Vivir y acabar con el desprecio a la vida
Raoul Vaneigem
Comunizar
Paródico regreso al pasado
El crimen contra la humanidad es el acto fundador de un sistema económico que explota al hombre y a la naturaleza. El transcurso milenario y sangriento de nuestra historia lo corrobora. Habiendo alcanzado picos con el nazismo y el estalinismo, la barbarie ha recuperado sus faralaes democráticos. Hoy en día, se estanca y, retrocediendo como la resaca en un pasaje sin salida, se repite bajo una forma paródica.
Este es el machaque caricaturesco que los gestores del presente se aplican en escenificar. Vemos cómo nos invitan hipócritamente al espectáculo del colapso universal en que se mezclan Gulag sanitario, caza al extranjero, ejecución de ancianos e inútiles, destrucción de especies, asfixia de conciencias, tiempo militarizado del toque de queda, fábrica de ignorancia, exhortación al sacrificio, al puritanismo, a la delación, a la culpabilización.
La incompetencia de los guionistas de turno no disminuye en nada la atracción de las muchedumbres por la maldición contemplativa del desastre. ¡Al contrario! Millones de criaturas entran dócilmente en la perrera donde se acurrucan hasta volverse la sombra de sí mismos.
Los gestores del beneficio han conseguido este resultado al que sólo una reificación absoluta hubiera podido aspirar: han hecho de nosotros seres atemorizados por la muerte hasta el punto de renunciar a la vida.
La propagación de una mentalidad carcelaria
En nombre de la mentira que la propaganda llama verdad, dejamos que un tratamiento político y policial sustituya el tratamiento sanitario que la sencilla preocupación por el bien común requiere. Nadie se cree el truco de magia: los gobernantes ocultan y respaldan así el maltrato a los hospitales públicos a que la avaricia les exige recurrir.
Rabia e indignación no han alterado la presión estatal que prueba el grado de abyección al que puede llegar sin romperse el servilismo de las poblaciones. A los canallas en el poder, poco les importan unas cuantas diatribas corporativistas y sindicales. ¿No son el insulto y la excecración una forma de reconocerlos, cuando no de serles fieles?
Mientras que analistas y sociólogos debaten sobre el capitalismo, las grotescas mafias del beneficio y sus palotinos estatales persiguen con absoluta legalidad el remate rentabilizado de lo vivo. En lo que esperamos la próxima alerta epidémica, se ofrecen pastelitos de hedonismo a quien ha corrido el riesgo de vacunarse con productos cuya eficacia atribuida, para bien o para mal, se inscribe en el contexto de una economía en que la cotización en bolsa y los beneficios competitivos tienen un papel preponderante. Felicitemos a los ciudadanos que han entrado con valentía en el concurso de detergentes eméritos, en que un jabón lava más blanco que el otro. Es cierto que no tener miedo no tiene el mismo sentido si durante el encarcelamiento las poblaciones aceptan exponerse a las radiaciones y venenos que las matan. O si, por el contrario, se rebelan contra los daños, los erradican y van más allá de los decretos que los legalizan.
El pensamiento del poder es un pensamiento muerto, vuela a ras de las tumbas. Su olor a carroña es el olor del dinero. Nos sofocará mientras lo combatamos en sus cementerios en vez de construir lugares de vida y cultivar una guerrilla sin armas que maten –y de la que, en consecuencia, nuestros enemigos ignoran el alcance-.
¿Cómo tolerar por más tiempo que el miedo a morir de un virus nos impida vivir?
Con sus altos y bajos, ¿no demuestra la existencia cotidiana que nada restaura mejor la salud que la fiesta y el disfrute? El placer del cuerpo atento a los sabores, a las caricias, a los ambientes cálidos estimula las defensas inmunitarias del organismo. Nos protege contra el grito de alarma del dolor en la urgencia, cuando es demasiado tarde, cuando el mal está hecho. No hay que ser erudito para darse cuenta.
