Chalecos amarillos, un balance provisional
Carlos Taibo
Uno de esos hechos asume la forma de la enorme dificultad que arrastramos en materia de predicción de lo que está llamado a ocurrir con movimientos de muy diverso cariz y, más allá de ellos, con la biología de la realidad social. Y eso que en Francia se habían revelado al respecto señales de muy diverso orden, como las que asumieron la forma del rechazo popular de la llamada Constitución europea en 2005, del crecimiento paulatino de la abstención electoral, del auge del Frente Nacional, de la manifestación de movimientos varios en las banlieues de las grandes ciudades o, más recientemente, de la aparición de iniciativas como Nuit Debout. Parece servida la conclusión de que los treinta gloriosos –la edad de oro de los Estados del bienestar– han quedado muy atrás, de tal suerte que las reglas del juego correspondientes han sido dinamitadas.
Estamos, por lo demás, y habrá que volver sobre el argumento, ante un movimiento enormemente dispar, del que todo, o casi todo, puede decirse. Bastará con recordar que, al menos inicialmente, parecía incalificable, portador como era de muchos elementos propios de la derecha que, con el paso del tiempo, y de la mano de una confluencia de luchas, parecen haber remitido a medida que los chalecos amarillos se politizaban, se expandían y recibían apoyos intensos en la sociedad francesa1.
Los chalecos amarillos han configurado, en fin, y en palabras de Étienne Balibar, un genuino contrapoder2. Un contrapoder débil pero eficaz que, inasible por las instituciones tradicionales, disfrutaría de una fortaleza que se derivaría, no sin paradoja, de su liquidez, de su multiplicidad y de su fuerza difusa3. Por detrás lo que despunta, con toda evidencia, es una crisis general de los mecanismos de representación política, en el buen entendido de que los chalecos amarillos no son su causa, sino una de sus manifestaciones. Y una crisis, también, y por cierto, de la representación sindical al uso.
1. El movimiento de los chalecos amarillos vio la luz en el otoño de 2018, y en primera instancia lo hizo al amparo de un cuestionamiento franco de la figura de Macron, “el presidente de los ricos”, retratado una y otra vez como arrogante y envanecido, y emplazado muy lejos de cualquier proyecto orientado a moralizar, como pretendía la retórica oficial, la política francesa. El movimiento bebía de una percepción muy extendida que entendía, con razones sólidas, que la clase política vive al margen de los problemas de la gente de a pie, víctima, esta última, de la precariedad, del desempleo, del deterioro de los servicios públicos y de constantes subidas de impuestos que, en cambio, no afectaban a las capas más ricas de la población. “No nos escuchan, nos desprecian”, se ha escuchado en más de una ocasión. Lo que se revelaba era, en paralelo, una conciencia repentina –sin duda debía haberse hecho valer mucho antes– de que el Estado no sólo no protegía a las gentes de abajo en ámbito alguno: se entregaba, antes bien, a su represión. Si la elección de Macron como presidente supuso un golpe durísimo para los partidos clásicos, la aparición de los chalecos amarillos ha acarreado un golpe no menos duro para la credibilidad del proyecto macroniano4.
2. Pocas tareas hay más difíciles que la de trazar un perfil de las personas integrantes del movimiento de los chalecos amarillos. Intentaré, aun así, acometer la tarea correspondiente. El movimiento lo integran ante todo gentes que son trabajadoras en activo o jubiladas, con una media de 45 años de edad, integrantes de las clases populares o de una clase media en proceso de desclasamiento. En él parece registrarse una mayor presencia de personas empleadas que de obreras, en el buen entendido de que entre sus integrantes se hallan también gentes que trabajan en la artesanía, en el comercio –unas y otras están más presentes que en el conjunto de la población– y miembros del pequeño empresariado. En general, quienes participan del movimiento se vinculan con instancias productivas tradicionales, alejadas de la lógica de la globalización, y en un 74% de los casos se hallan en situación de precariedad5. Los cuadros directivos están, por otra parte, poco representados. Apenas hay jóvenes y –parece– se dan cita pocas personas desempleadas.
