Elisabeth Dmitrieff, comunera
Comunizar
A la joven de 20 años, Elisabeth Dmitrieff, Marx la llamaba The Russian Lady. Había ido a Londres a discutir con él sobre el rol de las comunas campesinas en la revolución rusa. Allí la sorprendió la formación de la Comuna de París.
Cuando Elisavieta Lukínichna llega a Londres, Marx está en su período ruso. Ha pasado el tiempo de desprecio por este país –verdaderamente “el último” en el que la revolución tiene una oportunidad de progresar–. Gracias a traducciones recientes, ha descubierto escritos que respaldan sus análisis. Dos autores lo entusiasman, Chernishevski, por supuesto, y Písarev. Con su bulimia habitual, comenzó a aprender ruso. Lee los textos en la edición original con paciencia y pasión. Hay suficiente convergencia allí con sus preocupaciones del momento: la búsqueda de una conjunción entre reformas generales y la adaptación a las tradiciones sociales y económicas locales. Las teorías de la distribución agrícola de acuerdo con las reglas de la Obshina y del Artel*1 le parecen profundamente justas. Con frenesí, Marx obtiene materiales para alimentar preguntas, cientos de veces ya reflexionadas por él. Como siempre, el entusiasmo se agotará rápido. Con la partida de Lisa dejará de lado “los papeles rusos”. Pero en ese momento, hay alguien tocando a su puerta, hablando ruso, cerca de Outine, sin duda consciente de las teorías que prevalecen allí. Y, lo que es más, ese alguien es una dama, “The Russian Lady”. Sin duda, Outine había insistido a sus compañeros que el mensajero fuera una mujer. Los rumores han informado a Ginebra de las aversiones e inclinaciones de Marx. Outine entendió que una mujer, una joven y bella mujer rusa podría abordarlo más fácilmente. Marx tiene cincuenta y dos años, Elisabeth tiene veinte. La seducción es un juego fácil para ella. * Es realmente una oportunidad: cerca de él, una joven bella e inteligente (a él le cuesta precisar su edad y ella cultiva el misterio) se involucra en jueguitos intelectuales. Ella lo mira, lo escucha, se nutre con sus palabras, como antes se había nutrido de otros cientos. Marx construyó a Elisabeth, como otros lo habían hecho antes que él. Es un paso para ella, tres meses de discusiones y quizás de emociones; allí algunos han visto una conexión real. ¿Quizás una nueva relación padre-hija? Pero él ya tiene tres hijas, todas personalidades fuertes. Sobre todo, la necesita. Durante estos tres meses, ella lo visita a menudo, casi todos los días. Si ella falta a una cita, él se impacienta: las notas que le envía muestran su exigencia. En esta intimidad casi diaria con el muy estimado ciudadano, ella también se complace en frecuentar a las mujeres de la familia, en particular se relaciona estrechamente con Eleonor y Jenny. Con la misma velocidad, entró en contacto con la comitiva “política” de Marx. Los nombres más citados son Robert Applegarth y Hermann Jung. El primero la elogió en una carta a Marx. Con el segundo, más tarde intercambiará correspondencia. Es una Sylvie Braibant 123 vez más un tiempo de aprendizaje. Con el apoyo de Applegarth, el carpintero, Lisa asiste a muchos mitines de la Internacional. En Londres, muchos trabajadores asisten a las reuniones. Generalmente se llevan a cabo en salas periféricas y con poca o ninguna calefacción. Probablemente fue durante una de estas noches políticas que Lisa contrajo una bronquitis crónica que no la abandonaría hasta su regreso a Rusia. A diferencia de los dos años en Suiza, Lisa nunca habla en estas reuniones. Ella sólo tiene oídos y miradas, todavía está formándose. Lisa parece dotada para crear rápidamente relaciones personales, más allá del ámbito político. Este fue el caso, al parecer, con Applegarth, de acuerdo con las enigmáticas cartas del propio militante inglés. Ella habría jugado un papel decisivo en la gestión de sus asuntos familiares, en particular con su hija, que es apenas más joven que Lisa, pero indecisa. No sabemos la naturaleza de su intervención. Applegarth sólo escribirá que ella ayudó a su hija a “asentarse”2. ¿Vive Elisabeth en la urgencia, en la conciencia de lo efímero, para introducirse así en la vida de los demás, tan brutalmente? La Sra. Elizaveta (esto está confirmado) no conoce la discreción. Se acerca a los demás, entera y presente. * Con Marx, y quizás también con Engels, recientemente instalado en Londres, el debate es arduo. El objetivo principal ya no es la lucha por el poder en Ginebra, sino las cuestiones teóricas que Marx revisa en torno a su proyecto económico. Marx busca comprender qué es lo que atrae a tantos pensadores populistas rusos de las organizaciones rurales tradicionales de Obshina y Artel. Durante mucho tiempo, Marx pensó que Rusia era un país sin esperanzas para un intento revolucionario. Las estructuras económicas le parecían demasiado arcaicas, y sus intercambios con Herzen (por quien no mostró demasiado entusiasmo) no contradecían sus convicciones. Pero Chernishevski y Písarev llevaron a un nivel más teórico las conjunciones deseables entre las estructuras tradicionales y modernas. De