Nunca el crimen contra lo vivo se ha glorificado con tanto cinismo, con tanta estupidez burlona. Todo se ha manejado y se maneja al contrario. Al igual que la famosa deuda sin fondo ni fundamento, el abismo de la pandemia engulle todo lo que está a su alcance. Destrozos de la degradación climática, efectos asesinos de la contaminación y alimentos envenenados, cánceres, infartos, agresividad suicida, trastornos mentales, ¡ya está, la suerte está echada!
La verdad del sistema económico dominante es la mentira que hace del mundo al revés la norma y la realidad. Las máscaras velan la sonrisa, asfixian la palabra, aturden a los niños confrontados a un familiar que llega del extranjero.
La maldición del trabajo se ha vuelto una obsesión, los enseñantes están demasiado preocupados con gestos securitarios como para enriquecer su saber y el de los demás. Nuestras sociedades se encangrenan lentamente por la banalización de un comportamiento obsidional, como se denomina a la angustia agresiva que se apropia de los habitantes de una ciudad sitiada. El repliegue aterrorizado, la desconfianza y la paranoia se inventan entonces enemigos internos que perseguir.
En este caso, se identifica claramente al enemigo principal, es la vida con su insolente libertad.
Efectivamente, estamos acostumbrados desde larga data a las prácticas de la selva social, pues en ella estamos confinados desde nuestro nacimiento. Ahora bien, las peores épocas de despotismo absoluto y oscurantismo conservaban una ventana abierta hacia otra realidad. Por ilusoria que fuera, el principio de esperanza encendía los deseos de revuelta.
La reclusión eterna a que nos condena la glaciación del provecho ha previsto los barrotes que encarcelan nuestros sueños. Miserables ecologistas, ¿habéis pensado en este paradigma?
El gran derrocamiento
Privados del derecho a la vida que el privilegio mismo de la especie humana ha vuelto imprescriptible, no nos queda otra que restaurarlo y asegurarle una soberanía a la que nunca dejamos de aspirar.
El principio «nada es verdad, todo está permitido» ha respondido, durante milenios, a la principal preocupación del Poder jerárquico: promover el caos para que la llamada al Orden justificara y afirmara su autoridad. Nada como el fantasma de la an-arquía, del no-poder, del des-ma-dre para protegernos de los maleantes empujándonos a los brazos securitarios del Estado-maleante.
Sin embargo, invirtiéndolo y comprendiéndolo desde una perspectiva de vida, el mismo propósito indica una determinación radicalmente diferente. Expresa la voluntad de reiniciarlo todo desde la base, de reinventarlo todo, de reconstruirlo todo deshaciéndonos de un mundo congelado por la glaciación del beneficio.
Ninguna barita mágica romperá las cadenas que nuestra esclavitud ha forjado, pero me gustaría mucho que se incluya en el peso excesivo que se les atribuye la creencia -transmitida y reafirmada de generación en generación- de que son irrefragables, de que ningún esfuerzo puede romperlas.
Un verdadero efecto de encantamiento acredita la fábula de la impotencia originaria de la mujer y del hombre. Obstaculiza desde el inicio las tentativas de emancipación que marcan la historia. Hace siglos que las victorias de la libertad celebran sus derrotas, que el culto a las víctimas honra la vocación sacrificial y marchita nuestras sociedades militarizándolas.
Romper el embrujo no surge del «¿qué hacer?» leninista, no proviene de un desafío insurreccional. ¿A qué se deben la coherencia y la paradójica racionalidad de este encanto universal? A una gestión de los seres y de las circunstancias que, por mucho tiempo, el Poder ha atribuido a una intervención sobrenatural. La fábula del mandato celeste entregado por unos Dioses acordaba a un bruto astuto y tiránico los temibles atributos de un extraterrestre, lanzador de hechizos y rayos.
La decapitación de Dios y del décimo sexto Luis, último monarca por derecho divino, no le puso fin al Poder sino al miedo de ser agarrado por él al mínimo capricho contestatario.
Por mortífera que siga siendo, la autoridad estatal ha perdido la poca prestancia que le quedaba, así le pesa el ridículo de sus incontinencias. A lo que hay que añadir la fronte de mujeres que, con su dedo inexorable, revientan el «mal de ojo» con que el patriarcado se obstina en fulminarlas.
