Del flâneur al cyberflâneur

El flâneur no es un caminante solitario, como el de Rousseau, que prefiere los lugares abiertos y desiertos, sino un caminante solitario que deambula entre la multitud de la ciudad, en lugares de comercio y entretenimiento que frecuenta. Prefiere mirar y comparar los productos detrás de las vidrieras en lugar de comprar, pero encarna el espíritu mismo del comercio, es el observador del mercado, el inspector del capitalismo en el reino del consumidor. Su ritmo lo hace más adecuado para pasajes multitienda que para grandes almacenes.



Del flâneur al cyberflâneur

El cyberflâneur vive y (no siempre) pelea con nosotros

Augusto Illuminati

Comunizar

 

Lejos de desaparecer por completo, el flâneur se ha transformado, en la economía fluida de las redes sociales y las aplicaciones, en mercancía él mismo. Surge así, en la red de las grandes corporaciones, la necesidad de todxs «lxs esclavxs 4.0″ de redescubrir el significado original de la no participación en la producción.»

 

Pero, ¿podemos imaginar al flâneur de Baudelaire y Benjamin vagando durante el encierro pandémico con tapabocas en la cara, un certificado de circulación en el bolsillo y un envase con alcohol en gel en la mano? ¿O también, después de la reapertura, acceder a los espectáculos y el transporte con un pase verde y un código QR?
Por supuesto que no. Sin embargo, tengamos cuidado de ver en eso la muerte definitiva del flâneur. Es verdad que ya no venía bien, por el declive de los grandes almacenes y los lugares de paseo y entretenimiento burgués, en los centros comerciales y en la vida nocturna. Era evidente que no estaba a gusto. Pero la pandemia de Covid-19 no le dio el golpe de gracia, más bien completó su metamorfosis en otra figura.

Reconocer su sobrevivencia después de la muerte es, de hecho, una cuestión de gran  importancia, precisamente porque se ha convertido en un personaje conceptual de masas, porque todos nos hemos convertido en flâneur

Demos un paso atrás. El flâneur no es un caminante solitario, como el de Rousseau, que prefiere los lugares abiertos y desiertos, sino un caminante solitario que deambula entre la multitud de la ciudad, en lugares de comercio y entretenimiento que frecuenta.
Prefiere mirar y comparar los productos detrás de las vidrieras en lugar de comprar, pero encarna el espíritu mismo del comercio, es el observador del mercado, el inspector del capitalismo en el reino del consumidor.
Su ritmo lo hace más adecuado para pasajes multitienda que para grandes almacenes y, de hecho, las transformaciones del comercio inducen en él un primer cambio notorio: nace el hombre-sándwich que lleva la publicidad, el flâneur asalariado (W. Benjamin), una paradoja para el diletante que hace alarde de su ajenidad a la división del trabajo y la producción laboriosa, mientras participa y se convierte en un emblema de la circulación del capital.
El flâneur, en efecto, además de no participar en la producción, estaba al margen de la circulación del valor, con la misma postura complementaria y parasitaria de la prostituta y el jugador. Como el turista, se apropió de la ciudad perdiéndose en ella, viviéndola como un laberinto que, sin embargo, lo condujo irresistiblemente a los bienes: ambos (el turista todavía más) son consumidores reales, pero sobre todo alegóricos: emblemas de la función terciaria de la ciudad en tiempos de industrialización fordista.
Por este motivo, la actividad asalariada del hombre-sándwich se encuentra en un punto de inflexión en el comercio, su concentración en grandes almacenes que venden de todo y asocian el entretenimiento y el abastecimiento. El flâneur sigue así la evolución interna del comercio físico, de la especialización a lo general, en la forma de grandes almacenes (Harrods, Galérie Lafayette, Wertheim, Gum) o el centro comercial o el outlet donde se repiten tiendas especializadas y grandes marcas.

 

Del flâneur al cyberflâneur

 

¿Qué pasará con el comercio electrónico, que crece cada vez más rápido y dio un salto de tigre con la pandemia?»