pronto, Marx, sin renunciar al postulado de un desarrollo necesario del capitalismo, visualiza de otra manera las posibilidades de evolución en el Imperio ruso. El contenido de las conversaciones de Elisavieta Lukínichna con Marx se nos revela gracias a… una enfermedad. Lisa está cansada. Durante dos años se ha entregado sin medida a “la causa”. Y ese invierno de 1870-1871 fue particularmente duro. Desde Manchester hasta Berlín, y desde Copenhague a Madrid. Sus pulmones no pueden soportar la humedad de la niebla de Londres. La bronquitis la desmejora hasta el agotamiento. Y Lisa cae en cama. Marx está preocupado. Se vio privado por un tiempo de esa compañía estimulante y deliciosa. Entonces, en primer lugar, le escribe consejos. Ya que se niega a consultar a médicos, que tome al menos “cloral”. Pero inmediatamente después, incorregible, reanuda sus preguntas. Le pide que escriba lo que piensa de la organización agraria en Rusia. Desde su cama, Lisa responde y se disculpa por su caída. Ella desea que su amigo la visite, y reafirma su negativa a los médicos. Ella sólo aceptaría consultar a una mujer. Uno está tentado de ver en esta objeción la expresión de un feminismo radical. Y unas semanas después, ella será feminista. Pero esta negativa también puede esconder un miedo. …
La intrusa
El 18 de enero de 1918, un hombre salió del Palacio de Invierno en Petrogrado. Su cara angulosa está desgarrada por la fatiga, pero los ojos expresan cierta alegría. A pocos pasos, el río Neva está congelado. Llegado a la orilla, se pone los patines y salta sobre el hielo. Uno de sus compañeros lo reconoce y le pregunta el motivo de esta emoción. El hombre responde: “¡Hoy 18 de enero, nuestra revolución ha durado un día más que la Comuna de París!”. Y gira con más energía. Vladímir Ilich Uliánov, llamado Lenin, parece haber sentido ese día, el 74° de la Revolución Bolchevique, una alegría infantil. Una versión menos novelesca (y más probable) de la anécdota muestra al mismo Lenin rebosante de determinación en la galería del Palacio Táuride en Petrogrado: “¡Camaradas! en nombre del Consejo de Comisarios del Pueblo, debo presentarles nuestro informe de actividad después de dos meses y quince días desde el establecimiento en Rusia del gobierno de los soviets… Tres días más de existencia que el poder anterior de los trabajadores… Después de dos meses y doce días, la Comuna de París instalada por el proletariado parisino cayó bajo el fuego del ejército francés. Las condiciones en las que nos encontramos hoy son mucho más favorables”.344 La referencia es esencial. Los bolcheviques y parte de sus herederos tuvieron, no setenta y cuatro días, sino setenta y cuatro años. En marzo de 1991, el aniversario de la Comuna (ciento veinte) se celebró en Rusia una vez más (de manera discreta); probablemente, por última vez. En 1991, la Comuna de París, sus participantes y sus seguidores, cambiaron el mundo de “nié khorochié lioudi” (personas malas). Pero, en 1918, la revolución naciente busca modelos. La Comuna es un mito. Unos pocos rusos participaron en la insurrección parisina, principalmente en segundos papeles o como espectadores, excepto una mujer muy joven, ampliamente descrita por sus contemporáneos en sus recuerdos biográficos o en sus informes. En 1926, el Instituto de Marxismo-Leninismo, bajo la dirección de Riazanov, se lanza sobre los pasos de esta enigmática princesa Dmitrieff, esta “khorochii tcheloviek” (persona de bien) que necesita para adornar la galería de retratos y modelos revolucionarios. Setenta y cuatro días no es mucho tiempo. Para Elisavieta Lukínichna, alias Elisabeth Dmitrieff, que llegó a París el 28 o 29 de marzo, eran diez días menos. Sólo dos meses, especialmente dos meses. Sesenta y cuatro días, como una totalidad de luchas y decisiones tanto como de contradicciones. Elisabeth Dmitrieff condensa en sus acciones, en su imagen y vagabundeos las esperanzas de una revolución única y sublime que fue masacrada. Las palabras entusiastas y amargas de una compañera resumen el flujo y reflujo del ardor revolucionario:
“15 de abril de 1871, Ciudadanos, puse en agenda la siguiente propuesta:
Considerando que la Sra. Elisabeth Dmitrieff se ocupa, con un celo y una energía que están por encima de cualquier elogio del agrupamiento de los Parisinos, de la organización de un Comité Central destinado al aumento de las fuerzas morales y materiales de la defensa; Considerando que su calidad de extranjera suma mérito a sus iniciativas, la Asamblea General de Miembros de la Unión de Mujeres otorga a la Sra. Elisabeth Dmitrieff el título de ciudadana de París, hasta que la República Universal le otorgue las cartas de naturalización que la harán ciudadana de la humanidad.»
Notas:
1 Obshina y Artel: dos formas de Comuna agraria en Rusia
2 Nata Iefrémova, Rússkaia sorátnitsa Marksa (Una compañera rusa de Marx),
3 Lev Kokin, Chas búdushego (La hora del futuro/porvenir), Moscú, The Political Literature Editions, 1984.
Fragmentos del libro Elisabeth Dmitrieff, comunera, aristócrata e incendiaria, de Sylvie Braibant, de reciente aparición.