Foucault, las palabras y los sexos

La voluntad de Michel Foucault era ciertamente publicar Las confesiones de la carne. La prueba: deja en 1982 en ediciones Gallimard un texto completo en forma de manuscrito, que luego corrige, parcialmente, y entrega mecanografiado. Pues no se trata de un texto que habría renunciado a publicar. Simplemente, decidió preceder a esta publicación con un libro sobre la experiencia sexual entre los antiguos.



Foucault, las palabras y los sexos 

Roger-Pol Droit

Lobo Suelto

Traducción de Mariana Carrizo [*]

La publicación de 400 páginas inéditas de un gran pensador del siglo XX, vaya que merece atención. Michel Foucault, su historia de la sexualidad y su posterior estudio sobre las costumbres paganas del mundo cristiano revelan una sorprendente actualidad.

Hecho peculiar: un libro entero, casi completado una vez muerto su autor, aparece con 38 años de retraso. Nueva rareza: su trabajo erudito, denso, acerca de los Padres de la Iglesia (Clemente de Alejandría, Casiano, Agustín) y su relación con los pensadores paganos (Aristóteles, Plutarco y Musonius Rufus) entra en resonancia directa con los debates engendrados por movimientos en redes como “Balance ton porc” y #Metoo. Las discusiones de los primeros siglos cristianos sobre la virginidad, el matrimonio, las normas eróticas aceptables o no, se hallan plagadas de consideraciones sobre la violación, el pudor, la castidad, las prácticas tolerables o no entre los sexos, por lo que están en consonancia con las discusiones corrientes de hoy en día acerca del acoso y las relaciones hombres-mujeres. He aquí la magia de Michel Foucault. El cuarto y último volúmen de su Historia de la sexualidad- Las confesiones de la carne[1] finalmente hace su aparición. Está confirmado: este demonio de pensador no tiene igual a la hora de hacer brotar de los archivos los resortes inadvertidos de nuestro presente. Para comprenderlo, es necesario hacer un desvío….

 

Biblioteca de Historias: Historia de la sexualidad 4. Las confesiones de la carne. Por Michel Foucault. Ediciones Gallimard.

Durante su vida fue una estrella. Sus cursos en el Collège de France desbordaban de gente. Sus libros aparecían en las tapas de los diarios y semanarios. Sus múltiples intervenciones en la vida pública (antipsiquiatría, lucha de prisioneros, la revolución iraní) eran conocidas y comentadas. Michel Foucault encarnó durante alrededor de veinte años una nueva figura del intelectual. Pasó de las bibliotecas a los estudios de grabación, de universidades americanas a seminarios japoneses, sin olvidar la redacción, paciente y erudita, de obras que pronto se revelaron explosivas. Se diferenció de sus mayores, Sartre o Camus, abandonando su postura de conciencia moral universal, influenciada por el marxismo, para transformarse, mediante un estudio caso por caso, en un aliado de batallas puntuales, llevadas a cabo todos los días por “los anónimos”.

Mentado por la publicación, en 1961, de su Historia de la locura en la época clásica, pronto reconocido y celebrado por Las palabras y las cosas (1966), elogiado por Vigilar y castigar (1975), el filósofo comenzará su vasta y singular historia de la sexualidad.

 

Este proyecto ocupó casi diez años de su vida, antes de que el SIDA prevalezca en 1984. Hoy, el último volúmen de esta vasta investigación, preparada para la publicación pero no finalizada, llega a las librerías, por tanto, con una notoriedad más amplia que la que alcanzó en vida. Es que, en efecto, Foucault es hoy más leído, estudiado y considerado. De manera diferente, sin embargo: el electrón libre devino un clásico, el rebelde una referencia. Sus textos figuran en todos los manuales de filosofía para estudiantes de escuela media, sus trabajos son objeto de análisis en el mundo entero, y la biblioteca de la Pléyade, en 2005, consagró dos importantes volúmenes a sus obras. Más que una estrella es ya, más bien, una constelación.

