Maíz, transgénicos y transnacionales

Esta compilación de artículos de Silvia Ribeiro se basa en el trabajo colectivo del Grupo ETC y abarca un período de 15 años desde que se descubre la contaminación transgénica del maíz nativo en México, su centro de origen. Un hecho relevante para todas y todos, porque el maíz es uno de los tres cultivos bases de la alimentación mundial.



Maíz, transgénicos y transnacionales

Redacción Desinformémonos

Esta compilación de artículos de Silvia Ribeiro se basa en el trabajo colectivo del Grupo ETC y abarca un período de 15 años desde que se descubre la contaminación transgénica del maíz nativo en México, su centro de origen. Un hecho relevante para todas y todos, porque el maíz es uno de los tres cultivos bases de la alimentación mundial.

Puedes descargarlo https://www.etcgroup.org/sites/www.etcgroup.org/files/files/ribeiro_maiz_transgenicos_trasnlacionales12abril.pdf


Compartimos el prólogo:

Insumos para la resistencia

Estas páginas escritas por Silvia Ribeiro tienen, como todo lo que ha hecho en su vida, una identidad colectiva. Esta vez, como parte del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), en su rol de directora para América Latina; y de la Red en Defensa del Maíz, espacio conformado por comunidades indígenas, mestizas y campesinas, y por cientos de organizaciones que actúan en un frente de lucha por la autonomía y la soberanía alimentaria.

La pandemia de la Covid-19 pone a Ribeiro en el centro de las referencias en Latinoamérica. Sus artículos repletos de datos producidos en ETC se han convertido en lectura obligada para tratar de entender el origen de un momento tan incierto. Lejos de la lectura común que apunta a un murciélago de Wuhan, una ciudad de China, Silvia Ribeiro explica que ahí se manifestó el virus por primera vez, pero que no necesariamente es su origen. “No le echen la culpa al murciélago”, es el título de la entrevista que le realiza la educadora popular y activista feminista Claudia Korol, desde Argentina.

El trabajo de Silvia es de largo aliento, se adelanta, predice la calamidad provocada por la agroindustria y por la producción en serie de animales en granjas; pero también habla de las alternativas, de las construcciones profundas de las comunidades originarias, de sus saberes y resistencias. Su conocimiento es generoso y está dirigido a la gente que sostiene el mundo, a la de abajo, a los y las campesinas que dan de comer a la mayor parte de la humanidad, que conservan sus formas de organización y que tienen sociedades en las que se define la vida. No es gratuito, dice ella, que en la actual pandemia sean las comunidades las que se han autoorganizado para protegerse de la enfermedad, tanto de ésta como de otras que les han llevado.

La palabra escrita de Silvia Ribeiro, ahora compilada en este volumen, contiene datos producto de investigaciones rigurosas que, aunque desafían la institucionalidad académica, científica y política, no dicen nada que no se pueda corroborar. Por eso también la enorme importancia de que estos datos sirvan a la organización de la gente y sean insumos para la resistencia. Ni más ni menos.

Con sus artículos y conferencias sobre soberanía alimentaria, autonomía comunitaria, impactos ambientales y en la salud de los nuevos desarrollos biotecnológicos, Silvia Ribeiro desafía los poderes económicos y fácticos. Va a contracorriente, desnuda las mentiras de las transnacionales y demuestra, por ejemplo, que no es verdad que la cadena industrial nos alimenta, sino que sólo nos enferma. Silvia, así, des-informa, tira los mitos sobre los que está basado el sistema capitalista.

Lo que ella escribe es lo mismo que dice en una conferencia frente a la comunidad académica o ante una asamblea de indígenas y campesinos, de quienes toma referencias organizativas al tiempo que los provee de datos para entender la dimensión de la embestida neoliberal sobre sus territorios. Sus artículos son leídos también por las redes urbanas y académicas receptoras de un mensaje no pocas veces incómodo para sectores del establishment científico, de manera clara en el tema de los transgénicos.

El trabajo de Ribeiro converge con los movimientos de la ciencia digna o crítica, cuyo referente es el investigador argentino Andrés Carrasco, quien puso en jaque al sistema científico subvencionado por el Estado en connivencia con las empresas. Silvia se inserta en esa otra forma de hacer ciencia, siempre en diálogo con otras formas de conocimientos y perspectivas, desde los sentires y necesidades de las comunidades urbanas y rurales.

Silvia Ribeiro es parte de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL), asociación en la que se reconoce a los centros de investigación independientes como ETC y existe un diálogo entre la ciencia digna dentro de los espacios académicos.