Lo que se anuncia a contrario de semejante ruina no es menos evidente. Un irresistible movimiento de cambio está empezando por todo el mundo. Tiene su ritmo y sus condiciones propias. El renacimiento de lo vivo marca los primeros pasos del ser humano en una tierra de la que ha sido expoliado. Este resurgimiento poco se importa de profetas, Casandras, arúspices. El desafío le es indiferente, la resistencia le basta.
El capitalismo apocalíptico y el catastrofismo anticapitalista forman dos polos contrapuestos de donde se dispone a brotar, cual arco eléctrico, un repentino regreso a la vida.
Bajo la resignación de millones de existencias condenadas a la represión y al aburrimiento (ese tremendo disolvente de energías), una fuerza insurreccional se acumula que, en el tiempo no contabilizable de un relámpago, va a barrer nuestras pequeñas luchas corporativistas, políticas, competitivas, sectarias,
Una revolución latente, fragmentaria, parcelaria, desmenuzada busca confusamente el punto de encuentro en que, con una rabia común, el individuo y el colectivo recobrarán tanto la lucidez como su unidad.
La carga de la mentira y su credibilidad tenían en la época de Goebbels el peso de una verdad a la que la mística nacionalista y el dinamismo del capitalismo daban una coherencia ilusoria.
¿Qué sucede hoy? El dinamismo del capitán industrial –que la focalización financiera y especulativa del capitalismo ha dejado de lado- no alimenta la más mínima esperanza de mejoría social. Las multinacionales rompen de raíz las políticas proteccionistas, nacionalistas, soberanistas.
El confirmado fracaso de las grandes verdades científicas corrompidas por el beneficio ha llevado a la debacle la idea de progreso, percibida por mucho tiempo como beneficiosa, en base al confort que procuraba a la sobrevivencia.
Los herederos de los expertos, que juraron que la nube de Chernóbil había evitado el hermoso cielo azul de Francia, han desacreditado irremediablemente el medio de eruditos en general y de la medicina en particular. No sé si la autodefensa sanitaria irá hasta la automedicación asistida, pero no es improbable que la relación entre paciente y auxiliar sanitario se vuelva menos mecánica, menos mercantil. más humana, más afectiva.
Contra los sondeos, los barómetros estadísticos y otras oficinas de opinión prefabricadas, la innovación y el ingenio se darán rienda suelta, explorando nuevos territorios, dispersando desordenadamente extravagancias y creaciones geniales. La inteligencia sensible cribará, afinará, reconocerá a los suyos como hace al recoger los dones que la naturaleza le ofrece, sin reserva ni distinción. La inteligencia sensible es la nueva racionalidad.
Apostar por la autonomía individual y colectiva
Sí, confío en esta inteligencia sensible que por tanto tiempo ocultó y desacreditó la inteligencia intelectual. Como revela el derrumbamiento progresivo de la pirámide jerárquica, el intelectual no ha sido más que el instrumento de la clase superior, el espíritu del amo reina sobre el cuerpo y las partes inferiores de la sociedad.
Su función dirigente se ejerce hasta en la corrosión crítica con que infesta el viejo mundo para el que trabaja. El desprecio con que ha agobiado desde su nacimiento en Francia, al movimiento de «provincianos incultos e incontrolables» que se supone que son los chalecos amarillos, es signo del malestar que lo carcome. Mientras una parte de la homo intellectualensis trata de recuperar su metedura de pata inicial y de ser perdonada moviendo la bandera apolillada de la «convergencia de luchas», la parte de conciencia que despierta desvela en él, como en cada uno de nosotros, el drama de un pensamiento separado de la vida, de la abstracción que nos exilia de nuestra sustancia viva. Ya que la intelectualidad es una tara tan corriente a todos y a todas como la división del trabajo y el invariable estatus de explotado y explotador.
Cuando llamo al regreso a la vida, a la unidad del yo con el mundo, es esta parte de la conciencia que invoco, ya que participa del devenir humano y ha sido, de siempre, la luz que nos guiaba.