Entre los chalecos amarillos se registra una presencia masiva de mujeres: un 56% de la militancia, según Vandepitte6, y un 45%, según Farbiaz7, serían tales, con franca mayoría de las mujeres trabajadoras pobres8, a menudo madres de familias monoparentales, con salarios más bajos que los de los hombres, trabajos precarios, con frecuencia a tiempo parcial, y graves problemas en materia de conciliación. No parece particularmente relevante, con todo, la presencia de mujeres que disfrutan –es una manera de hablar– de pensiones muy reducidas. En términos generales, tampoco parece que las capas más pobres de la sociedad francesa participen activamente del movimiento, en el que es, en fin, escasa la presencia de población inmigrante.
Aunque a menudo se ha sugerido que los chalecos amarillos proceden de zonas rurales, en la mayoría de los casos no se trata de miembros del campesinado entendido en el sentido tradicional. En semejante contexto a duras penas sorprenderá que la condición de clase de la militancia del movimiento sea difusa, como lo demostraría el hecho de que junto a integrantes del proletariado precarizado se den cita miembros de una clase media endeudada y empobrecida. El panorama se enrarece aún más si se certifica la presencia en ascenso de gentes que habitan en los barrios populares de las grandes ciudades, gentes que en unos casos se suman por solidaridad y en otros por compartir las demandas del movimiento9. De este último han sacado provecho, por lo demás, grupos humanos que, como los vinculados con la policía, la enfermería, el profesorado o el estudiantado, han procurado mejorar su situación profesional. En este terreno los chalecos amarillos habrían operado como estímulo para que se reaviven otros conflictos.
Según una encuesta que cita Farbiaz, un 15% de los chalecos se sitúa en la extrema izquierda, un 42,6% en la izquierda, un 6% en el centro, un 12,7% en la derecha y un 5,4% en la extrema derecha10. Muchos de los chalecos amarillos, acaso la mayoría, se niegan, de cualquier modo, a ubicarse en un eje izquierda-derecha, del que recelan. Casi la mitad de la militancia se manifestó en la calle por vez primera en su vida al calor del movimiento, en tanto sólo un 44% había participado en una huelga con anterioridad11.
3. Importa, y mucho, prestar atención a la procedencia geográfica de los chalecos amarillos. E importa porque por momentos se hace evidente que, junto a los problemas tradicionales, frecuentemente vinculados con la inmigración, de los suburbios de las grandes ciudades hay otros que remiten a la situación de la Francia castigada sin paliativos por el proceso de globalización. Al respecto se ha revelado una conciencia clara de los efectos negativos de esta última, que acercan a grupos humanos muy diversos en una Francia periférica que se opone a la de las metrópolis, claramente integrada en la economía-mundo12. No está de más que recuerde al respecto que la globalización suscita, como parece inevitable, percepciones muy diferentes. Bastará con recordar que mientras el 68% de quienes pueden describirse como cuadros dirigentes ven en ella una oportunidad, el 74% de los integrantes de la clase obrera la percibe, en cambio, como una amenaza13.
Se ha hablado de una Francia que se levanta contra las élites parisinas – pareciera como si para muchos chalecos amarillos los conceptos de parisino, burgués y explotador estuviesen muy próximos14– y, de manera más precisa, se ha identificado lo que se ha dado en llamar la diagonal del vacío. A los ojos de Hervé Le Bras, esta Francia incorpora departamentos caracterizados por un activo despoblamiento. En ellos se dan cita zonas rurales o semirrurales preteridas que pierden comercios, maternidades y servicios públicos, en las que hay que recorrer distancias importantes para acudir al trabajo, trasladarse a la escuela o presentarse en un hospital, en las que los habitantes a menudo no pueden disfrutar de vacaciones y en las que se registran, en suma, un incremento visible de las desigualdades y la desaparición, en los hechos, de los ascensores sociales. Hablo, en otras palabras, de la Francia que acoge a gentes que no parecen importar a nadie.