En este, su primer libro, coexisten todas las Silvias: la investigadora, la periodista, la activista, la mujer latinoamericana comprometida con la construcción de un mundo mejor y más digno.

La Comunidad del Sur en Montevideo

El acta de nacimiento de Silvia Ribeiro dice que nació en Uruguay y su acento, a pesar de que tiene 21 años de vivir, producir y luchar desde México, lo confirma. Su nacionalidad, de cualquier forma, la marca y la construye y, también, la obliga desde muy joven a salir del país cuando el totalitarismo se instala y su vida, como la de miles de uruguayos que participan en actividades políticas, corre peligro.

En 1973 reina la oscuridad en Uruguay, siguiendo el ritmo dictatorial de Chile y Argentina. Silvia tiene sólo 16 años y milita en el movimiento estudiantil. Es una época en la que los uruguayos están clasificados en categorías A, B y C. En la C están los subversivos; en la B los que se sospecha que los son; y en la A los que aún no se sabía si eran o no subversivos. Nadie está fuera de alguna forma de sospecha.

Antes, con apenas 13 años, la Silvia adolescente es detenida por repartir en la calle volantes sobre reivindicaciones estudiantiles. En esa época el movimiento estudiantil en Uruguay es muy fuerte. Todo el país está en ebullición, al tiempo que se levanta la guerrilla del movimiento tupamaro.

Silvia Ribeiro cursa la preparatoria y desde ese momento opta por la modalidad científica, participa en el movimiento estudiantil y se involucra con la Comunidad del Sur, una cooperativa integral de vida y de trabajo, que cuenta con una editorial y una imprenta de la que surge el mayor número de libros de las editoriales pequeñas en Uruguay. Ahí Silvia es tipógrafa.

La Comunidad del Sur, espacio en el que permanece 20 años, es fundacional del trabajo posterior de Ribeiro. La organización, por el sólo hecho de tener una imprenta y tener a jóvenes viviendo juntos, es considerada subversiva y es contantemente allanada por el Estado. El punto más álgido del acoso es cuando les “descubren” (era pública y conocida) una finca de tres hectáreas en un suburbio de Montevideo y el ejército los acusa de ser un centro de entrenamiento para la guerrilla, lo cual era absolutamente falso, pero la verdad no importaba. Es 1976, tres años después del golpe militar que impone una dictadura que permanece hasta 1985, y Silvia tiene 19 años cuando sale del país.

Con el golpe se inicia una cadena de represiones: primero contra el movimiento de los tupamaros (Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros); después contra el Partido Comunista; siguieron los anarquistas y luego el resto de los colectivos y organizaciones. Silvia y sus compañeros salen de Uruguay a Perú, donde permanecen un año, pues en el país andino se produce otro golpe militar y son forzados a salir. En las oficinas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR) les dan dos opciones: Suecia o Canadá. Y elijen la primera.

Como la mayoría de los refugiados, Silvia piensa que el exilio será cuestión de meses. Pero son 14 años los que permanece en Suecia, periodo en el que estudia y junto a sus compañeros de la Comunidad trabaja con organizaciones locales, reconstruye una cooperativa y rehace la editorial que llevaría el nombre de “Nordan”. Ahí, conoce personalmente y se forma en los debates comunitarios con pensadores como Murray Bookchin,  Cornelius Castoriadis, René Lourau, Marianne Enckell, Eduardo Colombo, Heloísa Castellanos.

Ecología social versus ambientalismo

En el exilio, Silvia Ribeiro encuentra una de sus principales referencias en ecología y medio ambiente: Birgitta Wrenfelt, fundadora de Amigos de la Tierra Suecia, organización con raíces en el movimiento medioambiental radical de los 70. Silvia se identifica entonces con la corriente que cuestiona a los movimientos ambientalistas europeos, desde la aportación del pensamiento latinoamericano que ofrece la ecología social, alejada del ambientalismo y cercana a lo que piensa la gente y las comunidades. Y aquí la inspiración para ella es el etnólogo, antropólogo y escritor mexicano Guillermo Bonfil Batalla, con el que descubre el mundo indígena. En este momento la Comunidad tiene claro que el capitalismo no sólo es un fenómeno de explotación económica y social, sino que está íntimamente asociado a la devastación y explotación del medio ambiente y de toda forma de diversidad, ya sea cultural o biológica.

