Miradas

13.Abr.04    Análisis y Noticias

Se dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver, con lo que se denota que algunos ven sólo lo que les interesa y se niegan a considerar lo que no les conviene. También se dice que lo que se ve depende del punto de vista o del ángulo desde donde o como se mira. Así el duro de corazón no mira ni ve el ocaso radiante del sol ardiente desapareciendo en el horizonte, pues concentra toda su atención en contar monedas o votos. El puro de corazón recibe y retribuye la belleza de la gente y de las cosas, pero muchas veces no distingue los anzuelos de la demagogia, la manipulación y las triquiñuelas de los vendedores de ilusiones.

Por ejemplo, en Brasil las telenovelas no muestran las favelas, donde vive un notable porcentaje de la población, sin embargo los noticieros muestran diariamente a la policía en operativos dentro de esas favelas persiguiendo, según ellos, a las bandas de narcotraficantes, cuyos jefes se pasean en jet privado y usan perlas en la corbata. Así las favelas no son lugares donde vive y sobrevive gente pobre, sino “antros de delincuentes”. La manipulación es obvia. Y en todas partes ocurre lo mismo. La mirada, y lo que vemos, debe pasar por el enorme filtro de los medios de desinformación, de la educación y de la cultura dominante. En Chile el pobre es delincuente, criminal y marginal, categorías que no se utilizan para los casos donde empresarios, uniformados y autoridades cometen crímenes que afectan la vida de millones, como las coimas, la pedofilia, las torturas, las desapariciones, las estafas, etc. A esos poderosos no se les toca ni con el pétalo de una rosa. Sacarse todo ello de encima para proyectar una mirada autónoma es bastante complejo, pero la comprensión de la necesidad de evadir esos obstáculos para ver sin filtros ya es un gran avance.

Más complejo aún es mirar a través de nuestros propios moldes establecidos en el plexo o conjunto de nuestra racionalidad y sensibilidad, conjunto instalado dentro de nosotros por la reproducción cultural y la operación sistemática de los mecanismos destinados a orientar la visión para retirarla de la autonomía y subordinarla a cánones preestablecidos.

Es asombroso como la preeminencia de la racionalidad por sobre la sensibilidad, quebrando la necesaria igualdad de condiciones e interrelación entre ambas, consigue que gente de un cerro de Valparaíso, de un barrio de Santiago, o de cualquier ciudad de cualquier lugar, identifique su mirada más con alguien distante que con el propio vecino que ve cada día y quizás de mañana, tarde y noche. Es cierto que cada mirada es diferente de la otra, pero es extraño que la mayoría se identifique más con otro que está al otro lado del planeta que con aquel que tiene al alcance de su mano y de su ojo cotidiano.

Otro ejemplo: millones de jóvenes y adultos chateando unos con otros en la internet, en juegos retóricos y seudo eróticos que no envuelven los cuerpos ni generan lazos, ya que el vínculo se puede quebrar a voluntad en cualquier momento y borrón y cuenta nueva. Los tejidos, redes de intercambio y definiciones amistosas o afectivas se efectúan estrictamente vía cable, a diferencia de las apasionadas sesiones telefónicas de los enamorados que continúan por vía sonora las sensaciones provocadas por el encuentro de los cuerpos, o aún las fogosas cartas de épocas anteriores, o de las miradas cuando no había nada de por medio.

El espíritu de la competencia estimulado por el sistema se traduce en una distancia, ausencia de respeto o solidaridad y en el utilitarismo de las relaciones sociales, que según Max Weber, uno de los principales teóricos del capital, persiguen siempre un objetivo, son escatológicas, lo que genera en las personas un estado de permanente defensa y desconfianza funcional a los intereses de los dueños del poder y la riqueza, así la mirada hacia el vecino está cargada de recelo de que no vaya a abusar violentando la privacidad del refugio individualista rodeado de muros y rejas. De allí a defender el sistema hay un pequeño paso. Se entiende que la prensa insista en mostrar “violentos delincuentes” como noticia diaria escondiendo la violencia de la propiedad, de la pobreza y la miseria. El miedo es un arma eficaz del poder.

Los paradigmas e ideologías, de defensa o de crítica al sistema, operan en estas condiciones de separación y distancias, proponiendo los encuentros de afinidades conceptuales y evadiendo los encuentros generadores de nuevas relaciones donde el entrelazamiento de los cuerpos y afectos pueda practicar otra racionalidad y otra sensibilidad, ambas en mayor armonía e interacción y, por tanto, otra mirada, ya no más el análisis y la interpretación desde reglas preestablecidas con las cuales se reproducen las distancias debido a su componente determinante de racionalidad instrumental.
Generalmente los análisis son institucionales y son muy pocos los de carácter social que dan cuenta del sujeto emancipatorio que despliega su rebeldía y su resistencia en la misma medida en que se constituye en sujeto de nuevas formas de relaciones sociales concretas. Decimos que la mirada o los análisis son institucionales porque operan justificando las actuales estructuras o proponiendo otras, con lo que se pierde la objetividad de la mirada. Por ejemplo, los análisis sobre Venezuela se basan en opiniones a favor o en contra del gobierno Chávez, con lo que se supedita lo social a la mera postura de adscripción o acción detrás de los que dirigen las instituciones o de los aspirantes a hacerlo. Esa contraposición también es funcional a la continuidad sistémica en oposición al desarrollo de la autonomía social que eleve su propia mirada por fuera de los intereses y proyectos preconcebidos de las miradas escatológicas.

Cuando decimos que la mirada es escatológica o finalística, es porque destaca lo que quiere ver y esconde lo que entorpece el avance hacia el objetivo trazado de antemano, olvidando la máxima del poeta de que no hay camino, sino que se hace al andar. La mirada que viene desde abajo, desde la autonomía y la autogestión, sabrá atravesar todos los filtros y obstáculos que unos y otros le ponen por delante, escatológicos de todos los pelajes, con todos los sentidos que porta esta palabra.