En la trastienda lo que despunta –lo repetiré– es una confrontación entre las metrópolis, por un lado, y las ciudades pequeñas y el mundo rural, por el otro, en el buen entendido de que no se antoja sencillo identificar, en términos demográficos, cuál es la Francia urbana y cuál la rural. Comoquiera que los límites entre una y otra son a menudo difusos, Christophe Guilluy prefiere hablar de una colisión entre territorios dinámicos y territorios marcados por la fragilidad social15. Estos últimos dependerían en exceso del empleo público y de actividades tradicionales manifiestamente en retroceso. Según el propio Guilluy, en la Francia periférica –el asiento principal de los chalecos amarillos– se daría cita nada menos que el 61% de la población del país16.
4. La principal forma de acción de los chalecos amarillos ha sido la ocupación de rotondas y, con ella, también la de los servicios de peaje de las autopistas, acompañada con frecuencia de la inutilización de los radares de control de velocidad de las carreteras. En todos estos casos, como en el de las numerosas manifestaciones desarrolladas, las acciones se han hecho valer sin respetar las normas legales y al amparo de lo que las más de las veces han sido prácticas espontáneas fuera de control.
Dos son las dimensiones que me interesa rescatar en relación con estas cuestiones. La primera obliga a subrayar que los chalecos amarillos habrían abierto el camino a una suerte de tercera modalidad de huelga que se agregaría a dos ya conocidas. Estas últimas son la huelga de producción, que traba –como su nombre indica– la generación de bienes y de servicios, y la huelga de consumo, que hace lo propio con el consumo de esos bienes y servicios. Las ocupaciones de rotondas apuntan, como acabo de sugerir, a una tercera modalidad, que tal vez podría llamarse huelga de distribución. Su objetivo mayor es impedir que, en virtud del despliegue de trabas a la circulación de vehículos, los bienes lleguen a los centros comerciales. Esta forma de control de determinados espacios ha sido particularmente lesiva para los intereses de las grandes superficies.
La segunda dimensión que invocaba vuelve en más de un sentido sobre un argumento que ya me ha atraído: los chalecos amarillos no se nutren de las capas más pobres de la sociedad, como lo vendría a demostrar el hecho de que en muchos casos sus demandas guardan relación expresa con el automóvil y su mundo. No se olvide al respecto que el movimiento surgió de resultas del designio de oponerse a la enésima subida en el precio de los carburantes y que en la mayoría de los casos estamos hablando, obviamente, de gentes que disponen de un automóvil. A tono con lo sugerido, muchas de las demandas, o al menos de las demandas iniciales, formuladas por el movimiento subrayaban la dificultad de hacer frente a las exigencias derivadas de la disposición de un automóvil que, según una estimación, se llevaba a menudo un 20% de los salarios más bajos17.
5. Una de las críticas comúnmente vertidas sobre los chalecos amarillos es la que identifica en éstos vínculos estrechos con la derecha y, más aún, con la extrema derecha. Hay quien ha creído ver en aquellos, y quien piensa todavía que la descripción es correcta, un movimiento poujadista de la pequeña burguesía reaccionaria18. A los ojos de cierta derecha, y por otra parte, los chalecos amarillos serían los verdaderos franceses, muy alejados de los movimientos radicales de los suburbios urbanos. Desde esta perspectiva, Francia estaría desapareciendo, los inmigrantes se beneficiarían de políticas que no beneficiarían, en cambio, a los franceses, los judíos controlarían los bancos y los medios de comunicación, los comisarios de policía serían masones…19. Estas percepciones a duras penas pueden sorprender. Al fin y al cabo, las áreas geográficas de manifestación de los chalecos amarillos lo han sido también, en muchos casos, de asentamiento del Frente Nacional, una fuerza que procuraba responder, bien que con claves las más de las veces diferentes, a los problemas correspondientes.
Tiene sentido que recoja un puñado de observaciones que redundan en esa interpretación del movimiento como una iniciativa vinculada con la derecha. Se han identificado en aquel, bien que con presencia limitada, conductas racistas y sexistas, y también mensajes antisemitas. No han faltado tampoco entre los chalecos amarillos las demandas encaminadas a alentar medidas duras contra la inmigración. Aunque la cuestión es compleja, muchas de las defensas de la soberanía nacional beben también del discurso de determinados segmentos de la derecha tradicional. Más allá de lo anterior, y de manera tal vez más consistente, a menudo se ha señalado que son muchos los chalecos amarillos que no buscan otra cosa que el beneficio propio, lejos de cualquier proyecto colectivo y solidario. Con frecuencia, y por añadidura, no consta que la militancia de hoy haya mostrado su solidaridad con muchas de las huelgas registradas en el pasado20.
