por la consecución de una jornada laboral tendente a cero. ¿Cómo es posible que, en un sistema basado en el consumo, la figura del trabajador aún sea reivindicada por cierta izquierda como la quintaesencia del hombre cabal y, desde hace décadas, también de la mujer? Ni las luchas posteriores al 68, ni el auge del feminismo y el ecologismo parecen finiquitar una estructura moral que, de este modo, no solo identifica trabajo y ciudadanía, sino que da la espalda incluso al marxismo más ortodoxo. De pronto, se iguala capitalista y obrero en una especie de destino común gracias al trabajo y sus asociaciones moralistas: cultura del esfuerzo, superación, trabajo creativo, conciliación, y toda una suerte de nuevos términos que, en última instancia, solo conducen a la docilidad social.
Genealogía del gran engaño
Este inaudito mecanismo merecía un estudio riguroso, serio y desdramatizado como el que Kathi Weeks ha escrito, por primera vez traducido al español, gracias a Traficantes de Sueños y la espléndida versión de Álvaro Briales Canseco. Pero además, El problema del trabajo: feminismo, marxismo, políticas contra el trabajo e imaginarios más allá del trabajo, es un hermoso texto a favor de la vida.
El ensayo se adentra en lo que su autora llama “el mapa de la ética del trabajo”
Weeks, profesora estadounidense de Género, sexualidad y estudios feministas en la Universidad de Duke, lleva a cabo una exhaustiva genealogía que arranca en los valores asociados al trabajo a través de los economistas clásicos y, sobre todo, del estudio canónico de Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Una vez establecidos estos fundamentos, que podríamos resumir en la asunción acrítica de que debemos trabajar para ganarnos la vida (como si se tratara de un mandato natural en lugar de un convención social), el ensayo se adentra en lo que su autora llama “el mapa de la ética del trabajo”. Como no podía ser de otro modo, en esta particular cartografía destacan puntos que hasta hace poco resultaban marginales en estudios similares. De ese modo, Weeks traza los caminos por los que el productivismo propio de nuestro sistema configura a un tipo de trabajador ideal, que solo existe en la medida en que no atendemos a factores como la raza, el género o el diseño de un tipo de familia intensamente funcional al capitalismo. Basta traer a colación, aunque Weeks lo haga en otra parte del libro, que la jornada laboral de ocho horas responde al modelo un tercio para el trabajo, otro para el sueño y otro para el ocio porque daba por supuesto que, al volver a casa, el obrero contaba con una mujer que se había encargado de todo lo demás. “La consideración del trabajo como vocación [calling] ha llegado a ser una característica del obrero moderno tanto como la inclinación a la acumulación es parte del empresario”, recuerda Weeks citando de nuevo a Weber.
Más adelante, la autora analiza la conflictiva relación de buena parte del socialismo con los textos de Marx más inequívocamente contrarios al trabajo. Concluye que, aun con una pátina humanista, en el fondo ese socialismo jamás se ha opuesto a la ética del trabajo. A fin de cuentas, entiende el trabajo como una suerte de “título de nobleza”, hoy día tanto más injustificable en cuanto que, en la fase actual del capitalismo, no hay verdaderos argumentos de orden económico para sostener una ética semejante. Y eso le lleva, en primer lugar, hasta la potente tradición del marxismo autónomo italiano, que “no llama a liberar el trabajo, sino a liberarse del trabajo”. Negri, Virno, Lazzarato o Bifo son algunos de los autores cuyo pensamiento y acción desentraña aquí Weeks. Inevitablemente, y en segundo lugar, ese hilo acaba cosido al feminismo que, también por los años setenta del siglo XX, con figuras como Dalla Costa, comienza a “expandir el trabajo más allá de sus formas asalariadas”.
Weeks se sumerge en una compleja controversia que la lleva al territorio de la familia y su moldeamiento paulatino como célula indispensable para el productivismo
Sin ninguna complacencia, pero a la vez reconociendo la fuerza de los debates que posibilitaron los textos de autoras como Silvia Federici, desgrana las contradicciones que entrañaban demandas de la época, como el salario por el trabajo doméstico. Weeks se sumerge así en una compleja controversia que la lleva al territorio de la familia y su moldeamiento paulatino como célula indispensable para el productivismo. Su conclusión no puede ser otra, el rechazo al empleo [work], no es lo mismo que al trabajo o a la labor [labor], y de hecho desemboca en el amor por la verdadera vida, en el “tiempo para lo que queramos”.
Weeks cierra su extenso ensayo con una larga disquisición, de marcado tono filosófico y a remolque de Nietzche y algunas páginas rescatables de Bloch, alrededor de la noción de utopía. Es la parte que menos me ha interesado, por cuanto que, en rigor, se aleja del objeto del ensayo. En cualquier caso, viene a demostrar cómo la demanda, convertida en artefacto político en sí, no puede renunciar a “la concepción más amplia de utopismo [si pretende] alcanzar el pensamiento crítico, inspirar la imaginación política e incitar a la acción colectiva”.
En mitad de una crisis sanitaria como la que atravesamos en estos momentos, cuando la economía se ha derrumbado y el trabajo como única vía de acceso a la renta parece una mal chiste, la lectura de este formidable estudio resulta tan pertinente como apasionante.