La conciencia humana es ese fondo de pensamiento universal, la realidad más compartida y rechazada de nuestra historia. Lo que la prohibía se desmorona, lo que va a incendiarla –e iluminarla, en todos los sentidos del término- no es más que una chispa, pero no se apaga. Así que, ¿porqué no confiar en la combustión que resplandece en el centro de nuestros deseos?
El renacimiento de la tierra y del cuerpo hace parte de mis sueños. Reivindico su locura subjetiva, Me autorizo a desear realizar los diseños, en lo que se multiplican, en nosotros y a nuestro alrededor, los juegos de lo posible y lo imposible.
Los militantes de la esperanza y la desesperanza se basan, estoy de acuerdo, en tachar de optimismo, de quimera, de fantasma, numerosas ideas mías que contribuirían a alimentarles si no las ingirieran como un mero rancho intelectual.
El despertar de lo vivo es una amenaza para los pequeños marqueses de la ideología. Las patadas en el culo propinadas al Poder llegan hasta sus cimientos.
La vida es una fiesta, festejemos la vida
Invito a pensar que una conciencia despierta sacude más fácilmente el mundo que la avalancha del entusiasmo gregario. La radicalidad es un atractivo fulgor, un atajo que acorta las vías ordinarias de la reflexión laboriosa.
Crear mi felicidad favoreciendo la de los demás se adapta más a mi voluntad de vivir que las lamentaciones de la crítica: crítica, cuyo muro obtura, o al menos ensombrece nuestros horizontes.
Hay olas de impaciencia en que con gusto gritaría «¡déjenlo todo!». ¡Barran hacia las alcantarillas a los aduladores del dinero! Rompan las amarras del viejo mundo, tomen con energía la única libertad que nos hace humanos, ¡la libertad de vivir!
No ignoro que recurrir a consignas y abjuraciones otorga mayor importancia a la capa de inercia que a la conciencia que la fisura y romperá, llegado el momento. Pero nada ni nadie me impedirá alegrarme con la idea de que no soy el único en llamar con mis deseos un tornado festivo que nos liberará, como de un mal cólico, de los muertos vivientes que nos gobiernan. El regreso de la alegría de vivir se burla de la venganza, del saldo de cuentas, de los tribunales populares. El aliento de los individuos y de las colectividades va más allá de las estructuras corporativas, sindicales, políticas, administrativas, sectarias. Evacua progresismo y conservadurismo, las puestas en escena del igualitarismo de cementerio, que es hoy lote de las democracias totalitarias. Abre al individualista, agriado por el cálculo egoísta, las vías de una autonomía en que descubrirse como individuo, único, incomparable es la mejor garantía de convertirse en auténtico ser humano.
El individuo pide consejo, pero rechaza órdenes. Aprender a corregir sus errores le dispensa de reproches. La autonomía se inscribe en el dolce stil nuovo destinado a suplantar el reino de lo inhumano.
Dejen pudrirse lo que se pudre y preparen las vendimias. Así es el principio alquímico que preside la trasmutación de la sociedad mercantil en sociedad viva. ¿No es la aspiración de vivir sobrepasando la sobrevivencia la que pone en movimiento por todos los lados la insurrección de la vida cotidiana? Hay aquí un potencial poético con que ningún poder puede acabar, ni por fuerza ni por astucia. Si la consciencia tarda en abrirse a semejante evidencia es porque estamos acostumbrados a verlo todo por el lado pequeño de la rosca, interpretamos nuestras luchas cotidianas en términos de derrotas o victorias sin entender que es la anilla en la nariz la que nos lleva al matadero.
Vagando entre la degradación y el resurgimiento, hemos adquirido el derecho de esquivar y dejar atrás un baile macabro, del que nos sabemos todos los pasos, para explorar una vida de la que, lamentablemente, sólo conocemos disfrutes furtivos.
La nueva inocencia de la vida reencontrada no es ni beatitud ni un estado edénico. Es el esfuerzo constante que reclama la armonización del vivir juntos. Nos toca intentar la aventura y bailar sobre la tumba de los constructores de cementerios.
21 de abril de 2021
Original en francés. La traducción al castellano para Comunizar fue realizada por el Colectivo Propalando.