Hay quien estima, por lo demás, que los sectores de derecha extrema que se han acercado al movimiento, o que han formado parte de él desde el principio, rara vez acogen, sin embargo, a militantes del partido de Marine Le Pen, una fuerza política que contemplaría a los chalecos amarillos con ojos más bien escépticos y desconfiados21. Las cosas como fueren, parece que cabe identificar –como inmediatamente tendré la oportunidad de subrayar– un fracaso general de la extrema derecha a la hora de colocar en primer plano sus demandas y, con él, un retroceso general de sus activistas.
6. Ya he señalado que en inicio el movimiento de los chalecos amarillos reclamó la desaparición de una tasa que debía gravar los carburantes. Más allá de ello, exigió que se pusiese fin a una larga etapa de reducción del poder adquisitivo, de subida de los precios de los alquileres y de deterioro de los servicios sociales.
Con el paso del tiempo, parece evidente, sin embargo, que las demandas se precisaron, se ampliaron y, en su caso, se vieron completadas con otras. Recordaré al respecto, por ejemplo, cómo por detrás de la solicitud de que desapareciese la tasa sobre los carburantes despuntaba una clara conciencia en lo que atañe a un hecho: los recursos obtenidos en virtud de tasas como esa no se destinaban, o solo eran asignados tangencialmente, a encarar los problemas medioambientales. El Gobierno francés no tenía, por otra parte, ninguna intención de prohibir el queroseno o los viajes de los cruceros. Las víctimas eran, como siempre, las gentes de abajo, llamadas a pagar una imaginable reconversión ecológica de la economía. El movimiento acabó planteando, en fin, otras medidas, como las relativas al aislamiento térmico de viviendas, llamado a permitir la reducción del consumo de energías fósiles, al establecimiento de impuestos más altos sobre el fuel marítimo y el queroseno, a la gratuidad del transporte público o a la búsqueda de alternativas al automóvil. Y asumió con claridad que la lucha contra el cambio climático debía suponer que se restrinjan las posibilidades al alcance de quienes –las grandes empresas– son responsables mayores de aquel.
Se verificaron también cambios en lo que atañe a la forma de afrontar la inmigración, y eso que, según un estudio que cita Farbiaz, un 48% de los chalecos amarillos parecía estimar que en materia de empleo la población francesa debía disfrutar de prioridad ante la inmigración regular22. Aun con ello, si al principio se reivindicaban en su caso políticas represivas, con el paso del tiempo se postularon medidas encaminadas a mejorar la situación de las personas refugiadas y sin papeles, al amparo de una incipiente conciencia de que muchos problemas eran comunes y de que había que integrar a la inmigración en la lucha de los chalecos. En esta deriva es lícito sostener que tuvo su influencia el hecho de que se incorporasen al movimiento sectores urbanos vinculados con los movimientos sociales críticos desplegados en los años anteriores.
Cada vez ha sido más notoria, en suma, la manifestación de discursos anticapitalistas que, con vocación de contestación general, colocan la igualdad y el medio natural en lugares centrales de las demandas. Y a menudo ha sucedido, también, que aquellas de entre estas que parecían poco ambiciosas encontraban en los hechos una radicalidad mayor que la que correspondía a tantas consignas grandilocuentes.
7. El retrato que, desde los estamentos oficiales, se ha ofrecido de los chalecos amarillos ha sido cualquier cosa menos matizado. En su esencia se ha asentado en la afirmación de que la militancia correspondiente forma parte de lo peor, de lo más descarnado, de lo más ignorante, de lo menos respetable, de la sociedad, de tal suerte que es carne de cañón al servicio de discursos irracionales procedentes de la izquierda y de la derecha. Esa militancia reflejaría, por añadidura, la incapacidad lamentable de una parte de la sociedad francesa en lo que se refiere a la integración en la lógica de una globalización modernizadora y liberadora. El retrato que me interesa ilustraría, del lado de su emisor, la presencia de lo que Edwy Plenel describe como una combinación de “desprecio de clase, temor a lo desconocido, rechazo de lo inédito, miedo del que tiene algo que perder, confort del sabio, postura de vanguardia, crispación del político profesional”23. O, por decirlo con otras palabras, revelaría el ascendiente de una percepción maniquea que contrapondría “debate frente a manipulación, apertura frente a crispación, racionalidad frente a conspiración, opiniones políticamente correctas frente al discurso del odio, pragmatismo frente a fantasmas, historia frente a mitología, gobernanza frente a irracionalismo”24.
