Las diversas disputas por la energía en Venezuela

Las energías de escala popular y localizada, son cruciales para enfrentar y gestionar la vida ante un tiempo de colapso sistémico. Son éstos, escenarios espinosos y difíciles para pensar, pero sencillamente representan los potenciales procesos que nos podrían tocar vivir. Habrá que saber leer las caóticas dinámicas en la que estamos inmersos y prepararse, comunitariamente, para comenzar a practicar y difundir otras formas sociales de generación, apropiación, distribución y gestión de la energía.



Las diversas disputas por la energía en Venezuela

 
Emiliano Teran Mantovani

 

Cuando se habla de Venezuela y sus conflictos políticos, difícilmente no surja la cuestión de los conflictos internacionales por la energía, específicamente por el petróleo, quizás el recurso por el que se han generado las mayores tensiones globales en las últimas décadas.

La historia de los últimos cien años de la nación venezolana está profundamente marcada por el llamado “oro negro”: su economía, su Estado, su política, sus instituciones, la cultura dominante, fueron drásticamente configurados por la influencia y tenencia de los crudos. Y hay más: sus paisajes, su geografía, sus ecosistemas, los cuerpos de sus habitantes, también lo fueron.

Golpes de Estado como los de 1945, 1948 o 2002; gobiernos estrechamente alineados a los intereses de los Estados Unidos como Marcos Pérez Jiménez o Rómulo Betancourt; y más recientemente paros de la industria petrolera (2002-2003), la estrategia petrolera de Chávez en la relación bilateral con China, el rol de Chevron en la política nacional, la intensificación del conflicto con el Gobierno de Trump, las sanciones internacionales al petróleo venezolano o los acuerdos hidrocarburíferos con Rusia en pleno colapso de la economía nacional. El entramado de intereses es muy complejo e intrincado, muy determinante.

-Pero en realidad, si hablamos de disputas por la energía en Venezuela, esta es sólo una dimensión del problema. Más allá de estos grupos de poder nacional e internacional, millones de venezolanas y venezolanos, de pueblos y comunidades de todo el país, se están viendo de una u otra forma involucrados en conflictivas dinámicas vinculadas al acceso a la energía para reproducir la vida cotidiana. Conflictos que revelan no sólo la profundidad del colapso y la crisis venezolana, sino también la precarización del sostenimiento más elemental de la vida. Veamos.

Las diferentes disputas por la energía en Venezuela

Ya es sabido que la industria petrolera venezolana se vino abajo, al punto que en 2020 se producían sólo unos 400.000 barriles de crudo al día, llegando a los niveles de la década de los años 40 en el país. La tan vociferada renta petrolera se encuentra prácticamente desintegrada. Las refinerías están casi en situación de parálisis y es muy poca la gasolina que se produce. La ex-Venezuela petrolera importa hoy grandes cantidades de combustible desde países aliados del gobierno actual. Los venezolanos se han habituado a hacer largas filas, de días, para poder acceder al valuado líquido inflamable.

 

Por otro lado, mientras históricamente millones de pies cúbicos de gas se han quemado por los numerosos ‘mechurrios’ que cubren parte de la geografía nacional, hoy más de la mitad de la población sufre la carestía de este recurso, vital para actividades como la cocina.

A su vez, el Sistema Eléctrico Nacional (SEN), sostenido históricamente por la renta petrolera y el Petro-Estado, hoy se encuentra en una muy severa crisis, con problemas de fondo muy graves, y dejando a la población con cortes eléctricos permanentes (casos por ejemplo de 10 horas de racionamiento eléctrico al día), llegándose incluso a vivir grandes apagones nacionales como el de marzo de 2019, el más grande la historia de Venezuela (en algunos estados del país fue de 6 días continuos). Además de la debacle de las instalaciones y de las inversiones en mantenimiento del SEN, la dependencia del país de la generación hidroeléctrica en el Caroní es enorme (alrededor del 70% del consumo nacional), y esta también se ha vulnerado por la prolongación de los períodos de sequía o la llegada de sedimentos a la represa, provenientes del auge de la minería ilegal en esa cuenca.

Todo este colapso energético abrió numerosos flancos de conflicto, así como la emergencia de variadas economías informales de la energía y soluciones populares al problema. Gobierno y oposición han creado sus propias narrativas para explicar el desastre: para el primero todo ha sido responsabilidad de ‘ataques imperiales’, las sanciones internacionales o una que otra iguana que ha ‘masticado el cableado’, tratando de lavarse las manos de sus responsabilidades; para la segunda, la explicación se concentra absolutamente en la mala gestión del gobierno, dejando de lado otros elementos de la discusión sobre el propio modelo energético, los impactos socio-ambientales (y el cambio climático) y el extractivismo. En medio del conflicto, la población no tiene acceso a información confiable sobre la situación y qué puede pasar en el futuro, los sectores políticos no ofrecen reflexiones sobre las causas profundas del problema, mientras la gran mayoría de los venezolanos sufren una situación de pobreza energética sin precedentes.

Así que la energía dejó de ser un asunto únicamente del SEN, de los expertos técnicos, y emergió como una muy importante y urgente problemática del día a día para la población. Por un lado, la movilidad humana y la puesta en marcha de las máquinas con las que se trabaja, queda muy marcadas por estructuras de poder legal e ilegal que controlan el acceso de la gasolina y sus centros de suministro –principalmente integrantes del sector militar o diferentes cuerpos de seguridad. Las estaciones de servicio se han convertido en verdaderos núcleos de poder, nodos claves de entramados económicos, sin contar con las dinámicas sociales y de disputa que se generan en torno a ellas.