Alterar los sistemas de poder: estableció: “Yo no estaré en la Pléyade, soy perfectamente consciente de que no haré una obra, y que no publicarán mis obras completas”, me dijo en 1975 en una serie de entrevistas[2]. Foucault se negaba a ser un “autor”: este es el supuesto que guarda el sentido último de su propio trabajo. Fue un cuidadoso del estilo, un enamorado de la escritura, pero nunca se proclamó escritor. Combinaba una parte de provocación, con un deseo de reconocimiento, sin duda, proclamado y negado a la vez. Pero, sobre todo, tenía la voluntad de ser un pensador efectivo, más que un esteta. Quería ser un “artífice”, un instalador de bombas, un experto en explosivos capaces de hacer saltar barreras. Soñaba con poner a disposición de quién las necesite las herramientas para intervenir y alterar los dispositivos de poder. Esta concepción “instrumental” del trabajo intelectual resulta ser una clave decisiva para comprender sus investigaciones. Nos permite comprender que fue un historiador, pero de una forma poco habitual, un filósofo, pero no cómo suele entenderse usualmente y, también, evidentemente, un escritor, pero no a la manera de Jean D’Ormesson… Su único objetivo: contribuir mediante sus libros a perturbar los sistemas de poder, mostrar cómo estos sistemas se establecen y tienen lugar en nuestras palabras, nuestras cabezas, nuestros cuerpos, nuestros sexos.

Esto debido a que el poder no es para Foucault una figura abstracta, una simple idea. No será ya esa autoridad ideal inaccesible, que reside en las nubes y que delega su fuerza a un representante -monarca, emperador o Estado republicano. Devenido “micropoder”, éste se propaga por todas partes, activo de la manera más concreta, diseminado en los horarios de trabajo, la disciplina de los cuerpos, los gestos cotidianos. También reside en las maneras de juzgar, de sentir, de vincularnos con los otros y con nosotros mismos. Por lo tanto, las maneras de delimitar lo verdadero de lo falso, lo razonable de lo extravagante/raro, lo normal de lo patológico, lo decente de lo obsceno, han de comprenderse, por tanto, como mecanismos de sutil discriminación y fina coerción. Lo que pone en juego cada una de estas particiones no es una “verdad” inmutable, existente por ella misma, sino una relación de fuerzas, variable según los momentos de la historia, las tensiones de la sociedad, las rupturas y cambios en sus representaciones. La locura, por ejemplo, no es un mal funcionamiento del “espíritu”, entendido como una realidad siempre idéntica. Éste ha sido configurado y entendido de forma diferente en la época de Sócrates que en la de Erasmo, y que en el siglo de Freud. Utilizamos la misma palabra para referirnos a él, pero esa engañosa o falsa fijeza o mismidad oculta la heterogeneidad de  saberes, así como los distintos agenciamientos de poder. Aquí, el “loco” es escuchado como un sabio o un mensajero divino, allá confinado como un peligro que hay que descartar, o bien como un enfermo al que sanar.

La voluntad de saber

Foucault tomó prestado este principio de “genealogía” de Nietzsche, de quien fue un gran lector y continuador inventivo. Todas sus investigaciones se inscriben en esta estela, y particularmente la última. Centrado en la sexualidad, renueva profundamente las perspectivas de Nietzsche sobre el cuerpo, el deseo y, sobre todo, la construcción del individuo. Esto dado que Foucault es la constitución de la subjetividad misma la que Foucault acaba por ver como el resultado de los micropoderes, descubriendo su acción en el dominio de las prácticas y los juicios acerca del sexo. ¿Qué significa ser uno mismo, conocer las propias inclinaciones sexuales, gobernarse a sí mismo moralmente, saber cómo dejarse llevar o refrenarse, sentirse defectuoso o virtuoso? Contrariamente a lo que se cree, éstas no son situaciones standard, inmutables desde la antigüedad a nuestros días. Foucault fue descubriendo, poco a poco, los vínculos complejos entre concepciones de placer, el anclaje íntimo del poder, y la constitución de sujeto. He aquí porqué su Historia de la sexualidad es cualquier cosa menos una enciclopedia de prácticas eróticas.