Por detrás de ese retrato se barrunta, claro, un visible esfuerzo de distorsión, de caricaturización, de la realidad que identificaría sin más, en los chalecos amarillos, un movimiento violento y extremista articulado por salvajes que no creen en la representación democrática y que no son conscientes de las dificultades que los gobernantes tienen que encarar. Pero se manifiesta también un pánico no ocultado ante lo que no se conoce ni se controla, con una consecuencia principal: comoquiera –se nos dice– que los chalecos son gentes incultas y desinformadas, sus opiniones no merecen ser tomadas en consideración. Este discurso trae a la memoria, por cierto, las posiciones de un sinfín de responsables políticos de la UE que han señalado, con singular desparpajo, que no tiene sentido organizar referendos sobre materias polémicas.
Cierto es, con todo, que la reacción de los estamentos oficiales ha tenido una consecuencia material mucho más relevante: la que ha asumido la forma de un respaldo franco a formas varias de represión. Desde los hechos de mayo de 1968 ningún movimiento había provocado una respuesta represiva tan dura. Entre mediados de noviembre de 2018 y mediados de febrero de 2019 más de tres mil personas fueron heridas en el transcurso de manifestaciones y cortes de tráfico25. Entre el 17 de noviembre y el 21 de diciembre, por otra parte, diez personas perdieron la vida; nueve de ellas lo hicieron de resultas de accidentes de carretera26.
La dura represión policial se ha visto completada con medidas que recuerdan poderosamente a la llamada ley mordaza española: detenciones, procesamientos, encarcelamientos, multas… No ha suscitado, sin embargo, mayores controversias en los círculos de poder. Las fuerzas vivas, incluidas algunos sindicatos, han criticado con dureza la violencia de los chalecos amarillos sin hacer otro tanto con la ejercida por la policía. Esta última ha exhibido, en suma, un sesgo llamativo que queda bien retratado de la mano de una frase incluida en el libro Les gilets jaunes: points de vue anarchistes,coordinado por Monica Jornet: “La policía desaparece cuando cierran los supermercados”27.
8. A duras penas sorprenderá que en semejante escenario hayan menudeado, del lado de los chalecos amarillos, las críticas vertidas contra los medios de comunicación y, por extensión, contra la intelectualidad y la politología. Esas críticas dan por demostrado que la mayoría de los primeros se han entregado a la manipulación más abyecta, lejos de cualquier descripción más o menos aséptica de los hechos. Al respecto se han identificado estrategias mediáticas varias, como las que han invitado a distinguir entre chalecos buenos y malos, a sugerir la influencia de potencias extranjeras, a asimilar el movimiento a posiciones extremistas, a distorsionar los daños producidos por manifestaciones y cortes de tráfico28 o, en otro plano, a exagerar una y otra vez la presencia de discursos xenófobos y sexistas. Por encima de todo, se ha tomado nota de que muchos medios no parecían reivindicar otro horizonte que el que planteaba la necesidad de recuperar cuanto antes “la normalidad”.
De las críticas que ahora me interesan no se han librado en modo alguno muchas figuras intelectuales que han contribuido poderosamente a apuntalar el discurso oficial. Hay quien ha recordado al respecto que en 1871 fueron muchos los intelectuales que se opusieron ferozmente a la Comuna de París y cerraron filas con las gentes de orden. Ente los chalecos amarillos, que han hecho y hacen un uso intenso de las redes sociales, se ha tomado nota, en fin, de que la militancia habla una lengua distinta de la que emplean la clase política, quienes mueven los hilos de la tecnocracia y el estamento profesoral.