Una parte importante del transporte público sencillamente ha desaparecido, y en el período de crisis comenzaron a surgir formas de transporte colectiva improvisadas (como camiones de carga, transportes escolares, entre otros), precarias pero muy disputadas, sobre todo por trabajadores necesitados de trasladarse a sus puestos de trabajo o de regresar a sus casas.

Por otro lado, ante la carencia de gas, no sólo se han creado un mercado negro de dicho hidrocarburo –que en 2021 multiplica por 33 el precio establecido oficialmente y que también puede venderse en dólares– y algunas formas de su privatización, sino que también surge uno para la madera, que se ha venido usando de manera creciente en todo el país por varios cientos de miles de personas, primordialmente para cocinar. Se reporta el aumento de la deforestación en numerosos estados de Venezuela por parte de personas que, ante las carencias energéticas, proceden a la tala indiscriminada y la afectación de ecosistemas aledaños.

Del mismo modo, se ha registrado un incremento del uso de bueyes para arar la tierra por parte de productores agrícolas; aumenta también el uso de la bicicleta en todo el país, como un mecanismo paliativo ante las dificultades de acceso a la gasolina. Este auge se ha visto en todos los sectores de la sociedad, intentando ser aprovechado por grupos ambientalistas para que se abran oportunidades para una movilidad alternativa y sustentable en las ciudades.

Otras expresiones que se aprecian son formas de ingeniería popular y la creación de pequeñas tecnologías, generando híbridos para cocinar o bombear agua, por mencionar ejemplos; esto junto al crecimiento de compras de equipos para una generación propia de electricidad (como plantas eléctricas o cocinas que funcionan con gasoil). Por último, crecen ofertas particulares y promociones para el uso de paneles solares  por parte de privados que, aunque tienen precios muy altos para la gran parte de la población, muestran valores menores a los usuales.

Cabe resaltar que el colapso eléctrico y estas nuevas dinámicas conflictivas en torno a la energía se producen en todo el país, pero existen zonas de privilegio, como es el caso de la capital, Caracas, donde el acceso social a la energía tiene mucha mayor cobertura. A pesar de ello, el problema de fondo está lejos de ser resuelto, y tiende a su profundización.

Venezuela antropocénica: la necesidad de una nueva cultura de la energía

A nuestro juicio, el problema no se revolverá sólo con inversiones y privatizaciones. Muy lejos de ello, la cuestión tiene que ver con un modo de vida que es parasitario y sencillamente insostenible; un modo de relacionarnos con la naturaleza profundamente depredador que no se podrá sostener en el tiempo, como de hecho está ocurriendo. El colapso energético venezolano, además, ocurre en el marco de la histórica crisis del modelo petrolero, de la crisis energética mundial –sostenida en los hidrocarburos y su actual declive– y, en última instancia, en la crisis civilizatoria global. El colapso energético venezolano, el colapso de la Venezuela petrolera, además de una crisis nacional, nos revela también una crisis general del sistema mundial; es un síntoma del antropoceno.

Nos parece urgente subrayar esto, sobre todo para sectores del país que aún sueñan el retorno de la Venezuela petrolera, o bien otros que piensan que bastará con la recuperación del crecimiento económico. Muy al contrario, este particular tiempo de crisis y precarización global de la vida que experimentamos, nos indica que requerimos de cambios profundos, cambios de todo el ordenamiento societal dominante, algo que no será fácil pero no tenemos más opciones; y quizás tampoco mucho tiempo.

Es recurrente escuchar que, al reaparecer el arado, la bicicleta o diversas energías de escala humana o de las fuerzas elementales de la naturaleza, Venezuela “ha regresado a la prehistoria”. Este ideal se sostiene sobre una histórica romantización de la modernidad y un desprecio a estilos de vida más cercanos a la naturaleza, calificados generalmente como ‘salvajes’, atrasados’ o ‘sudesarrollados’. En realidad queda en evidencia una lectura civilizatoria y colonial sobre los estilos de vida, que desconoce que hasta hace muy poco tiempo, digamos hasta el siglo XIX, el enorme grueso de la vida humana en el planeta se movía y subsistía aún con las energías de animales, de los vientos, de las aguas, el sol y el cuerpo humano. La “revolución” energética del desarrollo capitalista contemporáneo ha generado un parte aguas a ese otro mundo, no sólo imponiendo ideales de felicidad vinculados al consumo y estilos de vida occidentales a la gran pluralidad de culturas que habitan el mundo, sino también configurando un metabolismo social endemoniado que se devora el planeta a ritmos insospechados. Es este sistema de producción y esta lógica civilizatoria la que en realidad nos llevará de “regreso a la prehistoria”, ante una potencial sexta extinción masiva.

Estas formas de energía de pequeña escala, que se articulan además con los ritmos de la Tierra, son fundamentales en un proceso de transformación y transición hacia otro sistema: no sólo porque son ambientalmente más sostenibles, sino porque posibilitan mayores niveles de autonomía comunitaria, gestión local, empoderamiento social. Requieren eso sí, articularlas con modificaciones de los usos de la tierra, con la creación de redes de economías locales, con transformaciones en los estilos de vida. No bastará sólo con cambiarnos hacia renovables dejando el sistema intacto. Y también se requerirá del concierto de un amplio conjunto de actores locales, regionales, nacionales y globales: necesitaremos grandes niveles de cooperación.

Pero también, estas energías de escala popular y localizada, son cruciales para enfrentar y gestionar la vida ante un tiempo de colapso sistémico. Son éstos, escenarios espinosos y difíciles para pensar, pero sencillamente representan los potenciales procesos que nos podrían tocar vivir. Habrá que saber leer las caóticas dinámicas en la que estamos inmersos y prepararse, comunitariamente, para comenzar a practicar y difundir otras formas sociales de generación, apropiación, distribución y gestión de la energía.