Bienvenida a los zapatistas
Raoul Vaneigem
Comunizar
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Es a título personal que le deseo a la delegación zapatista un dichoso periplo en las regiones que va a recorrer.
A primera vista, nada distingue estas tierras del resto del mundo, ya que —todos lo saben— la vieja Europa fue la fuente venenosa que extendió su contaminación y sus técnicas de opresión por todo el planeta.
¡Nada! Salvo que ni la represión ni el oscurantismo han logrado sofocar las revueltas que renacen sin cesar. A lo largo de la historia, el corazón de una irreprimible voluntad de vivir ha latido al ritmo de lo humano.
Compañeras y compañeros zapatistas, ustedes reconocerán fácilmente a quienes vienen a su encuentro y les saludan desde el fondo del pasado: los hombres y las mujeres de los siglos XII y XIII en lucha por la emancipación de las Comunas y por la libertad naciente; los filósofos del Renacimiento y de la Ilustración; los insurgentes y las insurgentas de la Revolución Francesa, de la Comuna de París, de Kronstadt, de las colectividades libertarias que fueron el núcleo radical de la revolución española.
No adhiero a ningún partido, a ninguna facción, a ninguna secta, a ninguna tendencia ni movimiento. No me sumo a ninguna bandera, a ningún estandarte o sigla que represente.
La única importancia que me atribuyo es haber hecho de mi vida una lucha constante para que mi emancipación sea inseparablemente la de todas y todos. Por muy torpe que sea la danza de la vida, fertiliza la tierra.
El surgimiento del movimiento zapatista, la aparición de los chalecos amarillos en Francia, la guerra librada por los kurdos en Rojava han provocado oleadas de insurrecciones; sacuden un planeta que se creía tetanizado por los mordiscos del capitalismo. ¿Acaso esto no fortalece por naturaleza nuestra confianza en la poesía hecha por todos, por todas y por cada uno? Esa poesía es la de los individuos que se liberan del individualismo y confían en la solidaridad para desterrar el cálculo egoísta y la servidumbre voluntaria que allí es la inmundicia.
Compañeras y compañeros, su invasión pacífica insufla el aire fresco de lo vivo a una sociedad confinada por lo muerto.
Han sido los primeros en romper el yugo de lo imposible. Su revuelta improbable ha demostrado que la audacia de una pequeña mayoría podía erradicar la deletérea creencia en la impotencia nativa del hombre y de la mujer, en una debilidad original que los volvería dependientes del Poder tutelar de un amo. Hoy, una insurrección inseparablemente existencial y social se extiende por el mundo entero. Revoca el comunitarismo, el populismo y el montaje de las alternancias políticas a las que recurren todos los Poderes preocupados por manipular a las multitudes.
La tarea es gigantesca porque, con el pretexto de una epidemia cuya peligrosa realidad nadie niega, los gobiernos han propagado un miedo histérico que sirve sobre todo a los intereses de los organismos represivos y de los grandes grupos farmacéuticos.
¿Qué responderemos a las generaciones futuras cuando nos pregunten: ¿Cómo pudieron permitir que un puñado de retrasados mentales, incompetentes hasta en sus mentiras, les impusieran sus decretos arbitrarios y sus caprichos idiotas?
¿Qué histeria ha conseguido —¡en el colmo del absurdo!— que renunciaran a vivir para evitar el riesgo de morir? ¿Cuáles son los motivos de esta prisa en regresar a la perrera como unos perros a los que se les ladran órdenes y que aúllan a la luna de las libertades difuntas? La pregunta no es nueva; ya fue formulada en el siglo XVI por Etienne de La Boétie. El hecho de que haya permanecido sin respuesta demuestra que no era tanto una pregunta como un nudo gordiano que nadie ha soñado con cortar.
La intrusión zapatista en nuestro mundo esclerótico nos recuerda oportunamente las palabras de Marx: los filósofos solo han interpretado el mundo, ahora se trata de transformarlo.
Si este es nuestro nudo gordiano, ¿acaso la espada no es la pulsión de vida que resurge aquí y ahora? Su vigor insospechado reaviva en las mujeres, en los hombres y en los niños esa inteligencia sensible que es la del ser y no la del tener, la del vivo y no la del objeto digital y comercial al que estamos reducidos.
La más mínima bocanada donde se respira la vida aporta el aliento del mar abierto. Todo se abre. La irresistible atracción de las pasiones que nos animan borra de un golpe a los reclutadores de la muerte rentabilizada.
¿Acaso no es probable que la alegría reencontrada de vivir juntos manifieste su repugnancia hacia los comportamientos esclerosados, el puritanismo, el cinismo estatal que, habiendo convertido la salud en un mercado, mata nuestras inmunidades con el pretexto de preservarlas?
Estamos al borde de un cambio gigantesco. Este surge paradójicamente de una lenta toma de consciencia que sensibiliza a los individuos sobre la riqueza de su subjetividad creadora. Aquellas y aquellos que ya no tienen otra realidad tangible que una existencia que cada día se empobrece por la glaciación capitalista descubren como un arma secreta esa voluntad de vivir irreprimible que los mantiene en pie. Tenemos bastante de qué preocuparnos con la vida por construir como para someternos a los mandatos del mercado
Como ustedes dicen, ustedes los zapatistas: “No somos un modelo, somos una experiencia”. Lo que es verdadero para un pueblo apegado a su especificidad es igualmente verdadero para los individuos específicos que somos, con nuestra historia familiar y universal, con nuestras particularidades personales, empleadas en el esfuerzo constante de reequilibrarnos en una sociedad donde se emprende todo para hacernos vacilar y caer de rodillas.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional no está librando una guerra en el gran tablero mundial de los intereses privados. Entra en el juego de una vida que transforma las reglas tácticas y estratégicas de las potencias decididas a aniquilarnos.