9. Se ha invocado a menudo el carácter libertario, o anarquizante, de muchas de las prácticas y de las demandas de los chalecos amarillos. Al respecto pueden identificarse, ciertamente, realidades interesantes, mezcladas, aun así, con otras que no lo son tanto. Si bien está, en cualquier caso, que se enuncie lo que se estima que falta, o que sobra, entre los chalecos amarillos, hay que valorar, ante todo, qué es lo que estos últimos aportan en este terreno. ¿Cuáles son los elementos mayores que invitan a atribuir una condición libertaria a los chalecos amarillos?
El primero lo aporta el rechazo del sistema político como un todo, visiblemente acompañado, las más de las veces, de un rechazo paralelo de la “oligarquía de los competentes” de la que hablaba Paul Ricoeur29. El segundo llega de la mano de una apuesta por un movimiento sin líderes, asentado en mandatos imperativos y en delegaciones revocables. Al respecto parece que resuenan las palabras recogidas en un texto difundido por los communards parisinos en 1871: “No perdáis de vista que los hombres que os servirán mejor son los que elegiréis entre vosotros, los que viven vuestra vida y comparten las mismas palabras. Desconfiad de los ambiciosos y de los recién llegados: unos y otros sólo se mueven por su propio interés y siempre acaban por considerarse indispensables”30. En un tercer estadio, el movimiento se ha configurado al margen de sindicatos –que se entiende son a menudo copartícipes de la lógica del sistema y suelen dar la espalda a la clase trabajadora– y partidos. En este orden de cosas no está de más agregar que no han progresado, o apenas lo han hecho, los intentos de forjar listas electorales basadas en los chalecos amarillos. En un cuarto escalón, estos últimos han apostado por la autoorganización y en algunos casos han reivindicado formas de municipalismo libertario y de democracia directa que en ocasiones se ha interpretado tenían antecedentes en los sans-culottes y, de nuevo, en la Comuna de París. Cierto es, con todo, que no parece que esas formas hayan prosperado con claridad, algo que a buen seguro ha estimulado las controversias internas. En un quinto plano, en fin, al amparo de los chalecos amarillos se ha verificado la gestación frecuente de grupos de afinidad, en el buen entendido de que algunos de estos eran sin duda anteriores al propio movimiento. Cierto es que tampoco aquí han faltado las disputas. Recordaré al efecto que hay quien aprecia en los chalecos amarillos muchos ejemplos de apoyo mutuo, de empatía, de confianza, de amistad genuina31, de sororidad y de colectividad solidaria que recuerdan a la economía moral, de carácter precapitalista, estudiada por E.P. Thompson al amparo de las revueltas populares del XVIII32. Pero hay también quien ve en ellos únicamente un movimiento articulado por individuos que no buscan –ya me he referido al argumento– sino su beneficio individual.
No está de más que apostille que buena parte de lo que con alguna ligereza llamaré izquierda tradicional se ha sentido atraída por, y vinculada con, los chalecos amarillos. Aquella ha visto en estos una reaparición de la cuestión social y, bien que con dimensiones más nebulosas, de la propia clase obrera. Lo que en el momento inicial fue una alarma ante una iniciativa que exhibía dimensiones xenófobas y derechistas abrió camino más adelante, en muchos casos, a una actitud de acercamiento y de movilización de la militancia.
10. Hay que preguntarse, siquiera sea brevemente, por las semejanzas, y por las diferencias, existentes entre los chalecos amarillos franceses y el movimiento del 15 de mayo –el 15M– en España. Entre las semejanzas bien está identificar tres. La primera, como elemento impulsor de estas iniciativas, es el relieve de fenómenos de desclasamiento que afectan, ante todo a miembros de las clases medias. Cabe adelantar, con todo, la idea de que, mientras en el caso del 15M la movilización ante esos fenómenos correspondió ante todo a los vástagos de las personas afectadas, en el de los chalecos amarillos el protagonismo ha recaído directamente sobre estas últimas. Una segunda similitud subraya el peso de un uso intenso, y comúnmente inteligente, de las redes sociales en el caso de los dos movimientos. Me permito agregar, en tercer lugar, que tanto el 15M como los chalecos amarillos han exhibido, en su forma de organizarse y actuar, prácticas de corte libertario que revelan una escasa voluntad de ajustarse a las normas y las leyes establecidas. En ambos movimientos, y por añadidura, se han hecho valer, en un terreno próximo, discusiones agrias en lo que respecta a la posibilidad y conveniencia de desarrollar fórmulas de coordinación.