El encierro desalentó las reuniones políticas y comerciales, multiplicando ofertas, selección y pedidos telemáticos y reemplazó la capacitación y la discusión presenciales por los insoportables seminarios web. El «regreso a la normalidad» es válido solo para los deportes multitudinarios y para los restaurantes. Las consecuencias político-culturales de eso todavía no están claras. La esfera del resto del consumo se desprende del paisaje urbano y migra hacia la red. El usuario de la web es el mensajero del cuerpo real en el mundo abstracto de las plataformas y sus lógicas extractivas.
El cambio de tendencia en las compras sigue al del flâneur pero con una significativa diferencia de estatus. De hecho, por un lado, abandona la dimensión material de caminar y hablar, por otro, se convierte él mismo en una mercancía de la que extraer valor.
Estar en las redes sociales y usarlas de manera compulsiva, compartir imágenes, música, textos y aplicaciones en una fluidez amigable (compartir sin fricciones), dedicarse frenéticamente a buscar, implica que los datos de uno son el precio invisible a pagar (es la mercancía, como se ha repetido al infinito) y así se alimenta a la máquina, sin tregua, con opiniones, fotos, mensajes, consentimientos, reposteos, autodescripción de preferencias y ocasionales compras y suscripciones online.

Todo el mundo hace un hombre-sándwich de sí mismo, además de incrementar el número de usuarios de una plataforma, incrementar su valor en bolsa y aumentar sus sinergias (entre Facebook y Amazon, entre Instagram y agencias de turismo, entre los canales de mensajería y la oferta de los más variados servicios legales o ilegales).

La desterritorialización de las relaciones y la desmaterialización del dinero no son suficientes para definir la transición de flâneur a cyberflâneur en la web: esto ocurre en la forma específica de plataformas que asocian algoritmos y bases de datos masivas proporcionadas por el usuario, la verdadera mina de oro posfordista.
Por lo tanto, no se trata de una navegación genérica en la red como el deambular por pasajes y otras atracciones, sino de una asidua experiencia de extracción de valor, la forma lograda de convertirse en un prosumidor digital al polinizar, chatear y hacer zapping entre sitios web.
La elaboración de perfiles por medio de las cookies es una ducha fría sobre las ilusiones de libertad del cyberflâneur (desde este punto de vista E. Morozov es irrefutable) pero se corresponde con las limitaciones que la organización capitalista de producción y distribución le impuso tradicionalmente al flâneur y que solo un prejuicio romántico pudo hacernos olvidar. En todo caso, la apariencia de «improductividad» que lo convirtió en una protesta tácita contra el culto burgués al trabajo se desvanece y, en cambio, deja vislumbrar una expansión del concepto de trabajo productivo propio del posfordismo.

Es cierto que Facebook hizo en Internet lo que Haussmann había infligido en el viejo París de los pasajes (de nuevo Morozov), pero el flâneur nació en ese contexto, entre la desgana y la nostalgia, y su extravagante individualismo fue complementario a la masificación desenfrenada: el alma. y la tecnificación, la interioridad y el dinero ya coexistían en la Großstadt [metrópoli] de Simmel.»

Entonces lo que hay es evolución, no un salto de contrapunto entre el pirata de la primera web (o el libertario, que ahora es un seguidor escuálido) y la pseudocomunidad de Facebook con corazones, emoticones y «me gusta». Son áreas de confrontación dialéctica (dentro de las plataformas existentes, sin excluir la posibilidad de crear otras autogestionadas) que continúan dependiendo de un «afuera» analógico, donde lo inesperado y el exceso de lo posible son factores reales.
Hoy en día en la web y en las plataformas hay tantos usuarios «gratuitos» que contribuyen a las ganancias corporativas pensando en divertirse o informarse, e influyendo en la política y las costumbres (hasta cierto punto divirtiéndose, informándose e influyendo, en el crecimiento y quizás irreversible vacío de otras formas de aprendizaje y organización política), como hormigas esclavas que, en línea, desde casa, recolectan y clasifican datos e imágenes, preparando el material para los algoritmos de la plataforma.
Este trabajo invisible y fragmentado (y mal pagado) fue apodado por Amazon como «mechanical Turk«. También aquí Benjamín había visto en la lejanía, pero con otras intenciones. En la primera de las Tesis sobre filosofía de la historia, el cerebro invisible del autómata era la teología mesiánica, que debía guiar el pesado brazo del materialismo histórico. En las brechas de la lucha de clases, Amazon se ha apoderado de la metáfora. Pero no está dicho que, negociando los algoritmos, el precio y las horas de trabajo, lxs esclavxs 4.0 no recuperen el sentido original del discurso.

 

8 de julio de 2021.

 


Augusto Illuminati enseñó Historia de la Filosofía en la Universidad de Urbino hasta 2009. Actualmente es editor de «Common» y «Global Project«. El texto original en italiano se encuentra en dinamopress. La traducción al castellano para Comunizar fue realizada por Torcuato Dante.