Bolivia, escenario de disputa
También cabe resaltar la irrupción de candidatos disidentes que vienen de las filas del MAS pero que, producto de los conflictos en la elección de candidaturas, se han presentado por otras fuerzas y han logrado triunfos importantes.
hegemonía del MAS y peso del voto rural
Del total de las 336 alcaldías en disputa en estas elecciones, el MAS acabará triunfando en 240, asimismo sus candidaturas a gobernación han triunfado en 6 de los 9 departamentos, quedando segundas en las tres restantes. Si bien la votación del MAS, como suele suceder, tiene menos fuerza en las elecciones a gobernadores y alcaldes que en las presidenciales, consolida una enorme distancia del resto de sujetos políticos, sobretodo en las zonas rurales, constituyéndose además en el único partido político con presencia en todo el país, el único con fuerza y vida orgánica y militancia. Eso hace que el discurso político se articule en torno a estar a favor o en contra de lo que el MAS propone, es decir, que tiene una clara hegemonía.
No obstante, a pesar de haber triunfado en la mayoría de los departamentos, solamente en tres (Oruro, Cochabamba y Potosí) ha triunfado en primera vuelta. En Pando, Tarija, Chuquisaca y La Paz, se tuvo que enfrentar a una segunda vuelta muy complicada el 11 de abril, en la que el voto se concentró en los candidatos contrarios al partido de gobierno que acabaron por triunfar.
En las grandes ciudades el MAS, las 9 capitales departamentales y la ciudad de El Alto, solamente ha logrado triunfar en Oruro y Sucre. Si bien no son buenos resultados, hay que tener en cuenta que son resultados muy similares a los de las últimas elecciones subnacionales. Probablemente lo que sí puede resultar decepcionante para el MAS es que, después de la gran victoria de Arce en octubre y la dispersión y debilitamiento de la oposición, se esperaban mejores resultados. La debilidad del MAS en las ciudades, espacios de cultura política mucho más individualistas en que las estructuras comunitarias y sindicales no ejercen la influencia que sí tienen en el área rural, constituye el histórico talón de Aquiles del partido de gobierno.
Queda claro, además, que la imposición de candidaturas desde la cúpula partidaria en muchos casos, desconociendo a quienes habían sido postulados por las organizaciones sociales, le ha costado muy caro al MAS, partido cuyo origen y razón de ser están en ser el instrumento político de las organizaciones y sectores populares.
emerge una oposición de izquierda y popular al MAS
Eva Copa, anterior presidenta del senado por el MAS, se hizo con la victoria en la ciudad de El Alto, bastión de la lucha contra el gobierno de facto de Jeanine Añez, con el 68,7% de los votos. Damián Condori, dirigente de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos en Chuquisaca, se enfrentó al MAS en segunda vuelta por la gobernación resultando triunfador. A estos se suman los triunfos de Ana Lucía Reis en la ciudad de Cobija y del nuevo gobernador del Beni, Alejandro Unzueta. Todos ellos fueron propuestos por las organizaciones sociales como candidatos del MAS y rechazados a su vez por la cúpula del partido, lo que ha abierto una fisura importante en el campo popular.
Al mismo tiempo, nos ponen ante un debate clásico de la izquierda boliviana, entre aquellos sectores más cercanos a la ortodoxia leninista que, en el entendido de que el partido es la vanguardia de la lucha, han impuesto sus candidatos a las organizaciones sociales, y el fuerte carácter deliberativo y asambleario de unos movimientos sociales, populares y con fuerte presencia de pueblos originarios -sobre todo aymaras y quechuas- que entienden que son las organizaciones de base quienes deben orientar y decidir, mientras que los cargos del partido están para, “mandar obedeciendo”, parafraseando a los zapatistas y al mismo Evo.
Es así que, allí donde el MAS ha optado por desoír a dichas organizaciones, ha salido derrotado, aún en bastiones de lucha como El Alto, donde la derrota ha resultado apabullante. Hay que prestar principal atención a los triunfos de Eva Copa y Damián Condori, a los que hay que sumar en la segunda vuelta en La Paz el de Santos Quispe, hijo del líder aymara Felipe Quispe, recientemente fallecido quien, hasta el final de su vida, mantuvo posiciones indianistas muy críticas con la izquierda mestiza tradicional.