En lo que se refiere a las diferencias, la primera, a la que me he referido unas líneas más arriba, apunta el carácter visiblemente más juvenil del 15M en comparación con los chalecos amarillos. La segunda anota que, a diferencia de estos últimos, el 15M ha sido y es un movimiento fundamentalmente urbano, que a duras penas ha asentado sus activos en zonas rurales; salta a la vista que esto no puede predicarse de los chalecos amarillos, por mucho que sea cierto –ya lo he sugerido– que estos últimos no han aprestado un movimiento de carácter estrictamente rural. Me atrevo a agregar, en fin, que las disputas relativas a la presencia de sectores de la derecha tradicional, y de la propia ultraderecha, entre los chalecos amarillos no tienen parangón en el caso del 15M, un movimiento en el que el ascendiente de esas cosmovisiones ideológicas, acaso con alguna excepción poco relevante que afectó a los primeros momentos, fue nulo. Parece servida la conclusión de que el 15M, por muchos conceptos, recuerda antes al movimiento Nuit Debout, más juvenil y urbano, que a los chalecos amarillos.
No está de más que concluya con la mención de que, mientras las demandas formuladas por el 15M no han tenido eco mayor en las políticas oficiales, no puede decirse lo mismo de las desarrolladas por los chalecos amarillos, que han obligado a las autoridades francesas a dar marcha atrás en algunas de sus iniciativas.
11. Formulo unas rápidas conclusiones relativas a lo que ha sido hasta hoy, y a lo que puede ser en el futuro, el movimiento de los chalecos amarillos.
a) No parece que las elecciones al parlamento de la UE celebradas en mayo de 2019 hayan movido el carro, ni lo hayan frenado, de los chalecos amarillos. En cualquier caso, si alguien veía en estos un poderoso movimiento en favor de la abstención, los hechos no parecen haber confirmado esa percepción. En este terreno, y de cara al futuro, quedan abiertas muchas incógnitas. Aunque no es probable que una fuerza política emerja de los chalecos amarillos, hay que prestar atención, sin duda, a los fenómenos que, años atrás, se hicieron valer en el origen del Movimento 5 Stelle en Italia y de Podemos en España.
b) Los chalecos amarillos han supuesto una reaparición, con fuerza, de la cuestión social y, con ella, una notable repolitización. Detrás de uno y otro fenómeno se aprecia, hasta cierto punto, la reaparición paralela de lo que cabe entender que es un orgullo de clase frente al poder en sus diferentes manifestaciones. Todo lo anterior es el producto de hondas transformaciones que, operadas en la sociedad francesa, han dejado fuera de juego a todo el mundo, sin excluir a quienes las promueven y a quienes de ellas obtienen beneficio. Una señal de la hondura de esas transformaciones es la incapacidad de los partidos tradicionales, y de los sindicatos, para darles réplica.
Cierto es que por detrás de este escenario pende una discusión, compleja, sobre el perfil contemporáneo de las clases sociales. Bastará con que recuerde al respecto las dificultades de caracterización de la militancia de los propios chalecos amarillos, entre quienes no faltan, muy al contrario, integrantes de la clase media o de la pequeña burguesía, junto con miembros del proletariado de condición más tradicional. Farbiaz se ha servido afirmar que “los chalecos amarillos no son un síntoma del fin del mundo, pero sí lo son del fin de un mundo, como es el de las clases sociales bien identificadas”33. Hay quien concluirá, con todo, que la presencia de realidades ambiguas, con elementos saludables y otros que acaso no lo son tanto, remite a una heterogeneidad que es un activo nada despreciable.
c) Carecemos de perspectiva suficiente para trazar un balance general de lo que son, y de la herencia que dejarán, los chalecos amarillos. Estos últimos, ¿constituyen la antesala de una insurrección general o remiten a un ejemplo más del fracaso de los movimientos de contestación? De ser esto último, ¿cuál será, pese a todo, su legado? Uno de los participantes en el libro coordinado por Monica Jornet se pregunta llamativamente, al respecto, si esta revuelta será la buena34.