Finalmente, cuando en 1992 el grupo regresa a Uruguay, siete años después de que cae la dictadura, sus integrantes restablecen la Comunidad del Sur y levantan una finca de producción agroecológica y demostrativa, en la que imparten cursos a los alumnos de las escuelas de Montevideo que asisten para aprender cómo se produce ecológicamente. En este espacio construyen también casas de barro para recuperar tradiciones campesinas e indígenas, de tal manera que la formación de los miembros de la Comunidad no sólo es académica o autodidacta, sino también ligada a resolver una vida más justa, más libre y más de acuerdo con la naturaleza.

Poco después de su regreso a Montevideo, Silvia forma parte de la organización ecologista REDES – Amigos de la Tierra. Al mismo tiempo, colabora en Tierra Amiga, la primera revista ecologista de Uruguay, que se publica durante diez años y en la que figuran en el equipo de redacción Raúl Zibechi, Carlos Amorín, Aníbal Paiva, Ruben Prieto y Jorge Barreiro. Tiempo después es la primera editora de la revista Biodiversidad, Sustento y Culturas, cargo que actualmente está en manos de uno de sus principales compañeros en México, Ramón Vera Herrera.

En ese tiempo, bajo la dirección de Joan Martínez Alier, economista ecológico catalán que vivía en Ecuador, la Comunidad del Sur crea el Instituto Latinoamericano de Ecología Social.

El levantamiento zapatista

Opina Silvia que en Uruguay había un desconocimiento o ceguera, que rayaba en el racismo, de la existencia de otras realidades culturales, algo que ahora ha cambiado bastante con las nuevas generaciones. Aún así,  se ve la historia como descendientes de migrantes europeos. Por eso, para ella fue un alud de emociones y pensamientos comprobar  la existencia de otros mundos vivos y en resistencia, con su enorme complejidad y sabiduría. Ella, que por ser blanca fue discriminada en Perú, y que por no ser rubia padeció el racismo en Suecia, hizo conciencia de que en su país de origen lo había vivido siempre.

Y en esa complejidad la toma por sorpresa, como al resto del mundo, el levantamiento indígena zapatista de México, el primero de enero de 1994, evento que, considera Ribeiro, cambió la discusión política, ideológica, social y cultural en el planeta. Un levantamiento que, añade, es de los más largos en términos de resistencia y de creación, y de los más importantes que ha habido en la historia del último siglo, junto a los movimientos protagonizados por los palestinos, los saharauis y los kurdos.

La repentina aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) conmovió al mundo entero y Uruguay no fue la excepción. La clave para Silvia fue que el levantamiento impacta por señalar no sólo que los más oprimidos y los más olvidados no son los más pobres, sino también que son capaces de plantearle un gran desafío al sistema capitalista, además de decidir sobre sus territorios y sobre cómo quieren vivir en ellos.

En los meses y años siguientes vienen los encuentros internacionales convocados por los zapatistas y Ribeiro se vincula con diversas redes sociales mexicanas. En 1999 llega a México con la perspectiva de entender y relacionarse con los movimientos campesinos, indígenas y ambientalistas. Y aquí, en la efervescencia del movimiento indígena, redescubre a Guillermo Bonfil Batalla y se da cuenta de que todo México está poblado de gente, “normal y corriente, pero absolutamente increíble”, que son los comuneros y las comuneras campesinas e indígenas.

Desde su llegada a México inicia su trabajo con ETC y colabora también con el Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano (Ceccam) y con el Grupo de Estudios Ambientales, GEA, y en el 2002 se integra al cuerpo de articulistas del periódico La Jornada, en el que permanece desde entonces. Actualmente, sostiene también una columna en el portal Desinformémonos.

El gran asunto con el que Silvia Ribeiro se sumerge en el corazón de la cultura mexicana es la contaminación transgénica del maíz. ETC, cuando se llamaba RAFI (Fundación Internacional para el Progreso Rural) es la primera organización en el mundo que discute los transgénicos, la primera en llamar la atención sobre la existencia de empresas transnacionales que compran semillas a otras empresas, apropiándose y patentando las semillas campesinas de todo el mundo. Ya se hablaba entonces de que eran empresas que manipulaban genéticamente las semillas para hacerlas resistentes a sus agrotóxicos. Éste es uno de los temas principales a los que se aboca Silvia y se ve reflejado a lo largo de estas páginas.

