Los mercenarios de Uruguay

La clase dominante, que no se ensucia las manos trabajando, tampoco quiere ensuciarlas con la violencia institucional y paga mercenarios para que repriman en su nombre.
En memoria de Raúl Sendic (1925-16 de marzo-2021).



Uruguay: Mercenarios

x Jorge Zabalza 
La Haine
26/04/2021
 
La clase dominante, que no se ensucia las manos trabajando, tampoco quiere ensuciarlas con la violencia institucional y paga mercenarios para que repriman en su nombre

Este texto es producto del intercambio de ideas en la “Coordinadora Oeste contra toda la LUC” y en la Mesa de Radio Activa. No existe mejor inspiración que los colectivos de compañeres.

En memoria de Raúl Sendic (1925-16 de marzo-2021)

Estado, orden jurídico y poder político…diferentes términos que se usan en ciencia política y filosofía del derecho, pero que, en realidad, describen el mismo fenómeno: el dominio de una clase social sobre las otras. Una clase que coacciona y reprime, en diferentes formas, a miles de familias confinadas en los campos de concentración de la periferia urbana; una clase que, para multiplicar su capital, impone su ley y su orden a las centenas de miles que ven esfumarse el poder adquisitivo de sus ingresos. Lo brutal de esa forma de vida vuelve muy necesaria la lucha para ponerle fin, es el fondo ideológico de cada conflicto concreto, la urgencia por liberarse del espanto.

La clase dominante, que no se ensucia las manos trabajando, tampoco quiere ensuciarlas con la violencia institucional y paga mercenarios para que repriman y coaccionen en su nombre. Les pagan para que disparen “munición no letal” (¡vaya eufemismo!) a manifestaciones pacíficas, al estilo carabineros de Chile. Para que fabriquen “falsos positivos” todos los días, imitando a vuestros colegas colombianos. Para que desalojen familias que no tienen otra salida que ocupar terrenos para vivir en casillas miserables. Son la fuerza de tareas de los dueños de todo. En la disyuntiva “con el pueblo o contra el pueblo”, se colocan fuera de la ley natural, esa que garantiza el derecho a la rebelión contra las tiranías, inclusive la del capital.

Si quieren ser abrazados por el movimiento popular, los mercenarios deberán pronunciarse por Verdad y Justicia y repudiar explícitamente los crímenes y los criminales de terrorismo de Estado. Deberán asumir el compromiso de aportar información sobre los desaparecidos, asesinados y torturados por la policía entre 1969 y 1985. Es más, le deben al pueblo explicaciones sobre los asesinatos en “democracia” de Guillermo Machado (1989), Fernando Morroni y Roberto Facal en Jacinto Vera (1994). Si quieren pertenecer al pueblo deberán saldar la deuda moral que contrajeron al ser miembros del aparato represivo. En definitiva, deben definirse de qué lado están.

No parece que la mejor ayuda haya sido consentirlos como a niños mimosos y facilitarles gratuitamente el orgullo de integrar el PITCNT, donde participan los trabajadores que ustedes reprimen. Al no exigirles respuestas trascendentales, el movimiento sindical se hizo eco de la aventura ideológica de “blanqueo” de la policía, del olvido y perdón a su participación en el terrorismo de Estado (1968-1985). Los mismos cánticos de sirena que se entonaron en febrero de 1973 y, atenuados, sonaron luego de la Masacre de Jacinto Vera (1994).

 

Un buen comienzo para ese necesario proceso de definiciones ha sido la suspensión del sindicato policial por la Mesa Representativa. El escándalo que se armó en el mundillo partidario y los medios de comunicación está obligando a tomar posición. Todas y todos, uniformados o sin uniforme, sienten necesidad de pensar sobre el rol de la policía en una sociedad de clases.

Los mercenarios tienen todo el derecho del mundo a organizarse en sindicatos para acordar con el Estado mejores salarios y condiciones de “trabajo”. Hasta pueden formar sus propias centrales amarillas con soldados y bomberos. En cambio, los sindicatos clasistas no tienen por qué convivir con el brazo armado de la clase dominante. La Convención fue creada en los ’60 para luchar por un mundo sin explotados ni explotadores y…¡¡¡sin Estado!!! Para integrar las filas del PITCNT, los mercenarios deben definir el lado del que están.

Obedecer sin pensar es la consigna de los mercenarios. No parece que posean condiciones para cuestionarse por sí solos las implicancias de asumir el papel de represor en la sociedad de clases. Por el contrario, lo más probable es que, por inercia, comodidad o pereza, continúen haciendo lo que siempre hicieron, saben hacer y volverán a hacerlo. La disciplina de los mercenarios es con sus mandos, no responden al movimiento obrero organizado en la Convención. Hasta es posible que operen como una quinta columna que espía y pasa información en democracia.

La historia muestra que las situaciones traumáticas, sin salida, estimulan las neuronas de los mercenarios… ¿será preciso encerrarlos con un corral de pueblo indignado e insumiso, movilizado, pacíficamente o no, que les exija apuntar las armas hacia la cumbre de la pirámide? La compulsión popular organizada parece ser el único modo de aclarar el entendimiento de los mercenarios. La presión desde abajo los ayuda a cobrar consciencia y a librarse de la sodomía a que se dejan someter cada día.

La creación de la CNT fue enriquecida con el modo de pensar del inolvidable Héctor Rodríguez. Sostenía que la unidad del movimiento obrero permitiría superar las formas de lucha por centro o por rama de trabajo. Avanzar como un todo y no en parcialidades separadas. Sentía que la unidad era estratégica para luchar por la transformación revolucionaria de la sociedad de clases, que iba más allá, mucho más allá, de las pequeñas batallitas. Culminar el plan de lucha en una huelga general por tiempo indeterminado, decía Héctor, es la forma de cuestionar la dominación de los dueños del Uruguay.

Es el legado que se recibe de la Tendencia Sindical de los ’60, el que, con diferencias de enfoque, pero con el acuerdo en la intención revolucionaria, reanimaron los sectores que propiciaron la suspensión de la quinta columna mercenaria. La tendencia combativa, liderada por Héctor, León Duarte, Eduardo Gallo y otros grandes dirigentes, debió hacer frente a otra corriente de pensamiento, la que postulaba eludir la confrontación directa y global con patronales y gobierno, para encontrar una “salida política” a la grave situación creada por el pachecato. El propósito era salir del conflicto de clases mediante un pacto social y político.

En las elecciones de 1971, la gambeta ideológica a la inevitable confrontación se tradujo como opción por la lucha parlamentaria para los cambios, estrategia que puso un freno al período de ascenso de la lucha popular que se había iniciado en 1968 y que, sin dudas, impulsó el levantamiento antes de tiempo de la Huelga General de 1973. Al parecer, sus herederos siguen apostando al parlamentarismo y a desincentivar el espíritu rebelde y combativo, seguros de que la conciliación con el capital es la alternativa.

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