En la trastienda se hacen valer, aun así, incógnitas importantes. Una de ellas se pregunta si los chalecos amarillos se proponen resolver sus problemas o aspiran, por el contrario, a algo más. ¿Se darán por satisfechos con un mundo algo menos injusto o querrán ir más lejos? Aunque parece sensata la afirmación de que muchos de los elementos que se revelan en los chalecos amarillos remiten antes al designio de recuperar un orden que quedó en el olvido, y no al de alentar una transformación revolucionaria de la sociedad35, lo suyo es reconocer que los límites entre lo uno y lo otro no siempre son claros. Me viene a la memoria al respecto un argumento que, formulado por Daniel Bensaïd, afirma que “si queremos cambiar el mundo, no es en nombre de las generaciones venideras, sino en el de las que han fracasado”36. A título provisional, y en fin, conviene subrayar que la repercusión externa del movimiento ha sido hasta ahora débil, algo que, al menos en una primera lectura, obliga a concluir que aquel obedece ante todo a circunstancias específicamente francesas que dificultan una imaginable expansión37.
d) Cuando, en el mundo en el que mayormente me muevo, el anarquista/libertario/autogestionario, se han abordado discusiones sobre los chalecos amarillos pronto se me ha hecho evidente que las percepciones que estos suscitaban tenían más que ver con lo que cada cual lleva dentro de la cabeza que con la realidad propia del movimiento francés. Lo digo de otra manera de la mano de una distinción que a buen seguro fuerza la realidad. En el mundo recién mencionado hay gentes que creen por encima de todo en las organizaciones identitariamente anarquistas y que recelan de lo que ocurre fuera de ellas. Pero hay al tiempo gentes que, antes bien, guardan las distancias con respecto a las organizaciones anarquistas y a su capacidad de acción transformadora, y esperan que esta última se vincule de manera fundamental con movimientos que surjan entre la gente común. Es fácil concluir que las personas que se emplazan en esta segunda posición tienden a ver con buenos ojos a los chalecos amarillos, en tanto en cuanto, y en cambio, quienes se sitúan en la primera los contemplan con mayor recelo.
e) Muchas veces he citado una frase de Walter Benjamin. Hablo de la que reza que bien puede ocurrir que las revoluciones que nos esperan configuren un acto en virtud del cual la humanidad que viaja en el tren tire, venturosamente, del freno de emergencia. Siempre que he recurrido a ese argumento lo he hecho pensando en la catástrofe ecológica en la que estamos y en el colapso resultante que, probablemente, se halla a la vuelta de la esquina. El movimiento de los chalecos amarillos, junto con otros muchos, ha tenido la virtud de subrayar que la aserción de Benjamin tiene otros usos posibles, y entre ellos el que invita a aplicar también ese freno de emergencia en lo que se refiere a la condición, de dramática y creciente desigualdad, de nuestras sociedades.
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Bibliografía
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16. Guilluy, 2019: 28.
17. Jornet, 2019: 141.
18. Farbiaz, 2019: 222.
19. VVAA, 2019: 58.
20. Jornet, 2019: 85.
21. Collettivo EuroNomade, 2019: 80.
22. Farbiaz, 2019: 22.
23. Plenel, 2019: 11.
24. Huyghe, Desmaison y Liccia, 2018: 16-17.
25. Vandepitte, 2019: 94.
26. Vandepitte, 2019: 94-95.
27. Cit. en Jornet, 2019: 52.
28. Collettivo EuroNomade, 2019: 149.
29. Cit. en Plenel, 2019: 33.
30. Cit. en Plenel, 2019: 165.
31. Farbiaz, 2019: 43
32. Collettivo EuroNomade, 2019: 97.
33. Farbiaz, 2019: 31.
34. Jornet, 2019: 108.
35. Collettivo EuroNomade, 2019: 26.
36. Cit. en Sallenave, 2019: 21.
37. Véase VVAA, 2019: 140 y ss.