Al inicio de este siglo en México había dos temas en ebullición, que trabajaba el grupo ETC: la contaminación transgénica del maíz, que se había encontrado en Oaxaca en 2001; y cuatro grandes contratos de biopiratería, en donde empresas y universidades de Estados Unidos se llevaban el conocimiento y las plantas de las comunidades indígenas para patentarlas en ese país, tema éste en el que trabaja junto a Andrés Barreda. Para denunciar estas problemáticas se forma la Red en Defensa del Maíz, a la que Silvia se refiere en el primer artículo de este libro como una manifestación de algo mucho más extenso y profundo: el papel de los pueblos indígenas en la producción de alimentos, teniendo el maíz y la milpa como centro.

Cuando Silvia Ribeiro expone los temas en los que es una especialista nunca habla en singular, todo lo conjuga en colectivo, pues desde joven forma parte de construcciones comunitarias. Como parte de ETC denuncia cómo operan las empresas con el mayor mercado de semillas y de agrotóxicos, y cómo el cien por ciento de las semillas transgénicas, las cuales, dice, no sólo pisotean y desprecian a las comunidades, también “se han metido en los lugares más íntimos de todas y todos, pues cada persona que come algo industrializado se está llenando de químicos su cuerpo y luego vienen enfermedades como la diabetes o la obesidad, entre muchas otras”.

Las empresas de semillas como Monsanto y Bayer, a las que ETC les sigue la pista con precisión, son la llave de toda la cadena alimentaria. Sin semillas, afirma Silvia, “todo lo demás no funciona, eso ellas lo saben y por eso tratan de eliminar las semillas campesinas”.

La producción industrial de animales

Silvia Ribeiro explica que en las últimas dos décadas, a la par de la expansión de la agricultura industrial, ha aumentado la cría intensiva y masiva de pollos, cerdos y vacas en lugares confinados, dando lugar a la generación de animales genéticamente uniformes debido a que no se reproducen de forma natural, que se convierten en verdaderas fábricas de virus y de bacterias resistentes a los antibióticos.

La científica, articulista y activista aclara que no se refiere al origen específico del coronavirus, pero, afirma, en estos lugares de confinamiento se producen la gripe porcina y la gripe aviar, entre otras enfermedades. Y cita datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que advierten que 75 por ciento de las nuevas enfermedades infecciosas son de origen animal y, dentro de ellas, la mayor parte viene de criaderos industriales, sobre todo de pollos y cerdos.

En pocas palabras, explica la experta, son las transnacionales de la alimentación las que están detrás de la mayor parte de las enfermedades por las que se muere la gente. Ribeiro sostiene que 72 por ciento de la población en el mundo se muere de enfermedades no transmisibles, como la diabetes, padecimientos cardiovasculares como la hipertensión, y los cánceres, sobre todo digestivos, y “todo está relacionado con la producción de comida basura, industrializada y con agrotóxicos”. Y además, explica, el otro 28 por ciento también está vinculado al sistema alimentario, pues la mayoría surge de las enfermedades infecciosas que se producen por la producción sistemática de virus y bacterias resistentes a los antibióticos en los grandes criaderos industriales de animales .

Para ella es claro que el problema con las transnacionales no es sólo la explotación directa de los trabajadores, sino también la explotación de la salud y del cuerpo mismo de la gente. Representan, en resumen, la destrucción de las comunidades y de todas las relaciones que producen de otra manera.

Lo paradójico es que el rol de ETC ha sido denunciar el papel de los sistemas alimentarios y de las corporaciones de la cadena agroindustrial, pero también ha mostrado, a través de datos suyos y de otras organizaciones, que la mayor parte de la población mundial depende para su alimentación de las redes campesinas, de la producción en el campo y en huertas urbanas, de los pastores y pescadores e incluso de la recolección y de la caza tradicional. De aquí, a pesar de todo, sigue comiendo la mayoría.

El grupo ETC ha publicado tres actualizaciones en las que demuestra que las transnacionales que tienen más de 70 por ciento de la tierra, del agua y de los recursos, solamente alimentan el equivalente al 30 por ciento de la población mundial. Pero, explica Silvia, “por cada peso que pagamos de comida industrializada, pagamos dos pesos en gastos de salud y medio ambiente, y eso no lo pagan las industrias, sino la gente”.

Por fortuna, como dice Silvia, lejos de pedir limosnas al agresor, “hay otro proceso que crece todo el tiempo, desde abajo, tejido desde muchos puntos, diverso como lo que defienden, donde las gentes del maíz se organizan, discuten y se manifiestan”. Y es para ellos y ellas que ofrece estos escritos envueltos como tamal.

Gloria Muñoz Ramírez

Ciudad de México, octubre de 2020