Porque lo esencial no reside en saber, según las épocas, quien se acostaba con quién, cuantas veces, en qué posición. Ni tampoco qué actividades sexuales estaban completamente permitidas, cuáles eran meramente toleradas, o rigurosamente prohibidas. Claro que estos elementos deben tenerse en cuenta. Sin embargo, lo que verdaderamente hay que tener en cuenta es la manera en la que estos discursos y reflexiones sobre el sexo delimitan, según los siglos, la relación con uno mismo y con los demás. La subjetividad no es algo dado, un dato natural y originario. Ha sido fabricada de manera diferente en la llamada Antigüedad pagana, luego en la Europa cristiana, alrededor de múltiples discursos relativos al matrimonio, al adulterio, a la procreación, a la masturbación, a la homosexualidad. ¿Discursos represivos? A veces. ¿Normativos? Siempre. Sin embargo, también incentivadores. Lo que llama la atención de Foucault desde un principio es el inmenso dispositivo de palabras desplegado en occidente alrededor de la sexualidad. Como si, antes que una experiencia de placeres, esta fuera objeto de innumerables exámenes, juicios e innumerables glosas. El sexo para nuestra civilización, por tanto, consistiría en decir, al menos tanto como en hacer. Este es el leitmotiv del primer volumen de Historia de la sexualidad, la voluntad de saber, publicado en 1976. Con entusiasmo, el filósofo establece allí postulados contrarios a los discursos progresistas dominantes del sesenta y ocho.

¿Una sexualidad escrutada permanentemente?

El sexo, ¿es mudo? ¿Es sofocado, censurado, convertido en algo vergonzoso desde que la moralidad judeo-cristiana, decimos, extendió su capa de plomo sobre una pretendida libertad antigua? ¿Ha sido canalizado, encuadrado por la burguesía para mantener las multitudes trabajadoras en el trabajo? ¿Ha sido al fin liberado, devuelto a su poder subversivo por la revolución sexual? ¡No! tres veces no, enfatiza Foucault. Esta representación de la “represión burguesa” que prolonga la asfixia cristiana de la sexualidad es simplista. Peor: impide ver lo más interesante, la inmensa y paradojal incitación a hablar continuamente de sexo que atraviesa la cultura occidental -¡incluso para afirmar que no se debe hablar al respecto, que está prohibido, que es indecente, secreto!-. He aquí, entonces, el asunto que el último Foucault explora sabiamente: un sexo infinitamente hablado, más que reducido al silencio, finamente organizado y controlado, más que reprimido, estimulado y trabajado, más que censurado. Esta sexualidad, que se supone contiene la verdad sobre la humanidad en general, y sobre el individuo, en particular, es permanentemente escudriñada e interrogada, de diversas y múltiples maneras, desde griegos y romanos hasta nuestros días. Y Foucault tuvo el sueño, un poco loco, de diseñar el mapa en su Historia de la sexualidad.

Las vicisitudes de esta obra son, también, asombrosas. Por supuesto, el campo es inmenso, complejo, y los textos, innumerables. Sin embargo, eso no explica las profundas modificaciones que tuvo su itinerario. El primer volumen, en 1976, anunciaba una secuela en cinco episodios, que se dividían, escalonándose, en el advenimiento del cristianismo (2- La carne y el cuerpo), la era moderna (5- Los perversos, 6- Poblaciones y razas) pasando por la Edad media y la edad clásica (3- la cruzada de los niños, 4- la mujer, la madre y la histérica). Pero Foucault no publicó la secuela sino hasta ocho años después del comienzo, luego de modificar la cronología de su investigación, el plan de la misma, y en gran parte su perspectiva. Esto debido a que comprendió, en el camino, cuánto había heredado el mismo cristianismo de pensadores anteriores. Tuvo que volver a montar su investigación de varios siglos, hacerse helenista, equiparse, con marcha forzada, del bagaje erudito necesario. Esta hazaña, cumplida especialmente en companía de Paul Veyne y Pierre Hadot, merece la pena ser recordada y retomada. Finalmente aparecen, en 1984, poco tiempo antes de la muerte de Michel Foucault, dos volúmenes: El uso de los placeres, y El cuidado de sí que luego se convierten, respectivamente, en los volúmenes II y III de la “nueva” Historia de la sexualidad. El cuarto y último volumen está casi listo. La muerte llega. No es hasta hoy que nos llega esta pieza faltante del rompecabezas.