La autonomía individual y colectiva será la base de una internacional del género humano. La simplicidad de la auto-organización nos ofrece la capacidad de anular la complejidad de las sociedades burocráticas.
El caótico orden mundial se basa en tres o cuatro evidencias infames que gestionan naciones y continentes extirpándolos de su realidad viviente, tratándolos de manera abstracta. ¿Cuáles son esos mecanismos, tan rudimentarios como eficaces, que determinan nuestras mentalidades y nuestros comportamientos? La depredación, la guerra concurrencial de la ganancia y la identificación de la libertad vital con las libertades mercantiles.
El cambio en curso implica un retorno a la base que socava y erradica la estructura jerárquica. Vuelve caduca la escalera de lo alto y de lo bajo a la que las generaciones se aferran desde hace mucho tiempo con la incierta convicción de elevarse o de descender.
La diversidad de las insurrecciones mundiales surge de una experiencia común y poética: vivir en conjunto en busca de una armonía siempre improbable y sin embargo posible.
La simplicidad de nuestro enfoque radica en algunas banalidades de base: prioridad absoluta al ser humano, rechazo de los dirigentes y de los mandatarios auto-designados, expulsión de los aparatos burocráticos, políticos y sindicales.
El mandato imperativo de los decretos tomados por la asamblea de democracia directa es una verticalidad sujeta a una horizontalidad que salvaguarda los derechos de la minoría. Protege contra los riesgos de la recuperación y contra las fanfarronescas justas de gladiadores, que hemos olvidado que transcurren en las arenas del montaje espectacular. Ya no caeremos en la trampa de esos enfrentamientos tradicionales entre conservadurismo y progresismo que nos alejan del verdadero combate, el de la vida cotidiana contra la explotación de la naturaleza terrestre y humana. Al menos hemos aprendido que la pregunta preliminar que hay que hacer a quienes nos ofrecen sus servicios es: ¿a quién beneficia?
La puesta en marcha de micro-sociedades autónomas, solidarias y federadas es la realidad que va a suplantar más o menos a largo plazo la decadencia estatal y mundial. El Poder se sumerge en la urgencia de la ganancia a obtener. Su espacio monetario se retrae.
Estamos, nosotros, en el espacio y en el tiempo de una vida que renace, estamos en el umbral de un renacimiento, el de una historia que se sacude de su pasado deplorable. “Estamos aquí”. Esta tranquila evidencia es común a los zapatistas, a los chalecos amarillos y a la insurrección que se enciende desde Chile hasta Tailandia. Evoca el hostigamiento de una guerrilla donde la vida golpea intermitentemente a los enemigos de una sociedad que quiere vivir y no desmoronarse y perecer.
La multitud de personas anónimas que llevan dentro de sí la revuelta es considerable. Pero solo tendrá el valor de una cifra mientras no irradie de esa fuerza que es la conciencia humana, la conciencia que cada una y cada uno tenemos de nuestra humanidad, la conciencia de ser a la vez un puñado y millones que quieren vivir en un mundo en el que nunca más se nos trate como objetos.
Cuanto más afirme la mujer su preeminencia acrática (sin poder), más se manifestará que aquello que hay de masculino en la mujer y de femenino en el hombre ofrece al deseo amoroso una abanico donde la libertad de adaptar dispensa de tener que justificar su comportamiento y de desmigajarse en categorías manipulables por el Poder en busca de chivos expiatorios.
El Estado no es más que un engranaje de la máquina global que se beneficia de la destrucción de la vida. En ese sentido, está acabado, pero lo que lo sucede es peor. No obstante, no queremos que la liquidación de las instancias estatales marque el triunfo de una reificación que los peores despotismos nunca han logrado. A partir de ahora, ya no es el fin del Estado lo que reivindicamos en nombre de la libertad oprimida, sino su superación —su conservación y su negación—. Esa res publica, ese bien público que habíamos adquirido a duras penas ha sido vendido a los intereses privados. ¿Qué queda de la educación, de los transportes, del sector sanitario, de la vivienda, de la ayuda a los más débiles? ¿Acaso no corresponde a las micro-sociedades federadas en proceso de humanización restaurar y desarrollar el bien-estar al que todo ser tiene derecho desde su nacimiento?
Por último, no está de más recordar: el capitalismo es solo una forma relativamente reciente de la vieja y permanente explotación de la naturaleza terrestre y de la naturaleza humana. “El hombre es la naturaleza tomando conciencia de sí misma”, decía Elisée Reclus. El sistema mercantil rompe el frágil equilibrio que solo una nueva alianza con la naturaleza podrá restaurar. Esto es lo que da a nuestras luchas su verdadero significado.
La libertad es la vida, vivir es ser libre. Lo que garantiza la autenticidad de la declaración y evita que se convierta en una fórmula hueca es la experiencia vivida de micro-sociedades en las que el gobierno del pueblo es ejercido directamente por el propio pueblo.
Amigos y amigas zapatistas, amigas y amigos chalecos amarillos, no he dicho nada que ya no supieran. Lo que ustedes nos hacen saber, en cambio, es que sin la audacia y sin la obstinación que confiere el simple atractivo de la vida, nada cambiará.
¡Gracias por eso!
15 de junio de 2021
Traducción al castellano: Javiera Mondaca