Si, fundamentalmente, Copa es capaz de cuajar una buena gestión en la difícil alcaldía de El Alto, ciudad que, por su dinamismo, desorden, crecimiento constante y fuerte espíritu crítico, resulta más difícil de gobernar que el mismo país. Y si a esa gestión positiva es capaz de sumarle una capacidad de articularse con los posibles gobernadores Quispe, Condori y las fuerzas populares disidentes del MAS en Beni y Pando, podríamos hablar de una seria posibilidad de que exista una oposición al MAS desde la izquierda y sectores populares, además con un marcado carácter indígena originario.
Este es un escenario interesante, en tanto dichos actores puedan obligar al partido que ha gobernado Bolivia en 14 de los últimos 15 años (con la sola interrupción del período de facto por el golpe de estado de Añez) a superar sus contradicciones, tanto en su relación con las organizaciones de base, como con otros temas claves, como el modelo económico extractivista, la falta de profundidad en los procesos descolonizadores o la tolerancia casi cómplice con las prácticas de acumulación y explotación capitalista de las élites oligárquicas.
Para ello será fundamental que tanto el MAS como sus disidentes entiendan -como en su momento entendió perfectamente Felipe Quispe, cuando se opuso a la intención de Añez de aplazar eternamente las elecciones- que, a pesar de las diferencias y pugnas, son parte del mismo bloque histórico popular indígena y de clase trabajadora y que siguen teniendo un enemigo común que son las oligarquías agroexportadoras y mineras sostenidas por su principal socio, el imperialismo norteamericano.
La derecha, radicalizada
El hundimiento de la derecha moderada representada por Comunidad Ciudadana y su líder, Carlos Mesa, ha hecho que, si bien el espacio político de la derecha se fragmente, no se pueda negar el éxito de algunos de sus candidatos locales, además representado por actores de posiciones mucho más radicales. Es el caso del triunfador a la alcaldía de Cochabamba Manfred Reyes Villa, exmilitar ligado en su juventud a las dictaduras militares, además de socio y, por tanto, cómplice del gobierno criminal de Sánchez de Lozada; o de Iván Arias en La Paz, personaje que, después de haber discurrido desde la izquierda hacia posiciones cada vez más reaccionarias, acabó siendo ministro del gobierno de facto y corrupto de Jeanine Añez.
Pero, sin duda, quien se coloca a la cabeza de la oposición de derecha en Bolivia es quien, desde el Comité Cívico de Santa Cruz, fuera principal artífice del golpe de estado de 2019: Luis Fernando Camacho, ganador con mayoría absoluta de la Gobernación de Santa Cruz, la región más rica y poblada de Bolivia. El discurso y práctica política de Camacho, basado en posturas identitarias claramente racistas, sumadas a un exacerbado discurso conservador religioso y a su estrecho vínculo con las élites agroindustriales del oriente, nos ponen ante la realidad de que Camacho utilizará la gobernación para confrontar y tensar las relaciones con el gobierno de Arce.
De hecho, la detención de Jeanine Añez para ser juzgada por el golpe de estado, tras ser derrotada como candidata a gobernadora del Beni, ha reactivado con fuerza la disputa por el relato de lo sucedido en 2019. Se contraponen la visión de la derecha, apoyada por amplios sectores de la clase media en el sentido de que lo sucedido fue una simple sucesión constitucional producida por la renuncia de Evo Morales ante las movilizaciones contra un supuesto fraude electoral, y el convencimiento de los sectores populares de que aquello fue un golpe de estado planificado y violento, lo cual puede atestiguarse con las masacres de Senkata y Sacaba con una treintena de muertos y la persecución política contra quienes se opusieron al golpe y gobierno corrupto de Añez. Finalmente, el triunfo del MAS con 55% deja claro que lo sucedido tiene a Añez y Camacho como responsables, que deben ser juzgados y castigados.
En síntesis, ante una derecha que no dudará en seguir conspirando para derrocar al gobierno y que tiende a radicalizarse, desde el campo popular y la izquierda toca reflexionar, reconducir los errores, coser las heridas que han dado lugar a las fracturas y entre todos y todas profundizar en un proceso de verdadera ruptura con las estructuras capitalistas, coloniales y patriarcales que impiden desarrollar un futuro de igualdad y justicia para el pueblo boliviano, articulada con las luchas de los pueblos del continente y del mundo en general.
* Militante de Askapena