 

Las sorpresas de este último volúmeLo que se descubre allí es apasionante, sobre el registro de la historia tanto como en el de la actualidad. Porque la que se descubre es una historia poco conocida. Foucault muestra cuán equivocado es imaginar que una gran libertad pagana fue sofocada por una austeridad cristiana que supuestamente condenaba toda vida sexual. ¡Este no es el caso! Los filósofos de la antigüedad, desde Platón a Marco Aurelio, ya abogaban por una supervisión estricta de las prácticas sexuales. Las prescripciones cristianas no son, de golpe, más minuciosas ni más represivas. Al contrario: los Padres de la Iglesia a menudo  toman y repiten al pie de la letra las frases de los filósofos. Conservan prácticas ya formuladas, tales como la condena del adulterio, del matrimonio en segundas nupcias, las obscenidades entre esposos… Sin embargo, hablan de otro tipo de experiencias: dejan de considerar las relaciones de los placeres y de la moral, para preocuparse de la carne y la concupiscencia. En lugar de codificar los comportamientos, focalizan su atención en la interioridad del sujeto, en su relación con su propio deseo, en el consentimiento íntimo o de renuncia al mal.

Respecto del registro de la actualidad, la sorpresa está viva. Al acercar estas «confesiones de la carne » a nuestros debates actuales, nos veremos sorprendidos por una cantidad de coincidencias y contrastes, que traen consigo una claridad inesperada. La cuestión del consentimiento, por ejemplo, está en el corazón de esta investigación. Los textos hablan del consentimiento a sí, del consentimiento al propio deseo; nuestras discusiones apuntan al consentimiento al deseo del otro. Los Padres de la Iglesia hablan del fin de la diferencia de los sexos en el otro mundo, nosotros hablamos de eso mismo, pero en este mundo. Hay, así, cantidad de pistas de reflexión en este entrecruzamiento entre los Antiguos y de los posmodernos. Otra razón para leer a Foucault.

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Frédéric Gros**

¿Por qué este libro esperó 38 años tras la muerte de Foucault para ser publicado? ¿Era su voluntad? ¿La de los propietarios de los derechos?

Frédéric Gros – La voluntad de Michel Foucault era ciertamente publicar Las confesiones de la carne. La prueba: deja en 1982 en ediciones Gallimard un texto completo en forma de manuscrito, que luego corrige, parcialmente, y entrega mecanografiado. Pues no se trata de un texto que habría renunciado a publicar. Simplemente, decidió preceder a esta publicación con un libro sobre la experiencia sexual entre los antiguos. La escritura de lo que se convertirá en El uso de los placeres y El cuidado de sí le llevó dos años, y la muerte lo sorprendió antes de terminar de corregir el libro sobre la experiencia cristiana de la carne. Los propietarios de los derechos consideraron que como el manuscrito formaba parte del fondo del BnF, había llegado el momento de proponer una edición.

-¿Por qué aparece hoy? ¿qué ha cambiado?

Desde 1984, los trabajos de edición de Foucault se multiplicaron: la edición de sus artículos, entrevistas, etc. (Dits et écrits); la edición de sus cursos en el Collège de France; la recuperación de sus textos publicados en la Biblioteca de la Pléyade. Era sin duda razonable esperar finalizar esas empresas para publicar este inédito mayor.

-Más allá de todo lo que ya se ha publicado, ¿hay mucho aún por descubrir en los archivos personales de Foucault?

Desafortunadamente, no dispongo de una vista exhaustiva de los archivos de Foucault adquiridos por BnF. Son más de 40.000 hojas. Puede que su exploración aún reserve algunas sorpresas. Hay, por ejemplo, con un cierto número de cursos que dictó o en sus primeros años de docencia (Lille, Clermont-Ferrand, etc.) o, más tarde, en universidades extranjeras (Túnez, São Paulo, etc.), pero también fragmentos inéditos sobre Nietzsche o pintura.

[*]«Estudiante avanzada de la Licenciatura en Filosofía, miembro del Centro de Estudios en Filosofía de la Cultura y del proyecto de investigación “Mal(estares) en la sociedad occidental: dimensión propositiva de prácticas y discursos intersticiales en escenario posoccidental” de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue, Neuquén, Argentina. mari.carrier@gmail.com

* * Frédéric Gros, filósofo, profesor de Ciencias Políticas en Paris, consagró una parte de sus trabajos a Michel Foucault, colaborando particularmente en la edición de los cuatro volúmenes de Dits et écrits (Gallimard) y dirigiendo ambos volúmenes de la Pléyade.

[1]« Histoire de la sexualité 4 – Les Aveux de la chair». Editado por Frédéric Gros*. Gallimard, 438 p., 24 euros.

[2] Algunas reagrupadas por Roger-Pol Droit en «Michel Foucault, entrevistas». Odile Jacob Ediciones (2004), 160 p.20